El 32% de la población urbana de América Latina
vive hoy en un asentamiento precario,
urbanizaciones informales que reciben el nombre de villas
de emergencia o villas miseria en la Argentina, favela en Brasil, cantegril en Uruguay, callampa en Chile, tugurio en Costa Rica y Colombia, pueblo joven en Perú, chacarita en Paraguay, guasmo en Ecuador y, para los organismos internacionales, son conocidas como "slums". En la Argentina se calcula que viven en esas condiciones alrededor de 5 millones de personas, esto es, casi el 13% de su población. El número se ha duplicado en los últimos diez años, aquellos que el gobierno nacional llama, alegremente, "la década ganada". En la provincia de Buenos Aires, la de mayor población del país, hay cerca de mil villas de emergencia, asentamientos y otro tipo de urbanizaciones precarias. Más de 2 millones de personas (más de 1 millón sólo en el conurbano) viven hacinadas en ellas. Y en la ciudad de Buenos Aires, el 7% de sus casi 3 millones de habitantes lo hacen en idénticas condiciones. El problema no es nuevo, claro. Hacia 1890, la ciudad tenía 440.000 habitantes,
de los cuales 95.000 vivían en 37.000 casillas de zinc y de madera, de chapa o cartón. A
principio de la década de los ’30, producto de la crisis de 1929, creció ostensiblemente el flujo migratorio interno que, desde diversos lugares del interior del país, se trasladó hacia los centros urbanos, especialmente Buenos Aires, y en menor medida Rosario, Córdoba y Santa Fe, en busca de oportunidades laborales. La primera villa miseria de Buenos Aires, Villa Esperanza, nació en 1932. Luego, el fenómeno se iría expandiendo durante las primeras presidencias peronistas, los sucesivos gobiernos que le siguieron, el oscuro período de la última dictadura militar y observó un notorio incremento durante el gobierno neoliberal de los años '90, tendencia que no se atenuó -por el contrario, se aceleró- durante los últimos años. Hoy, los barrios informales en el área metropolitana
de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires se expresan básicamente en dos formas que condensan modos
diferentes de articular procesos socio espaciales y temporales: las villas, que
se encuentran ubicadas en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, y los llamados asentamientos o tomas de tierra, hacia
la periferia, en zonas de menor densidad poblacional. En la Capital, comenzaron a repoblarse una vez
recuperada la democracia, tras los desalojos violentos y masivos de la última
dictadura militar. En
el conurbano, las nuevas ocupaciones son constantes en las zonas donde hay
suelo vacante; en muchos casos el acceso al lote es por medio de un
pago. En todos los casos, los servicios e infraestructura, construidos
en general por los mismos vecinos, muestran signos de colapso. Las viviendas suelen ser habitaciones de menos de 10 metros cuadrados, muchas sin
ventilación, donde se cocina con una garrafa. Dentro de los barrios suelen existir redes sociales como formas de
contención social, las que se ocupan del cuidado de los niños, el reparto de alimentos, la ayuda en
la construcción o los arreglos de las viviendas. Desde hace algunos años se habla de la urbanización de las villas y asentamientos, con una fuerte intervención del Estado a partir de la ejecución
de obras públicas y servicios sociales diversos, partiendo de la premisa de que las villas miseria llegaron para quedarse y
por eso habría que urbanizarlas. El arquitecto e historiador argentino Jorge
Francisco Liernur (1946), en la entrevista lograda por Agustín Scarpelli para el nº 509 de la revista "Ñ" del 29 de junio de 2013, discute estas propuestas de urbanizar las villas dado que esto supone una continuidad de la marginación. Director y profesor titular de la cátedra de Estudios
Latinoamericanos de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la
UBA, y profesor invitado en las Universidades de Harvard, Central de
Venezuela, Católica de Chile y de Rio Grande do Sul, entre otras, ha publicado "Arquitectura en la Argentina. La construcción
de la Modernidad" y "Escritos de arquitectura moderna en América Latina", por citar sólo algunos de sus ensayos. Liernur propone pensar la cuestión no a
partir del derecho a la vivienda sino del derecho a la ciudad y para ello pone como ejemplo lo que sucede en China. "Allí se están desarrollando
nuevas ciudades gigantescas, con una fusión inédita entre ciudad y campo.
Podemos encontrar un sembradío de arroz en medio de una gran ciudad y,
viceversa, elementos altamente urbanos, como una galería de arte, en áreas
rurales, para que la gente no migre".
La ciudad
moderna, ¿no es un proyecto fracasado?
Como dice Manuel De Landa, los animales vertebrados han generado su esqueleto y
el hombre en particular ha generado también un exoesqueleto: las ciudades, para
muy diversos fines. Por lo tanto, la ciudad no es un proyecto moderno. Ahora
bien, el urbanismo como técnica de gestión de las ciudades admito que tiene
problemas. El libro más difundido sobre las villas, "Un planeta
de villas" de Mike Davis, plantea que en un futuro cercano buena parte del
mundo vivirá en villas. La ciudad será una excepción.
