14 de julio de 2013

Charles Darwin, el viajero del Beagle (3). Los intereses británicos en el Atlántico Sur

Relata Aníbal Ford en “Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el Atlántico Sur”: Mediados de 1833. Ya hace diez meses que el Beagle, buque del al­mirantazgo inglés, viene realizando un minucioso levantamiento de las costas argentinas. La nave es comandada por Robert Fitz Roy, experto hidrógrafo y meteorólogo, y lleva a su bordo a un joven y desconocido naturalista: Charles Darwin. El 10 de junio de ese año, desde Choele Choel y en plena campa­ña del desierto, el coronel Pacheco le escribe a Guido: “Una corbeta inglesa ha permanecido por allí (Patagones) bastante tiem­po, haciendo reconocimiento por toda la costa... Han fletado buques me­nores y con pretexto de carreras y otros juegos han derramado el oro con profusión; solicitaron los mejores baqueanos del río, tomaron de ellos los conocimientos más minuciosos y han comprado a cualquier precio todas las plantas que se producen allí y hasta los arbustos más insig­nificantes. ¿Será mera curiosidad?”.
Ford hace referencia al coronel Ángel Pacheco (1793-1869), militar argentino que, en la época del viaje de Darwin, comandaba un ala de la Expedición del Desierto, la campaña que tenía como propósito conquistar tierras para la agricultura y la ganadería y someter a los indígenas de las regiones pampeana y patagónica a la obediencia criolla. Tomás Guido (1788-1866), por su parte, era por entonces ministro de Guerra y Relaciones Exteriores del gobierno de Buenos Aires, cargo desde el cual enfrentó un plan monárquico de la Corte de Madrid con relación a los pueblos sudamericanos recién independizados.
Efectivamente, Fitz Roy había fletado dos buques menores desde Patagones, los que continuaron explorando las costas patagónicas mientras el Beagle volvía al Río de la Plata a reabastecerse para realizar su primer viaje a las Malvinas. Entretanto, Darwin le había prestado especial atención a las plantas de la zona. El 24 de noviembre de 1832 le escribía a su maestro, el geólogo y botánico inglés John S. Henslow (1796-1861): "La colección de plantas disecadas contiene cuanto estaba floreciendo por entonces. Temo que usted o más bien los cimientos de la cátedra, giman bajo el peso cuando lleguen los barriles".
La pregunta socarrona de Pacheco -continúa Ford- iba a ser devuelta el 19 de agosto de ese año con precisión y claridad por el general Guido, agudo y olvidado analista de la expansión británica: “Las investigaciones que hacen los extranjeros hacia el sur de la bahía de San José deben llamar seriamente nuestra atención; estoy persuadido de que no se trata solamente de rectificar descubrimientos ni de adelantar meramente las nociones científicas: el plan de los ingleses irá más adelante y algún día veremos sobre nuestro continente poblacio­nes extranjeras que se aprovecharán de nuestra imprevisión y de nuestra incuria”. Justamente dos días antes, el 17 de agosto, Darwin se había entre­vistado con Rosas, jefe de la columna izquierda de la expedición al desierto de 1833, en el campamento de éste en las márgenes del río Colorado. Rosas, que había sido informado por Guido sobre las prepotentes actitudes inglesas ante las reclamaciones que había rea­lizado en Londres Manuel Moreno con respecto a las Malvinas, le escribe a aquél tres días después, el 20. En evidente referencia a la expedición de Fitz Roy, le dice: "Es necesario estar a la mira de lo que por ahí andan haciendo los ingleses", y le comunica su idea de asociarse con los tehuelches para defender las tierras patagónicas, idea que comenzará a concretar poco después. El 12 de septiembre le informa a su amigo Juan Terrero: "Los tehuelches que son pocos ya están de acuerdo y de amigos... Si sigo con el negocio pacífico será importantísimo a la República. Acompañados de cien soldados defenderán Patagones y los extranjeros no serán dueños de esas cos­tas y de esa tan valiosa riqueza".
El contexto histórico en el cual se manifiesta la inquietud tanto de Juan Manuel de Rosas (1793-1877) -que había gobernado Buenos Aires entre el 6 de diciembre de 1829 y el 18 de diciembre de 1832- como la Pacheco, estaba signado por las noticias que llegaban desde Londres en cuanto a que el Primer Ministro británico, Henry Temple (1784-1865), había ordenado el envío de una fragata hacia las islas Malvinas con el propósito de tomar posesión de ellas en nombre del rey del Reino Unido. El gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata había tomado posesión formal de las islas el 6 de noviembre de 1820. Por entonces, el área circundante estaba siendo explotada por balleneros y foqueros provenientes en su mayoría del Reino Unido y de Estados Unidos, países con lo que hubo varios roces tanto diplomáticos como militares dada la orden emitida desde Buenos Aires en cuanto a la prohibición de pescar y cazar en las aguas jurisdiccionales.
