En
el siguiente capítulo de “Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el
Atlántico Sur”, el titulado “El nobilísimo propósito", Aníbal Ford
dictamina: La participación de Fitz Roy en el objetivo principal -el dominio
del Atlántico Sur- es sólo parcial. Su expedición constituye un ala de las
complejas, escurridizas y por momentos brillantes políticas del almirantazgo
inglés y del Foreign Office. Por eso él y Darwin se asombran cuando llegan a
las Malvinas, en marzo de 1833, apenas dos meses después de Onslow, y se
encuentran con la bandera inglesa. El rol que le correspondía a la expedición,
en el marco de la política exterior inglesa, era el "científico",
como muy bien se encarga de señalarlo Beaufort en las ya mencionadas
"Instrucciones" para Fitz Roy: "Sería de lamentar -le dice- que
una expedición destinada al nobilísimo propósito de adquirir conocimientos científicos
se manchara con un acto de hostilidad...". Que el proyecto formaba parte
de otro no tan nobilísimo lo demostraría a corto y mediano plazo la política
palmerstoniana en nuestro país; y que, al margen de todo esto, Fitz Roy y
Darwin eran no sólo científicos sino, sobre todo, ingleses, es decir súbditos
de un imperio que no sólo se sentía superior sino que nos codiciaba, lo
demostrarían algunas significativas anécdotas del viaje. Y ya desde el primer
contacto con la Argentina. Después de haber tocado el puerto de Montevideo,
Fitz Roy se dirige, el 2 de agosto de 1832, a Buenos Aires. Al llegar, el navío
de guardia le pide, con cierta vehemencia, que se detenga para cumplir las
reglas sanitarias. Fitz Roy, disgustado ante lo que considera "un
reglamento vejatorio sobre cuarentena", se niega a la inspección y se
retira inmediatamente del puerto de Buenos Aires. Primer dato significativo
éste, el del jefe de una expedición "científica'' que se niega a cumplir
una condición sanitaria impuesta por el precario país periférico.
El
Capitán de Marina John
James Onslow (1796-1856), mencionado por Ford en el párrafo que antecede, fue el
encargado de comandar la ocupación británica de las islas Malvinas al
mando de la corbeta HMS Clío, y fue quien recibió a los expedicionarios del HMS
Beagle. Las peripecias de Fitz Roy -el típico aristócrata victoriano- en el
puerto de Buenos Aires fueron narradas por él mismo en su “Narrative of
the surveying voyages of his Majesty's ships Adventure and Beagle” (Crónica
de los viajes de inspección de los barcos de su Majestad 'Adventure' y 'Beagle'),
obra publicada en Londres en mayo de 1839. Allí cuenta que, acercándose a
Buenos Aires, un buque de guardia porteño los intimó con una serie de disparos
de advertencia al intentar el desembarco. Fitz Roy habló con un oficial porteño
a quien le advirtió que “de haber sabido que se aproximaba a un puerto
incivilizado hubiera tomado las precauciones debidas para poder responder a los
disparos” y, de hecho, mandó disponer la artillería del “Beagle” para el caso en
que debiera usarla contra el barco mandado desde Buenos Aires.
Obviamente
-detalla Ford a continuación-, Fitz Roy esperaba mayor sumisión y respeto. Sumisión
"intelectual" que exige durante todo su viaje. Por esto también su
reacción cuando el mayor del famoso Fuerte Argentino, cerca de la recién
fundada ciudad de Bahía Blanca, muestra su desconfianza ante la expedición.
Narra Fitz Roy, quien había omitido pedir autorización para explorar la zona: “Mr.
Darwin fue conducido con adelanto sobre el resto de la partida para ser
interrogado separadamente por un viejo Mayor, que parecía ser considerado como
el hombre de más juicio del destacamento; y este pobre diablo nos tomó por
gente muy sospechosa, en especial Mr. Darwin, cuyos aparatos le resultaron lo
más sospechosos... El término ''naturalista" era desconocido de todos
allí...”. Aparte de que el término "naturalista" no era tan
desconocido (como naturalista lo define el coronel Garreton a Darwin cuando pocos
meses después deja sentada su visita en el “Diario” de la columna comandada por
Rosas) como tampoco eran tan desconocidos los "aparatos" (bastaría
aquí recorrer la lista del instrumental científico que pone a disposición de
Rosas para la campaña citada el Departamento topográfico de Buenos Aires) vale
detenerse en la forma descalificadora con que Fitz Roy se refiere al Mayor, el
cual en el fondo no hacía más que ver a los ingleses con la misma desconfianza
con que los habrían de ver Guido, Pacheco y Rosas. Y no sin razón. No por mera
coincidencia en esos mismos días Palmerston engañaba alevosamente a Manuel
Moreno en Londres. Ironía (distancia, superioridad, diferenciación) con
respecto al viejo Mayor que también se pondrá en evidencia en Darwin en aquellos
casos en que se plantea el enfrentamiento argentino-inglés.
