Relata
Aníbal Ford en “Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el Atlántico Sur”:
Mediados de 1833. Ya hace diez meses que el Beagle, buque del almirantazgo
inglés, viene realizando un minucioso levantamiento de las costas argentinas.
La nave es comandada por Robert Fitz Roy, experto hidrógrafo y meteorólogo, y
lleva a su bordo a un joven y desconocido naturalista: Charles Darwin. El 10 de
junio de ese año, desde Choele Choel y en plena campaña del desierto, el
coronel Pacheco le escribe a Guido: “Una corbeta inglesa ha permanecido por
allí (Patagones) bastante tiempo, haciendo reconocimiento por toda la costa...
Han fletado buques menores y con pretexto de carreras y otros juegos han
derramado el oro con profusión; solicitaron los mejores baqueanos del río,
tomaron de ellos los conocimientos más minuciosos y han comprado a cualquier
precio todas las plantas que se producen allí y hasta los arbustos más insignificantes.
¿Será mera curiosidad?”.
Ford
hace referencia al coronel Ángel Pacheco (1793-1869),
militar argentino que, en la época del viaje de Darwin, comandaba un ala
de la Expedición del Desierto, la campaña que tenía como propósito conquistar tierras para la agricultura y
la ganadería y someter a los indígenas de las regiones pampeana y patagónica a la obediencia criolla. Tomás Guido (1788-1866),
por su parte, era por entonces ministro de Guerra y Relaciones Exteriores del
gobierno de Buenos Aires, cargo desde el cual enfrentó un plan monárquico de la
Corte de Madrid con relación a los pueblos sudamericanos recién independizados.
Efectivamente,
Fitz Roy había fletado dos buques menores desde Patagones, los que continuaron
explorando las costas patagónicas mientras el Beagle volvía al Río de la Plata
a reabastecerse para realizar su primer viaje a las Malvinas. Entretanto, Darwin
le había prestado especial atención a las plantas de la zona. El 24 de
noviembre de 1832 le escribía a su maestro, el geólogo y botánico inglés John
S. Henslow (1796-1861): "La colección de plantas disecadas contiene
cuanto estaba floreciendo por entonces. Temo que usted o más bien los cimientos
de la cátedra, giman bajo el peso cuando lleguen los barriles".
La
pregunta socarrona de Pacheco -continúa Ford- iba a ser devuelta el 19 de agosto
de ese año con precisión y claridad por el general Guido, agudo y olvidado
analista de la expansión británica: “Las investigaciones que hacen los
extranjeros hacia el sur de la bahía de San José deben llamar seriamente
nuestra atención; estoy persuadido de que no se trata solamente de rectificar
descubrimientos ni de adelantar meramente las nociones científicas: el plan de
los ingleses irá más adelante y algún día veremos sobre nuestro continente
poblaciones extranjeras que se aprovecharán de nuestra imprevisión y de
nuestra incuria”. Justamente dos días antes, el 17 de agosto, Darwin se había
entrevistado con Rosas, jefe de la columna izquierda de la expedición al desierto
de 1833, en el campamento de éste en las márgenes del río Colorado. Rosas, que
había sido informado por Guido sobre las prepotentes actitudes inglesas ante
las reclamaciones que había realizado en Londres Manuel Moreno con respecto a
las Malvinas, le escribe a aquél tres días después, el 20. En evidente
referencia a la expedición de Fitz Roy, le dice: "Es necesario estar a la
mira de lo que por ahí andan haciendo los ingleses", y le comunica su idea
de asociarse con los tehuelches para defender las tierras patagónicas, idea que
comenzará a concretar poco después. El 12 de septiembre le informa a su amigo
Juan Terrero: "Los tehuelches que son pocos ya están de acuerdo y de
amigos... Si sigo con el negocio pacífico será importantísimo a la República.
Acompañados de cien soldados defenderán Patagones y los extranjeros no serán
dueños de esas costas y de esa tan valiosa riqueza".
El
contexto histórico en el cual se manifiesta la inquietud tanto de Juan Manuel
de Rosas (1793-1877) -que había gobernado Buenos Aires entre el 6 de
diciembre de 1829 y el 18 de diciembre de 1832- como la Pacheco, estaba
signado por las noticias que llegaban desde Londres en cuanto a que el Primer
Ministro británico, Henry Temple (1784-1865), había ordenado el envío
de una fragata hacia las islas Malvinas con el propósito de tomar posesión de
ellas en nombre del rey del Reino Unido. El gobierno de
las Provincias Unidas del Río de la Plata había tomado posesión
formal de las islas el 6 de noviembre de 1820. Por entonces, el área circundante
estaba siendo explotada por balleneros y foqueros provenientes en
su mayoría del Reino Unido y de Estados Unidos, países con lo que hubo varios
roces tanto diplomáticos como militares dada la orden emitida desde Buenos
Aires en cuanto a la prohibición de pescar y cazar en las aguas
jurisdiccionales.
