¿Hay una
coexistencia de historias que se sobredeterminan?
Podemos decir que hay dos tipos de historias,
dos historias. Por un lado, la historia de los historiadores, etnólogos,
sociólogos y antropólogos clásicos que pueden hablar de “leyes” de la historia
porque consideran sólo el hecho consumado, el de la historia pasada. Se
presenta entonces como un objeto totalmente fijo, estático, del cual pueden
estudiarse todas las determinaciones como las de un objeto físico, un objeto
acaecido, muerto. Podría preguntarse: ¿y de qué otra manera podían actuar los
historiadores frente a una historia consumada, inalterable, petrificada, de la
que pueden sacarse estadísticas determinantes y deterministas? Es aquí donde
puede encontrarse la fuente de la ideología espontánea de los historiadores,
los sociólogos vulgares, para no hablar de los economistas.
¿Pero,
puede pensarse en otro tipo de historia?
Sí, justamente la lengua alemana dispone de una
palabra precisa para designarla: “geschichte”, que se refiere ya no a la
historia consumada sino a la historia en presente, sin duda determinada en gran
parte por el pasado ya acaecido, pero sólo en parte, porque la historia
presente, viva, está abierta también a un futuro incierto, imprevisto, aún no
consumado y por lo tanto aleatorio. La historia viva que no obedece más que a
una constante, no a una ley: la constante de la lucha de clases. Es decir, que
una tendencia no posee la forma o figura de una ley lineal sino que puede
bifurcarse bajo el efecto de un encuentro con otra tendencia y así hasta el
infinito. En cada cruce de caminos, la tendencia puede tomar una vía
imprevisible, por aleatoria.
Resumiendo,
¿podría decirse que la historia presente es siempre la de una coyuntura
singular, aleatoria?
Sí, y hay que recordar que coyuntura significa
conjunción, es decir, encuentro aleatorio de elementos en parte existentes pero
también imprevisibles. Toda coyuntura es un caso singular como todas las
individualidades históricas, como todo lo que existe. Es por ello que Popper no
comprendió nada de la historia del marxismo ni del psicoanálisis porque sus
objetos no son del tipo de la historia consumada sino de la historia viva que
se hace y surge de las tendencias aleatorias y del inconsciente; la historia
cuyas formas son extrañas al determinismo de las leyes físicas. Sólo un último
punto sobre la cuestión del acontecimiento histórico: puede decirse que ni Marx
ni Engels se acercaron a una teoría de la historia en el sentido del
acontecimiento histórico imprevisto, único, aleatorio, ni de la teoría práctica
política. Me refiero a la práctica político-ideológico-social de la militancia
política, de los movimientos de masa y de sus eventuales organizaciones, que no
disponen de conceptos y menos de una teoría coherente para pensarla. Lenin,
Gramsci y Mao la pensaron sólo en parte; el único que pensó la teoría de la
historia política, de la práctica política en presente, es Maquiavelo. He ahí
otra enorme laguna que llenar, cuya importancia es decisiva y que, una vez más
nos remite a la filosofía.
¿Podría
explicarnos por qué ha puesto un especial énfasis en este aspecto a lo largo de
su obra?
Considero pertinente iniciar la respuesta con mi
concepto de filosofía, su surgimiento y función. Podemos decir que
históricamente la filosofía surgió de la religión, de la cual heredó relevantes
cuestiones que posteriormente se convirtieron en grandes temas filosóficos, aunque
con planteamientos y respuestas diferentes, como por ejemplo, el origen, fin o
destino del hombre, de la historia y del mundo. Sin embargo, sostengo que
cuando la filosofía se constituye como tal, en sentido riguroso, es cuando
aparece la primera ciencia: las matemáticas. Esto no es casual, pues marca
precisamente el paso, del estado empírico al estado teórico. A partir de ese
momento, se empezó a razonar de otra manera y sobre objetos diferentes: los
abstractos.
¿Considera
que la filosofía no hubiera podido constituirse sin la existencia previa de una
ciencia?
No lo creo, por la siguiente razón: la filosofía
tomó de la ciencia algo invaluable: el modelo de la abstracción racional,
imprescindible para ella. De hecho, la filosofía nace en el momento en que se
abandonan las formas de razonamiento mitológico y religioso, de la exhortación
moral y la elocuencia política o poética para poder adoptar las formas del
razonamiento teórico, constitutivo de la ciencia. En suma, la filosofía no
puede producirse sin contar previamente con la existencia del discurso racional
puro, cuyo modelo está en las ciencias.
