9 de enero de 2019

Louis Althusser: "Para cambiar el mundo de base es preciso cambiar de base nuestra manera de pensar" (III)

Como ha sucedido siempre, desde Tales de Mileto en adelante, a lo largo de la historia del mundo occidental las ideas de los filósofos han generado opiniones controvertidas. Althusser no fue la excepción. Fue calificado de doctrinario y arrogante por desarrollar una filosofía hermética, y acusado de postular una teoría de la ideología cerrada y autosuficiente. Pero también fue elogiado por darle voz a los silencios y preguntas a las respuestas, y alabado por haber producido una de las obras de pensamiento más complejas, escrupulosas, rigurosas y densas del Siglo XX. Con ánimo contemporizador, podría decirse que la obra del polémico y belicoso Althusser recogió con distintas tentativas la problemática social de su época, un tiempo marcado por las revueltas populares en Francia y Checoslovaquia, el comienzo de la globalización con el fin de la Guerra Fría, el derrumbe de la Unión Soviética, la transición de una economía planificada a una economía mixta en la República Popular China, etc. Sus teorizaciones no pueden entenderse aisladamente de la crítica a la ideología dominante ni al comunismo de su época, cuyos planteos fueron el resultado de un extenso trabajo teórico. Fernanda Navarro participó en varios coloquios sobre el marxismo, su lenguaje, sus políticas y sus crisis, en los que se debatió la obra del autor de “Initiation à la philosophie pour les non-philosophes” (Iniciacion a la filosofía para los no filósofos). Lo hizo en Viena (Austria) con la ponencia “El último Althusser”, en Massachusetts (Estados Unidos) con “Althusser después de Althusser”, en Venecia (Italia) con “La actualidad de los últimos escritos políticos del último Althusser” y en Mendoza (Argentina) con “Sobre el último Althusser”. En este seminario, la profesora de filosofía mexicana expresó que “algo le preocupaba a Althusser: cómo superar el espontaneísmo e improvisación de los emergentes movimientos sociales. Para él, la única manera era la organización, con una concepción democrática de las bases y con un largo trabajo de información, concientización y formación. Consideraba que esta tarea era mejor hacerla desde el interior y de manera autogestiva”. “Creo -citó a Althussser-  que ir más lejos y soñar con un movimiento de liberación internacional sería caer totalmente en la utopía. Lo más que se puede concebir es un centro internacional de convergencia ideológica, por la liberación, que una a los movimientos alternativos y revolucionarios que están surgiendo por doquier en busca de una nueva estrategia y nuevas prácticas y principios, buscando formas comunitarias, con relaciones transversales. Un centro de información, no de dirección. Una convergencia sin poder de decisión, ni de orientación, pues esto corresponde a los militantes de cada región, de cada país, y será la coyuntura local la que defina las formas de organización y las prácticas a seguir. En suma, un centro de encuentros, de intercambio de ideas, posiciones y experiencias; de investigaciones y de información sobre el estado que guarda la realidad de cada país: sus luchas, correlación de fuerzas y perspectivas”. Y cerró su exposición con una recomendación del filósofo francés: “Para lograr abrir estos intersticios que anuncian una sociedad más justa, debemos despojarnos de los viejos esquemas, abandonar los mitos en que vivimos, en suma, debemos aprender a pensar de otra manera. También debemos abandonar toda una terminología desgastada y crear una nueva. Debemos aprender a hablar de otra manera, aprender con los pueblos y para los pueblos un lenguaje en el cual se reconozcan. Esto desemboca en una nueva concepción de la historia, realmente materialista y aleatoria. Para cambiar el mundo de base es preciso cambiar de base nuestra manera de pensar”. Lo que sigue es la tercera y última parte del resumen de las largas conversaciones  que mantuvieran Fernanda Navarro y Louis Althusser, tanto personal como epistolarmente, entre 1984 y 1987.


¿Podría hablarnos ahora de la relación filosofía-ideología?

