17 de julio de 2013

Charles Darwin, el viajero del Beagle (6). Indios, gauchos y habitantes del Plata

Darwin se encontró con Juan Ma­nuel de Rosas en agos­to de 1833. El hacendado bonaeren­se, que ya era uno de los protagonis­tas de la vida política nacional y se vislumbraba como el hombre podero­so que llegó a ser, estaba en su cam­pamento a orillas del río Colorado al mando de un ejército, según el in­glés, "de villanos seudobandidos" como jamás se había reclutado an­tes. La reunión "terminó sin una sonrisa" y Rosas le dio "un pasapor­te con una orden para las postas del gobierno". Darwin señaló sobre sus estableci­mientos: "Están admirablemente ad­ministrados y producen más cerea­les que el resto. Lo primero que le dio gran celebridad fueron las reglas dictadas para sus propias estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres para re­sistir con éxito los ataques de los indios". Darwin se refiere a las "Instrucciones a los mayordomos de estancias" que Rosas escribió en cuartillas en 1819 sin ánimo de publicarlas, aunque aparecerían en formato de libro en 1856. En ellas detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los administradores, capataces y peones rurales. También rescató sus cualidades de gran jinete, lo cual, "de conformidad con los usos y costumbres de los gauchos, le ha granjeado una popu­laridad ilimitada en el país, y como consecuencia, un poder despótico".
Episodios como los precedentes figuran en el “Diario de viaje” que Darwin escribió en 1839, a la vuelta de la travesía de cinco años -entre 1831 y 1836- alrededor del mundo, como naturalista a bordo del HMS Beagle y corresponden al perío­do en que permaneció en el actual territorio argentino, entre julio de 1833 y junio de 1834. El “Diario”, ade­más de minuciosas descripciones de la geología, la flora y la fauna de las zonas visitadas, contiene consi­deraciones antropológicas, costumbristas y anécdotas como las anotadas y abundan las vinculadas a su paso por Argentina. En los capítulos sobre la actual provincia de Buenos Aires, Santa Fe, norte de la Patagonia y Uruguay, por ejemplo, abundan los relatos acerca de la presencia y la amenaza de los indios, preocupación constante de los gau­chos y soldados con los que convi­vía. Relata varias situaciones en las cuales, si bien finalmente no pareció correr riesgo alguno, se percibe con claridad el temor sufrido y la obse­sión por el ataque aborigen. También menciona el gran consuelo que suponía una copa de mate y un cigarrillo cuando descansaba después de una larga cabalgata y le era imposible conse­guir algo de comer durante algún tiempo.
La conversación nocturna en las postas y campamentos siempre ver­saba acerca de los indios. Darwin describe sus crueldades, no menores que las cometidas por los soldados y los gauchos: "Los indios, hombres mujeres y niños, alrededor de ciento diez, fueron hechos prisioneros o muer­tos, porque los soldados la empren­dieron a sablazos contra todos los hombres, quienes se hallaban tan aterrados que no ofrecían resisten­cia en masa, sino que cada uno huía como podía, abandonando aún a su mujer e hijos". Luego agrega una anécdota: "Mi informante me contó que al perseguir a un indio, éste pe­día piedad a gritos, mientras, al mis­mo tiempo con gran disimulo pre­paraba las bolas para hacerlas girar sobre su cabeza y golpear a su per­seguidor. 'Pero yo le derribé al piso con mi sable, y apeándome luego le corté el cuello con mi cuchillo'. És­te es un cuadro muy oscuro; ¡pero mucho más chocante es el hecho de asesinar a sangre fría a todas las mujeres que parecían tener más de veinte años! Cuando le dije que esto me parecía inhumano, me replicó: 'Y, ¿qué se puede hacer? ¡Ellos se crían así!'. Por aquí todos están con­vencidos de que es la más justa de las guerras porque se hace contra bárbaros". Para Darwin, "resulta imposi­ble concebir algo más bárbaro y sal­vaje" que una reunión de indios alia­dos a Rosas: "Algunos bebieron has­ta emborracharse; otros se hartaron de ingerir la sangre fresca de las reses sacrificadas para su cena, sintién­dose luego con náuseas, en medio de la suciedad y la sangre coagulada".
En ocasión de su excursión a San­ta Fe, en octubre de 1833, cuenta que al pasar junto a algunas casas que habían sido saqueadas y luego abandonadas vieron un espectáculo que los guías "contemplaron con gran satisfacción y era el esqueleto de un indio con la piel desecada, colgando de los huesos, suspendido de la rama de un árbol". Y sobre el gobernador de Santa Fe, Estanislao López (1786-1838), escribió: "Lleva diecisiete años en el poder. Esta estabilidad se debe a sus procedimientos tiránicos; la tiranía parece adaptarse mejor a es­tos países que el republicanismo. La ocupación favorita del gobernador es cazar indios; de poco tiempo a esta parte había matado cuarenta y ocho y vendi­do los hijos a razón de tres o cuatro libras cada uno". Y pronostica con terrible exactitud: "En otros cin­cuenta años no quedará ni un indio salvaje al norte del Río Negro".