¿Qué otras
características le fueron imprimiendo a la filosofía su propia especificidad?
La filosofía tradicional se adjudicó la tarea
histórica e irremplazable de decir la “verdad” acerca de todo: de las primeras
causas, de los primeros principios de todo lo existente y, por ende, de todo lo
cognoscible, así como de la finalidad o destino del hombre y del mundo. Fue así
que se erigió en la “ciencia” de la totalidad, capaz no sólo de proporcionar
los conocimientos más indubitables y elevados, sino de poseer la verdad misma.
En cuanto a la composición/constitución de un sistema filosófico, existe un
riguroso vínculo entre todos sus elementos teóricos; me refiero a las tesis -o
proposiciones filosóficas- y a las categorías.
¿Podría
explicar qué son y qué función tienen?
Tesis, en griego, quiere decir posición. Por
ello requiere de la antítesis. En cuanto a las categorías, que son los
conceptos más generales, me viene a la mente, a manera de ilustración, la de
“sustancia” o la de “sujeto”. Esta última ofrece un especial interés. Entre los
siglos XIV y XVII, la categoría de “sujeto” se encuentra permeando todos los
campos, para dar cuenta de un número considerable de ideologías y de sus
prácticas. Emergió de la ideología jurídica, de las relaciones mercantiles
donde cada individuo es sujeto de derecho, como propietario de bienes, etc.
Esta misma categoría invadió el terreno de la filosofía con Descartes (el
sujeto del “yo pienso”) y más tarde el de la ideología moral con Kant (el
sujeto de la “conciencia moral”). Ya antes había penetrado el dominio de la
política con el “sujeto político” del contrato social. Esto demuestra una de
las tesis que defendemos: a saber, que la filosofía “trabaja” categorías
capaces de unificar el conjunto de las ideologías y de las prácticas
correspondientes.
¿Y en
cuanto al funcionamiento de la filosofía?
Sin pretender ser exhaustivo, diré que cada
filosofía reproduce de algún modo, en su interior, el conflicto en el cual está
inmersa exteriormente. Toda filosofía entraña el espectro de su contrario: el
idealismo el espectro del materialismo, y viceversa.
Usted
reiteradamente señala que ya Kant se refería a la filosofía como a un “campo de
batalla”.
Efectivamente, uno de sus fines era librar una
batalla teórica. Por ello puede decirse que una tesis es siempre una antítesis
por naturaleza. Una tesis no es planteada más que contra otra tesis o en
defensa de una nueva.
Hablando
de esta batalla teórica, ¿sigue sosteniendo que el campo de la filosofía está
dividido en dos grandes bloques o posiciones antagónicas: materialismo e
idealismo?
No. Pienso que en toda filosofía se pueden
descubrir elementos idealistas y materialistas, con un énfasis marcado hacia
una de las dos posiciones, claro está. En otras palabras, no hay una división
severa y tajante, pues en una filosofía calificada de idealista pueden
encontrarse elementos materialistas y viceversa. Lo cierto es que no hay
filosofía que sea absolutamente pura. Lo que hay son tendencias.
¿Podría
mencionar a algún filósofo para ilustrar lo anterior?
Pascal es un ejemplo interesante por paradójico.
A través de los problemas religiosos que plantea, se juegan también problemas
epistemológicos, históricos y de constitución de la sociedad, de tal suerte que
podemos afirmar que tiene rasgos profundamente materialistas. Pascal escribió
cosas sorprendentes sobre la historia de las ciencias. Fue un gran matemático y
físico; desarrolló, en fin, toda una teoría de la ciencia.
Aquí se
advierte, como señalaba, que cada filosofía entraña a su propio antagonista.
Así es. Por lo demás, la contradicción en
filosofía no es del tipo de “a” frente a “no a”, ni de “si” frente a “no”. Es
tendencial. Está atravesada por tendencias. En realidad, toda filosofía no es
más que la realización -más o menos acabada- de una de las dos tendencias
antagónicas: la idealista o la materialista. Y en cada filosofía se realiza no
la tendencia sino la contradicción antagónica entre ambas tendencias.
¿Cómo se
explica esto?
Se debe a razones que tienen que ver con la
naturaleza misma de la guerra filosófica. Si una filosofía quiere ocupar las
posiciones del adversario, es preciso que gane, para su causa, parte de las
“tropas” adversas; es decir, sus argumentos filosóficos. Si se desea vencer al
enemigo, es preciso conocerlo primero para después apropiarse no sólo de sus
armas, tropas y territorio, sino ante todo, de sus argumentos, pues es con
ellos que se obtendrán las grandes victorias.