La
anécdota del trato propinado a Darwin en Bahía Blanca es contada por Fitz Roy
en la obra antes citada y ampliada por el historiador argentino José J. Biedma
(1864-1933) en su “Crónica histórica del Río Negro de Patagones”. El propio Darwin
diría que el Beagle “parecía ser inquieto y la paz huía ante sus pasos”.
El
7 de septiembre de 1832, cuando Fitz Roy, Darwin y otros tripulantes desembarcaron
en las cercanías de Bahía Blanca, fueron recibidos por el Teniente Coronel Martiniano
Rodríguez (1794-1841) quien comandaba Fuerte Argentino. El Comandante
Rodríguez le pareció a Fitz Roy una figura “quijotesca”. No así su segundo, el
“viejo Mayor” del que habla en sus memorias quien, desconfiado, apartó a Darwin
de los demás y lo interrogó sobre las intenciones y naturaleza de su viaje. Darwin
comentaría en 1839 que el Mayor, “un viejo español”, era muy “eficiente” y que había
intentado explicarle que tanto Fitz Roy como él no eran espías, pero siendo ambos
británicos, se habían vuelto objeto de sospecha. Los días siguientes, una
partida de gauchos proveniente de la fortaleza, vigiló desde la costa las
actividades del “Beagle” e incluso algunos entraron en contacto con sus
tripulantes. Darwin comentaría lo bien preparados que se hallaban los gauchos
para la campaña y se mostraría agradecido cuando le enseñaron el uso de las
boleadoras y le regalaron un huevo de ñandú; esto no le impediría comentar que presentaban
un aspecto “pintoresco” y “salvaje”, y que por sus semblantes le parecían
“bárbaros”.
Continúa
Aníbal Ford: El Beagle toca las Malvinas dos veces. Fitz Roy, que hará más
tarde en su diario una extensa defensa de los derechos ingleses sobre estas
islas, participa en la represión de la rebelión protagonizada por el gaucho
Rivero. En su diario también afirma las ventajas de las Malvinas como punto de
apoyo para el Imperio, como centro económico en sí (Vernet ya había demostrado
que las islas podían ser rentables) y en relación con los indios patagónicos a
los cuales les dedica un detallado análisis cuyo objetivo no es por cierto meramente
"antropológico". Fitz Roy descarta el establecimiento de una base
inglesa en Tierra del Fuego por la presencia de los indígenas a los cuales
propone captar comercialmente desde las Malvinas. Pero volvamos a Darwin. Este
escribe desde las Malvinas dos cartas que vale recordar. En una de ellas,
escrita durante la primera escalada en las islas, el 30 de marzo de 1833, dice:
“Hemos llegado aquí, a las islas Falkland, al comienzo de este mes tras una sucesión
de tempestades... Con gran sorpresa hallamos izada la bandera inglesa. Supongo
que la ocupación de este lugar debe haberse noticiado recién ahora en los
diarios ingleses; pero nos enteramos que toda la parte austral de América
bulle de fermento... Por el lenguaje temible de Buenos Aires, uno supondría que
esta gran república entiende ¡declarar la guerra en contra Inglaterra! Justo un
año después, durante la segunda recalada en la isla, le escribe el 30 de marzo
de 1834, al comerciante inglés Lumb, radicado en Buenos Aires. Ahí y después
de referirse a la rebelión del gaucho Rivero, también ironiza: "Tengo la
curiosidad de saber qué cocas dice el prudente gobierno de Buenos Aires sobre
lo ocurrido. Supongo una 'justa revuelta'... Sus pobres súbditos gimiendo bajo
la tiranía de Inglaterra".
Antonio Rivero (1808-1845),
apodado “el gaucho”, era un peón de campo que para la época en que el HMS
Beagle llegó a las Malvinas se encontraba trabajando allí como pastor y esquilador. Luego de
producida la usurpación británica, el capitán Oslow había dejado encargado al
colono irlandés William Dickson (1779-1833) la administración del archipiélago,
y la misión de izar el pabellón británico cada vez que un barco se aproximara a
puerto. Vernet, que había renunciado a su cargo en marzo de 1833 a fin de evitarse
problemas con Gran Bretaña, regresó a Buenos Aires pero siguió desarrollando
normalmente, con la autorización inglesa y a través de sus capataces, la
administración de sus negocios particulares en la colonia de Port Louis de la
isla Soledad, la isla de mayor superficie del archipiélago. Desde hacía un
tiempo, un gran descontento se expandía entre los peones de Vernet a causa de
la explotación a que eran sometidos. La paga les era abonaba no en dinero sino
en vales emitidos por el propio ex-gobernador, y éstos no eran aceptados por Dickson,
que oficiaba a la vez de despensero de la colonia. En estas condiciones, el 26
de agosto de 1833 un grupo de ocho peones, todos analfabetos, acaudillados por
el gaucho Rivero, se sublevó y atacó a los encargados del establecimiento,
dando muerte a cinco personas, entre ellas al propio Dickson. Luego se
instalaron en la vivienda principal, arriaron la bandera inglesa e izaron la argentina.
