En noviembre de 1991, Soriano dio una la charla
en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ese
evento generó controversias y opiniones encontradas que se extendieron en el
tiempo: mientras algunos celebraban su obra como una metáfora de la realidad
argentina y destacaban su aptitud como narrador, otros impugnaban su simpleza
narrativa y lo calificaron como un escritor previsible y efectista. Varios
escritores incluso polemizaron agriamente en torno a si su obra debía ubicarse dentro
de la “cultura popular” o la “cultura de masas”, haciendo una distinción
ideológica sobre el realismo estructural de sus novelas.
Como quiera que fuese,
mientras las opiniones oscilaban entre la indiferencia académica y la
repercusión popular, sus libros se vendían en forma superlativa y eran
traducidos a más de quince idiomas y publicados en veinte países. El propio
Soriano se encargó en aquella charla de hacer una autoevaluación al decir que
era “un escritor perezoso, pero muy cuidadoso con las palabras, que tiene una
colección de palabras que jamás escribiría y de cosas que no haría en la vida,
que es alguien que camina por la cornisa de la literatura”. Y agregaba: “Yo soy
alguien que tiene que ver con los momentos de los interrogantes sociales y eso
es también lo que me limita a los ojos de los demás; soy alguien que no
sacralizó nunca la literatura como no sacralizó nunca nada. Si hubiera que
poner unas líneas sobre mí en algún manual o en alguna guía turística diría que
soy un tipo que le hizo pasar un buen rato a algunos lectores y que no se
tomaba demasiado en serio, que es lo que más me reprochan. Hay escritores que
con el éxito creen haberse ganado a los lectores para siempre; pero
lamentablemente, cuando uno se cree Dios el ridículo se nota en los textos
posteriores".
"Por eso -continuó- yo no me creo el éxito editorial: nunca me harán pasar el
ridículo de decir: ‘a ver, acá estoy yo, que vendo tanta cantidad de
ejemplares’. Mis amigos saben que no es un tema que yo utilizaré, a diferencia
de otros que lo utilizaron tanto tiempo para descalificar. Porque yo he sido
alguna vez un escritor sin lectores, o con pocos lectores, y eso tiene tan poco
que ver con la literatura que me parece hasta obvio. Yo supongo que un autor se
cruza con su tiempo a través de ciertos temas y cierta forma. Es muy
misterioso, puede durar algún tiempo o puede durar lo que un relámpago.
Entonces no hay que creérselo. Lo único que cuenta es lo que uno está
escribiendo en ese momento. Si se vendieron cincuenta mil o setenta mil ejemplares,
es para agradecérselo al cielo, a los gatos, a quienes hayan intervenido en esa
suerte. Honestamente, uno no tiene la más mínima idea de por qué esto se
produce, salvo que hay cierto placer en leer algo que nos tiene de algún modo
en suspenso y trata de desentrañar cosas que nos han sido siempre comunes a los
argentinos, como esta curiosidad malsana de saber adónde vamos, de dónde
venimos, qué somos, etc.”.
A poco más de dos décadas de su muerte, tal vez ya
sería hora de leer y disfrutar a Soriano con menos prejuicios, con más libertad
y sin sentencias estigmatizadas por tonterías anecdóticas. Como cierre, la
tercera y última parte de la selección de fragmentos de artículos recordatorios
sobre aquel inolvidable artista comprometido con su tiempo: el inolvidable “Gordo”
Osvaldo Soriano.
Guillermo
Saccomanno (1948). Escritor y guionista de historietas argentino.
Así como a Arlt, escritores que hoy nadie
recuerda le reprochaban que escribía “mal”, a Soriano se le criticaba que
escribía “fácil”. A ninguno de sus detractores se les ocurría que en ese modo
de escritura había una poética de la concisión y la síntesis, una economía de
recursos rigurosamente elaborada. Es curioso: la mayoría de sus detractores de
entonces hoy se abocan a escribir “fácil”, como si recién hubieran descubierto
que del otro lado de la página hay otro, un lector, un semejante. (…) Es
verdad: muchas de las ideas que Soriano desarrollaba en sus textos no provenían
tanto de una elaboración “teórica” como de una intuición siempre alerta.
