En
diciembre de 1831, cuando Fitz Roy volvió a salir de su país para seguir con sus
exploraciones, reunió a bordo del Beagle -un buque pequeño, de alrededor de 240
toneladas, dotado con seis cañones y veintidós cronómetros- a un grupo compuesto
por trece tripulantes, un médico, un carpintero, siete particulares, treinta y
cuatro marineros, seis grumetes, nuestro Darwin -requerido como naturalista
para observar y colectar datos y muestras sobre la flora y la fauna de los
lugares a recorrer-, un sirviente de él, y el catequista Richard Mathews
(1811-1893), que viajaba como misionero a instalarse en Tierra del Fuego acompañado
de los tres aborígenes sobrevivientes que habían sido llevados a Inglaterra en el
viaje anterior, quienes tenían la misión de colaborar con él en su tarea
religiosa.
En
su viaje, además del libro “Reise in die aequinoctial-gegenden des neuen
continents in den jahren 1799-1804” (Narrativa personal del viaje a las
regiones equinocciales del nuevo continente durante los años 1799-1804) de
Alexander von Humboldt (1769-1859), Darwin llevó la Biblia y el recién
aparecido primer tomo de los “Principles of Geology” (Principios de Geología)
del ya citado Charles Lyell, libro que llegaría a ser una inspiración
fundamental para “El origen de las especies”. El primer destino fue la
isla de Wulaia situada al oeste de la isla Navarino, en el estrecho de Murray,
lugar donde Fitz Roy planificó la reinstalación de los yaganes. Con ese
propósito, el reverendo Mathews bendijo la ceremonia matrimonial entre Fuegia
Basket y York Minster, un festejo acompañado con distintos obsequios traídos
desde Europa. Sin embargo, al regresar tras varios días de exploraciones, se
encontraron con el reverendo semidesnudo y sin rastros de los indígenas.
Evidentemente
la devolución de los indígenas a sus respectivas tierras de origen resultó
dramática. En el reencuentro con sus compatriotas -narraría Darwin en 1839 en
su “Journal and remarks. The voyage of the Beagle” (Diario del viaje de un
naturalista alrededor del mundo)- Jemmy Button "entendió muy poco de su
lenguaje, y por otra parte se avergonzaba completamente de sus paisanos. Cuando
después desembarcó York Minster le reconocieron de igual modo, y le dijeron
que debía afeitarse, a pesar de que no tenía más de veinte pelos en su cara y
de que todos nosotros llevábamos la barba crecida y descuidada".
Finalmente llegaron donde estaba la tribu de Jemmy; allí éste esperaba
encontrar a su madre y a sus parientes: "Ya le habían dicho que su padre
estaba muerto, pero como había tenido un 'sueño en su cabeza' al respecto, no
pareció muy preocupado por ello, y a menudo se consolaba con una reflexión muy
natural: ‘Me no help it’ (Mi no poder evitarlo). No pudo obtener detalle alguno
sobre la muerte de su padre porque sus parientes no quisieron hablarle de ella.
Supimos, sin embargo, a través de York, que la madre había estado inconsolable
por la pérdida de Jemmy y lo había buscado por todas partes". Luego
agrega: "Comenzó una sistemática serie de robos; nuevos grupos de
indígenas se fueron acercando: York y Jemmy perdieron muchas cosas",
señala. Hasta los propios compatriotas trataron muy mal a los que regresaron:
"Daba pena dejar a los tres fueguinos con sus salvajes compatriotas; pero
nos tranquilizaba pensar que ellos no temían nada. York, que era hombre
vigoroso y decidido, estaba seguro de pasarlo bien con su mujer, Fuegia. En
cambio, el pobre Jemmy parecía algo desconsolado, y me quedó la duda de si no
se hubiera alegrado de volver con nosotros".
Después
de un año de la huida de los yámanas, dos canoas se acercaron al Beagle.