Para cuando, el 10 de junio de 1829, Luis María Vernet (1792-1871) fue designando Comandante Político y Militar del archipiélago, hacía ya varios años que él y su socio, el ya mencionado Ángel Pacheco, se dedicaban a la explotación de ganado vacuno en la Isla Soledad y tenían el derecho exclusivo sobre la caza y la pesca en las aguas adyacentes a las islas, una concesión otorgada por el gobierno de Buenos Aires. No era de extrañar entonces, la suspicacia con que Pacheco observaba el viaje del HMS Beagle. Entretanto, la nave de guerra británica fletada por Temple llegó a la isla Trinidad (al norte del archipiélago) el 20 de diciembre de 1832, dos días después de que Rosas terminara su gobierno. Un par de semanas más tarde, exactamente el 2 de enero de 1833, arribó a Puerto Soledad donde desembarcaron las fuerzas británicas, izaron su pabellón y tomaron posesión de las Malvinas.
Según Aníbal Ford, es necesario detenerse en los análisis primigenios de Pacheco, Guido y Rosas porque señalan un objetivo básico del viaje del Beagle, objetivo que el tiempo fue soslayando sospechosamente y cuyo significado fue escamoteado. Dice Ford: Del Sarmiento que lee tempranamente a Fitz Roy para utilizarlo como fundamento de su defensa de los derechos chilenos sobre el estrecho de Magallanes al Sarmiento de la apoteosis darwiniana realizada en el Teatro Nacional en 1882, y de éste a la presentación realizada en 1981 por la TV argentina de la excelente versión ingle­sa de dicho viaje, realizada por la BBC, la gesta del Beagle fue posicionada, en relación con la Argentina, como una acción ejemplificadora de la ciencia y el progreso, desvinculándola de los claros obje­tivos de dominio en el Atlántico Sur del almirantazgo inglés y de los conflictos entre la Argentina y Gran Bretaña en esa región geo­gráfica. Salvo algunos historiadores, provenientes por cierto de dife­rentes corrientes historiográficas, que se encargaron de señalar enfáticamente el significado imperialista de la expedición, es común encontrarse con trabajos e interpretaciones, tanto de cor­te periodístico como de enfoque académico, que olvidan o esca­motean esa inserción del viaje del Beagle en un proyecto mayor, evi­dentemente atentatorio de nuestra soberanía, como lo percibieron Rosas, Pacheco y Guido.
Como ejemplos de cómo el valor científico del via­je obnubiló la percepción de su sentido imperialista, Ford menciona, entre otros, los artículos publicados por el diario “El Progreso” en noviem­bre de 1842, y los ensayos "Un naturalista en el Plata" y "Darwin en la pam­pa" de Milcíades Vignati (1895-1978) y Luis Franco 
(1898-1988) respectivamente. En cuanto a los historiadores que, por el contrario, priorizaron el objetivo colonialista por sobre el científico de la expedición, Ford cita los trabajos "La primera Unión del Sur. Orígenes de la frontera austral ar­gentino-chilena”, de Diego Luis Molinari (1889-1966); “Una tierra argentina. Las Islas Malvinas”, de Ricardo Caillet Bois (1903-1977); y “Crónicas del Atlántico Sur, Patagonia, Malvinas y Antártida”, de Ernesto Fitte (1905-1980).
En el siguiente tramo de su ensayo, "Las llaves de los mares del sur", Aníbal Ford detalla cómo, hacia fines de la década del 1820, los navegantes y comerciantes ingleses interesados en las Malvinas en sí o como puerto seguro para sus viajes a Australia y Tasmania comenzaron a presionar sobre el Foreing Office para que Inglaterra se apodere de las islas. Dice Ford: Uno de ellos, William Langdon, relacionado con Vernet, puntualiza en su presentación de 1829: “Debido a la situación de Berkeley Sound (Malvinas) y al tráfico grande de nuestras colonias australianas... he tenido oportunidad de formar opi­nión sobre la necesidad de que nuestro gobierno tome de nuevo posesión de estas islas, lo cual puede llevarse a cabo por una bagatela...”. Esta presión comercial, madre -bajo la administración de lord Palmerston (Henry Temple)- de muchos de los grandes objetivos del imperio, pronto se transformaría en acción. Inglaterra se dispondrá, al decir del general Guido, a "tomar las llaves de los mares del sur para hacerse señora del Pacífico".
