¿Qué
es lo que Darwin no puso en su “Diario?”, se pregunta Aníbal Ford en "Una
partida de bandoleros", penúltima parte de “Darwin, Fitz Roy y los
intereses ingleses en el Atlántico Sur”. Me remito a Saldías, quien, en su “Historia
de la Confederación Argentina” afirma: "Atraídos por la fama de la
expedición al desierto y por las exploraciones científicas que se practicaban
sobre el río Colorado, el río Negro, etc. (Darwin y Fitz Roy) se dirigieron a
Patagones”. Más adelante dice Saldías: “Al despedirse de Rosas (Darwin) le
declaró, según un testigo ocular, que la penosísima campaña en que estaban empeñados
era una de las empresas más trascendentales que podía acometer un gobierno
civilizado". ¿Inventos de Saldías? Por cierto que no: el mismo Saldías
trae a colación el “Annuaire historique universal” de Lesur referente al 1833,
donde se destacan los aportes científicos de la expedición de Rosas. Sin
embargo, nuestra historiografía oficial soslayó estos aportes como soslayó los
objetivos comerciales y militares de la expedición inglesa. Dos casos de
ocultamiento de significado pero con signo inverso (la ciencia es la de los de
afuera pareciera ser la premisa que los articula) que bien ejemplifican las
formas probritánicas y desvalorizadoras de lo nacional con que muchas veces son
procesados los hechos históricos dentro de nuestra cultura.
Porque
realmente -entiende Ford- la expedición de Rosas tiene un lugar destacado en
la historia del conocimiento geográfico, científico y económico de nuestro
territorio como bien lo han señalado diversos historiadores como es el caso de
Saldías, Corvalán Mendilaharsu, Stieben, Jauretche, Martínez Sierra y
Fernández Arlaud. Y me remito a la síntesis que de esa campaña hace Domingo
Pronsato: “Rosas había llevado consigo dieciséis hombres de ciencia... Irán
ingenieros, astrónomos, hidrógrafos, meteorólogos, médicos, agrónomos, veterinarios
y economistas. Así, el coronel ingeniero Feliciano Chiclana (h), el astrónomo
italiano Nicolás Descalzi, el teniente coronel agrimensor Ildefonso de
Arenales, los hidrógrafos Juan B. Thorne y Guillermo Bathurst, el doctor
González, el coronel Juan Antonio Carretón, autor del ‘Diario de Marcha’ de la
expedición. Ellos realizaron el relevamiento completo, topográfico e
hidrográfico del Río Negro hasta Confluencia y del Colorado hasta el codo
Chiclana. Efectuaron observaciones astronómicas y climatológicas que sirvieron
para el primer estudio de una colonización patagónica que inició después don
Pedro Luro, español contratado por Rosas. De esta expedición surge aconsejada
por Rosas la cría del merino lanar como la especie más apropiada por suelo y
clima para poblar las tierras patagónicas”.
Durante
toda la campaña -prosigue Ford- y bajo la vigilancia estricta de Rosas, cuya
formación geográfica fue estudiada por Stieben, hubo, como bien lo demuestra
Fernández Arlaud, un "interés especial de observar, recoger y anotar
cuanto pudiera servir para un mejor conocimiento del sur, tanto en el aspecto
topográfico como el geológico, hidrográfico, zoo o fitogeográfico".
Afirmación que puede connotarse con una anécdota, no por cierto de interés
secundario, narrada por el astrónomo italiano Nicolás Descalzi y que
ejemplifica bien hasta dónde la ciencia participaba de la vida cotidiana de la
expedición. Anota Descalzi en su “Diario” de campaña: “Hoy di parte a S.E. el
general Rosas del eclipse que a la noche iba a suceder... Él se fue al
campamento de los indios amigos; como era de noche los sorprendió con su
presencia; él los sosegó y les dijo que les iba a avisar que lueguito se iba a
tapar la luna para que no se asustasen y no tuvieran malos sueños y les
explicó lo que es el eclipse”. Sin embargo el espectador argentino que vio por
TV la versión del viaje del Beagle y que, por supuesto, no tiene a mano esta
información tuvo que quedarse con esa versión pobre y limitada de la campaña
de Rosas que le dio la BBC y también el canal argentino que no enmarcó
críticamente ni esa versión ni el testimonio de Darwin, ignorancias en torno a
la cultura nacional que campean en los medios.
