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El poema expone las principales reglas de higiene según los conocimientos de aquel tiempo, y según la tradición, fue dedicado a la memoria de Roberto I (1004-1035), duque de Normandía, alrededor del año 1100. Entre sus principales consejos se encuentran los siguientes:
"Si tibi deficiant medid tibi fiant. Haec tria: mens laeta, requies, moderala diaeta" (Si te faltan los médicos, harán sus veces estas tres cosas: ánimo alegre, reposo y moderada dieta); "Si fore vis sanus, ablue saepe manus" (Si quieres vivir sano, lávate frecuentemente las manos);
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Oscar Wilde decía, en cambio: "Para tener buena salud lo haría todo menos tres cosas: hacer gimnasia, levantarme temprano y ser persona respetable". Si no más convincente, por lo menos el consejo del célebre dramaturgo irlandés es bastante más simpático que los de la escuela Salernitana.
El noble veneciano Luigi Cornaro (1467-1566), a la edad de cuarenta años, se encontró con que había comprometido su salud por culpa de los excesos de toda clase a los que se había entregado favorecido por su gran fortuna. Condenado sin remisión por los médicos, consiguió escapar a su sentencia gracias a una reforma radical en su régimen de vida. Tuvo la valentía de reducir su alimentación diaria a doce onzas de alimentos sólidos y a catorce onzas de vino (el complicado sistema de pesos que usaba consistía de: el escrúpulo, que equivalía al peso de 20 granos de trigo medianos; el óbolo, a medio escrúpulo; el cálculo, a una cuarta parte del óbolo;
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Se abstuvo además, con cuidado, de todo lo que podía agitarle, turbar su sueño o su digestión e hizo construirse una balanza muy exacta y con ella comprobaba regularmente lo que un alimento le hacía ganar y otro le hacía perder. Vivió así, esclavo de lo que comía o transpiraba, hasta los casi cien años.
Similar sacrificio realizó, en aras de la ciencia, el médico fisiólogo italiano Sanctorio Sanctorius (1561-1636), un profesor de Medicina de Padua que durante treinta años estuvo experimentando sobre las pérdidas del cuerpo; del techo de su comedor tenía suspendida una plataforma en la que apoyaba su silla mientras comía al mismo tiempo que se pesaba, y allí permanecía después -hora tras hora- para observar cómo perdía peso debido a la transpiración.
Este Sanctorio era un hombre de fértiles recursos y amplia imaginación: él fue el primer médico que usó el termómetro para medir la temperatura del organismo en 1612. Su termómetro, que era muy diferente del conocido hoy en día, se componía de un tubo de cristal retorcido que terminaba en forma de huevo en su extremo superior y cuyo extremo inferior abierto, se metía en un receptáculo lleno de agua.
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De este modo, Sanctorius mejoró el antiguo termómetro ideado por Galileo Galilei (1564-1642) unos años antes. En 1724, Daniel Gabriel Fahrenheit (1686-1736) inventó el primer termómetro a base de mercurio, aunque algunos historiadores adjudican este avance al físico italiano Evangelista Torricelli (1608-1647) y en 1742, el físico sueco Anders Celsius (1701-1744) propuso la escala centígrada de temperaturas que iba de 0 a 100 grados. El punto correspondiente a la temperatura 100º coincidía con el punto de ebullición del agua mientras que la temperatura a 0º equivalía a la temperatura de congelación del agua a nivel del mar.