¡LLUEVE!
Paz Monserrat Revillo
España
(1962)
Al
principio Mónica no puede entender qué les pasa. A qué obedece semejante
comportamiento. Al primer repiqueteo contra la uralita del parking los quince
se levantan como si hubieran recibido una descarga eléctrica o una señal
interna para unirse a un grupo de animales que inician una migración. Se
dirigen a la ventana, desde donde observan en estado de trance eso tan raro que
cae desde el cielo. Sólo está lloviendo, el típico aguacero primaveral. Pero
los niños lo observan con la misma ansiedad con la que ella reaccionaba las
pocas veces que nevó estando en el colegio y todos se asomaban a las
ventanas haciendo caso omiso de las órdenes de los profesores.
Algunos
tocan los cristales, como si quisieran acudir a una llamada inaudible para su
profesora y se extrañaran de encontrarse con esa superficie transparente, fría,
que se empaña de vaho y que les impide salir. Las bocas abiertas y los hombros
adelantados, no dicen nada, sólo miran sin entender. No entienden ese
brillo de suelo recién fregado que de repente tiene todo el patio, que los
charcos sean espejos en donde se refleja todo el edificio, ni el
movimiento de las hojas verdes que ceden al peso del agua como si les
estuvieran peinando. Es inútil decirles que se vuelvan a sus mesas y continúen
con las actividades. Los rompecabezas, el lego y los dibujos se han
quedado a medio hacer, en un desorden que sugiere una belleza indolente, los
restos de la vida meticulosa que construyen estos niños de tres años
cada día entre esas cuatro paredes. Un paisaje digno de una fotografía, si no
fuera porque lo que ahora tiene que retener en su retina a toda costa son las
caras de sus alumnos: los ojos enormes llenos de pestañas aleteando como
mariposas, los labios entreabiertos, las orejas coloradas y los pelos
revueltos de esos niños que tantos desvelos le proporcionan, pero que ahora
están iluminados y congelados en una imagen que pretende atesorar para siempre.
Mónica desiste de intentar controlar la situación y empieza a disfrutar de ese derroche de agua que disuelve todas sus costras y cristales interiores, que crujen al principio y después fluyen con el líquido como si se hubiera roto alguna compuerta. Y en un instante cae en la cuenta de que la aridez que se había instaurado en el paisaje acaba de ser derrotada por las primeras lluvias contundentes tras un año y medio de sequía, más de la mitad de la vida de sus alumnos, que probablemente nunca habían visto llover de esta manera. La semana que viene aprovechará para explicarles más cosas sobre la lluvia y también sobre el granizo y la nieve. De momento, en un arrebato inconsciente y eufórico, les abre la puerta para que salgan al patio.
Mónica desiste de intentar controlar la situación y empieza a disfrutar de ese derroche de agua que disuelve todas sus costras y cristales interiores, que crujen al principio y después fluyen con el líquido como si se hubiera roto alguna compuerta. Y en un instante cae en la cuenta de que la aridez que se había instaurado en el paisaje acaba de ser derrotada por las primeras lluvias contundentes tras un año y medio de sequía, más de la mitad de la vida de sus alumnos, que probablemente nunca habían visto llover de esta manera. La semana que viene aprovechará para explicarles más cosas sobre la lluvia y también sobre el granizo y la nieve. De momento, en un arrebato inconsciente y eufórico, les abre la puerta para que salgan al patio.
PODER LLORAR
Claudio Menghini
Argentina
(1968)
Cuando
llego al extremo de poder llorar lo hago dos veces seguidas: la primera por la máxima
emoción acumulada y múltiplos de ésta que divinamente mi mente desgrana. La segunda
por la pena que siento por mí mismo.
FÁBULA DEL UNICORNIO
Wilfredo Machado
Venezuela
(1956)
Cuando
Noé vio el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un
instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en
el Arca ante la inminencia del Diluvio. Jamás
había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un
animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un
largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de
caracol, no muy abundante en estos días. Cuenta
la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros por el ir y
venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al unicornio a
comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la
oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la
muerte rogó a un dios por su vida. Éste lo transformó en un narval, dejándolo
conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el
océano del tiempo. En
las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas
oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda con la luna como
una pecera de fondo. A
veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde
tiempos remotos.
EL OLFATEADOR
Beatriz Alonso Aranzábal
España
(1963)
Por
ejemplo, averiguar quién era la mujer que me estaba anudando la corbata fue uno
de mis primeros éxitos como olfateador. Tenía los ojos vendados y toda la
oficina mirándome. En seguida supe que era la administrativa. Después otra
mujer pasó sus dedos por mi pelo y adiviné que era la documentalista. Tampoco
fallé cuando el diseñador gráfico me sacudió la caspa de los hombros. Al
regresar a mi mesa de trabajo la recepcionista, a modo de despedida, me tocó la
punta de la nariz, lo cual desencadenó en mí una terrible convulsión. Desde
entonces cuando llego a trabajar entro con un pañuelo en la nariz. Creen que es
alergia, pero es amor.