La vida de los gauchos y soldados, miserable en sus condiciones materiales, acosados y en peligro, impre­sionó vivamente a Darwin. Relata que en la Sierra de la Ventana hicie­ron un "alto para pasar la noche. En ese momento una desafortunada vaca fue divisada por los ojos de lin­ce de los gauchos, quienes se lanza­ron en su persecución y en pocos minutos la enlazaron y la mataron. Teníamos allí las cuatro cosas nece­sarias para la vida en el campo: pasto para los caballos, agua (sólo una charca de agua turbia), carne y leña. Los gauchos se pusieron del mejor hu­mor al hallar todos estos lujos, y pronto empezamos a preparar la ce­na con la pobre vaca. Esta fue la pri­mera noche que pasé a la intempe­rie, teniendo por cama el recado de montar. Hay un gran placer en la vi­da independiente del gaucho al po­der apearse en cualquier momento y decir: 'Aquí pasaré la noche'. El si­lencio fúnebre de la llanura, los pe­rros alerta, y el gitanesco grupo de gauchos haciendo sus camas en tor­no del fuego, han dejado en mi men­te un cuadro imborrable de esta pri­mera noche, que nunca olvidaré".
A su regreso de Santa Fe, los primeros días de noviembre de 1833, Darwin se convirtió en partícipe involunta­rio de un conflicto político: la Revo­lución de los Restauradores orquestada por la Sociedad Popular Restauradora, que terminó con la re­nuncia del gobernador Juan Ramón Balcarce (1773-1836). Esta suerte de club político era una organización que respondía a Rosas y cuyo brazo armado era la temible “Mazorca", una organización parapolicial y seudomilitar que se encargaba de registrar las casas de los opositores, a los que arrestaban, torturaban y mataban. El método era el degüello. Luego los cadáveres se exponían colgados y las cabezas en picas. Al llegar a la desembocadura del Pa­raná a bordo de un pequeño barco, Darwin desembarcó en Las Con­chas, con intención de proseguir a caballo, pero se encontró con soldados que no lo dejaron avanzar. Ano­ta: "El general, los oficiales y los soldados, todos parecían, y creo que en realidad lo eran, grandes vi­llanos". Sin embargo, cuando contó su amable encuentro con Rosas la actitud hacia él cambió y le dieron un salvoconducto que le fue muy útil en el trayecto, aunque tuvo que dar un gran rodeo a la ciudad y en­trar por Quilmes.
Darwin reflexionó: "Apenas había quejas que pudieran justificar la revolución: pero esto sucede en una nación que en el lap­so de nueve meses (de febrero a oc­tubre de 1820) había sufrido quince cambios de gobierno". Y agregó que "sería absurdo buscar pretextos. En este caso, una partida de setenta hombres partidarios de Rosas, que estaban disgustados con el gober­nador Balcarce, salió de la ciudad, y gritando por Rosas, levantaron en armas todo el país. La ciudad fue si­tiada, sin provisiones, ganado vacu­no y caballar. Los sitiadores sabí­an bien que impidiendo el suminis­tro de carne tendrían segura la vic­toria", apuntó.
Darwin ofrece también en su “Diario” algunas consideraciones generales sobre los habitantes de la región y, como siem­pre, mantiene cierta ambivalencia en sus juicios: "Los gauchos o campesi­nos son muy superiores a los que re­siden en las ciudades", opina y luego puntualiza que son "corteses", "hos­pitalarios" y "modestos, tanto res­pecto de sí mismos como de su país, y al mismo tiempo animosos y bra­vos". Subraya que "se cometen mu­chos robos y se derrama mucha sangre. El uso constante del cuchi­llo es la causa principal. Es lamen­table escuchar cuántas vidas se pierden por cuestiones triviales". Dice que "los robos son la consecuencia natural del juego -universalmente extendido-, exceso de be­bida y de la extremada indolencia”. En esa misma línea, se queja de que "para colmo, hay una gran cantidad de días fe­riados".
Las críticas continúan en cuanto a las cosas que sucedían en la Confederación Argentina: "La policía y la justicia son completamente inefi­cientes. Si un hombre pobre comete un asesinato y es atrapado, será en­carcelado y, tal vez, fusilado; pero si es rico y tiene amigos, no tendrá graves consecuencias. Es curioso que hasta las personas más respeta­bles del país favorezcan siempre la fuga de los asesinos. Parecen pensar que los individuos delinquen contra el gobierno y no contra la sociedad". Más adelante añade: "El carácter de las clases más elevadas y educadas, que resi­den en las ciudades, participa, aun­que tal vez en grado menor, de las buenas cualidades del gaucho; pero temo que tengan muchos vicios de los que él está libre. La sensualidad, la burla hacia toda religión y una gran corrupción son cosa común. Casi todos los funcionarios públi­cos pueden ser sobornados. El director de Correos vendía sellos fal­sificados. El gobernador y su pri­mer ministro se confabulaban para estafar al Estado. Nadie puede es­perar justicia cuando entra en juego el oro. Con tan completa falta de principios en los hombres que con­ducen, y con una infinidad de em­pleados revoltosos con sueldos de hambre, ¡el pueblo todavía tiene es­peranza de que una forma democrá­tica de gobierno triunfe!".
