Mario Halley Mora
Paraguay
(1926-2003)
Ella
era rica. Él era pobre. Se enamoraron. El padre de ella, oligarca y plutócrata,
dijo que no. La mamá de él, humilde y ambiciosa, dijo que sí. Por ambos lados
opinaron los parientes, aconsejaron los amigos, sentenciaron los viejos y
tomaron banderas los jóvenes. Por dos años permanecieron firmes en su amor, y
sucedieron cosas. El padre de ella perdió su fortuna y la madre
de él ganó la lotería. Ellos siguen amándose, pero la madre de él dice que no,
y el padre de ella que sí, y los parientes opinan y los amigos aconsejan, los
viejos sentencian y los jóvenes toman banderas.
ESCRIBNESIS
Eduardo Vardé
Argentina
(1984)
Cuando
todo comenzó era oscuridad. Cuando era oscuridad no había nadie. Cuando hubo
alguien no tenía nombre. Cuando tuvo nombre no pudo escribirlo. Cuando pudo
escribirlo inventó el punzón. Cuando vio que era difícil tallar la roca,
inventó el papiro. Cuando el papiro le resultó incómodo, lo cortó y dobló.
Cuando le costó copiar sus grandes cantidades, creó la imprenta. Cuando creó la
imprenta, los libros circularon más rápido. Cuando los libros comenzaron a
ocupar más espacio que la gente, inventó la biblioteca. Cuando las bibliotecas
se llenaron de polvo, inventó el computador. Cuando el computador fue para
todos, finalizó su creación y se echó a dormir. Cuando despertó, todo era
oscuridad.
DESTINO
Saturnino Rodríguez
Riverón
Cuba
(1958)
Llegó
corriendo atropelladamente, con temor a perder el barco, que efectivamente,
acababa de zarpar. Impulsado por la carrera, tropezó con un bloque de hielo que
los cargadores habían dejado indolentemente sobre el muelle y cayó al mar, todavía
sosteniendo el equipaje. Como no sabía nadar y nadie lo auxilió, el hombre
murió ahogado. Cuando lo izaron, las ropas chorreando agua, encontraron en el
bolsillo de la chaqueta, un pasaje en primera clase para el Titanic, el mismo
barco que se alejaba de la costa a todo vapor.
RELATO DE ACONTECIMIENTO
Rubem Fonseca
Brasil
(1925)
En
la madrugada del día 3 de mayo, una vaca marrón camina por el puente del río
Coroado, en el kilómetro 53, en dirección a Río de Janeiro. Un autobús de
pasajeros de la empresa Única Auto Ómnibus, placas RF 80-07-83 y JR 81-12-27,
circula por el puente del río Coroado en dirección a São Paulo. Cuando ve a la
vaca, el conductor Plinio Sergio intenta desviarse. Golpea a la vaca, golpea en
el muro del puente, el autobús se precipita al río. Encima del puente la vaca
está muerta. Debajo del puente están muertos: una mujer vestida con un pantalón
largo y blusa amarilla, de veinte años presumiblemente y que nunca será
identificada; Ovidia Monteiro, de treinta y cuatro años; Manuel dos Santos
Pinhal, portugués, de treinta y cinco años, que usaba una cartera de socio del
Sindicato de Empleados de las Fábricas de Bebidas; el niño Reinaldo de un año,
hijo de Manuel; Eduardo Varela, casado, cuarenta y tres años. El desastre fue
presenciado por Elías Gentil dos Santos y su mujer Lucilia, vecinos del lugar.
Elías manda a su mujer por un cuchillo a la casa. ¿Un cuchillo?, pregunta Lucilia.
Un cuchillo, rápido, idiota, dice Elías. Está preocupado. ¡Ah!, se da cuenta
Lucilia. Lucilia corre. Aparece Marcilio da Conceição. Elías lo mira con odio.
Aparece también Ivonildo de Moura Júnior. ¡Y aquella bestia que no trae el
cuchillo!, piensa Elías. Siente rabia contra todo el mundo, sus manos tiemblan.
