Fue en
Argentina, tras su imposibilidad de hacerlo desde el exilio, donde Soriano publicó
“A sus plantas rendido un león”, “Una sombra ya pronto serás”, “El ojo de la
patria”, “La hora sin sombra”, “El negro de París” y “Arqueros, ilusionistas y
goleadores”. También los cinco volúmenes con sus mejores crónicas
periodísticas: “Artistas, locos y criminales”, “Rebeldes, soñadores y
fugitivos”, “Cuentos de los años felices”, “Piratas, fantasmas y dinosaurios” y
“Cómicos, tiranos y leyendas”, libros en los que volcó buena parte de su
producción en medios de prensa en los que trabajó como “El Eco de Tandil”,
“Panorama”, “Confirmado”, “Primera Plana”, “Semana Gráfica”, “La Opinión”, “El
Periodista”, “Noticias”, “El Cronista Comercial” y “Página/12” (Argentina); “Il
Manifesto” (Italia), “Le Canard Echainé” y “Le Monde” (Francia) y “El País”
(España). Más tarde se publicaron varias antologías de cuentos ligados a su
pasión futbolera.
Sus libros
demostraban una gran profundidad de todo tipo, una sabiduría popular escrita en
un idioma absolutamente popular. Y probablemente fuera eso lo que lo llevó a
cimentar un particular pacto con los lectores, lo que lo convirtió en el autor
argentino vivo más leído de su época. Esa fascinación que ejercía sobre los
lectores se tradujo en enormes ventas y en traducciones a distintos idiomas en
el extranjero. Llegó a tener sus tres primeras novelas en la lista de los más
vendidos durante más de un año, en la época de la transición democrática.
Pero,
mientras, su obra iba ganando espacios de popularidad, alguna parte de la
crítica literaria lo fue transformando, sin prisa pero sin pausa, en su objeto
fóbico, asociándolo a una excesiva sencillez narrativa y acusándolo de caer en
lugares comunes. Soriano es, sin dudas, uno de los escritores más
controvertidos de la literatura nacional de los últimos años.
Beatriz Sarlo
(1942), por ejemplo, llegó a calificarlo como el creador del “policial
populista”. Por el contrario, Juan Martini (1944) aseguró que “el acierto más
significativo de su obra es que se quedó con un repertorio de temas común a
toda una generación y les puso su óptica, su voz, su estilo. Si escribía bien o
mal es una discusión tan inútil como la que producen los libros desprolijos de
Arlt. Ni Soriano ni Arlt quedarán en la literatura argentina por los ripios de
estilo o por sus libros desafortunados”. Y Ricardo Piglia (1941-2017), tiempo
después, afirmó que “hay mucha gente que narra bien la historia, pero son muy
pocos los capaces de construir en una historia sencilla un sentido
suplementario. A mi juicio, ése es el gran mérito de la obra de Soriano”. Hasta el
mismísimo Adolfo Bioy Casares (1914-1999) le envió una carta diciéndole que “La
hora sin sombra” era la mejor novela que había leído en los últimos años.
Lo
que parece incuestionable es que fue uno de los escritores que marcó un antes y
un después dentro de la literatura argentina. Como él mismo escribió alguna
vez: “Un escritor está siempre igual de solo que un corredor de maratón. De esa
soledad debe sacarlo todo: música celeste y ruido de tripas. Y también la
peregrina ilusión de que un día, alguien decida abrir su libro para ver si vale
la pena robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una
página llena de palabras”. A
continuación, la segunda tanda de la selección de algunos fragmentos de
artículos publicados por escritores y periodistas como homenaje a Osvaldo
Soriano.
Hinde
Pomeraniec (1961). Escritora y periodista argentina.
