Reconocida por sus investigaciones sobre el
accionar de las multinacionales agrícolas, la periodista francesa Marie Monique
Robin (1960) fue quien ha revelado los entretelones del agronegocio y denunciado
a la corporación Monsanto, líder del mercado mundial de semillas transgénicas y
agroquímicos, por ocultar y falsificar información relativa a los productos que
comercializa. Robin
es autora de numerosas investigaciones. Quizás, la más famosa de ellas sea "Le monde selon Monsanto" (El mundo según Monsanto), publicada en 2008 como
libro y documental cinematográfico, traducida a dieciséis idiomas y difundida hasta en
las regiones más recónditas de Africa. En ese trabajo, la periodista francesa dedicó un capítulo entero al caso de la Argentina, lo que la llevó a conocer
diferentes provincias inundadas por el "oro verde" y constantemente fumigadas. La
soja transgénica desembarcó en la Argentina en 1996. Fue el segundo
país, después de los Estados Unidos, en autorizar su llegada, en un proceso
plagado de irregularidades ya que se violaron procedimientos
administrativos, se dejaron sin respuesta los cuestionamientos de instancias
técnicas y no se realizaron los análisis especificados por distintos
organismos. Ya durante la autorización se vio la mano de las multinacionales:
el expediente administrativo estaba escrito en inglés y nunca se tradujo al
castellano. Además, de sus ciento treinta y seis folios, ciento ocho pertenecían a informes presentados
por Monsanto. "Si existe un país en el que la multinacional haya podido hacer todo lo que le
viniera en gana sin el menor obstáculo, ese es Argentina", sostuvo
Marie Monique Robin en "El mundo según Monsanto". Por entonces, dos medios periodísticos de circulación masiva fueron los principales impulsores mediáticos para conseguir el ingreso de la soja
transgénica y el glifosato a la Argentina. En ellos se hablaba de la soja transgénica como "uno de los alimentos más completos" y propiciaban su "ingreso en nuestra cultura". Tiempo después se conocieron los vínculos comerciales que existen entre esos diarios y Monsanto. Los casos de cáncer denunciados por investigadores independientes no tuvieron
lugar en sus páginas y simultáneamente encararon una
campaña para deslegitimar los estudios que advertían sobre los efectos del
herbicida. Sucede que ambas empresas están asociadas en la organización de la
feria anual Expoagro, donde se realizan jugosos negocios vinculados con el
comercio de agroquímicos con la participación de las principales compañías del
rubro. Hoy por hoy, y a pesar de los ingentes esfuerzos que hace el actual gobierno para diferenciarse del gobierno "neoliberal" de los años '90, nada ha cambiado. Es más, el modelo se ha profundizado. Con la anuencia y venal complicidad del gobierno "nacional y popular", Monsanto ha puesto en marcha proyectos tales como Max
Solidario, Semillero de Futuro, Agricultura
Certificada y Compromiso
de Rendimiento Sustentable, programas de "responsabilidad social corporativa" mediante los cuales supuestamente promueve el
desarrollo de "proyectos productivos que contribuyan a la sustentabilidad de
comunidades rurales postergadas" a la vez que introdujo la
tecnología RoundUp Ready -un herbicida a base de glifosato para el
cultivo de maíz- y la tecnología
BG/RR -para ser aplicada en el cultivo de algodón- entre otros. Marie Monique Robin también ha incursionado en otros temas igual de urticantes que también involucran a la Argentina. En "Voleurs d'yeux" (Ladrones de ojos) trató el problema del tráfico de órganos; y en "Escadrons de la mort. L'école française" (Escuadrones de la muerte. La escuela francesa) muestra los vínculos entre los servicios secretos franceses con
sus homólogos de Argentina y Chile. Recientemente ha publicado una nueva investigación sobre la problemática de los transgénicos: "Notre poison quotidien" (El veneno nuestro de cada día), donde se ocupa de los químicos que contaminan la cadena alimentaria. Sobre esta nueva obra se explayó en la entrevista realizada por Manuel Alfieri para la edición el 4 de septiembre de 2012 del diario "Tiempo Argentino".