Esto me recuerda
aquella frase de Goethe: “Si deseas conocer a tu enemigo, trasládate a sus
dominios”.
Exacto. De manera que cada filosofía lleva en su
seno a su propio adversario para poder constituirse como filosofía. Ella
responde, de antemano, a todas las réplicas, se instala previamente en su
propio dispositivo y lo modela para poder efectuar la operación de absorción y
de subordinación. Es así como toda filosofía de tendencia idealista comporta
necesariamente argumentos materialistas y viceversa. Repito, no hay pureza
total. Ni la filosofía materialista marxista podría pretender ser
exclusivamente “materialista” porque en ese momento habría abandonado el
combate, renunciando a tomar, preventivamente, posiciones ocupadas por el
idealismo. Esto recuerda al “Leviathan” de Hobbes, al estado de guerra
perpetua. Aunque esta “guerra filosófica” no es exactamente “la guerra de todos
contra todos” de la que hablaba Hobbes en la Inglaterra del siglo XVII. No es
una guerra entre individuos sino entre posiciones filosóficas, es decir, entre
estrategias filosóficas que se disputan, en las grandes coyunturas culturales y
políticas, la hegemonía filosófica en tal o cual país o continente, incluso
-desde que el planeta se convirtió prácticamente en una sola totalidad- en el mundo
entero.
¿Esto está
en relación con su última definición de la filosofía como “lucha de clases en
la teoría”?
Sí. Es decir, la forma teórica que reviste en la
filosofía, la lucha de clases. Pero hay una parte fundamental de la definición:
“en última instancia”. No debe olvidarse este “en última instancia”, pues nunca
he dicho que la filosofía era pura y simplemente lucha de clases en la teoría.
Esta reserva, “en última instancia”, es una mención para señalar que existen
otras cosas en la filosofía además de la lucha de clases en la teoría. Pero
también indica que la filosofía, efectivamente, representa posiciones de clase
en la teoría, es decir, en las relaciones que tiene con las formas más teóricas
de las prácticas humanas y a través de ellas, a través de las formas más
concretas de las prácticas humanas, incluyendo la lucha de clases. Y mostré que
en filosofía, la lucha de clases tomaba la forma de contradicciones entre tesis
y antítesis, entre posiciones de tendencia idealista y materialista.
¿Podría resumir
los rasgos distintivos que deslindan a las dos posiciones o tendencias
filosóficas: la idealista y la materialista?
De acuerdo. Pero como al hablar de filosofía
siempre se alude a la filosofía tradicional, de tendencia idealista, a la
“filosofía de los filósofos”, esta vez voy a tomar como referencia a la
posición materialista en filosofía. Hablar de materialismo es plantear uno de
los temas neurálgicos de la filosofía. La denominación de materialismo forma
parte de la historia de nuestra filosofía, nacida en Grecia, bajo los auspicios
y problemática general de Platón. Es en él donde se encuentra la primera y
fundamental oposición entre “los amigos de las Ideas” y “los amigos de la
Tierra”. Los dos términos de esta díada están planteados como indispensables
para la constitución de la misma, donde cada denominación implica la otra. No
hay, pues, amigos de la Tierra más que en virtud de que existen los amigos de
las Ideas; y esta distinción y oposición son obra de un filósofo, el que
inauguró nuestra historia de la filosofía, situándose él mismo entre los amigos
de las Ideas. Entre sus adversarios, amigos de la Tierra, están Demócrito,
Epicuro, los empiristas, los escépticos, los sensualistas y los historicistas.
Heidegger diría que el idealismo obedece, al igual que el materialismo, al
“principio de razón”, a saber, al principio de que todo lo existente, sea ideal
o material, está sometido a la cuestión de la razón de su existencia. Yo diría
pues, que en la tradición filosófica, la invocación del materialismo es al
mismo tiempo el signo de una exigencia, signo de que hay que negar al idealismo
pero sin salir de la díada especular idealismo-materialismo. Es un signo pero
también una trampa, ya que no puede uno salirse ni escapar del idealismo
adoptando su contrapunto ni enunciando su contrario, tampoco invirtiéndolo. Por
lo tanto, no se puede hablar de materialismo sin cierta desconfianza: no es la
palabra la que hace o constituye al hecho, a la cosa. Y cuando uno analiza de
cerca y a fondo, se da cuenta de que la mayoría de los materialismos así
declarados no son más que idealismos invertidos, al revés. Ejemplos: los
materialismos del Siglo de las Luces y algunos pasajes de Engels.