Es un tema al que me he dedicado desde hace tiempo, con el propósito de elaborar una teoría de la ideología. Pero antes, sería conveniente explicar lo que entendemos por ideología. Podemos hacerlo tomando directamente algunas definiciones que aparecen en algunos textos: la ideología es “una representación deformante de la realidad”, es la “representación imaginaria que se hacen los hombres acerca de sus condiciones reales de existencia”, “es un sistema de ideas unificadas que actúan sobre las conciencias” o es la “función social que asegura la cohesión de sus miembros”. Habría dos señalamientos que hacer: por un lado, que la constitución del ser humano hace que toda acción sea inconcebible sin el lenguaje y sin el pensamiento. Por lo tanto, no puede haber práctica humana alguna sin un sistema de ideas representadas en palabras, constituyendo así la ideología de esa práctica. Y por otro, es importante insistir en que una ideología es un sistema de ideas sólo en tanto que se refiere a un sistema de relaciones sociales. No se trata de una idea fruto de una fantasía individual sino un cuerpo de ideas socialmente establecido. Es ahí donde comienza la ideología. Fuera de ahí, está uno en el terreno de lo imaginario o de la experiencia puramente individual. Debe referirse, pues, a una realidad social dada.

¿Pero podría explicar cómo la conciencia de un individuo concreto puede ser dominada por una idea o sistema de ideas?

Una primera respuesta podría ser que ese mecanismo se efectúa cuando la conciencia reconoce a esas ideas como “verdaderas”. ¿Cómo se opera ese reconocimiento? Quizá bajo el simple efecto de la presencia, existencia o evidencia de lo verdadero. Resulta paradójico: ocurre como si al creer en una idea (o sistema de ideas) no fuera yo el que la reconociera y ante su presencia pudiera afirmar “ésa es, ahí está y es verdadera”; sino todo lo contrario: ocurre como si al creer en una idea, la idea fuera la que me dominara y me impusiera el reconocimiento de su existencia y de su verdad, a través del encuentro con su presencia. Todo ocurre como si -invertidos los papeles- fuera la idea la que me interpelara a mí y me impusiera el reconocimiento de su verdad. Es así como las ideas que constituyen una ideología se imponen a las “conciencias libres” de los hombres, al interpelar a los individuos de forma tal que se vean obligados a reconocer libremente que esas ideas son verdaderas; que por lo tanto, están obligados a constituirse en sujetos libres, capaces de reconocer la “verdad” ahí donde se presenta, es decir, en las ideas constitutivas de la ideología. Éste es, en síntesis, el mecanismo de la práctica ideológica; el mecanismo de la interpretación ideológica que transforma a los individuos en sujetos. Los individuos son desde siempre, sujetos, es decir, sujetos-ya-sujetados por una ideología.

Por lo que acaba de aseverar se desprende que el hombre es, por naturaleza, un ser ideológico.

Absolutamente, un animal ideológico. Pienso que la ideología tiene un carácter transhistórico, que ha existido y existirá siempre. Lo que puede cambiar es su contenido pero no su función. Desde los inicios de los tiempos podemos constatar que el hombre ha vivido siempre bajo relaciones sociales ideológicas.

En lo que se refiere a la forma de existencia de la ideología, a la forma en que se materializa, ¿qué puede decirnos?

Cuando uno considera la existencia social de las ideologías, se advierte que son inseparables de las instituciones por medio de las cuales se manifiestan, con sus códigos, sus lenguas, sus costumbres, sus rituales y ceremonias. Podemos afirmar que en instituciones tales como la iglesia, la escuela, la familia, los partidos políticos, las asociaciones de médicos o abogados, etc., es donde encuentran las ideologías prácticas, condiciones y formas materiales de existencia, su soporte material, ya que ese cuerpo de ideas es inseparable de un sistema de instituciones.

¿Puede decirse que los aparatos ideológicos son creación de la clase dominante?