¿Cuándo y
cómo comenzó su interés por este tema?
Llevo más de veinticinco años trabajando como periodista, con un interés particular por
la cuestión agrícola, porque mis padres son agricultores en Francia. Así fue
que comencé a hacer un trabajo de investigación sobre la pérdida de biodiversidad
en el mundo. Cuando fui a México me encontré con un escándalo tremendo:
multinacionales que consiguen patentes de semillas. Dentro de esas empresas
estaba Monsanto, que en aquella época ya tenía más de seiscientas patentes en plantas.
Allí empecé a investigar a Monsanto y a ver el tema de las patentes, que para
mí es central. La única razón por la que Monsanto hace transgénicos es porque
hay patentes, y eso permite que pida regalías y tenga un monopolio del sistema.
Controla toda la cadena alimentaria a través de este sistema, obligando a los
agricultores a comprar cada año sus semillas.
En "El mundo según Monsanto" usted
denunció el accionar de una de las empresas más poderosas del mundo. ¿Recibió
presiones o amenazas?
Esa era mi preocupación. Pero pasó una cosa que para mí fue una protección
tremenda: el increíble impacto del material publicado. Si no me pasó nada es
porque todo está justificado con entrevistas y con documentos. Yo estaba en
Canadá cuando salió el documental y una de las periodistas que me entrevistó me
dijo que su mejor amiga era la directora de comunicación de Monsanto Canadá. "La empresa buscó en cada página cómo te podía hacer un juicio y no encontró
nada", me confesó. Por eso yo digo abiertamente que Monsanto es una empresa
criminal.
¿Cuáles son los principales argumentos
para sostener su denuncia?
Cuando una empresa sabe que un producto es muy tóxico, es decir, que va a
contaminar el medio ambiente o va a enfermar a la gente, y de todas formas hace
lo posible para mantenerlo en el mercado, entonces se trata de un
comportamiento criminal. Por ejemplo, en el tema del Policloruro de bifenilo
(PCB), prohibido en casi todo el mundo, Monsanto acumuló las pruebas y las
escondió, sabiendo cuán altamente tóxicos eran los PCB. Por eso fueron condenados
a pagar 700 millones de dólares de multa en los Estados Unidos. Fue
por la tragedia de Anniston, en 2002, cuando la justicia comprobó que de tres mil quinientos demandantes de ese pueblo, el 15% presentaba niveles superiores a 20 ppm (partes por millón) de PCB
en sangre, cuando lo aceptable es de 2 ppm.
Este tema forma parte también de su
nuevo libro, "Nuestro veneno de cada día".
Claro. Allí cuento la historia de campesinos que se reunieron para hacer una
asociación de más de doscientos miembros. Muchos tienen enfermedades como Parkinson y
cáncer. Son campesinos que manipulan tóxicos a diario. El presidente de esta
asociación manipuló Lasso, un herbicida para el maíz de Monsanto, prohibido en
la Unión Europea, y esto le provocó una intoxicación aguda. Cayó en coma y,
después de recuperarse, se enfermó de Parkinson. La enfermedad se desarrolló
muy rápidamente, el hombre sólo tiene cuarenta y ocho años. Fue a juicio y ganó. Monsanto
fue reconocido como culpable de la enfermedad y se pudo demostrar que la
empresa disimuló estudios y datos sobre el Lasso. Por eso hablo de
comportamiento criminal: si no saben que tal tóxico contamina, está bien.
Ahora, que lo sepan y lo oculten conscientemente es terrible.
¿Por qué los controles sobre este tipo
de multinacionales resultan insuficientes?
Hay un problema central, que es el sistema de reglamentación de los productos
tóxicos. Las empresas dicen que son productos probados y reglamentados. Todo
eso es mentira: los estudios en que las instituciones gubernamentales se basan
son hechos, entregados y pagados por las propias multinacionales. En general,
los expertos de las agencias de reglamentación, que se supone que van a
estudiar esos datos, tienen conflictos de intereses muy grandes, porque al
mismo tiempo trabajan con multinacionales. Es lo que yo llamo "puertas
giratorias": funcionarios estatales que trabajan en organismos de control y
luego lo hacen en las empresas, o al revés. Por otro lado, es un problema
fundamental en la reglamentación de los agroquímicos la falta de transparencia
y democracia. Los expertos se reúnen a puertas cerradas y ningún observador
está autorizado a asistir a los debates. Los datos que van a estudiar son
protegidos bajo el secreto comercial. Es una cosa increíble, porque es
información toxicológica que tendría que ser pública porque afecta a millones
de personas.