Era
el 5 de marzo de 1834, cuando la expedición regresó a la zona en que los habían
dejado. En una de ellas alguien alzó la mano en señal de saludo: era Jemmy
Button. Continúa Darwin: “Bien pronto, empero, una pequeña canoa que ostenta
una pequeña banderita en la proa se aproxima a nosotros y vemos que uno de los
hombres que la tripulan se lava el rostro con mucho agua para quitar de el toda
traza de pintura. Ese hombre es nuestro pobre Jemmy, convertido nuevamente en
un salvaje ojeroso, huraño, con los cabellos en desorden y desnudo por
completo, excepto un trozo de manta colocado alrededor de la cintura. No lo
reconocemos hasta que se halla muy cerca de nosotros, porque está muy
avergonzado y vuelve la espalda al navío. Lo habíamos dejado gordo, limpio,
bien vestido; jamás he visto una transformación más completa y triste. Pero así
que fue vestido de nuevo, desde que su primera turbación hubo desaparecido,
vuelve a ser lo que era. Come con el capitán Fitz Roy y lo hace tan pulcramente
como en otros tiempos. Dijo que tenía alimento suficiente; que no sentía el
frío; que sus parientes eran muy buenos, y que no deseaba volver a Inglaterra.
Por la tarde descubrimos la causa de este gran cambio en los sentimientos de
Jemmy, al llegar su joven y bella esposa”.
“Con
su habitual generosidad -continúa recordando Darwin-, trajo dos hermosas pieles
de nutria para dos de sus mejores amigos, y algunas flechas y puntas de arpón,
hechas por sus propias manos, para el capitán. Contó que se había construido
una canoa, y se jactaba de hablar un poco su propia lengua. Lo más curioso es
que, según parece, enseñó algo de inglés a toda su tribu. Había perdido todas
sus propiedades. Nos contó que York Minster había construido una gran canoa y
con su esposa Fuegia se había marchado a su país hacía varios meses. La
despedida fue un acto de suma maldad: convenció a Jemmy y a su madre de que le
acompañaran, pero los abandonó por la noche, robándoles todas sus
pertenencias. Jemmy se fue a dormir a tierra, y a la mañana siguiente
regresó". Y concluye: "Todos a bordo mostraron sincera pena al
darle el último apretón de manos. No dudo que será tan feliz, más feliz quizá,
que si nunca hubiera salido de su tierra". En su “Autobiography” (Autobiografía),
escrita en 1876 sólo para que la leyeran sus hijos y publicada once años
después por uno de ellos -el botánico Francis Darwin (1848-1925)-, Darwin anotó
que el capitán Bartholomew James Sullivan (1810-1890), dedicado a la
exploración y estudio de las islas Malvinas, oyó decir a un cazador de focas,
en 1842, que mientras se encontraba en la parte occidental del estrecho de Magallanes
se admiró de que una mujer "salvaje" que fue al barco hablara inglés.
Indudablemente era Yokcushlu, aquella que habían bautizado Fuegia Basket. A su
vez, el misionero Thomas Bridges (1842-1898) la describió treinta años
después como "una vieja despreciable".
El
capitán Fitz Roy era miembro de una familia de la aristocracia inglesa que se
había destacado en sus estudios y en la carrera militar en la marina inglesa.
Severo anglicano que buscaba por todas partes pruebas fósiles del diluvio
universal, siempre mostró una actitud arrogante, colonialista y etnocentrista
propia de la cultura de la que provenía. Por otro lado Darwin, un liberal que
hacía verdadera ciencia pero cuyo clasismo burgués le llevaba a justificar la
explotación obrera en las fábricas de Inglaterra, entendió que aquel viaje era
su oportunidad para descubrir un mundo nuevo, estudiar las diferentes especies
de animales y plantas en su geografía y observar la variedad de razas humanas.