¿Existen
filósofos que hayan evadido la díada idealismo-materialismo?
Sí. Sus filosofías pueden reconocerse en tanto
que se deslindan de las cuestiones del Origen y del Fin, o simplemente de la
teleología, la doctrina metafísica que considera el universo, no como una
sucesión de causas y efectos, sino como un orden que se ocupa de los fines de
las cosas y no de las causas que las producen. Estas filosofías ofrecen un gran
interés en tanto que expresan, evitando la trampa, la exigencia de abandonar el
idealismo y de dirigirse hacia eso que podemos llamar el materialismo:
deslindándose, repito, de toda filosofía del Origen ya sea del Ser, del Sujeto,
del Sentido o del Objetivo, pues consideran que esos temas incumben a la
religión y a la moral, no a la filosofía. En toda la historia, no son muchas
las filosofías con este sello: no apologéticas, no religiosas y no aprisionadas
en la díada. Entre los grandes filósofos que han evadido esta estructura, este
sistema, podemos mencionar a Epicuro, Spinoza, Marx, Nietzsche, Heidegger...
¿Qué otros
rasgos distintivos tendría una filosofía materialista?
Por un lado, no tiene la pretensión de ser
autónoma ni de fundar su propio origen y poder. Tampoco se considera una
ciencia, y mucho menos la Ciencia de las Ciencias. En este sentido, está en
contra de todo positivismo. Digno de señalarse es su renuncia a ser la
poseedora de la Verdad. La filosofía de tendencia materialista reconoce la
existencia de la realidad objetiva exterior así como su independencia respecto
del sujeto que la percibe o conoce. Reconoce que el ser, lo real, existe y es
anterior a su descubrimiento, a su ser pensado o conocido. A propósito de esto,
hay veces en que uno se pregunta cómo se puede asegurar que la filosofía no es
el delirio teórico de una clase social en busca de garantía o de ornamento
retórico. En toda la larga producción de artesanos teóricos, muchos han hecho
de sus fantasmas individuales una filosofía, o bien de su delirio o preferencia
subjetiva o simplemente de su deseo de teorizar. Precisamente, con la postura
materialista se da todo un viraje frente a las filosofías de la representación,
que siguen la tradición idealista que sostiene que todo lo que conocemos son
las ideas de las cosas y no las cosas mismas.
¿Cuáles
considera usted que sean las principales funciones de la filosofía?
Señalaré sólo algunas, por ejemplo, la de servir
de garantía, de fundamento, para la defensa de ciertas tesis necesarias al
filósofo para reflexionar sobre descubrimientos científicos u otro tipo de
sucesos. Otra función es la de trazar líneas de demarcación que permitan
deslindar o separar lo científico de lo ideológico con el fin de liberar a la
práctica científica de la dominación ideológica que la obstaculiza. Por otro
lado, puede compararse con un laboratorio, donde se unifica el conjunto de
elementos ideológicos. Anteriormente, este papel unificador lo desempeñaba la
religión. Bastaban los grandes mitos sobre la existencia de Dios o la creación
del mundo para que todas las actividades humanas y las ideologías
correspondientes encontraran su lugar constituyendo la ideología unificada que
la clase dominante requería para asegurar su dominio. Sin embargo, hay una
limitación: la filosofía dominante llega hasta dónde puede llegar en su función
unificadora de la ideología pero no puede “saltar por encima de su tiempo”,
como decía Hegel, ni “pasar por encima de su condición de clase”, como decía
Marx. En el campo de la política también ejerce otra función: es ahí donde
tradicionalmente la filosofía ha desempeñado un papel apologético del sistema
político imperante, ya sea de manera velada o abierta.
¿Tiene la
filosofía alguna actuación o injerencia directa en la realidad?
Aparentemente la filosofía se desarrolla en un
mundo cerrado y lejano. Pero sí tiene una actuación un tanto peculiar: actúa a
distancia, por la inmediación de las ideologías sobre las prácticas reales,
concretas. Por ejemplo, sobre prácticas culturales como las ciencias, la
política, las artes, incluso el psicoanálisis. Y en la medida en que transforma
las ideologías –que envuelven esas prácticas-, éstas podrán a su vez ser
transformadas, dependiendo de las circunstancias de la realidad social. Pero
las tesis filosóficas sí provocan efectos en las prácticas sociales. Por otra
parte, los antagonismos son inevitables. Si hay filosofías que se contradicen
es porque existen prácticas que se contradicen, afortunadamente.