Para
cuando, el 10 de junio de 1829, Luis María Vernet (1792-1871) fue designando
Comandante Político y Militar del archipiélago, hacía ya varios años que él y
su socio, el ya mencionado Ángel Pacheco, se dedicaban a la explotación de
ganado vacuno en la Isla Soledad y tenían el derecho exclusivo sobre la caza y la
pesca en las aguas adyacentes a las islas, una concesión otorgada por el
gobierno de Buenos Aires. No era de extrañar entonces, la suspicacia con que
Pacheco observaba el viaje del HMS Beagle. Entretanto, la nave de guerra
británica fletada por Temple llegó a la isla Trinidad (al norte del archipiélago)
el 20 de diciembre de 1832, dos días después de que Rosas terminara su
gobierno. Un par de semanas más tarde, exactamente el 2 de enero de 1833,
arribó a Puerto Soledad donde desembarcaron las fuerzas británicas, izaron su
pabellón y tomaron posesión de las Malvinas.
Según
Aníbal Ford, es necesario detenerse en los análisis primigenios de Pacheco,
Guido y Rosas porque señalan un objetivo básico del viaje del Beagle, objetivo
que el tiempo fue soslayando sospechosamente y cuyo significado fue escamoteado.
Dice Ford: Del Sarmiento que lee tempranamente a Fitz Roy para utilizarlo como
fundamento de su defensa de los derechos chilenos sobre el estrecho de
Magallanes al Sarmiento de la apoteosis darwiniana realizada en el Teatro
Nacional en 1882, y de éste a la presentación realizada en 1981 por la TV
argentina de la excelente versión inglesa de dicho viaje, realizada por la BBC,
la gesta del Beagle fue posicionada, en relación con la Argentina, como una
acción ejemplificadora de la ciencia y el progreso, desvinculándola de los
claros objetivos de dominio en el Atlántico Sur del almirantazgo inglés y de
los conflictos entre la Argentina y Gran Bretaña en esa región geográfica.
Salvo algunos historiadores, provenientes por cierto de diferentes corrientes
historiográficas, que se encargaron de señalar enfáticamente el significado
imperialista de la expedición, es común encontrarse con trabajos e
interpretaciones, tanto de corte periodístico como de enfoque académico, que
olvidan o escamotean esa inserción del viaje del Beagle en un proyecto mayor,
evidentemente atentatorio de nuestra soberanía, como lo percibieron Rosas,
Pacheco y Guido.
Como
ejemplos de cómo el valor científico del viaje obnubiló la percepción de su
sentido imperialista, Ford menciona, entre otros, los artículos publicados por el
diario “El Progreso” en noviembre de 1842, y los ensayos "Un naturalista
en el Plata" y "Darwin en la pampa" de Milcíades Vignati
(1895-1978) y Luis Franco
(1898-1988)
respectivamente. En cuanto a los historiadores que, por el contrario,
priorizaron el objetivo colonialista por sobre el científico de la expedición,
Ford cita los trabajos "La primera Unión del Sur. Orígenes de la frontera
austral argentino-chilena”, de Diego Luis Molinari (1889-1966); “Una tierra argentina.
Las Islas Malvinas”, de Ricardo Caillet Bois (1903-1977); y “Crónicas del
Atlántico Sur, Patagonia, Malvinas y Antártida”, de Ernesto Fitte (1905-1980).
En
el siguiente tramo de su ensayo, "Las llaves de los mares del sur",
Aníbal Ford detalla cómo, hacia fines de la década del 1820, los navegantes y
comerciantes ingleses interesados en las Malvinas en sí o como puerto seguro
para sus viajes a Australia y Tasmania comenzaron a presionar sobre el Foreing
Office para que Inglaterra se apodere de las islas. Dice Ford: Uno de ellos,
William Langdon, relacionado con Vernet, puntualiza en su presentación de 1829:
“Debido a la situación de Berkeley Sound (Malvinas) y al tráfico grande de
nuestras colonias australianas... he tenido oportunidad de formar opinión
sobre la necesidad de que nuestro gobierno tome de nuevo posesión de estas
islas, lo cual puede llevarse a cabo por una bagatela...”. Esta presión
comercial, madre -bajo la administración de lord Palmerston (Henry Temple)- de
muchos de los grandes objetivos del imperio, pronto se transformaría en acción.
Inglaterra se dispondrá, al decir del general Guido, a "tomar las llaves
de los mares del sur para hacerse señora del Pacífico".