Osvaldo Soriano -y esto le gustaría mucho a él,
que sucumbía fácil a los complejos de inferioridad- es un capítulo ineludible
de la literatura argentina, más allá de los debates, los cánones de ocasión y
los gustos personales. Su obra fue popular en el sentido más amplio del término
y sus fans cada tanto vuelven a la ruta de sus historias mientras nuevos
lectores se asoman por primera vez, generalmente inducidos por algún fan. ¿Es
un clásico Soriano? Parece demasiado pronto para señalarlo, cuando aún hay muchos
contemporáneos que despliegan su admiración para conservar su memoria. Sin
embargo, es evidente que hay un nombre de autor y una obra compuesta por
novelas, relatos y artículos periodísticos -algunos de ellos, memorables- que
resisten como obstinada inscripción en la cultura argentina. Osvaldo Soriano
nació en Mar del Plata un día de Reyes de 1943 y por los diferentes trabajos de
su padre, primero, y por las razones del exilio, después, su vida se fue
asentando en diferentes lugares: Tandil, Cipolletti, pueblos varios de la
Patagonia, Bruselas, París y sobre el final, a partir de 1984, Buenos Aires,
donde vivió junto con Catherine Brucher, su mujer francesa, y su entonces
pequeño hijo Manuel. Y junto con sus gatos, por supuesto, una pasión tan
arraigada en su universo como el fútbol, la política y las discusiones de
sobremesa con amigos. Soriano no terminó la escuela secundaria y apostó por el
fútbol como carrera, pero perdió. La literatura no era una presencia en sus
primeros años y llegó recién cuando traspasaba la adolescencia. (…) Mientras
trabajaba como sereno, comenzó a escribir ficción y acuñó la tradición que lo
acompañaría siempre, la de escribir durante la noche, “el horario de los
gatos”, sus “verdaderos asesores literarios”, como le gustaba decir. Ya
convertido en el escritor argentino más exitoso de su tiempo (habría que ver si
alguien, antes o después, superó aquellas marcas de récord, cuando cada
noviembre un libro nuevo vendía decenas de miles de ejemplares durante años),
su seleccionado literario incorporaba entre los argentinos a Arlt, Cortázar y
Bioy, mientras entre los extranjeros le gustaban Simenon, Graham Greene y por
supuesto Raymond Chandler. En sus últimos años, apostaba por una literatura más
refinada, por llamarla de algún modo, y siempre estaba esperando “el nuevo Paul
Auster”, así como podía recomendar autores exquisitos y poco conocidos como el
escritor y periodista italiano Giovanni Arpino, de quien había leído “La
novicia”, una de sus pocas obras traducidas al castellano. (…) En 1987, Soriano
integró el grupo fundador del diario “Página 12”, del que pasaría a ser una
firma principal hasta el final de su vida en la célebre sección “Llamada
internacional”, cuando desde las contratapas de ese diario contaba la realidad
argentina a la manera de un corresponsal extranjero que debe explicarle el día
a día de aquella década de frivolidad y manteca al techo a su editor europeo.
Cuando ya era famoso, a la hora de recordar sus primeros tiempos como
periodista él contaba que su manera de ganarse las notas era instalarse en la
redacción, “estar ahí”, algo que perfectamente podría asociarse a aquella
famosa “prepotencia de trabajo” de la que hablaba Arlt, uno de los grandes
referentes de la obra de Soriano. (…) Su capacidad para los diálogos, su
economía discursiva y la aparente sencillez retórica lo convirtieron en un
autor amado por lectores que habitualmente se sentían excluidos de los libros
ya por falta de acción, sofisticación del lenguaje o temáticas para minorías.
(…) Le gustaba decir que sus personajes, perdedores solitarios y melancólicos,
eran “personas comunes puestas en una situación límite". "Quizás lo
único que me propongo al escribir es quitarle a la literatura cierta solemnidad
que tiene. Me importan los lectores, divertirme escribiendo y abrir un mundo
que mezcle la aventura con la política y el humor”, aseguraba.
Marcelo
Birmajer (1966). Escritor y guionista cinematográfico argentino.
Fue en 1983 y el día anterior había terminado la
dictadura militar comenzada en el año 1976. Paradójicamente -el país recién
comenzaba para mí-, la novela se llamaba “Triste, solitario y final”. (…) Yo no
había leído a Chandler todavía, ni me llamaban especialmente la atención Laurel
ni Hardy, los tres protagonistas de la trama. Doble mérito, el de Soriano, en
dejarme sentado hasta que la terminé, con una sola pausa para pasar del bar El
Foro a la pizzería Güerrín, ya en el calor de ese diciembre delirante, con
hippies en el Obelisco y militantes de la nada en todas partes, sin que yo
conociera las referencias fundamentales de su heterodoxa y devota novela negra.