La sublevación duró hasta que, en los primeros días de 1834, dos buques
británicos llegaron a la isla Soledad con el fin de capturar a los gauchos que,
entretanto, huyeron hacia el interior de la isla. Tras varias expediciones lograron
apresar a los peones, engrillarlos y conducirlos detenidos a Gran Bretaña para
ser juzgados. Allí permanecieron varios meses presos hasta que el ministerio
fiscal, estudiados los antecedentes del caso, le aconsejó al Almirantazgo
dejarlos en libertad y embarcarlos de vuelta a Buenos Aires. Sin embargo, otra
versión asegura que los insurrectos fueron trasladados a Río de Janeiro a
bordo del HMS Beagle, que al mando de Fitz Roy realizaba su
segunda visita a las islas. Allí, a bordo del buque HMS Spartiate se les inició
un proceso por el cual fueron hallados culpables de amotinamiento. No obstante,
por motivos nunca bien aclarados, Fitz Roy ordenó que Rivero y los suyos fueran
liberados en Montevideo.
Es
decir -añade Ford- no sólo los objetivos científicos del viaje estaban relacionados
con los objetivos comerciales y militares de Inglaterra, sino que también los
científicos del Beagle eran, cuando se daba la ocasión, más ingleses que
científicos, cosa natural, por cierto, como hubiese sido natural que nosotros
hubiéramos persistido metodológicamente, al analizar la gesta del Beagle, en
aquella desconfianza que ante ella tuvieron en su momento Pacheco, Guido y
Rosas, claramente ubicados en esa etapa histórica que va de las invasiones inglesas
al bloqueo de 1845, pasando por el empréstito de la Baring Brothers. Pero la
historiografía y la cultura argentinas están llenas de estos
soslayamientos, parcelaciones,
escisiones, "zonceras" como diría Jauretche, o "patologías
epistemológicas" como definiría Bateson. Bastaría para ejemplificar esto
traer a colación la imagen que se nos legó de un hecho no sólo coetáneo del
viaje del Beagle sino también, como ya lo hemos visto, estrechamente
relacionado con él. Me refiero a la campaña al desierto de 1833 y en especial a
la acción de la columna izquierda de dicha campaña comandada por Juan Manuel de
Rosas.
Es
sabido que Darwin se entrevistó con Rosas en el campamento de éste en las
orillas del río Colorado, con el objeto de pedirle autorización para seguir a
caballo su viaje a Buenos Aires.
La entrevista es narrada por Darwin en el “Diario”,
donde expresa su entusiasmo por Rosas. Dice allí: "Es un hombre de
extraordinario carácter, que ejerce la más profunda influencia sobre sus
compañeros, influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar
su prosperidad y dicha". Más tarde, en la segunda edición del “Diario”
(1845), apareció una corrección en nota al pie de este juicio, cosa que muy
bien puede haber sido determinada por el enfrentamiento angloargentino de ese
momento. Dice la nota: "Esta profecía ha resultado una completa y
lastimosa equivocación”. El texto, en cambio, nunca fue modificado por Darwin; es
más, mantuvo al pie de la letra la primera versión, la de sus apuntes tomados
en el viaje y que fueron publicados en 1934 por su nieta, Nora Barlow (1885-1989), bajo
el título “Charles Darwin's diary of the voyage of HMS Beagle" (El diario
de Charles Darwin del viaje de HMS Beagle).
Pero
más allá de esto -termina Ford el capítulo-, y siempre connotando el viaje del
Beagle y encuadrando de paso ese endiosamiento de la objetividad de los viajeros
ingleses que se ha realizado entre nosotros (¿cómo no iban a ser objetivos en
muchos planos si eran agentes que estaban evaluando recursos e inversiones?),
me pregunto hasta dónde el texto de Darwin da una imagen real de la campaña de
1833; hasta dónde Darwin contribuyó también -a pesar de su juicio positivo
sobre Rosas- a reforzar esa imagen parcial y pobre de la campaña elaborada por
la historiografía liberal y que en cierta medida nos dio por la TV la BBC, cuya
versión o interpretación desplazó el juicio positivo de Darwin sobre Rosas y
desarrolló el "jamás se ha reunido un ejército que se pareciera más a una
partida de bandoleros" de Darwin sin que haya sido connotada esa
interpretación por el canal.