No. Éstos existían desde antes. Lo que ocurre es que bajo la cobertura de esas diferentes funciones sociales -objetivamente útiles para la unidad social- estos aparatos ideológicos son penetrados y controlados por la ideología en el poder. Quisiera agregar algo acerca del doble carácter de la ideología: en realidad, ninguna ideología es puramente arbitraria. Es el indicador de problemas reales, aunque estén revestidos de una especie de deformación o desconocimiento y sean, por ende, necesariamente ilusorios.

Usted ha hablado del “sujeto ideológico”, ¿a qué se refiere exactamente?

Al sujeto como efecto de estructuras anteriores a -y fundantes de- su existencia. Es decir, como individuo sujetado o determinado por las relaciones sociales ideológicas. Es un hecho que la reproducción social no se realiza exclusivamente a partir de la reproducción del trabajo, sino como la intervención fundamental de lo ideológico. Pongamos un ejemplo: cuando el trabajador va a su trabajo lleva mucho camino recorrido, el mismo que atraviesa las condiciones sociales -individuales y colectivas- que propician que el obrero acuda, voluntaria o involuntariamente, a ofrecer sus servicios mediante la venta de su fuerza de trabajo: tiempo, energías, concentración, etc. Y si bien el medio material para reproducir la fuerza de trabajo es el salario, éste -como sabemos- no basta. Desde la escuela, ha sido “capacitado” para cumplir ciertas normas sociales que regulan conductas: puntualidad, eficiencia, obediencia, responsabilidad, amor familiar y el reconocimiento a toda forma de autoridad. Esta capacitación supone la sujeción a la ideología dominante. En otras palabras, está sujeto-sometido estructuralmente a la ideología dominante o sea, a las normas y valores hegemónicos o subalternos de una sociedad. Y desde luego, la estructura de la sujeción preexiste al sujeto.

Cuando él nace ya están dadas las condiciones, instituciones y aparatos que lo conformarán sujetándolo…

Así es. Se da una relación peculiar entre la ideología y el individuo. Esta relación se establece por el mecanismo de la interpelación cuyo funcionamiento sujeta al individuo a la ideología, asignándole un papel social que él reconoce como suyo. Además, no puede dejar de aceptar dicho papel. La eficacia de esta aceptación está garantizada por el modo en que opera el proceso de constitución del sujeto como ser social, el cual requiere -para su constitución- de la identificación con “el otro”, con el semejante, para lograr identificarse consigo mismo. El sujeto se reconoce como existente a través de la existencia del otro y de su identificación con él. Aquí la ideología funcionaría como la imagen del “otro', imagen conformada social y familiarmente de acuerdo con lo que la sociedad y la familia espera de cada individuo que viene al mundo. Desde la infancia, el niño asume esta imagen prefigurada como la única posibilidad de ser que tiene para existir como sujeto social. Es lo que le confiere su individualidad. El individuo-sujeto requiere de su propio reconocimiento como individualidad y como unidad, como un “alguien”. Pero el “uno” (sujeto) debe ser reconocido por el “otro”. Habría una necesidad psíquico-social de identificación con el “otro” para autorreconocerse como existente. Así, los individuos desempeñan, en la práctica, los papeles y tareas que les fueron asignados por esa imagen social del semejante con la cual se identificaron y a partir de la cual se inició su proceso de constitución de sujetos sociales. De este modo, se garantiza la reproducción de las relaciones sociales de producción.

¿Puede pensarse, con el mismo instrumental teórico que usted utiliza, la transformación de los sujetos no sólo en el plano de la autoconciencia sino de la conciencia de la realidad y la necesidad de su transformación?

Desde luego, de otro modo no habría cambios ni tomas de posición que cuestionen y se opongan a lo establecido, lo dominante. No habría “sujetos revolucionarios”. Pero un sujeto siempre es un sujeto ideológico. Su ideología puede cambiar de la dominante a la revolucionaria pero ideología siempre habrá, ya que es condición de existencia de los individuos.

¿Por qué razón resulta imprescindible que el conjunto de las ideologías reciban de la filosofía su unidad y orientación bajo categorías tales como la verdad?