Pero, por otro lado, Darwin no ahorró elogios y vislumbró un buen futuro para estas tierras: "Las maneras corteses y señoriales, en los distin­tos aspectos de la vida; el excelente gusto de las mujeres en el vestir, y la igualdad de trato en todas las clases". "Y no cabe duda -analiza- de que el excesivo liberalismo de estos países debe llevar al final a buenos resultados. La tolerancia generaliza­da hacia las religiones extranjeras; la alta consideración hacia la educa­ción; la libertad de prensa; las facili­dades ofrecidas a todos los extran­jeros, y especialmente -como yo mismo puedo asegurar- cualquiera que profese algún interés por la ciencia, por más humilde que sea, deberá recordar con gratitud la Sudamérica española".
Darwin viajó dos veces a las islas Malvinas: la primera en marzo de 1833, menos de dos meses después de que los in­gleses las ocuparan definitivamente, y la segunda en marzo de 1834, luego de una serie de san­grientos episodios. Sin embargo, dedicó sólo medio capítulo de su “Diario” a describir con el detalle ha­bitual los terrenos y la fauna autóc­tonos, y prácticamente no hizo nin­guna referencia precisa a los conflictos políticos (la toma de pose­sión por parte de los ingleses en el primer viaje) y policiales (el levantamiento del gaucho Rivero que terminó con el asesinato de varios colonos y el repre­sentante del gobernador inglés). En cambio si anotó nuevamente los hábitos culinarios de los gauchos: “Cazaron una vaca y tuvieron de cena carne con cuero, un bocado tan superior a la carne de vaca ordinaria como el venado lo es al cordero". Y acotó: "Si algún respetable regidor de Londres hu­biera cenado con nosotros aquella noche carne con cuero, pronto se habría celebrado en Londres".
El “Diario” de Darwin contiene, como se ha visto, detalladas apreciaciones sociológi­cas y antropológicas, pero además innumerables descripciones geológi­cas y biológicas. Cerca de la playa de Punta Alta, en las proximidades de Bahía Blanca, encontró restos de animales extinguidos de tamaño gigantesco, pero que guardaban un extraor­dinario parecido con sus diminutos equivalentes del mundo actual. El 9 de enero de 1834 escribió en el “Dia­rio”: "Es imposible reflexionar acerca de los cambios producidos en el continente americano sin experimen­tar profundo asombro. Antiguamente debieron de pulu­lar en él grandes monstruos. Desde la época en que vivimos no pueden haber tenido lugar grandes cambios en la constitución física del país. ¿Cuál puede ser enton­ces la causa del exterminio de tantas especies y de tantos géneros enteros".
El viaje le reportó al joven Darwin una enorme canti­dad de datos y, sobre todo algunas dudas sobre las cre­encias vigentes. A su regreso a Londres llevó consigo una enorme colección de datos y pero todavía ninguna teoría que les diera sentido y los organizara. Cuando al amplísimo material acumulado en casi cinco años de viaje añadió sus lecturas sobre las variaciones en cultivos o crías domésticas, llegó a su idea de la selección natural. Recién en 1837 inició un cuaderno de notas sobre el pro­blema de las especies y, en octubre del año siguiente, leyó “An essay on the principle of population” (Ensayo sobre el principio de la población) del economista inglés Thomas Malthus (1766-1834), una obra que lo inspiró en la idea de la lucha por la existencia y lo im­pulsó a seguir trabajando en la hipótesis de la "transmutación" de las especies. “Después, leyendo a Malthus,  inmediatamente vi cómo aplicar este principio”, contó en una carta. En su ensayo, Malthus afirmaba que la población hu­mana aumenta más rápidamente de lo que aumentan los alimentos y que, en consecuencia, la población tendría que reducirse por hambre, en­fermedad o guerra.
En 1844, Darwin ya había desarrollado su teoría y escrito un vo­luminoso texto. En los quince años siguientes llevó a cabo un inmenso trabajo de acumulación de pruebas, reflexión y experimentos, que habrían de constituir su mayor obra. Sólo el hecho de que en junio de 1858 Alfred Russel Wallace (1823-1913), otro naturalista y explorador británico, le enviara un breve artículo en el que exponía una teoría de la selección natural (prácticamente idéntica a la suya, que Darwin con gran honestidad dio a conocer), le impulsó a publicar el resu­men de un resumen de todo su trabajo. Tras la publicación del artículo en el periódico de la Sociedad Linneana de Londres en julio de ese mismo año, Darwin trabajó febrilmente durante los siguientes trece meses hasta que, el 22 de noviembre de 1859, finalmente apareció “El origen de las especies”. A partir de entonces cambiaría la historia de la biología.