El
siciliano Andrea Camilleri (1925) tenía tras de sí una extensa carrera
como novelista, guionista, director teatral y televisivo cuando, en 1994,
publicó "La forma dell'acqua" (La forma del agua), primera novela de
la serie protagonizada por el Comisario
Montalbano, nombre que eligió para homenajear a Vázquez Montalbán. El
libro fue un suceso tal en Italia que la serie de novelas y relatos protagonizados
por este personaje se extendió, hasta el día de hoy, a la treintena de títulos. "Il ladro di merendine" (El ladrón de meriendas), "La voce del violino" (La
voz del violín), "La pazienza del ragno" (La paciencia de la araña), "La
pista di sabbia" (La pista de arena) y "La caccia al tesoro" (La
caza del tesoro) son algunos de ellos. Sin proponérselo, Camilleri logró que el
Comisario Montalbano se convirtiese en el más duro competidor en Italia del
archifamoso Pepe Carvalho, el mítico personaje creado por Vázquez Montalbán.
Cuando en 1998
Camilleri publicó el tomo de relatos "Un mese con Montalbano" (Un mes
con Montalbano), Manuel Vázquez Montalbán se encargó del prólogo a la edición
española, el que tituló "Treinta miradas del comisario Montalbano". El texto
fue reproducido después por varios medios internacionales, entre ellos "La
Vanguardia" y "La Repubblica".
TREINTA MIRADAS DEL COMISARIO MONTALBANO
Aunque era un rumor que crecía como una bola de
nieve o como el "impeachement" de un presidente de los Estados Unidos,
fue necesario llegar al verano de 1998 para que la irresistible ascensión de
Andrea Camilleri se convirtiera en evidencia informativa. Siete novelas, siete,
del escritor siciliano aparecían en todas las listas de libros más vendidos de
Italia, copando en algún momento los primeros lugares. No estábamos ante un
fenómeno de prefabricación publicitaria, sino al contrario, ante la
comprobación de que la literatura más artesanal puede ser ratificada por el
gran público mediante el concurso de un nuevo sujeto del cambio de gusto: la
vanguardia de los lectores, hoy mucho más determinante que la vanguardia de la
crítica, por mal que les siente a algunos críticos empeñados en identificar al
público con el mercado para desacreditarlo como juez. El propio Camilleri
confiesa a la prensa: "Soy un escritor lanzado por el tam tam del público,
no he ganado premios de resonancia. Elvira (Edit. Sellerio) no hace ninguna
publicidad, y así llegaba a diez mil ejemplares porque la gente se telefoneaba
y, como se aconseja una película, se aconsejaba mis libros". Es más, algunas
veces los lectores le han abordado y le han desaconsejado los próximos pasos a
dar por su personaje, el comisario Salvo Montalbano, a manera
de "feedback" espontáneo que merece un tratamiento en las facultades de
Ciencias de la Comunicación.
"¿No has leído a Camilleri? ¿Cómo es posible que
no hayas leído a Camilleri?" dejó de ser un rumor para convertirse
en "fumetto" sobre la línea del cielo de la sociedad literaria italiana.
Apuesta meritoria porque sus libros aparecían en una editorial siciliana,
Sellerio, prestigiada por el padrinazgo de Sciascia, pero con pocas
posibilidades de competir con las grandes editoriales. De cinco mil ejemplares
en cinco mil, "El perro de terracota", "La matanza olvidada", "La concesión del teléfono", "La ópera de Vigàta" o La voz del violín" iban absorbiendo capas de lectores hasta forzar la pregunta: ¿quién
es Andrea Camilleri?
Ante todo estamos ante una personalidad excéntrica con
respecto a la sociedad literaria en la que casi todos tratamos de ganar el
combate por KO recién cumplidos los veinte años: Camilleri alcanza el
irreversible éxito lector a los setenta y tres, después de una vida profesional de la
cultura, profesor de Arte Dramático, guionista y director teatral y televisivo,
con logros importantes como la serie italiana dedicada a Maigret interpretada
por Gino Cervi o versiones de autores italianos como "Terceto despedazado" de Italo Svevo.
Apasionado por el ámbito del 800 siciliano, autor
de un bellísimo ensayo sobre la componenda como procedimiento de acuerdo en la
cultura siciliana ("La burbuja de la componenda"), en 1980 publica su primera novela
en Garzanti que no será un éxito hasta su reedición en Sellerio en 1997 ya en
el inicio del fenómeno Camilleri. El escritor clarifica la vía de acceso a
una estrategia personal de novela de intriga y al hallazgo del punto de vista
propuesto al lector para la complicidad de la indagación: "Para escribir
un 'giallo' se necesita un delito y un investigador. He escogido el
nombre de Montalbano porque es uno de los más comunes en Sicilia y también como
homenaje a Manuel Vázquez Montalbán...". Afirmación que recojo porque después de
haber conocido a Camilleri y de haberle leído, me parece un honor inmerecido,
aunque a veces, Montalbano, no Camilleri, se irrite por los gustos de Carvalho,
especialmente por los gastronómicos.