Fútbol, cine, política. Soriano se las ingeniaba siempre para traducir lo que
estaba en el aire. Ningún escritor, desde Arlt con sus aguafuertes a la fecha,
exhibió una perspicacia igual obteniendo una repercusión similar. (…) Conviene
subrayarlo: como Arlt, Soriano es el escritor que se arma desde abajo y se
forma, como puede. Cuando Soriano publicó su primera novela sorprendió con su
madurez narrativa. Es que su técnica, y no sólo la técnica, Soriano la había
adquirido en las redacciones de “Primera Plana”, primero, y “La Opinión” más
tarde. Sus compañeros de trabajo fueron Walsh, Urondo, Gelman, Dal Masetto,
Briante, Rabanal, Bayer, Eloy Martínez, Bonasso y Belgrano Rawson entre otros
escritores. Pero fundamentalmente su aprendizaje literario se había cifrado en
la novela policial y, dentro del género, en la admiración por Raymond Chandler,
quien cierta vez dijo que su responsabilidad como escritor era seria ya que
escribía para lectores que, con seguridad, no leían otra cosa que novelas
policiales, que antes de ser policiales eran novelas. Chandler era el autor
fetiche de Soriano. Más que Graham Greene, de quien más tarde estudiaría la
articulación entre la aventura y la denuncia. A Chandler se lo advierte en
Soriano a través de sus metáforas entre poéticas y humorísticas, de los
diálogos agudos en los que el ingenio reverbera descubriendo el absurdo, como
disparate, en medio de la derrota. Como los héroes de Chandler, los personajes
de Soriano son perdedores. Si, a lo Simone Weil, en la historia hay que elegir,
Soriano elegía: estaba siempre del lado de las víctimas. (…) Soriano escribía
sobre perdedores, los reivindicaba en sus derrotas. Todas las quimeras de sus
héroes se orientan inexorablemente hacia el fracaso. (…) Los personajes de
Soriano no son sólo perdedores. Son también, a través de un grotesco pietista,
la encarnación de una idea que está tanto en Scott Fitzgerald, Hemingway y
Faulkner: pelearla aunque al final “ninguna batalla se gana jamás”. El grotesco
en Soriano funciona como piedad. El grotesco en Soriano, próximo a la
caricatura, exagera la realidad. Y hace visible lo que nadie quiere ver. (…)
Como sus personajes, Soriano sabe que la dignidad es una pelea muchas veces
perdida de antemano y, no obstante, hay que subir al ring, y si el ring es la
literatura, apostar al “cross” en la mandíbula. Sus personajes son más que
desplazados, desclasados. Si no tienen conciencia de clase es porque no pueden:
no pertenecen a ninguna clase. Son la resaca del estado benefactor peronista.
(…) En un medio signado por blanduras, mezquindades y oportunismos, Soriano iba
al frente. (…) Es curioso: Soriano ya no está. Y el lugar que dejó vacío no
hace más que referir su presencia. Soriano ya no está, pero al nombrarlo, se
nombra las causas por las que peleaba, todas intactas. Entonces Soriano vuelve
a ser el nombre de una literatura que no le teme a la confrontación. Porque
como Arlt en su momento, con su popularidad tan inmensa como envidiada, Soriano
representa un fenómeno maldito para mucha intelectualidad nacional. Quizá ésta
sea la prueba de la vigencia molesta de su escritura. Que se aviven aquellos
que todavía persisten en el titeo a Soriano. Soriano va a seguir molestando
mucho tiempo.
Eduardo
Sacheri (1967). Profesor de Historia y escritor argentino.
Me genera mucho pudor escribir sobre escritores.
Cuando me lo proponen (como en este caso) mi primer pensamiento es “no soy de
Letras, soy de Historia. No estoy capacitado para eso”. Y lo usual es que
rechace amablemente la invitación. Y sin embargo esta vez estoy aceptando el
desafío. No estoy seguro de la razón. Tal vez es porque admiro mucho a Osvaldo
Soriano. O porque pienso que es uno de los mejores escritores argentinos del
siglo XX. Tal vez es porque cada vez que regreso a releer una de sus obras me
siento amablemente recibido y bien tratado, como lector. O porque tengo
presente lo mal que lo consideró cierto “establishment” erudito de su tiempo, y
me molesta esa indiferencia académica que sufrió, a mi criterio, injustamente.
