15 de julio de 2013

Charles Darwin, el viajero del Beagle (4). La ocupación de las Islas Malvinas

En el siguiente capítulo de “Darwin, Fitz Roy y los intereses ingleses en el Atlántico Sur”, el titulado “El nobilísimo propósito", Aníbal Ford dictamina: La participación de Fitz Roy en el objetivo principal -el domi­nio del Atlántico Sur- es sólo parcial. Su expedición constituye un ala de las complejas, escurridizas y por momentos brillantes po­líticas del almirantazgo inglés y del Foreign Office. Por eso él y Darwin se asombran cuando llegan a las Malvinas, en marzo de 1833, apenas dos meses después de Onslow, y se encuentran con la bandera inglesa. El rol que le correspondía a la expedición, en el marco de la política exterior inglesa, era el "científico", como muy bien se encarga de señalarlo Beaufort en las ya mencionadas "Instrucciones" para Fitz Roy: "Sería de lamentar -le dice- que una expedición destinada al nobilísimo propósito de adquirir conocimientos cien­tíficos se manchara con un acto de hostilidad...". Que el proyec­to formaba parte de otro no tan nobilísimo lo demostraría a corto y mediano plazo la política palmerstoniana en nuestro país; y que, al margen de todo esto, Fitz Roy y Darwin eran no sólo científicos sino, sobre todo, ingleses, es decir súbditos de un imperio que no sólo se sentía superior sino que nos codiciaba, lo demostrarían al­gunas significativas anécdotas del viaje. Y ya desde el primer con­tacto con la Argentina. Después de haber tocado el puerto de Montevideo, Fitz Roy se dirige, el 2 de agosto de 1832, a Buenos Aires. Al llegar, el navío de guardia le pide, con cierta vehemencia, que se detenga para cum­plir las reglas sanitarias. Fitz Roy, disgustado ante lo que considera "un reglamento vejatorio sobre cuarentena", se niega a la inspección y se retira inmediatamente del puerto de Buenos Aires. Primer dato significativo éste, el del jefe de una expedición "científica'' que se niega a cumplir una condición sanitaria impuesta por el precario país periférico.
El Capitán de Marina John James Onslow (1796-1856), mencionado por Ford en el párrafo que antecede, fue el encargado de comandar la ocupación británica de las islas Malvinas al mando de la corbeta HMS Clío, y fue quien recibió a los expedicionarios del HMS Beagle. Las peripecias de Fitz Roy -el típico aristócrata victoriano- en el puerto de Buenos Aires fueron narradas por él mismo en su “Narrative of the surveying voyages of his Majesty's ships Adventure and Beagle” (Crónica de los viajes de inspección de los barcos de su Majestad 'Adventure' y 'Beagle'), obra publicada en Londres en mayo de 1839. Allí cuenta que, acercándose a Buenos Aires, un buque de guardia porteño los intimó con una serie de disparos de advertencia al intentar el desembarco. Fitz Roy habló con un oficial porteño a quien le advirtió que “de haber sabido que se aproximaba a un puerto incivilizado hubiera tomado las precauciones debidas para poder responder a los disparos” y, de hecho, mandó disponer la artillería del “Beagle” para el caso en que debiera usarla contra el barco mandado desde Buenos Aires.
Obviamente -detalla Ford a continuación-, Fitz Roy esperaba mayor sumi­sión y respeto. Sumisión "intelectual" que exige durante todo su viaje. Por esto también su reacción cuando el mayor del famoso Fuerte Argentino, cerca de la recién fundada ciudad de Bahía Blanca, muestra su des­confianza ante la expedición. Narra Fitz Roy, quien había omitido pedir autorización para explorar la zona: “Mr. Darwin fue conducido con adelanto sobre el resto de la partida para ser interrogado separadamente por un viejo Mayor, que parecía ser con­siderado como el hombre de más juicio del destacamento; y este pobre diablo nos tomó por gente muy sospechosa, en especial Mr. Darwin, cu­yos aparatos le resultaron lo más sospechosos... El término ''naturalista" era desconocido de todos allí...”. Aparte de que el término "naturalista" no era tan desconocido (co­mo naturalista lo define el coronel Garreton a Darwin cuando po­cos meses después deja sentada su visita en el “Diario” de la columna comandada por Rosas) como tampoco eran tan desconocidos los "aparatos" (bastaría aquí recorrer la lista del instrumental científico que pone a disposición de Rosas para la campaña citada el Departamento topográfico de Buenos Aires) vale detenerse en la forma descalificadora con que Fitz Roy se refiere al Mayor, el cual en el fondo no hacía más que ver a los ingleses con la misma desconfianza con que los habrían de ver Guido, Pacheco y Rosas. Y no sin razón. No por mera coincidencia en esos mismos días Palmerston engañaba alevosamente a Manuel Moreno en Londres. Ironía (distancia, superioridad, diferenciación) con respecto al viejo Mayor que también se pondrá en evidencia en Darwin en aque­llos casos en que se plantea el enfrentamiento argentino-inglés.