En cuanto a la técnica, Camilleri asume
que ha destripado las novelas de Maigret para poder llevarlas a la
pantalla: "Diego Fabbri me ha enseñado cómo desmontar un 'giallo' de
Simenon y volverlo a montar para la televisión. En mi primer libro 'La
forma del agua', Montalbano era una función, no un personaje con todos sus
atributos. 'El perro de terracota' la he escrito para definirlo y
cuando he visto que interesaba, escribí otras dos". Camilleri va connotando los
ámbitos hipotéticos sicilianos y a su propio personaje que crece novela a
novela hasta poder permitirse el ejercicio de deconstrucciones de su estrategia
literaria e investigadora en "Un mes con Montalbano".
Este libro propicia una magnífica entrada en el
universo de Camilleri y su personaje, a episodio por día del mes, se resuelven
casos no siempre criminales pero que ponen a prueba la sagacidad psicológica y
deductiva del comisario, así como su gusto por la exhibición cultural. Las
referencias cultas actúan como los jeroglíficos egipcios en los poemas de
Pound, ventanas abiertas a otro universo, inverosímiles para un comisario de
policía real, pero perfectamente verosímiles para un comisario de policía
literario, criatura al fin y al cabo construida con palabras. Camilleri juega
con la doble vida culta de Montalbano obligando al lector a la complicidad de
creer posible que un vagabundo se enfrasque en un diálogo de alto nivel con el
funcionario del orden. Pone a prueba de esta manera el verosímil
literario que nada tiene que ver con otros verosímiles de ficción, por
ejemplo el fílmico tal como lo descodificó Edgar Morin, o lo verosímil
comprobable en la realidad.
Camilleri justificó la escritura de los treinta relatos
de "Un mes con Montalbano" por la intención de ofrecer una galería de
la mentalidad siciliana y por el propósito de entretener al comisario
Montalbano mediante treinta pedazos de apetitosa carne mientras el autor se
concentraba en otras escrituras. La resultante es un muestrario de todas las
pinceladas que componen el efecto Montalbano y una magnífica manera de abrir la boca para las restantes novelas de Camilleri. Los diseccionadores de las
novelas del comisario Montalbano sitúan la intención literaria y al personaje
en un espacio amplio dentro del género policíaco, tan amplio que lo desborda.
Más cerca de Maigret que de Spade o de Carvalho que de cualquier investigador
científico criminalista a lo Boileau Narcejac, Camilleri confiesa los homenajes
implícitos a uno y otro personaje, incluso el parentesco eufónico entre
Montalbano y Montalbán, pero es preciso leer sus novelas para comprender los
elementos que le acercan y le alejan de Simenon o de mis intenciones o
posibilidades. De Simenon le separa una visión lúdica y culta de la indagación
y de la función del mirón así como una cosmogonía sureña frente a las brumas
ambientales y cerebrales de la cosmogonía simenoniana. De mi personaje o de mis
novelas alquiladas a Carvalho le separa el propio sustrato de Camilleri, en
ciertas notas coincidentes con el mío, pero menos condicionado por la ansiedad
del escritor con voluntad de serlo y demostrarlo que a veces me ha asaltado.
Montalbano exhibe su cultura sorprendente, especialmente dieciochesca y a veces
las tramas se construyen en relación con un pretexto culto, en cambio Carvalho
quema los libros de los que alguna vez dependió.
El estilo de Camilleri está
cargado de cultura e historia, pero también de paciencia cultural e histórica,
paciencia de isleño al que siempre le cuesta más que a cualquier peninsular
llegar al centro del universo. Falsa distancia por otra parte, porque ya
Sciascia, cuando el crítico Porzio le pregunta por qué ha hecho de Sicilia el
territorio de sus novelas, el escritor le contesta: "Sicilia es el mundo".
Siciliano de origen, vinculado a la atmósfera ética, cultural y estética que ha
hecho posibles a Sciascia, Bufalino y Consolo, con los que Camilleri ha
compartido la obsesiva inmediatez de los cuatro puntos cardinales que envuelve
a toda isla, el escritor reside en Roma y asiste a su propio éxito con una
distancia senequista, en el supuesto de que Séneca además hubiera tenido
sentido del humor, el espléndido sentido del humor de Andrea Camilleri.
Complejo el éxito de este autor porque sus novelas no
son fáciles y requieren la complicidad de un lector culto y relativizador, por
otra parte capaz de aceptar ese universo siciliano, incluso ese lenguaje
siciliano sabiamente dosificado y quintaesenciado. Tampoco es fácil su estilo
que traduce una manera de mirar y sancionar la realidad que habrá requerido una
tensión extra por parte de la, en este caso, traductora. El éxito de Camilleri
se ha debido en parte a que su literatura ha sido adoptada por el norte
lector más inteligente, el que no demanda mercancías de un ser folclórico,
sino de un asumible imaginario del sur, contradicción entre lo abstracto
sublimado y las notas de concreción que lo connotan. Ha sido ese lector
de norte cultural más que geográfico el que ha propiciado que un
género como el policíaco dejara de ser un subgénero y un adjetivo para devenir
estrategia de conocimiento narrativo, en el que Camilleri, a sus setenta y tres años, se
integra como una de las aportaciones más rejuvenecedoras de la sociedad
literaria europea de la presente década.