Alguna vez me topé con críticas que tachaban de “simple” la literatura de
Soriano. Críticas que sostenían, desdeñosas, que sus novelas y sus relatos se
limitaban a contar historias, sin aventurarse en riesgos experimentales con el
lenguaje, la estructura o la sintaxis. No tenemos espacio aquí para detenernos
en esa crítica (que es toda una posición con respecto a “la” literatura). Pero
permítasenos considerar que una de las grandes virtudes de Soriano es,
precisamente, su complejidad profunda, no aparente. Soriano no apela, cuando
nos cuenta una historia, a complicados alambiques formales o a arriesgadas
apuestas experimentales con el lenguaje o la estructura de sus obras. Nos
cuenta historias, y desmenuza primorosamente los modos de ser y de pensar de
sus personajes. Esa es la complejidad que elige Soriano para hundirse y para
hundirnos. Una complejidad sin solemnidades aparentes. Soriano no necesita
agitar la superficie del agua para enturbiarla, ofuscar nuestra percepción e
impedir que veamos qué tan hondo es lo que nos propone leer. La vida es
compleja. Y Soriano en sus libros nos convida ni más ni menos con esa
complejidad. Cuando uno termina de leer, por ejemplo, “Cuarteles de invierno”,
siente que conoce a Andrés Galván y a Tony Rocha. Y sin embargo, Soriano no nos
ofrece largas descripciones ni de sus fisonomías, ni de sus sentimientos, ni de
sus biografías. No. Simplemente los pone a vivir un rato en una novela de
doscientas páginas. A vivir y a hablar. Sobre todo a hablar. (…) Uno de los
mejores cuentos de fútbol jamás escritos es de Osvaldo Soriano y se llama “El
penal más largo del mundo”. Yo lo tengo en una edición de 1994 de “Cuentos de
los años felices”. (…) Hay pocos escritores capaces de generar diálogos tan
certeros, tan exactamente reales, tan lejanos del gesto. Los personajes de
Soriano no declaman sobre la hondura de su existencia. Pero uno se asoma a esa
hondura en cada diálogo mínimo, en cada uno de sus gestos minúsculos. Y hay
algo más que Soriano hace magníficamente: se considera, en sus libros, menos
importante que sus personajes y sus historias. No está permanentemente
interrumpiendo con su ego lo que sucede en las páginas que leemos. Eso no
impide que el lector encuentre guiños, recurrencias, ritmos que uno desea atribuir
al autor, a sus sueños, sus deseos o sus obsesiones. Ese es un comercio
legítimo que los lectores cultivamos y agradecemos. Podremos pensar que Soriano
amaba el cine, necesitaba narrar espacios abiertos, se enternecía con la
dignidad de ciertos derrotados, profesaba un amor infinito por San Lorenzo de
Almagro. Pero Soriano pone por delante la historia que quiere contar, y las
personas que viven esa historia. Y con esa acción nos deja espacio libre a los
lectores. Nos permite irrumpir en sus libros. Avanzar y apropiarnos de ellos. Y
sentir, al acabar la lectura, que uno no es exactamente el mismo lector que era
cuando comenzó. No son demasiados los autores de los que un lector pueda decir
eso. Pues bien: de Soriano sí.
Juan José
Becerra (1965). Escritor y periodista argentino.
Soriano trabajó como periodista del diario “La
Opinión” entre mayo de 1971 y mediados de 1974. “Artistas, locos y criminales”,
la antología de crónicas publicada en 1983, es el resumen de aquella primera
etapa. En esa selección, realizada por el propio Soriano, no deja de latir un
cierto enrarecimiento. Todos los textos tienen un prólogo del autor (además de
un prólogo inicial, también del autor, que vale para todo el libro), de los que
se va descargando en cuentagotas una autobiografía de tonos melancólicos,
inspirada en un pasado que se fue pero, sin embargo, está volviendo con los
primeros brotes de la democracia. Los viajes por el mundo, las aventuras de
redacción, las amistades literarias y el destierro se extienden a modo de
anecdotario, una debilidad de Soriano que lo convierte en un personaje añorado
por sus amigos. En esa cultura del prologuismo se filtra una revelación
importante sobre su estadía en “La Opinión”: “el paso por ese diario fue, para
mí, una suerte de entrenamiento literario. Un laboratorio donde tracé los
borradores de mi primera novela, “Triste, solitario y final” y me acerqué al
estilo despojado de la segunda, “No habrá más penas ni olvido”. En esa breve
temporada, Soriano encuentra las herramientas básicas de su obra: el gusto por la
comedia y el deber de la concisión. Deja de lado, como era de prever, un
instrumento consagrado por “La Opinión” (y por la obra de Manuel Puig) en su
sección “Historia de vida”, en la que los redactores debían reconstruir la voz
de sus entrevistados. Por lo común de sus recorridos laborales, podría
confundirse la literatura de Soriano con la de Roberto Arlt. Nada hay más
alejado de uno que el otro. Arlt se formó en la lectura de la literatura
“grande” (los novelistas rusos), mientras que a Soriano debería emparentárselo
con Gabriel García Márquez y la escuela del escritor formado en las prácticas
del periodismo, es decir en lo que se conoce no siempre despectivamente como
oficio. Para Soriano, escribir es un acto que se produce mitad en el escritorio
de la redacción y mitad en la calle, adonde por lo general se llega tarde, y
tiene algo de experiencia aventurera, sed de desciframiento y riesgo físico, un
protocolo que durante mucho tiempo estableció alguna similitud entre el
periodista y el investigador policial. Así y todo -quizás por eso mismo- las
crónicas de Soriano son intencionadamente literarias en el sentido de lo que el
lector común espera de la literatura: una sensibilidad más que un arte. Esa
facultad, la de sentir como un escritor, es lo que le da a sus crónicas una
carga de romanticismo que muchas veces desplaza, si es que no lo elimina, el
valor del testimonio. El abecé del romanticismo se aplica a todos los géneros,
incluyendo las crónicas de fútbol, que siempre parecen alejarse de manera dramática
de su objeto. Declarado amante del fútbol, Soriano evita comentar el juego y se
inclina por la mirada retrospectiva, de la que rescata el pasado mitológico
mediante la anécdota, partícula elemental de su estilo. (…) Escribir una
crónica, para Soriano, es un acto independiente de la historia “real” en que se
inspira y, sobre todo, independiente de su actualidad. Podría hablarse de una
crónica del anacronismo. No hay diferencia entre estar o no estar donde ocurren
los hechos. La posición del que escribe siempre es literaria. Consiste en
inventar lo que se vive y en vivir lo que se inventa. No hay hecho, por remoto
que sea, que no se pueda reconstruir en un escritorio.