Elías escupe en el suelo varias veces, con fuerza, hasta que su boca se seca. Buenos
días, don Elías, dice Marcilio. Buenos días, dice Elías entre dientes, mirando
a los lados, ¡este mulato!, piensa Elías. Qué cosa, dice Ivonildo, después de
asomarse por el muro del puente y ver a los bomberos y a los policías abajo.
Sobre el puente, además del conductor de un carro de la Policía de Caminos,
están solo Elías, Marcilio e Ivonildo. La situación no está bien, dice Elías
mirando a la vaca. No logra apartar los ojos de la vaca. Es cierto, dice Marcilio.
Los tres miran a la vaca. A lo lejos se ve el bulto de Lucilia, corriendo. Elías
volvió a escupir. Si pudiera, yo también sería rico, dice Elías. Marcilio e
Ivonildo balancean la cabeza, miran la vaca y a Lucilia, que se acerca
corriendo. A Lucilia tampoco le gusta ver a los dos hombres. Buenos días, doña
Lucilia, dice Marcilio. Lucilia responde moviendo la cabeza. ¿Tardé mucho?,
pregunta, sin aliento, al marido. Elías asegura el cuchillo en la mano, como si
fuera un puñal; mira con odio a Marcilio e Ivonildo. Escupe en el suelo. Corre
hacia la vaca. En el lomo es donde está el filete, dice Lucilia. Elías corta la
vaca. Marcilio se acerca. ¿Me presta usted después su cuchillo, don Elías?,
pregunta Marcilio. No, responde Elías. Marcilio se aleja, caminando de prisa. Ivonildo
corre a gran velocidad. Van por cuchillos, dice Elías con rabia, ese mulato,
ese cornudo. Sus manos, su camisa y su pantalón están llenos de sangre. Debiste
haber traído una bolsa, un saco, dos sacos, imbécil. Ve a buscar dos sacos,
ordena Elías. Lucilia corre. Elías ya cortó dos pedazos grandes de carne cuando
aparecen, corriendo, Marcilio y su mujer, Dalva, Ivonildo y su suegra, Aurelia,
y Erandir Medrado con su hermano Valfrido Medrado. Todos traen cuchillos y
machetes. Se echan encima de la vaca. Lucilia llega corriendo. Apenas puede
hablar. Está embarazada de ocho meses, sufre de helmintiasis y su casa está en
lo alto de una loma. Lucilia trajo un segundo cuchillo. Lucilia corta en la
vaca. Alguien présteme un cuchillo o los arresto a todos, dice el conductor del
carro de la policía. Los hermanos Medrado, que trajeron varios cuchillos,
prestan uno al conductor. Con una sierra, un cuchillo y una hachuela aparece
João Leitão, el carnicero, acompañado por dos ayudantes. Usted no puede, grita
Elías. João Leitão se arrodilla junto a la vaca. No puede, dice Elías dando un
empujón a João. João cae sentado. No puede, gritan los hermanos Medrado. No
puede, gritan todos, con excepción del policía. João se aparta; a diez metros
de distancia, se detiene; con sus ayudantes, permanece observando. La vaca está
semidescarnada. No fue fácil cortar el rabo. La cabeza y las patas nadie logró
cortarlas. Nadie quiso las tripas. Elías llenó los dos sacos. Los otros hombres
usan las camisas como si fueran sacos. El primero que se retira es Elías con su
mujer. Hazme un bistec, le dice sonriendo a Lucilia. Voy a pedirle unas papas a
doña Dalva, te haré también unas papas fritas, responde Lucilia. Los despojos
de la vaca están extendidos en un charco de sangre. João llama con un silbido a
sus auxiliares. Uno de ellos trae un carrito de mano. Los restos de la vaca son
colocados en el carro. Sobre el puente solo queda una poca de sangre.
ESPECTROS
Ana María Shua
Argentina
(1951)
Si
los fantasmas se esconden a tu paso con temblores de sábana, si los esqueletos
vuelven a zambullirse de un salto en sus propias tumbas, no te jactes, amigo.
Nunca te jactes de asustar a los espectros. Las muecas de terror con que se
apartan de tu camino no son más que simulacros con los que pretenden hacerte
creer que todavía estas vivo.