La anécdota del trato propinado a Darwin en Bahía Blanca es contada por Fitz Roy en la obra antes citada y ampliada por el historiador argentino José J. Biedma (1864-1933) en su “Crónica histórica del Río Negro de Patagones”. El propio Darwin diría que el Beagle “parecía ser inquieto y la paz huía ante sus pasos”.
El 7 de septiembre de 1832, cuando Fitz Roy, Darwin y otros tripulantes desembarcaron en las cercanías de Bahía Blanca, fueron recibidos por el Teniente Coronel Martiniano Rodríguez (1794-1841) quien comandaba Fuerte Argentino. El Comandante Rodríguez le pareció a Fitz Roy una figura “quijotesca”. No así su segundo, el “viejo Mayor” del que habla en sus memorias quien, desconfiado, apartó a Darwin de los demás y lo interrogó sobre las intenciones y naturaleza de su viaje. Darwin comentaría en 1839 que el Mayor, “un viejo español”, era muy “eficiente” y que había intentado explicarle que tanto Fitz Roy como él no eran espías, pero siendo ambos británicos, se habían vuelto objeto de sospecha. Los días siguientes, una partida de gauchos proveniente de la fortaleza, vigiló desde la costa las actividades del “Beagle” e incluso algunos entraron en contacto con sus tripulantes. Darwin comentaría lo bien preparados que se hallaban los gauchos para la campaña y se mostraría agradecido cuando le enseñaron el uso de las boleadoras y le regalaron un huevo de ñandú; esto no le impediría comentar que presentaban un aspecto “pintoresco” y “salvaje”, y que por sus semblantes le parecían “bárbaros”.
Continúa Aníbal Ford: El Beagle toca las Malvinas dos veces. Fitz Roy, que hará más tarde en su diario una extensa defensa de los derechos ingleses sobre estas islas, participa en la represión de la rebelión protagonizada por el gaucho Rivero. En su diario también afirma las ventajas de las Malvinas como punto de apoyo para el Imperio, como centro económico en sí (Vernet ya había demostrado que las islas podían ser rentables) y en relación con los indios patagónicos a los cuales les dedica un detallado análisis cuyo objetivo no es por cierto meramente "antropológico". Fitz Roy descarta el establecimiento de una base inglesa en Tierra del Fuego por la presencia de los indíge­nas a los cuales propone captar comercialmente desde las Malvinas. Pero volvamos a Darwin. Este escribe desde las Malvinas dos cartas que vale recordar. En una de ellas, escrita durante la primera escalada en las islas, el 30 de marzo de 1833, dice: “Hemos llegado aquí, a las islas Falkland, al comienzo de este mes tras una sucesión de tempestades... Con gran sorpresa hallamos izada la bandera inglesa. Supongo que la ocupación de este lugar debe haberse noticiado recién ahora en los diarios ingleses; pero nos enteramos que toda la par­te austral de América bulle de fermento... Por el lenguaje temible de Buenos Aires, uno supondría que esta gran república entiende ¡declarar la guerra en contra Inglaterra! Justo un año después, durante la segunda recalada en la isla, le es­cribe el 30 de marzo de 1834, al comerciante inglés Lumb, radica­do en Buenos Aires. Ahí y después de referirse a la rebelión del gau­cho Rivero, también ironiza: "Tengo la curiosidad de saber qué co­cas dice el prudente gobierno de Buenos Aires sobre lo ocurrido. Supongo una 'justa revuelta'... Sus pobres súbditos gimiendo bajo la tiranía de Inglaterra".