Para comprenderlo es necesario hacer intervenir -en la perspectiva de Marx- lo que yo llamaría la forma política de la existencia de las ideologías en el conjunto de las prácticas sociales. Es preciso subrayar el concepto de ideología dominante y de lucha de clases. Para que el poder de la clase dominante sea duradero (y esto es desde Maquiavelo) es preciso que dicha clase transforme su poder represivo y violento en un poder consentido, aceptado. Y mediante el consentimiento libre de sus sujetos debe obtener una obediencia que con la sola fuerza no podría lograr ni mantener. La violencia la reserva como último recurso. Éste es uno de los fines que cumple el sistema –contradictorio- de las ideologías.

Y la clase que toma el poder, ¿forma de inmediato su propia ideología y logra imponerla como la dominante?

No, la experiencia histórica muestra que hace falta mucho tiempo para lograrlo. Basta ver el caso de la burguesía, que necesitó cinco siglos (del XIV al XIX) para consumarlo. Pero hay algo que es preciso tener presente: no se trata sólo de fabricar una ideología dominante porque haga falta, por decreto; no se trata sólo de constituirla a lo largo de una larga historia de lucha de clases; hay que constituirla a partir de lo que existe, a partir de los elementos, de las regiones, de la ideología existente; a partir de lo que el pasado ha legado, que es diverso y contradictorio, y también a través de los acontecimientos científicos y políticos que surgen incesantemente. En la lucha de clases y sus contradicciones, de lo que se trata es de constituir una ideología que supere todas esas contradicciones y que se unifique en torno a los intereses esenciales de la clase dominante para asignarle lo que Gramsci llamó su hegemonía.

Regresando al tema de la relación filosofía, ideología y política...

Entendiendo la realidad de la ideología dominante, tal y como la hemos descrito podemos captar la función propia de la filosofía. La filosofía no es ni una operación gratuita ni una actividad especulativa. Los grandes filósofos tenían ya una conciencia muy clara de su misión: sabían que respondían a las grandes cuestiones prácticas y políticas: ¿cómo orientarse en el pensamiento y en la política? ¿Qué hacer? ¿Qué dirección tomar? Sabían incluso que estas cuestiones políticas eran históricas; es decir, aunque los consideraran temas eternos, sabían que estaban planteados por los intereses vitales de la sociedad para la que pensaban. Me parece que, y esto es lo que Marx nos permitió comprender, no se puede entender la tarea determinante de la filosofía más que en relación con la cuestión central de la hegemonía, de la constitución de la ideología dominante ante todo.
En resumen, la tarea que le está asignada y delegada a la filosofía por la lucha de clases ideológica es la de contribuir a la unificación de las ideologías en una sola ideología dominante, detentadora de la Verdad.

¿Y de qué manera contribuye la filosofía a dicha tarea?

Justamente proponiéndose pensar las condiciones teóricas de posibilidad de reducción de las contradicciones existentes y, por tanto, de unificar las prácticas sociales y su ideología. Se trata de un trabajo abstracto, de un trabajo de pensamiento puro, de teorización pura. Al satisfacer la tarea de unificación de la diversidad de las prácticas ideológicas que ella vive como una exigencia interna, pero que le es conferida por los grandes conflictos sociales y por los grandes acontecimientos de la historia, ¿qué hace la filosofía? Produce todo un dispositivo de categorías que permitan pensar y asignar un lugar determinado a las diferentes prácticas sociales, bajo las ideologías. La filosofía produce una problemática general, es decir, una manera de plantear -y por tanto de resolver- los problemas que puedan surgir. La filosofía produce, en fin, esquemas y figuras teóricas que sirven de mediadores para superar las contradicciones y de vínculo para ligar y cimentar los elementos de la ideología. Además, garantiza la Verdad de ese orden, enunciado bajo la forma de la garantía de un discurso racional. De todo esto se desprende que la filosofía no está fuera del mundo ni de los conflictos y acontecimientos históricos. Incluso en su forma más abstracta -la de las obras de los grandes filósofos- la filosofía está al lado de las ideologías como una especie de laboratorio teórico donde experimentalmente pule y puntualiza, en la abstracción, el problema fundamentalmente político de la hegemonía ideológica, es decir, el de la constitución de la ideología dominante. El trabajo efectuado por los filósofos más abstractos no queda al margen, no es letra muerta. Lo que la filosofía ha recibido de la lucha de clases como exigencia, lo devuelve bajo la forma de pensamientos que van a actuar sobre las ideologías para transformarlas y unificarlas. De la misma manera que se pueden observar empíricamente en la historia las condiciones de existencia impuestas a la filosofía, pueden observarse empíricamente los efectos de la filosofía sobre las ideologías y prácticas sociales.