Cuando
Fitz Roy deja el puerto de Devonport el 27 de diciembre de 1831, ya los
engranajes han comenzado a moverse. Apenas dos meses después, en febrero de
1832, Manuel Moreno, ministro argentino en Londres, comienza su desigual
enfrentamiento con la política palmerstoniana. Con diez meses de anticipación
prevé la toma de las Malvinas. Le escribe a Manuel García el 25 de febrero de
ese año: “Reservado. Creo que mi deber es llamar toda la atención del señor
ministro de Relaciones Exteriores hacia una disputa de la más seria trascendencia
que se está silenciosamente preparando con mucha actividad y puede comprometer
dentro de poco los derechos del país, su dignidad y sus destinos... Tal es la
cuestión que se pretende suscitar acerca de la soberanía de las islas
Malvinas…”. En esta presentación Moreno analiza en detalle tanto la gestión en
Buenos Aires del agente Thwaites y la acción en Londres del “Morning Herald”
como la creciente actividad en el Foreing Office en torno a las Malvinas y la
política de dominio de los mares llevada a cabo por Inglaterra: después de
enumerar las bases ya conseguidas por el imperio en todo el mundo (Gibraltar,
Malta, Islas Jónicas, Bermudas, Trinidad, Santa Elena, Ascensión, etc.) dice:
"En realidad parece no faltar para eslabonar esta cadena de puntos
marítimos alrededor del globo sino alguna parte cerca del cabo de Hornos que
influya en la navegación del Pacífico y mire hacia los establecimientos de Van
Diemen y Swann River que existen desde 1803 y 1929". No estaba errado: el
20 de agosto de ese año el almirantazgo inglés comunica al Foreign Office su
decisión de tomar las Malvinas; el 28 de noviembre se entrega, en Río de
Janeiro, la orden, al capitán Onslow quien, al mando de la Clío, la ejecutaría
el 3 de enero de 1833.
La
cita del general Guido sobre las intenciones de Inglaterra de hacerse “señora
del Pacífico” está tomada de una carta que éste le enviara el 21 de enero de
1833 (esto es, diecinueve días después de la ocupación británica de las islas
Malvinas) al general Enrique Martínez (1789-1870), a la sazón ministro de
Guerra y Marina que, enfrentado con Rosas, le negó su apoyo para la Campaña
al Desierto. En ella, Guido le indicaba al ministro cuál debía ser a su juicio
la actitud del país para con Inglaterra después de la toma de las Malvinas. Manuel
José García (1784-1848), quien recibe la carta de Moreno, había sido el
responsable de la firma del Tratado de Amistad, Comercio y
Navegación con Gran Bretaña el 2 de febrero de 1825, un acuerdo
mediante el cual se establecían ciertas ventajas para los comerciantes británicos
en las Provincias Unidas y se le otorgaba al Imperio la condición de “nación
más favorecida”, es decir, la extensión automática de beneficios ante cualquier
otro acuerdo de comercio internacional. En este contexto -continúa Ford- sería
ingenuo leer como puramente científicas las "Instrucciones" que el
hidrógrafo del almirantazgo inglés, Beaufort, escribe para Fitz Roy el 11 de
noviembre de 1831. Ahí le indica: "Es necesario destacar nuestra
ignorancia actual de las islas Falkland por frecuentemente que se las haya
visitado. El tiempo exigido por un minucioso levantamiento de este grupo de
islas no guardará proporción con su valor...". Que detrás de todo
"minucioso levantamiento" hay un objetivo militar y comercial es
algo bastante obvio (y si no lo fuera podría deducirse de algunos párrafos del
propio Beaufort).
Francis
Beaufort (1774-1857) fue el creador en 1805 de una escala para medir la
intensidad del viento. La misma iba desde los 0 grados (viento calmo con
velocidad inferior a un nudo y el mar como espejo) hasta los 12 grados (viento
huracanado por encima de los 64 nudos y el mar cubierto de espuma que vuela y
hace que la visibilidad sea casi nula). Si bien a lo largo de los años la
escala sufrió modificaciones sus conceptos básicos permanecen hoy en día. Fue
precisamente Beaufort quien recomendó a Darwin para participar en el viaje del
Beagle tras aceptar la sugerencia de John Stevens Henslow (1796-1861),
profesor de Botánica en Cambridge del futuro autor de “The descent of man” (El
origen del hombre). En el “Memorandum” que le entregó a Fitz Roy antes de
zarpar, figura el controvertido párrafo que menciona Aníbal Foard: "No es
probable que con fines militares ni comerciales se necesita un examen más detallado
de los dos extraños mares interiores de Otway y Skyrin...". "Ya se
conoce el significado que tiene la tranquila y pacífica tarea de reconocer
costas deshabitadas. Es el imprescindible punto de partida para cualquier
empresa de ocupación”, afirma a su vez Caillet Bois en su obra antes
mencionada; y Diego Luis Molinari, en la suya, puntualiza: "Los
exploradores como Fitz Roy levantaban mapas cuidadosos que marcaban las tierras
y los mares que serían cruzados, más tarde, por los traficantes". Esto
lleva a Ford a afirmar que algo más que una pura exploración científica era
ésta, la de Fitz Roy, quien, cuando Onslow toma las Malvinas, estaba ahí nomás,
explorando minuciosamente las costas de Tierra del Fuego, otra codiciada zona
geográfica como se desprende de los mismos textos de Fitz Roy y de sus experiencias
"misioneras" con los indios fueguinos.