“Nos sentimos más que asombrados por la cantidad de criaturas autóctonas, y por
su limitada expansión -escribiría tiempo después-. En un período geológicamente
reciente el océano se separó aquí; así pues, tanto en el espacio como en el
tiempo, parece que hemos llegado cerca de un momento clave -el misterio de los
misterios- la aparición primera de nuevos seres sobre la tierra”.
Durante
el periplo, Darwin pasó tres años y tres meses en tierra y dieciocho meses en
el mar. En cada escala del Beagle bajaba a tierra, se adentraba a caballo o a
pié explorando montañas, llanuras y selvas, y recogía especímenes de insectos,
de aves, de animales salvajes o domésticos, los que diseccionaba para estudiar
su anatomía. Estas observaciones a lo largo de la costa sudamericana lo persuadieron
de la gradualidad de los cambios en la superficie terrestre y de los efectos de
éstos sobre las extinciones y las transformaciones de las especies. Así, el
viaje del Beagle sería determinante porque esta experiencia única lo llevaría a
la publicación, veintiocho años después, del libro “El origen de las especies”,
obra en la que expondría el mecanismo de la evolución mediante su teoría de la
selección natural y generaría un verdadero escándalo al poner en duda el dogma
religioso vigente según el cual cada especie viva había sido creada por Dios y
no había cambiado desde su creación.
Entre
los sentimientos que provocaron los indios fueguinos en el joven Darwin
prevalecen el temor y la desconfianza. Le impresionó la profunda
"inferioridad de seres completamente desprovistos en la tierra más
inhóspita". Sus descripciones son terminantes: "No he visto en
ninguna parte criaturas más abyectas y miserables. Una mujer que daba de mamar
a un niño recién nacido vino un día al costado del barco, y permaneció allí por
pura curiosidad, mientras la nieve caía y se acumulaba en su desnudo seno y
sobre la piel desnuda del niño. Estos pobres desgraciados se habían detenido
en su crecimiento; sus horribles rostros embadurnados de pintura blanca; sus
pieles sucias y grasientas; el cabello enmarañado; las voces discordantes, y
sus gestos violentos".
Y agregó: "Cuesta creer que sean criaturas
semejantes a uno y habitantes del mismo mundo. Por la noche, cinco o seis seres
humanos, desnudos y protegidos apenas contra el viento y la lluvia de este
clima tempestuoso, duermen en la tierra húmeda, hechas un ovillo, como
animales", describió en su “Diario” y más adelante afirmaba que "las
diferentes tribus, cuando están en guerra, son caníbales", porque
"cuando en invierno los aprieta el hambre matan y devoran a las ancianas,
antes de matar a sus perros". Un joven indio le relató cómo las mataban:
"sujetándolas sobre el humo, hasta que se asfixian; él imitaba sus
chillidos como una broma, y señalaba las partes de sus cuerpos que consideraban
mejores para comer. Si es horrible una muerte así, a manos de amigos y
parientes, todavía parecen más espantosos los temores de las ancianas cuando
el hambre comienza a apretar. Me contaron que a menudo huyen a las montañas;
pero son atrapadas por los hombres que las vuelven a traer a sus hogares para
sacrificarlas".
El
“Diario” de Darwin es un documento invalorable en sí mismo no sólo por el
papel que le cupo a su autor un par de décadas después luego de publicar “El
origen de las especies”, el libro científico más influyente de la historia,
sino por el valor testimonial de sus vivencias directas. Algunos de sus
relatos captaron con admirable agudeza características que podrían resultar
familiares; otros parecen más mitologías deformadas y magnificadas por la
tradición oral que reales, que en buena medida desnudan los prejuicios y el
imaginario que un aristócrata inglés muy joven podría tener al visitar estas
tierras exóticas. Lo cierto es que, a partir de estas experiencias, se
avecinaban grandes cambios para la ciencia biológica. Se acercaba la hora en
que Darwin se atrevería con el “Génesis”, y la idea de evolución pronto sería
asimilada a lo que parecía ser el destino natural de la sociedad humana. Años
después, en 1871, tras el efímero sueño de la Comuna de París, asomaría el
rostro de un inesperado convidado de piedra: el proletariado industrial. Y
comenzarían las grandes crisis y la inestabilidad social. Sería la hora de las
huelgas y las manifestaciones, del sufragismo femenino y la protesta sindical:
la hora de Karl Marx (1818-1883). Y entonces ya nada seria igual: ni el arte ni
la filosofía, ni la moral ni la familia, ni Dios ni la Razón, ni la Fe ni la
Ciencia.