¿Qué respondería usted a esta frecuente crítica al antihumanismo teórico da Marx,  a saber, que conduce al desprecio de los hombres, a paralizar su lucha revolucionaria, lo cual obliga a Marx, en “El capital” a hacer abstracción de los individuos concretos para tratarlos teóricamente como meros “soportes de relaciones”?

Los que sostienen esta crítica parecen no haber advertido que “El capital” está permeado del sufrimiento de los explotados y que fue escrito para la liberación de la servidumbre de clase. El capital muestra que lo que determina en última instancia una formación social y lo que proporciona su conocimiento no es el fantasma de una esencia o naturaleza humana, no es el hombre sino una relación: la relación de producción, que forma una unidad con la base, la infraestructura. Marx señala que esta relación no es una relación entre los hombres o entre personas, no es intersubjetiva ni sociológica ni antropológica, sino una doble relación: entre grupos de hombres y entre esos grupos y las cosas, los medios de producción. La relación de producción es una relación de distribución (distribuye a los hombres en clases y de atribución (de los medios de producción a una clase). Las clases nacen del antagonismo de esta distribución, que al mismo tiempo es una atribución.

De modo que los individuos, los hombres, se encuentran inmersos, prisioneros en esa relación a pesar de ellos.

Así es. Por lo tanto, si Marx se refiere a los hombres como “soportes” de una relación o como portadores de una función en el proceso de producción, no es porque él reduzca a los hombres a simples portadores de funciones; es la relación de producción capitalista la que los reduce a esa simple función económica en la infraestructura, en la producción, es decir, en la explotación. En otras palabras, es el capitalismo el que reduce al hombre a un soporte anónimo, intercambiable, apéndice de la máquina. Es la relación de producción capitalista la que trata y sitúa así al hombre, no el teórico Marx.

¿Y en cuanto a la superestructura... las relaciones ideológicas, jurídicas y políticas?

Simplemente cumplen su función: garantizar la reproducción de las condiciones que hacen posible la explotación. Las relaciones jurídicas hacen abstracción del hombre concreto para tratarlo como simple “portador de relaciones jurídicas”, como sujeto de derecho, capaz de ser propietario aunque sólo sea de su fuerza de trabajo. Las relaciones políticas hacen abstracción del hombre para tratarlo como “soporte de relaciones políticas”, como “ciudadano libre”, incluso si su voto refuerza su servidumbre. Las relaciones ideológicas para tratarlo como un simple “sujeto” sometido o rebelde a las ideas dominantes.

Hablaba usted también de la pareja humanismo-economicismo...

Sí, otro componente de la ideología burguesa que nace basada en las prácticas burguesas de producción y de explotación así como sobre la base de las prácticas jurídicas del derecho burgués y de su ideología, que consagran las relaciones de producción y de explotación capitalistas y su reproducción. Se trata del humanismo o liberalismo burgués, basado en las categorías del derecho burgués: la libertad de la persona, la propiedad de sí y de sus bienes, de su voluntad y de su corporeidad; la propiedad privada.

Parece que algo similar ocurre con el concepto de “hombre”' como “sujeto” de la historia.

La concepción materialista del mundo y de la historia está fundada en una legalidad y en el conocimiento de las leyes que rigen las cosas, la naturaleza, etc. Es decir, el reconocimiento de relaciones que existen de manera necesaria e independiente de los hombres y que determinan el orden, la posición y el funcionamiento de todo lo existente.