EL DEDO
Feng Menglong
China
(1574-1646)
Un
hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural
que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las
dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato
se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso
era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de
oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos
regalos eran poca cosa.
-
¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-
¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.
LA JIRAFA
Juan José Arreola
México
(1918-2001)
Al
darse cuenta de que había puesto demasiado altos los frutos de un árbol
predilecto, Dios no tuvo más remedio que alargar el cuello de la jirafa. Cuadrúpedos
de cabeza volátil, las jirafas quisieron ir por encima de su realidad corporal
y entraron resueltamente al reino de las desproporciones. Hubo que resolver
para ellas algunos problemas biológicos que más parecen de ingeniería y de
mecánica: un circuito nervioso de doce metros de largo; una sangre que se eleva
contra la ley de la gravedad mediante un corazón que funciona como bomba de
pozo profundo; y todavía, a estas alturas, una lengua eyéctil que va más
arriba, sobrepasando con veinte centímetros el alcance de los belfos para roer
los pimpollos como una lima de acero. Con
todos sus derroches de técnica, que complican extraordinariamente su galope y
sus amores, la jirafa representa mejor que nadie los devaneos del espíritu:
busca en las alturas lo que otros encuentran al ras del suelo. Pero
como finalmente tiene que inclinarse de vez en cuando para beber el agua común,
se ve obligada a desarrollar su acrobacia al revés. Y se pone entonces al nivel
de los burros.
HIC SUNT SIRENAE O EL
ORIGEN DE LAS SIRENAS
Rony Vásquez Guevara
Perú
(1987)
No
le importó que aquel hombre de poblada barba blanca ordenara que cierren las
puertas de su descomunal embarcación, incluso cuando divisó que el diluvio se
aproximaba. Atargatis prefería seguir bebiendo con sus amigas. Pasaron,
entonces, cuarenta días y cuarenta noches, hasta que el cielo por mandato
divino se despejó. Noé jamás imaginó que al abrir las puertas del Arca volvería
a encontrar a Atargatis bebiendo con sus amigas, todas recostadas sobre unas
rocas y con la mitad de su cuerpo en forma de pez.
EL CHACAL
Juan Armando Epple
Chile
(1946)
Analfabeto,
alcohólico, vagabundo, fue detenido por asesinar a una familia campesina y
conducido engrillado a la cárcel. La prensa le dio el apodo de El Chacal. En la
cárcel, mientras era sometido a un juicio largo y engorroso, le cortaron el
pelo, le dieron un traje de ciudad, le enseñaron a leer y escribir, estudió la
Biblia con el capellán del penal, se informaba de las noticias en los
periódicos que compraban los gendarmes y al poco tiempo sabia responder de
manera inteligente las preguntas de los periodistas. Cuando se hubo
transformado en un ciudadano ejemplar lo fusilaron.
MITOLOGÍA DE UN HECHO
CONSTANTE
Tomás Borrás
España
(1891-1976)
A
la madre le habían confiado los dioses el secreto: “Mientras alimentes la llama
de esa hoguera, tu hijo vivirá”. Y la madre, infatigable, sostenía el fuego,
vigilándolo, sin permitir que disminuyese en intensidad ni altura. Así pasaron
los años. La madre, arrodillada ante el lar, veía cómo las ascuas alargaban sus
alegres brazos escarlata, garantía de la vitalidad de su hijo. Sin dormirse,
hora tras hora, agregaba al montón caliente nuevos troncos, en vela de su
hermosa calentura. Un día, por la puerta abierta que daba a los campos, entró
una joven blanca, sonriente y hermosa, de paso seguro y ojos que miraban con
gozo y fe al porvenir. Sin hablarle, ayudó a levantarse a la madre,
sorprendida, le hizo un ademán de adiós, y se arrodilló ante el lar, a nutrir
ella, la crepitante llamarada. La madre no preguntó. Súbitamente comprendía que
era su revelo, que estaba obligada a ceder el turno a la desconocida, a la que
se encargaba desde entonces de sostener el alimento de la incesante llama para
que viviera su hijo. Y, también en silencio, se salió de la casa y no se fue
lejos; solo donde podía prudentemente contemplar el humo delicado disolviéndose
en el delicado azul.