Ford
utiliza aquí los testimonios recogidos en “Historia de la Confederación
Argentina” de Adolfo Saldías (1849-1914), historiador revisionista que para la
elaboración de esta obra utilizó los archivos que Rosas llevara consigo a su
exilio en Inglaterra. Saldías se basó, para el caso concreto de la Expedición
al Desierto, en lo dicho por el editor francés Charles Louis Lesur (1770-1849) en
la edición correspondiente a 1833 de su “Annuaire historique universal” (Anuario
de historia universal), un volumen que publicó entre 1818 y1861 en el que
resumía los acontecimientos del año precedente. La cita sobre los
científicos que Rosas llevó en su expedición está tomada de “Patagonia, proa
del mundo”, un libro del ingeniero e historiador argentino Domingo Pronsato
(1881-1971). Enrique Stieben (1893-1958), por su parte, maestro entrerriano
radicado en La Pampa, fue un destacado integrante del Instituto Juan Manuel de
Rosas creado en los años ’50. Allí, junto a otros historiadores revisionistas,
se dedicó al estudio de la historia, la geografía, la geología, la botánica y
la etnología, tanto pampeana como patagónica. Una de sus mayores obras es “Toponimia
araucana de la República”. La cita utilizada por Ford pertenece al artículo "Conocimientos
geográficos de Rosas previos a la campaña del Colorado", publicada en la
revista del instituto en el que trabajaba en diciembre de 1963. Por otro lado,
el agrimensor italiano Nicolás Descalzi (1801-1857) fue designado por Rosas ingeniero,
hidrógrafo y astrónomo del ejército del ala izquierda del cuerpo expedicionario
al desierto. Con la goleta Encarnación y la ballenera Manuelita estudió el Río Negro
y lo exploró hasta Choele Choel. En 1839, Rosas lo distinguió con los despachos
de Sargento Mayor de caballería.
En
el capítulo final de “Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el Atlántico
Sur”, Aníbal Ford centra su atención en Darwin. Escribe: Recorrida así esta
zona de significación del viaje del Beagle, vale reinstalarnos en el conjunto
mayor de relaciones que se establece entre ese hecho histórico de
trascendencia universal y nosotros, porque sería tan objetable soslayar lo que
hemos ido señalando como limitarnos a ello para evaluar un viaje que se insertó
en nuestra historia desde muchos ángulos. Sin desconocer el extraordinario
aporte técnico de Fitz Roy al conocimiento de nuestras costas, me voy a
limitar en este caso a Darwin. Pienso, por ejemplo, en el Darwin que, con un
solo acompañante, cruza a caballo las peligrosas estepas y pampas de 1833, de
Patagones a Buenos Aires para seguir luego hasta Coronda; aquel que le escribe
a su hermana: "me he convertido en un verdadero gaucho; sorbo mi mate y
fumo mi cigarro y luego me acuesto y duermo confortablemente con los cielos
como dosel...". Es decir, en el Darwin que no se arredra ante ningún
peligro; víctima, posiblemente, del mal de Chagas; al Darwin que se funde con
las gentes, que capta como pocos las tremendas soledades y espacios de la Pampa
o la Patagonia, modelo de explorador cuyo “Diario” será una de las herramientas
fundamentales para los "geógrafos militantes" -el término es de
Daus- de la década de 1870 que, como Moyano, Lista, Fontana, Moreno, Zeballos,
revelaron palmo a palmo nuestros territorios olvidados.
Pienso
en el Darwin que se inserta en la historia de nuestra ciencia por su aporte al
conocimiento geográfico, geológico, zoológico y sobre todo paleontológico; en
el que fue generando en nuestro suelo gérmenes básicos de su teoría y no sólo a
partir del hallazgo del yacimiento de fósiles de Punta Alta, sino a través de
muchas otras instancias, como bien lo señalara Emiliano Mac Donagh en uno de
los mejores trabajos realizados en nuestro país sobre el aporte científico de
Darwin; pienso, también no sólo en el Darwin que da sino en el que recibe,
especialmente de ese extraordinario sabio argentino que fuera Francisco Javier
Muñiz, quien le suministra datos básicos para su teoría a través de sus
informes sobre la vaca ñata (ñata oxen) especie vacuna degenerada que
prácticamente desaparece con la sequía de 1831 a raíz de su incapacidad para
ramonear pastos y raíces debido a la estructura de su boca. Bastaría
transcribir para confirmar esto las reflexiones que realiza Darwin en la
segunda edición de su “Diario” y cuando todavía no había llegado a formular su
teoría después de transcribir parte del informe de Muñiz. Ahí dice, con
respecto a la vaca nata: "¿No es un ejemplo sorprendente de las raras
indicaciones que pueden proporcionarnos las ordinarias costumbres de la vida
acerca de las causas que determinan la rareza o extinción de las especies,
cuando esas causas no se originan más que a largos intervalos?".