TODAVÍA
Graciela Licciardi
Argentina
(1953)
Y
todavía sobrevivo a este invierno y es como todos los inviernos, como cada uno
de los infaltables y largos y desolados y ciegos inviernos de mi vida. Y
camino, aunque en realidad no sé si camino o es la calle que viene hacia mí y
parece que está ahí y que sigue y sigue pero no; está ahí, siempre en el mismo
lugar. Y no hay nadie, aunque en realidad no es que no haya nadie; es que está
eso, pero yo no quiero verlo. Y sonríe, aunque en realidad no sé muy bien si
sonríe o si es una mueca cercana a la burla y que ahora insiste con esa
palabra, una y otra vez y después otra vez hasta que eso me golpea en la
cabeza, me escupe los pensamientos, roza las sienes y me aprieta el pecho y las
piernas y los brazos y los ojos y entonces no tengo más remedio que ponerme a
llorar. Y lloro, aunque en realidad esto no es lo que se dice un llanto, es una
convulsión discontinua, un aleteo de pestañas, unos pliegues amarillentos
alrededor de los ojos, y mi mano que tiembla y la navaja y la boca, ahora
torcida y babosa, pero de una baba licuada que desprende la palabra que eso
había dicho y que ahora repito. Y la repito mil veces, aunque en realidad no sé
si son tantas las veces, y es la palabra que ahora forcejea, se derrama en los
sesos, cae, se levanta y aplasta los sentidos; es un aullido, un agujero en las
sombras. Y entonces grito, aunque en realidad no sé si es un grito eso que
ahora sale por la boca, semejante a un rugido inesperado, que se aletarga y es
un susurro, un líquido viscoso y amargo que cae y moja y crece en la garganta;
y ahora es nada más que un cráter en las venas.
EL PARAISO NUEVO
Rony Vásquez
Perú
(1987)
Mientras astronautas, analistas y demás científicos se ocupaban de su trabajo,
el agricultor de manzanas A y su esposa E, abordaron una nave que les salvó de
la explosión terrestre.
Cuando despertaron, un paisaje desértico los rodeaba: estaban en la luna. A,
previendo el hambre en el futuro, metió la mano en el bolsillo y sembró una
semilla. Esta vez, intentarán burlar a la serpiente.
EXPERIMENTO FALLIDO
Araceli Esteves
España
(1960)
- ¿Puede
leernos las conclusiones?
- Los vermianos y los ucklíneos se adaptan bien. Sus planetas
permanecen estables y han construido un hábitat equilibrado y benigno. Pero
la colonia de humanos no se desarrolla con normalidad, carecen del gen de
la empatía y han deteriorado el planeta hasta el punto de no-retorno. El
experimento en la Tierra no está dando los resultados esperados.
- Apágales el Sol.
- Apágales el Sol.
EL PULPO QUE NO MURIÓ
Sakutaro Jaguiwara
Japón
(1886-1912)
Un
pulpo que agonizaba de hambre fue encerrado en un acuario por muchísimo tiempo.
Una pálida luz se filtraba a través del vidrio y se difundía tristemente en la
densa sombra de la roca. Todo
el mundo se olvidó de este lóbrego acuario. Se podía suponer que el pulpo
estaba muerto y sólo se veía el agua podrida iluminada apenas por la luz del
crepúsculo. Pero
el pulpo no había muerto. Permanecía escondido detrás de la roca. Y cuando
despertó de su sueño tuvo que sufrir hambre terrible, día tras día en esa
prisión solitaria, pues no había carnada alguna ni comida para él. Entonces
comenzó a comerse sus propios tentáculos. Primero uno, después otro. Cuando ya
no tenía tentáculos comenzó a devorar poco a poco sus entrañas, una parte tras
otra. En
esta forma el pulpo terminó comiéndose todo su cuerpo, su piel, su cerebro, su
estómago; absolutamente todo. Una
mañana llegó un cuidador, miró dentro del acuario y sólo vio el agua sombría y
las algas ondulantes. El pulpo prácticamente había desaparecido. Pero
el pulpo no había muerto. Aún estaba vivo en ese acuario mustio y abandonado. Por
espacio de siglos, tal vez eternamente, continuaba viva allí una criatura
invisible, presa de horrenda escasez e insatisfacción.