Ante
semejante panorama, ¿hay alternativas?
Hay quienes reaccionan indignados y otros con resignación. Para mí la cuestión
es pensar cómo evitarlo. Quienes piensan que las villas han venido para
quedarse sostienen, en el caso más progresista, que crecer en la villa no sólo
es una forma de acumular capital (te hacés de una porción de tierra), sino que
permite una vida más intensa y solidaria. Según esta mirada, en lugar de
construir nuevas viviendas más dignas sería necesario más infraestructura:
urbanizar las villas. Hacer calles, dar electricidad y otros servicios,
construir escuelitas, disponer de más vigilancia. Que la villa sea una parte
más de la ciudad. Esta idea la sostienen progresistas y conservadores:
funcionarios del gobierno de la Ciudad y de la Nación.
¿Cuándo y
cómo nacieron esas ideas?
La ONU comenzó a trabajar en esto en 1974, en la primera reunión de Hábitat,
donde se consolidó la idea de urbanizar las villas (slum upgrading). El
núcleo ideológico y financiero que impulsó esas políticas fue el Banco Mundial,
y quien las organizó desde la presidencia del Banco Mundial fue Robert
McNamara, quien en la década anterior, como secretario de Defensa de los
Estados Unidos, había organizado la guerra de Vietnam, las intervenciones en
América Latina y la política de defensa de Estados Unidos.
¿Cuál era
el origen de esas ideas?
Hernando de Soto, un escritor peruano prologado por Vargas Llosa, muy bien
recibido por el "establishment" norteamericano, decía que el fracaso del Perú se
debía a que no habían existido políticas capitalistas, sino sólo
mercantilistas. El verdadero capitalismo progresista, para De Soto, estaba en
la gente que vivía en las villas y que con su esfuerzo individual aumentaba su
capital. No sólo proponía que los dejaran en paz, sino que les dieran los
títulos de propiedad de las tierras que habitaban. Con todo, el origen profundo
de esas ideas es todavía más raro: está en el anarquismo británico -muy activo
en los '60- de John Turner, que se instaló en Perú y luego fue asesor del Banco
Mundial. Y por otra parte, en la Iglesia católica. La base del "slum upgrading" es que la gente no necesita que el Estado tenga una política de construcción de
vivienda y planificación de las ciudades, porque se las arregla sola. Pero
obviamente no es así; hacen falta las dos cosas.
¿Reivindica
el derecho a la ciudad de la gente de la villa?
Efectivamente, no alcanza sólo con el derecho a la vivienda, es necesario
insistir en el derecho a la ciudad, porque lo importante no es sólo en qué casa
vivís, sino dónde vivís. El problema de dejar las villas como están, con algún
mejoramiento, es su "guetificación".
¿Este es
un problema del subdesarrollo?
Trasciende el subdesarrollo: es un problema del capitalismo. Pero se pueden
erradicar. La última chabola en Barcelona se eliminó para las Olimpíadas de
1992; en Francia, se eliminaron en los '70. En Nueva York, el primer
asentamiento se instaló a mediados del siglo XIX donde hoy está el Central
Park, construido en buena parte por el problema de los asentamientos. En el
mundo desarrollado las villas no existen porque se hicieron construcciones
masivas de viviendas. Claro: esos planes tienen mil problemas, porque están
hechos a tres horas de viaje del centro y se constituyen en nuevos guetos. Por
eso, creo que la cuestión es construir ciudadanos y vecinos, y eso no se pude
hacer en las condiciones paupérrimas de las villas. Las villas crecen cuando
hay desarrollo y cuando no lo hay. Es un problema de política territorial. Una
buena política urbana que permita terminar con las villas debe encararse a
nivel nacional, equiparando la calidad de vida de un campesino del interior con
la de un hombre de ciudad. No es sólo pan y trabajo; la vida de hoy es más
compleja.
¿Cuál es
la singularidad de las villas en la Argentina?
Hace diez o quince años hubiera dicho que en México y en Perú, a diferencia de la Argentina,
los asentamientos no eran espontáneos, sino organizados por gente que planeaba
las tomas y la distribución de las tierras que luego vendían. Hoy, tras el
conflicto en el Parque Indoamericano, en diciembre de 2010, esa diferencia ya
no existe. Los que empezaron con esa política fueron el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria MIR y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) en el
Chile de los '70.
Tal vez de
allí provenga cierta mirada romántica del fenómeno…
Sí, en efecto. Y el turismo en las villas miseria no es marginal: hay todo un
sistema internacional que lo promueve. Pero lo cierto es que a nadie le gusta
vivir en una villa y que quien lo hace a veces tiene razones penosas. Un
estudio sobre Villa Inflamable detectó que la gente soporta el ambiente nocivo
junto al Riachuelo porque les han prometido que en algún momento los van a
indemnizar.