Cuando Fitz Roy deja el puerto de Devonport el 27 de diciembre de 1831, ya los engranajes han comenzado a moverse. Apenas dos meses después, en febrero de 1832, Manuel Moreno, ministro ar­gentino en Londres, comienza su desigual enfrentamiento con la política palmerstoniana. Con diez meses de anticipación prevé la toma de las Malvinas. Le escribe a Manuel García el 25 de febrero de ese año: “Reservado. Creo que mi deber es llamar toda la atención del señor minis­tro de Relaciones Exteriores hacia una disputa de la más seria trascenden­cia que se está silenciosamente preparando con mucha actividad y puede comprometer dentro de poco los derechos del país, su dignidad y sus destinos... Tal es la cuestión que se pretende suscitar acerca de la sobera­nía de las islas Malvinas…”. En esta presentación Moreno analiza en detalle tanto la gestión en Buenos Aires del agente Thwaites y la acción en Londres del “Morning Herald” como la creciente actividad en el Foreing Office en torno a las Malvinas y la política de dominio de los mares llevada a cabo por Inglaterra: después de enumerar las bases ya conseguidas por el imperio en todo el mundo (Gibraltar, Malta, Islas Jónicas, Bermudas, Trinidad, Santa Elena, Ascensión, etc.) dice: "En realidad pa­rece no faltar para eslabonar esta cadena de puntos marítimos alre­dedor del globo sino alguna parte cerca del cabo de Hornos que in­fluya en la navegación del Pacífico y mire hacia los establecimientos de Van Diemen y Swann River que existen desde 1803 y 1929". No estaba errado: el 20 de agosto de ese año el almirantazgo in­glés comunica al Foreign Office su decisión de tomar las Malvinas; el 28 de noviembre se entrega, en Río de Janeiro, la orden, al capi­tán Onslow quien, al mando de la Clío, la ejecutaría el 3 de enero de 1833.
La cita del general Guido sobre las intenciones de Inglaterra de hacerse “señora del Pacífico” está tomada de una carta que éste le enviara el 21 de enero de 1833 (esto es, diecinueve días después de la ocupación británica de las islas Malvinas) al general Enrique Martínez (1789-1870), a la sazón ministro de Guerra y Marina que, enfrentado con Rosas, le negó su apoyo para la Campaña al Desierto. En ella, Guido le indicaba al ministro cuál debía ser a su juicio la actitud del país para con Inglaterra después de la toma de las Malvinas. Manuel José García (1784-1848), quien recibe la carta de Moreno, había sido el responsable de la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña el 2 de febrero de 1825, un acuerdo mediante el cual se establecían ciertas ventajas para los comerciantes británicos en las Provincias Unidas y se le otorgaba al Imperio la condición de “nación más favorecida”, es decir, la extensión automática de beneficios ante cualquier otro acuerdo de comercio internacional. En este contexto -continúa Ford- sería ingenuo leer como puramente científicas las "Instrucciones" que el hidrógrafo del almirantazgo inglés, Beau­fort, escribe para Fitz Roy el 11 de noviembre de 1831. Ahí le in­dica: "Es necesario destacar nuestra ignorancia actual de las islas Falkland por frecuentemente que se las haya visitado. El tiempo exigido por un minucioso levantamiento de este grupo de islas no guardará proporción con su valor...". Que detrás de todo "minu­cioso levantamiento" hay un objetivo militar y comercial es algo bastante obvio (y si no lo fuera podría deducirse de algunos párrafos del propio Beaufort).


Francis Beaufort (1774-1857) fue el creador en 1805 de una escala para medir la intensidad del viento. La misma iba desde los 0 grados (viento calmo con velocidad inferior a un nudo y el mar como espejo) hasta los 12 grados (viento huracanado por encima de los 64 nudos y el mar cubierto de espuma que vuela y hace que la visibilidad sea casi nula). Si bien a lo largo de los años la escala sufrió modificaciones sus conceptos básicos permanecen hoy en día. Fue precisamente Beaufort quien recomendó a Darwin para participar en el viaje del Beagle tras aceptar la sugerencia de John Stevens Henslow (1796-1861), profesor de Botánica en Cambridge del futuro autor de “The descent of man” (El origen del hombre). En el “Memorandum” que le entregó a Fitz Roy antes de zarpar, figura el controvertido párrafo que menciona Aníbal Foard: "No es probable que con fines militares ni comerciales se necesita un examen más de­tallado de los dos extraños mares interiores de Otway y Skyrin...". "Ya se conoce el significado que tiene la tranquila y pacífica tarea de reconocer costas deshabitadas. Es el imprescindible punto de partida para cualquier empresa de ocupa­ción”, afirma a su vez Caillet Bois en su obra antes mencionada; y Diego Luis Molinari, en la suya, puntualiza: "Los exploradores como Fitz Roy levantaban mapas cuidadosos que marcaban las tierras y los mares que serían cruzados, más tarde, por los traficantes". Esto lleva a Ford a afirmar que algo más que una pura exploración científica era ésta, la de Fitz Roy, quien, cuando Onslow toma las Malvinas, estaba ahí nomás, explorando minuciosamente las costas de Tierra del Fuego, otra co­diciada zona geográfica como se desprende de los mismos textos de Fitz Roy y de sus experiencias "misioneras" con los indios fueguinos.