BONDAD RENTADA
Carlos Arturo Trinelli
Argentina
(1950)
Ser
rico en una sociedad pobre es casi un pecado para el sentir religioso de las
personas. Y sin embargo, ¡es tan fácil! Pero eso sí, hay que dar, devolver de a
poco, en cómodas e ínfimas cuotas que no comprometan nuestra plácida vida y que
reivindiquen nuestras cascoteadas conciencias. ¿Quién
se atreve, por ejemplo, a almorzar en un lujoso restaurante y soportar esos
niños zaparrastrosos, de caras y manos sucias, pedir dinero con voz mecánica e
inaudible? No analicemos frutos de qué amor son, no. Tampoco pensemos en que
esa suciedad de las caritas inocentes se trasladará en un futuro a sus almas,
si es que existen, bah; yo, como religioso que soy, creo que sí. Y no quiero
que el Supremo me reproche nada. ¿Quién
se atreve a negar a un anciano discapacitado el peso de la alegría? ¿Quién
se atreve, en fin, a negar a esa corte de los milagros en que se ha convertido
el país una ayuda fraternal? Yo no puedo. Por ese, quizá, absurdo prurito
nacido al influjo del temor a Dios, yo no puedo. Y ojo, yo empecé de abajo,
bien de abajo. Tuve un sinfín de ocupaciones mal remuneradas y no por falta de
estudios. Tengo sexto grado aprobado. Desde adolescente hice distintos cursos,
algunos por correo y poseo diploma hasta de astronauta. Pero lo que me salvó
fue mi innata habilidad para el dibujo y mi experiencia como imprentero. Por
eso cuando escucho que aquí no hay posibilidades, me tengo que contener para no
contestar mal. Ingenio y audacia, trabajo y picardía, estudio y prudencia,
estos requisitos hay que cumplir para no ser un triste espectador en el festival
de la vida. Por supuesto que le mío no es original. Sólo es rentable y con eso
alcanza. Además con dinero es fácil ser bueno, de la manera maniquea como la sociedad
entiende el bien y el mal. En definitiva, si la crisis es mala yo no soy el
culpable. Mi actividad no ahonda el problema. Eso sí, logré romper el valor del
vil metal al suprimir su escasez intrínseca. El dinero es una ilusión,
entonces yo doy ilusiones a la gente. Debo
confesar sin pudor, que a esta altura y después de años de actividad, podría
haber girado mi dinero al exterior y vivir sin sobresaltos. Yo no sirvo para
eso. Adoro el riesgo de mi trabajo, la excitación de mis inversiones. ¡Qué
duros fueron los comienzos! Viajes por todo el país en auto. Con cargamentos de
dinero grande para compras ínfimas, nafta, cigarrillos, comidas, alojamientos.
Soportar dificultades para cambiar el dinero y tolerar, a veces, algún
pelandrún desconfiado. Todo trabajo tiene sus cosas. En éste, también se gasta
mucho dinero. Ropas, comidas, regalos, mucha presencia para una sociedad
consumidora de imágenes. Después de superar este tamiz, todo es más sencillo.
Además, se gasta sin remordimientos. ¿Que
soy un vulgar delincuente? No, ya no, ahora estoy mimetizado, nadie me puede
enrostrar mi actividad. Por otra parte, repito, nadie que se me acerque con la
mano tendida se la llevará vacía. Circunstancialmente pienso que soy un poco
Dios. El da vida, yo alegría; quizá por eso no me desampara y me ayuda a
seguir adelante. Sobre todo ahora, que la situación del país, además de mi
experiencia en pesos, me obligó también a falsificar dólares.
HISTORIA SIN RETORNO
Mario Levrero
Uruguay (1940-2004)
Un
perro, Campeón. Vivía solo con él y llegó a incomodarme. Lo llevé al bosque, lo
dejé atado con una piola que pudiera romper con un poco de perseverancia y
volví a casa. En
un par de días lo tuve rascando la puerta; lo dejé entrar. Se
me hizo intolerable; lo llevé a un bosque más lejano y lo até a un árbol con
una piola más gruesa (sabía que el defecto no estaba en la piola sino en la
fidelidad del animal, quizás tenía la secreta esperanza de que esta vez no
pudiera liberarse y muriera de hambre). Volvió
algunos días después. Entonces
supe que el perro volvería siempre. No me atrevía a matarlo por temor a los
remordimientos, y pensé que aunque lograra efectivamente perderlo en un
bosque más lejano aún, viviría con el temor constante de su regreso;
atormentaría mis noches y enturbiaría mis alegrías; me ataría más su ausencia
que su presencia. Entonces
dudé apenas un instante ante la majestad del bosque compacto que se alzaba ante
mis ojos, umbrío, imponente, desconocido. Resueltamente, comencé a internarme,
y seguí internándome hasta que, finalmente, me perdí.