Liliana
Heker (1943). Cuentista, novelista y ensayista argentina.
No le gustaban mucho las críticas y tomó medidas
injustas contra gente que lo cuestionó. Eso no le quita el mérito porque era un
hombre complejo, de la misma manera que era un tipo terriblemente querible, de
una enorme simpatía y con una enorme capacidad para contar anécdotas y, sin
duda, debía ser muy capaz de hacer gauchadas. También a veces era capaz de
hacer actos arbitrarios desde ese pequeño poder que sin duda le daba ser una
estrella en un medio importante y tener un gran reconocimiento por parte del
público. No fue, tal vez, un comienzo amistoso porque en ese momento sacábamos
con Abelardo Castillo “El ornitorrinco” y yo le hice una crítica a “No habrá
más pena ni olvidos”. Era una crítica bastante dura porque yo consideraba, y
sigo considerando, simplemente que ya no con la pasión con que ocurrían las
cosas cuando estábamos todavía en carne viva, que el libro de Soriano no era ya
una parodia (que yo llamo exageración de la realidad) sino una simplificación
de una realidad que estábamos padeciendo que, para decirlo sin ninguna
metáfora, nos estaba matando. En ese sentido estaba planteada mi crítica. Yo
cuestionaba la novela, cuestionaba el prólogo que Osvaldo había hecho para
publicar en el exterior. Porque “No habrá más pena ni olvidos” fue publicada primero
en el exterior ya que Soriano estaba en el exilio y no había posibilidades
durante la dictadura militar de publicar esa novela acá. (…) Como muchas veces
me he caracterizado por críticas duras creo que es importante además que se
polemice y que se cuestione y eso no tiene nada que ver con el afecto y el
respeto que se puede tener con un escritor. En ese momento, esa crítica fue
realmente dura. Creo que tenía que ver con lo que nos estaba pasando a todos,
además de la muerte que ejerció la dictadura militar, nos destruyó a todos,
estábamos todos lastimados, los que se habían ido, los que estábamos acá. Creo
que durante mucho tiempo nos costó reconstruirnos, nos costó reconocernos, y
hubo muchas polémicas, muchas discusiones y, sin duda, hubo también acusaciones
injustas en algunos casos. (…) “No habrá más
penas ni olvidos” toma un sector de la realidad nacional de los años ‘70
químicamente aislada del resto. Es decir, en la novela no hay más que
peronistas: peronistas buenos y peronistas malos. Lo que también es una
simplificación porque justamente no era tan clara la situación en los ‘70 y
había ciertas zonas de intersección donde era muy difícil discriminar de qué
lado estaban ciertos peronistas. La realidad nunca es tan simple. Además se
sacaban de contexto a otros grupos de izquierda que no eran peronistas y grupos
de derecha que no eran peronistas. Todo eso que volvió a nuestra realidad en
algo terriblemente complejo y cuyas secuelas seguíamos viviendo. (…) Somos,
afortunadamente, muchos de nosotros, seres apasionados y, entonces, la
discusión fue apasionada. Con los años, todos tuvimos oportunidad de
reconocernos, de aceptarnos y cuestionarnos en un clima más tranquilo y con
cierta distancia. Yo, por lo menos, tuve oportunidad no sólo de encontrarme con
Soriano y de hablar con él. Nuestra relación nunca llegó a ser una amistad pero
fue muy cordial. (…) Tuve oportunidad de leer sus notas periodísticas que me
parecieron excelentes, también ciertas ráfagas que aparecían en sus novelas. No
puedo decir que su novelística me haya fascinado pero si reconozco que tenía un
talento muy especial. Y, sin duda, lo que tenía era un gran talento de llegada
a la gente y eso no se puede cuestionar. Sus lectores realmente lo han querido
mucho y sus amigos lo han querido mucho. Y creo que ha sido, para la gente que
lo conoció y que lo conocía por ráfagas, por reportajes, por opiniones, un tipo
querible y también un tipo al que le han tenido mucha bronca.