La
hipótesis de que la enfermedad que postrara a Darwin por el resto de sus días fue
el mal de Chagas, el cual habría contraído a raíz de un ataque de vinchucas en
Lujan de Cuyo, fue esbozada en 1959 por el médico bielorruso naturalizado
inglés Saul Adler (1895-1966) en su obra "Darwin's illness” (La enfermedad
de Darwin). La obra que se menciona de Emiliano Mac Donagh (1896-1961), doctor
en Ciencias Naturales argentino, es "Para una historia de la zoología
argentina. Nuevos datos sobre Charles Darwin en su viaje argentino”, aparecida en 1957. En cuanto a Francisco
Javier Muñiz (1795-1871), médico y paleontólogo argentino, el propio Darwin le agradecería
en una carta la información proporcionada por éste sobre la vaca ñata.
Pienso
también -continúa Ford- en las lecturas argentinas de Darwin. Es como, por
ejemplo, Darwin generó, a partir de una mala traducción de su texto sobre el
Río Santa Cruz, la leyenda de la Patagonia como "tierra maldita",
fundamento utilizado por muchos para no defenderla y desvalorizarla. Pero al
margen de estos desvíos, la presencia en la Argentina del joven Darwin, su “Diario”,
convergerían con las lecturas del otro Darwin, aquel que provoca la
"explosión darwiniana" de la década del ochenta, ejemplificada de
manera espectacular e insólita por el homenaje que se le rinde pocos días
después de su muerte en el Teatro Nacional el 19 de mayo de 1882, organizado
por el Círculo Médico Argentino. Narraría “La Nación” al día siguiente: “Anoche
a las siete y media dos bandas de música, la de Artillería y la de la Provincia
de Buenos Aires, se hallaban delante del Teatro Nacional y una multitud
compacta llenaba la calle. La entrada y los pasillos del hermoso teatro
estaban ocupados por numerosos concurrentes y los palcos empezaban a serlo por
familias. A las ocho la sala estaba llena, viéndose palcos en que había hasta
doce personas, tal y tan grande era la cantidad de concurrentes que había
acudido”. Las tres mil personas se reunieron entonces -tal vez la “reunión”
intelectual más importante de la época de toda América Latina- para oír al
viejo Sarmiento y al joven Holmberg, orgullosos paladines del progreso y del
transformismo en una Buenos Aires que también todavía era, y no sólo por
atraso, la gran aldea tradicional y católica.
Pero
aquí ya nos estamos refiriendo -culmina Aníbal Ford-, y éste es otro tema, al
Darwin de las polémicas fundamentales y básicas de la formación de la Argentina
moderna y no sólo al del enfrentamiento laico-católico sino también a aquel
que, a pesar suyo, se prolonga en el "darwinismo social", ideología
que habría de pesar negativamente en la interpretación política de las matrices
sociales nacionales. A un Darwin que se vuelve a reunir, por cierto, con aquel
del viaje del almirantazgo inglés que señalamos al principio, con aquel Darwin
que sostuvo una conversación con Rosas de dos horas sin que éste le sonriera
una sola vez.
El
hierático Juan Manuel de Rosas había, con su expedición al río Colorado, asegurado
el control de las tierras conquistadas durante el decenio anterior, al menos
hasta la isla de Choele Choel, en el río Negro. La campaña fue tanto una
operación militar como una maniobra política, y en ambos casos le reportó un
éxito. En 1926, el novelista y poeta argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927) diría
que "el malón indio fue destruido por el malón criollo". Rosas, el
“restaurador de las leyes”, el grandioso hacendado, el opulento terrateniente, gobernaría
la provincia de Buenos Aires por segunda vez, entre 1835 y 1852, mientras el
antiguo territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata era asolado por
una larga guerra civil, la primera en la que estuvieron simultáneamente
implicadas casi todas las provincias argentinas. Sus enemigos políticos fueron estigmatizados
bajo el doble mote de "salvajes unitarios" y "traidores a la
Patria", debiendo muchos de ellos emigrar hacia otros países. Para Rosas,
"emigrado" era sinónimo de criminal, de traidor, de conspirador. Sin
embargo, tras su derrota en la batalla de Caseros, él mismo tuvo que emigrar y
buscó el amparo del Imperio Británico. Acondicionó diecinueve cajones repletos de
documentos y, junto a su familia y algunos allegados, se embarcó en una nave
británica que estaba anclada en el Río de la Plata custodiando los intereses de
Su Majestad. Se exiló en Southampton, donde sus
amistades fueron británicas y sus peones ingleses, en la Burgess Farm, durante veinticinco
años.