(…) Soriano no había sido convocado al seleccionado del “boom”, pero portaba
una cantidad de novedades que me resultaban tan estimulantes como el
descubrimiento de ese capítulo canónico latinoamericano: valía escribir una
novela vertiginosa, atrapante como las historietas que más me gustaban; se
podía ser argentino y escribir sobre cualquier cosa, sin rituales porteños ni
obligaciones telúricas; era en cierto modo un progresista que podía mencionar a
Norteamérica, no sólo sin meterse los dedos en la garganta sino incluso
celebrando su libertad y a sus artistas. Hollywood no debía ser invariablemente
un monstruo a derrotar. Este manojo de herejías fue el que me llevó a
sumergirme, apenas semanas después, en el fangal argentino de “No habrá más
penas ni olvido”. Quizá la más lúcida reflexión involuntaria que yo haya leído
sobre las insensateces peronistas. Precisamente más efectiva por su renuncia a
explicarlo. Es un enigma que comparte con el universo el mérito de no tener
respuesta, diría Somerset Maugham, en su novela “La luna y seis peniques” en
1919. Soriano lo entendió tan temprano como en 1978, y por eso en lugar de
buscar respuestas escribió una novela brutal y cómica, que causó cierta
incomodidad con su violencia de ficción, en aquel año espeluznante, por la
temeridad de reírse con el absurdo peronista durante una dictadura que había
desplazado del poder a ese partido. Podemos decir con la calma perspectiva del
tiempo que “No habrá más penas ni olvido” era tan catártica y reconfortante, en
tanto acompaña nuestro desconcierto sobre el hecho político más determinante y
duradero de nuestro país, y nos permite reírnos y entretenernos cuando se
publicó como hoy mismo. (…) La tragedia no era cómo se habían masacrado unos a
otros los peronistas, sino que Soriano aludiera al tema en una novela… En sus
crónicas, Soriano sabía mantener la compostura sin perder la gracia. (…)
Después vinieron los géneros poco transitados en la narrativa argentina: el
espía de “El ojo la patria”, que homenajea a John Le Carré; la alegoría
política impiadosa en “A sus plantas rendido un león”. Siempre insolente,
sorpresivo, corriéndose de cualquier sendero donde su propio prestigio lo
pudiera situar. Siempre exitoso. Porque otro dato refrescante de Soriano es que
sus libros se vendían invariablemente. Ni siquiera pasaba por el trance de
quejarse de ese mito homérico: el Mercado. Curiosamente, pareciera que parte
del examen que un narrador debe rendir para recibirse de escritor es soltar
alguna salva contra el intercambio de historias por dinero. Soriano realizaba
este negocio alegremente, y no emitía pagarés de culpa al respecto. Descollaba
en otras asignaturas del oficio: ser capaz de hacer reír, de conmover, de
convocar al suspenso, de mantenernos en vilo hasta la última línea, de ofrecer
un punto de vista inusual. Desde la década del noventa hasta ahora, estos dones
fueron a menudo considerados meras frivolidades en los cenáculos del
minimalismo, el estructuralismo, el vanguardismo, y el “uno mismo”.
Luis Fayad
(1945). Periodista y escritor colombiano.
Leí mucho la novela
alemana, la rusa, la inglesa, la francesa, la de Estados Unidos (…), así que
cuando llegó el auge de la literatura latinoamericana ya tenía una formación en
literatura universal, y eso me sirvió mucho para valorarla y para saber por qué
es buena. No solamente es un gusto sino un conocimiento. Leo a Borges y a Rulfo
con absoluto deseo renovado y hay que decir que después de ese auge de la
literatura latinoamericana se ha desarrollado una gran literatura. De hecho,
leo con muchísimo gusto a un escritor de mi generación: Osvaldo Soriano. Un
gran escritor. (…) Con las fuentes clásicas y las de la nueva cultura, el
nombre de Osvaldo Soriano fue de los más empleados por críticos locales y de
otras lenguas. Pocos lograron situarse al lado de los antecesores que servían
de ejemplo en ese ámbito, Borges, Cortázar, García Márquez, en España Benet,
Marsé, Goytisolo; de sus más cercanos Vargas Llosa, Ibargüengoitia, de sus
coincidencias con Onetti, Garmendia; de sus contemporáneos José Agustín, Luis Rafael
Sánchez. Pero esa mirada teórica sobre la obra de Soriano fue apenas la primera
etapa y de su importancia inicial se derivaron otras que son las esenciales en
la literatura. (…) Ninguna de sus novelas es voluminosa, pero todas dejan una
sensación de volumen, de que lo que contienen las deja completas. Después de la
primera, “Triste, solitario y final”, escrita con el conocimiento del cine y
como homenaje a sus actores, pasa a otras dos en que se manifiestan de nuevo
sus signos de innovación en la narración pero inclinados a una línea que lo
acerca a la sociedad en la que él vive, adentro de su país o exiliado en algún
otro. “No habrá más penas ni olvidos” y “Cuarteles de invierno” inician la
serie que interpreta la historia de unos años infelices entre dictaduras, otros
gobiernos represivos y revueltas, narrados en diversas formas y personajes
literarios, situaciones y sentimientos. Soriano es el creador de una escritura
rápida de diálogos alternados con largos y cortos fragmentos y descripciones
que agrandan lo personal y la aventura más que al paisaje. La acción avanza con
imágenes visuales, hechas de un lenguaje sin adornos pero rico en la palabra
venturosa que encuentra su sitio justo en la frase y en su significado. De ahí
salen el tono y el ritmo que se comunican con el lector y crean con él una
amigable confianza que le da más autenticidad al argumento. El espíritu del
autor se revela en su unión de palabras con los deseos de contar, en la
estructura y en la parte íntima de los personajes, cuyas confesiones definen
con un hálito de tragicomedia sus novelas. Hay una causa pública, común,
externa, que construye la relación de grupo, y hay pensamientos que definen las
sensaciones del ser humano universal. “Estoy cansado de llevarme puesto”, se
dice uno de sus protagonistas, con lo cual arregla el carácter general de la
obra, sin concepciones vagas de pesimismo u optimismo sino de realidades que
están al lado, inseparables de la existencia del mundo. El hombre y sus actos
son una creación de la fantasía para construir los pasajes reales en la
historia de un país y en el teatro de sus hombres. “Una sombra ya pronto
serás”, “A sus plantas rendido un león”, “El ojo de la patria”, “La hora sin
sombra” y sus otras novelas, son un repaso de la historia, una revisión hecha
con libertad, y una amena muestra de actores que hacen de la tragedia y de la
comedia lo mismo. Italo Calvino, al hablar de la traducción de los libros de
Soriano al italiano, dijo que esa es la clase de narración que va quedando del
siglo XX.