Antonio Rivero (1808-1845), apodado “el gaucho”, era un peón de campo que para la época en que el HMS Beagle llegó a las Malvinas se encontraba trabajando allí como pastor y esquilador. Luego de producida la usurpación británica, el capitán Oslow había dejado encargado al colono irlandés William Dickson (1779-1833) la administración del archipiélago, y la misión de izar el pabellón británico cada vez que un barco se aproximara a puerto. Vernet, que había renunciado a su cargo en marzo de 1833 a fin de evitarse problemas con Gran Bretaña, regresó a Buenos Aires pero siguió desarrollando normalmente, con la autorización inglesa y a través de sus capataces, la administración de sus negocios particulares en la colonia de Port Louis de la isla Soledad, la isla de mayor superficie del archipiélago. Desde hacía un tiempo, un gran descontento se expandía entre los peones de Vernet a causa de la explotación a que eran sometidos. La paga les era abonaba no en dinero sino en vales emitidos por el propio ex-gobernador, y éstos no eran aceptados por Dickson, que oficiaba a la vez de despensero de la colonia. En estas condiciones, el 26 de agosto de 1833 un grupo de ocho peones, todos analfabetos, acaudillados por el gaucho Rivero, se sublevó y atacó a los encargados del establecimiento, dando muerte a cinco personas, entre ellas al propio Dickson. Luego se instalaron en la vivienda principal, arriaron la bandera inglesa e izaron la argentina. La sublevación duró hasta que, en los primeros días de 1834, dos buques británicos llegaron a la isla Soledad con el fin de capturar a los gauchos que, entretanto, huyeron hacia el interior de la isla. Tras varias expediciones lograron apresar a los peones, engrillarlos y conducirlos detenidos a Gran Bretaña para ser juzgados. Allí permanecieron varios meses presos hasta que el ministerio fiscal, estudiados los antecedentes del caso, le aconsejó al Almirantazgo dejarlos en libertad y embarcarlos de vuelta a Buenos Aires. Sin embargo, otra versión asegura que los insurrectos fueron trasladados a Río de Janeiro a bordo del HMS Beagle, que al mando de Fitz Roy realizaba su segunda visita a las islas. Allí, a bordo del buque HMS Spartiate se les inició un proceso por el cual fueron hallados culpables de amotinamiento. No obstante, por motivos nunca bien aclarados, Fitz Roy ordenó que Rivero y los suyos fueran liberados en Montevideo.
Es decir -añade Ford- no sólo los objetivos científicos del viaje estaban relacionados con los objetivos comerciales y militares de Inglaterra, sino que también los científicos del Beagle eran, cuando se daba la oca­sión, más ingleses que científicos, cosa natural, por cierto, como hubiese sido natural que nosotros hubiéramos persistido metodoló­gicamente, al analizar la gesta del Beagle, en aquella desconfianza que ante ella tuvieron en su momento Pacheco, Guido y Rosas, cla­ramente ubicados en esa etapa histórica que va de las invasiones in­glesas al bloqueo de 1845, pasando por el empréstito de la Baring Brothers. Pero la historiografía y la cultura argentinas están llenas de estos soslayamientos,  parcelaciones, escisiones, "zonceras" como diría Jauretche, o "patologías epistemológicas" como definiría Bateson. Bastaría para ejemplificar esto traer a colación la imagen que se nos legó de un hecho no sólo coetáneo del viaje del Beagle sino también, como ya lo hemos visto, estrechamente relacionado con él. Me refiero a la campaña al desierto de 1833 y en especial a la acción de la columna izquierda de dicha campaña comandada por Juan Manuel de Rosas.
Es sabido que Darwin se entrevistó con Rosas en el campamento de éste en las orillas del río Colorado, con el objeto de pedirle au­torización para seguir a caballo su viaje a Buenos Aires.
La entrevista es narrada por Darwin en el “Diario”, donde expresa su entusiasmo por Rosas. Dice allí: "Es un hombre de extraordinario carácter, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compañeros, influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar su prosperi­dad y dicha". Más tarde, en la segunda edición del “Diario” (1845), apareció una corrección en nota al pie de este juicio, cosa que muy bien puede haber sido determinada por el enfrentamiento angloargentino de ese mo­mento. Dice la nota: "Esta profecía ha resultado una completa y lastimosa equivocación”. El texto, en cambio, nunca fue modificado por Darwin; es más, mantuvo al pie de la letra la primera versión, la de sus apuntes tomados en el viaje y que fueron publicados en 1934 por su nieta, Nora Barlow (1885-1989), bajo el título “Charles Darwin's diary of the voyage of HMS Beagle" (El diario de Charles Darwin del viaje de HMS Beagle).
Pero más allá de esto -termina Ford el capítulo-, y siempre connotando el viaje del Beagle y encuadrando de paso ese endiosamiento de la objetividad de los via­jeros ingleses que se ha realizado entre nosotros (¿cómo no iban a ser objetivos en muchos planos si eran agentes que estaban evaluan­do recursos e inversiones?), me pregunto hasta dónde el texto de Darwin da una imagen real de la campaña de 1833; hasta dónde Dar­win contribuyó también -a pesar de su juicio positivo sobre Rosas- a reforzar esa imagen parcial y pobre de la campaña elaborada por la historiografía liberal y que en cierta medida nos dio por la TV la BBC, cuya versión o interpretación desplazó el juicio positivo de Darwin sobre Rosas y desarrolló el "jamás se ha reunido un ejérci­to que se pareciera más a una partida de bandoleros" de Darwin sin que haya sido connotada esa interpretación por el canal.