Pero,
¿fue la misión del HMS Beagle únicamente la de conocer los mares australes,
explorar posibles rutas de navegación, realizar trabajos cartográficos de la
costa sudamericana y determinar con mayor precisión la longitud terrestre
mediante una serie de cálculos cronométricos alrededor del mundo? Un programa
que la BBC de Londres emitió por la televisión en octubre de 1981 mostrando su
versión del viaje de Darwin llevó al escritor y periodista argentino Aníbal
Ford (1934- 2009) a escribir un texto crítico al respecto, el cual sería
publicado por el diario “Clarín” el 5 de noviembre de ese mismo año y, en una
versión corregida y aumentada, por la revista “Todo es historia” en febrero de
1984. Ford tituló su artículo “Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el
Atlántico Sur”, artículo que formaría parte de su libro “Desde la orilla de la
ciencia. Ensayos sobre identidad, cultura y territorio” que apareció en Buenos
Aires en 1987.
Ford
se propuso con su breve ensayo explorar algunos aspectos de la cultura
nacional, “pero entendida ésta no como algo cristalizado y transparente sino
como un cruce de procedimientos, temáticas y problemas cuyos hilos centrales no
son siempre verificables”. Hay "un modo nacional de ver las cosas",
escribió, y fue en ese sentido en que ingresó “en algunas zonas” para aportar o
intentar aportar “algunos ángulos donde vale tanto la teoría como la práctica
cotidiana”. Este "modo" de ver las cosas, reconocía Ford, “no tiene
estatus académico, ni en sus ejes de conocimiento -la memoria, las identidades,
la cultura popular, la vida cotidiana- ni en las formas en que se expresa: el
ensayo, el testimonio, la biografía, el periodismo, la oralidad, cierta
literatura”. Ford, quien fuera profesor titular de la cátedra de Teorías
sobre el Periodismo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA,
reivindicaba la posibilidad de ahondar la realidad argentina no a través de lo
macro y lo jerarquizado, sino desde otros ángulos, porque “lo jerarquizado en
nuestro país no sólo desplaza a lo micro, a lo cotidiano, a lo popular. También
desplaza, a veces, problemáticas centrales y constitutivas de la nación, como
sucede con aquellas referentes al territorio, a la historia del conocimiento
geográfico del país, a las formas en que la sociedad fue construyendo su mapa,
su aquí”.
En
“Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el Atlántico Sur”, el autor entre
otras obras de “Medios de comunicación y cultura popular” y “Navegaciones. Comunicación,
cultura y crisis”, centró su análisis en función de “un desarrollo de la
conciencia territorial que no se despegue de lo humano, de lo social, de lo
histórico y que se salga de las formas reaccionarias en que muchas veces ha
sido planteado”. Partiendo de la premisa de que es necesaria la exploración
de la problemática geopolítica, del territorio, de la administración de recursos
y de la integración nacional desde el lado de la comunicación, la cultura y la
información, el académico argentino planteó el caso concreto de Darwin y Fitz
Roy en su afán por desmitificar el procesamiento histórico y mediático con que
históricamente fue tratado. “El trabajo sobre el viaje de Darwin -escribió-
ingresa esta problemática en las estructuras de la dependencia en la medida en
que muchas veces consumimos información sobre nosotros mismos fabricada afuera
sin haber elaborado nuestra propia visión de la historia. Es un intento de
contrainformación que bien podría generalizarse a otras instancias culturales
en la medida en que cada vez más -informática mediante- somos procesados por
otros”.