Osvaldo
Bayer (1927-2018) Historiador, escritor y periodista argentino.
Este tiempo argentino actual es tiempo de
Soriano: sólo él para describir los personajes actuales, sólo él para detallar
la gente, los gritos, los coros, el miedo, la crueldad, el dolor. Por eso me
dije hace poco: voy a releer “Cuarteles de invierno”. Cuando él me visitó en el
Berlín del exilio, en mayo de 1982, traía bajo el brazo justo ese libro, recién
impreso. Pocas veces lo vi tan contento (creo que fue la preferida entre sus obras).
(…) Recuerdo todo lo planeado en ese año, preparándonos ya para el regreso. (…)
El país iba a ser distinto. Adiós para siempre a los generales de desaparición
y picana, pero también adiós a los políticos de comité. Para siempre fuera de
la vida diaria los uniformes, y dignidad para los luchadores que la sociedad
calificaba de desaparecidos. (…) De estar Soriano entre nosotros, su
computadora hubiera registrado las crónicas del 20 de diciembre del 2001 hasta
ahora, día por día. Con sus bichos, sus asesinos, sus desmesurados, sus épicos,
sus mentirosos, sus camanduleros, sus llorones. Los de siempre, antes y
después. (…) Pero también los “grones” que cortan las rutas, las maestras que
enseñan en las carpas y los anarquistas que vuelven del fondo de los siglos
poniendo en marcha fábricas vacías y cantando la utopía en asambleas barriales.
(…) “No habrá más penas ni olvido” fue la primera parte. Ahí está el peronismo
de 1974; la mejor descripción literaria del peronismo. Están todos y todos
mueren por el general: unos buscando la ayuda de los militares y de la policía;
los otros, creyendo que el joven de barba nacido en Rosario y muerto en el
cañadón boliviano tenía razón. Los verdugos y los discípulos de los sueños y
los proyectos del horizonte. Soriano quiso dejar una estampa del peronismo
porque era un tema que lo volvía loco. Cien veces discutimos -y yo lo escuché
en otros tantos debates-, tratando de encontrar una plataforma común que nos
llevara a una comprensión de ese fenómeno exclusivamente argentino por sus idas
y vueltas, por sus extremos y sus medios. No pudimos nunca. Yo tenía la
experiencia de haber vivido intensamente, como obrero y estudiante, el primer
peronismo, cosa que él conocía sólo por referencias de su padre, dada su edad.
Pero lo captó profundamente en imágenes. El combate de la municipalidad de
Colonia Vela es el gran mapa donde se describen los diversos climas y
reacciones del peronismo y Perón, más allá de toda sospecha. Lo bastardo y lo
heroico de sus huestes; las traiciones más bajas y el poner el pecho; el correr
a los cuarteles y el jugarse por entero. (…) Por eso “Cuarteles de invierno”
fue la segunda parte. Lástima que no llegara a redactar la indispensable
tercera parte, pienso mientras lo releo. Pero al llegar a la última página me
digo: está todo dicho. (…) En nuestras caminatas por los bosques de Goethe y de
Nietzsche, nos aproximábamos a un socialismo abiertamente democrático, fácil de
digerir, después de los fracasos de los populismos y de los infames crímenes
militares. Él, ya en lecturas tempranas, se había entusiasmado con Trotsky. Yo
seguía, sigo y seguiré soñando con los principios libertarios. Fueron largas,
interminables discusiones, porque Soriano en esa época revolvía mucho a Marx.
Hoy nos parece que deberíamos superar los aniversarios y hablar de él como
intérprete de lo que está pasando. Arlt fue el genio que nos describió tal cual
el Buenos Aires de la Década Infame. Soriano nos dejó las estampas vivas de esa
Argentina traumática de los ‘70. Y, si siguiera entre nosotros hoy, en sus
páginas retrataría a todos: los traidores y los consecuentes, idealistas y
policías, la mano abierta y la mano en la lata, los nobles y las ratas. Todos
argentinos. En la verdadera literatura se puede comenzar a entender la historia
profunda.