En ese contexto, ¿cree que puede existir
la independencia científica para evaluar a los agroquímicos?
Es muy difícil. Los científicos tienen mucha
presión y a veces pierden su empleo. Sé lo que pasó en la Argentina con el
doctor Carrasco, los problemas que ha tenido a raíz de sus estudios sobre
los terribles efectos en la salud humana del herbicida glifosato usado en los
cultivos de soja transgénica o genéticamente modificada. Siempre es la misma historia. En mi último libro dedico
tres capítulos a lo que se llama la "fábrica de la duda". ¿Qué implica? Si, por
ejemplo, un científico independiente publica un estudio enseñando la relación
entre una exposición a un plaguicida y una enfermedad, la multinacional paga a
un laboratorio que saca otro estudio diciendo lo contrario. Al final, llegan
los dos estudios a la agencia de reglamentación y eso se demora años y años.
Mientras tanto, el producto se sigue utilizando. Es algo perverso, criminal,
porque hablamos de productos que en muchos casos dan cáncer.
Algunas empresas aseguran que los
transgénicos son indispensables porque el crecimiento poblacional demanda mayor
producción de alimentos.
Es mentira. Si en el mundo hay 1.000 millones de personas que sufren hambre es
justamente a causa de este modelo que llevó a la concentración de la tierra,
como se ve bien en la Argentina, donde miles de hectáreas están en manos de
algunos grandes productores. Por otro lado, este sistema de producción de alto
rendimiento es, en un 90%, para alimentar animales de países industriales y no
para alimentar a la gente. Lo que vi en el mundo entero es que ahí donde existe
este modelo de agricultura, hay pueblos acabados, porque saca del país a los
pequeños campesinos, los despoja de la tierra. Con todo esto, están hambreando
al mundo.
¿Y cuál considera que podría ser la
alternativa?
Tenemos que volver a una agricultura familiar, sin dependencia del petróleo,
con biodiversidad de cultivos, que dé la posibilidad a las familias de
alimentarse primero y luego vender en los mercados locales. Sacar a la
agricultura de los grandes mercados internacionales.
En esta coyuntura, ¿qué fue lo que más
le impactó cuando visitó la Argentina?
Estuve en 2005 y recorrí Santiago del Estero, La Pampa, Formosa, entre otros
lugares. En Santiago estaban desmontando de manera brutal, provocando
inundaciones en Santa Fe. También vimos los problemas en la salud: fuimos a
escuelas donde los chicos se habían enfermado porque fumigaban frente al
establecimiento. Un desastre. Pero lo que más me sorprendió fue que nadie sabía
nada. Nadie sabía qué era un transgénico. Nadie se había dado cuenta de que la
sojización era un desastre planificado. Porque el día que no haya más mercado
para la soja transgénica, ¿cómo recuperás el suelo?, ¿cómo recuperás a las
familias de campesinos que fueron despojados de sus tierras? La soja lleva a la
Argentina al hambre y a la dependencia total.
Muchos defensores del glifosato dicen
que este agroquímico es tan dañino como "una aspirina". ¿Qué les diría?
Que si dicen eso, hacen propaganda de Monsanto. Se sabe que el glifosato es un
perturbador endócrino, ataca el sistema de reproducción de las mujeres y los
hombres. Da cáncer, los científicos lo explican. Es un veneno muy poderoso. En
Europa acaba de salir una queja contra Monsanto para revisar la autorización
del glifosato RoundUp, porque se escondieron algunos productos muy tóxicos que
están dentro del formulado y que nunca fueron informados ni publicados. Estoy
segura de que dentro de algunos años el glifosato va a ser prohibido. ¿Pero
después de cuántos muertos y de cuánta contaminación? Es una bomba sanitaria.