7 de enero de 2019

Louis Althusser: "Para cambiar el mundo de base es preciso cambiar de base nuestra manera de pensar" (I)

Louis Althusser (1918-1990), tal vez el principal filósofo identificado con el marxismo durante la segunda mitad del siglo XX a nivel internacional, fue autor de una obra destacada, compleja y contradictoria. Una buena parte fue publicada en vida del autor, y otra, mayor aún, de manera póstuma, pero toda ella fue largamente discutida y debatida, generando controversias que llegan incluso hasta el presente. Conocido como el principal animador de lo que se llamó la corriente del “marxismo estructuralista”, algunos de sus conceptos fueron incorporados a distintos desarrollos de las ciencias sociales, entre ellos los de “aparatos ideológicos del Estado”, “modos de producción como procesos sin sujeto” y “materialismo aleatorio o del encuentro”. En 1984, la licenciada en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Fernanda Navarro (1941) viajó a París y, a lo largo de seis meses, mantuvo conversaciones con Althusser, quien también le permitió acceder a la lectura de algunos de sus manuscritos inéditos. Luego, al regreso a su ciudad natal, la filósofa mexicana mantuvo con el autor de “Montesquieu, la politique et l'histoire” (Montesquieu, la política y la historia) un intercambio de correspondencia a lo largo de más de dos años. Todo el material reunido aparecería publicado en formato de libro en 1988 bajo el título “Philosophie et marxisme” (Filosofía y marxismo). Quien fuera profesora de Filosofía de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH) entre 1977 y 2010 dice en el prólogo: “A distancia del tiempo y de la controversia y a un continente de distancia, Althusser vierte aquí algunas de sus últimas reflexiones sobre filosofía y marxismo. Es el Althusser polémico e incisivo, provocador y debatido, quien en su interpretación de la obra de Marx y sus ‘sacudidas estructurales’ obligara a repensarlo, a revitalizarlo de entre las mortecinas frases célebres marxistas recitadas con rigidez de letanía”. El propio Althusser escribió también un breve prefacio en el cual explicó que “el texto se presenta en forma de conversaciones. Es Fernanda Navarro, profesora de filosofía, mexicana, quien pregunta. No es una entrevista guiada, es ella quien elabora las preguntas y redacta las respuestas. Ella tenía la intención de comprender mejor las razones y los temas de mi intervención filosófica en Francia en las últimas décadas, el sentido filosófico y político de mi empresa, las razones del interés, para algunos sorpresivo, que mi obra había suscitado en Francia y en el mundo, así como los motivos de la hostilidad, a veces feroz y exaltada, que provocó en numerosos lectores (comunistas incluidos)”. Hoy, a treinta años de la publicación, mantiene plena vigencia la importancia que el filósofo francés le concedió a la filosofía como fundamento y centro de toda estrategia ideológica y política. La primera parte de un resumen de dicha entrevista es lo que sigue a continuación.


A lo largo de su obra, ha mostrado usted un marcado interés en la filosofía y su relación con la política. ¿Estaría de acuerdo en iniciar la presente entrevista con este tema?

Ciertamente. Podemos decir que este interés no sólo ha sido en el nivel teórico pues desde los años cuarenta he sido filósofo y político a la vez. En parte, esto se debió a la circunstancia histórica que me tocó vivir: la segunda guerra mundial, el estalinismo, la campaña mundial por la paz, el llamamiento de Estocolmo. Era el momento en que sólo Estados Unidos poseía el arma atómica, por lo tanto, era preciso evitar, a toda costa, una tercera guerra. Llegué a militar, entonces, hasta diez horas diarias.

Sus palabras recuerdan lo que usted mismo escribió en el prefacio de “La revolución teórica de Marx”, al referirse a la época de posguerra.

Sí. Decidí entonces intervenir políticamente en Francia. Y decidí hacerlo desde el interior del Partido Comunista. Además, quise intervenir ahí para luchar contra la influencia del estalinismo que aún persistía. Pero no tuve posibilidad de elegir: si hubiese intervenido públicamente en la política del partido -que se rehusaba a publicar mis textos filosóficos sobre Marx por juzgarlos herejes y peligrosos- me hubiera yo encontrado marginado y sin ninguna influencia. Por lo tanto, me quedaba una sola vía de intervención: la teórica, a través de la filosofía.

Sobre ese fondo de disidencia podría inscribirse su crítica a algunos conceptos fundamentales que sustentaban la posición oficial de los partidos comunistas. Pienso, por ejemplo, en el materialismo dialéctico.

Efectivamente. Me interesaba, desde que ingresé al partido, que se abandonara esa tesis por impensable. No era fácil, pues imperaba en todos los partidos comunistas occidentales, salvo -en parte- en Italia gracias al gigantesco esfuerzo de crítica y de reconstrucción de la teoría marxista realizado por Gramsci.

¿En qué fundamentó su crítica del materialismo dialéctico?

Consideraba yo una aberración el creer -e imponer la creencia- que se puede deducir directamente una ciencia e incluso la ideología y la política marxista-leninistas aplicando las supuestas “leyes” de una pretendida dialéctica directamente a las ciencias y a la política misma. Sostengo que la filosofía no actúa jamás directamente sino a través de la ideología.

¿Qué consecuencias políticas podían derivarse de esa posición?

Pienso que la URSS ha pagado caro esta impostura filosófica. No creo exagerar al decir que la estrategia política de Stalin y toda la tragedia del estalinismo estuvo, en parte, fundada en el “materialismo dialéctico”, monstruosidad filosófica dirigida a justificar y servir teóricamente de garantía al poder por encima de la inteligencia. Por lo demás, es importante señalar que Marx nunca pronunció el término “materialismo dialéctico”, este “logaritmo amarillo” como gustaba llamar a los absurdos teóricos. Fue Engels quien, en determinada circunstancia, bautizó al materialismo marxista de materialismo dialéctico. Marx lamentó no haber escrito una veintena de páginas sobre la dialéctica. Todo lo que se conoce de él sobre ese punto (además del juego dialéctico de los conceptos de la teoría del valor-trabajo) se encierra en esta bella frase: “La dialéctica, que con mayor frecuencia ha servido a los poderes establecidos, es también crítica y revolucionaria”. Cuando se enuncian sus “leyes”, la dialéctica es conservadora (Engels) o apologética (Stalin). Pero cuando es crítica y también revolucionaria, la dialéctica es valiosa. En este caso, no cabe hablar de “leyes” de la dialéctica, de la misma manera que no cabe hablar de “leyes” de la historia. Ambas expresiones resultan igualmente absurdas. Una verdadera concepción materialista de la historia implica el abandono de la idea de que la historia está regida y dominada por leyes que basta conocer y respetar para triunfar sobre la anti-historia.

¿En qué consistió su intervención teórica, filosófica, dentro del partido?

Me dediqué a buscar en “El capital” la filosofía marxista, con el fin de que el marxismo fuera otra cosa que esas célebres fórmulas, opacas o rayando en la obviedad, citadas al infinito sin ningún progreso fecundo y, desde luego, sin ninguna autocrítica.

¿Y podía, sin grandes riesgos, interpretar el “verdadero” pensamiento teórico de Marx, en el seno de un partido con las características que menciona?

A pesar de que el Partido Comunista Francés era marcadamente estalinista y actuaba con dureza, pude hacerlo porque Marx era sagrado para ellos. Procedí un poco a la manera de Spinoza quien, para criticar la filosofía idealista de Descartes y de los filósofos escolásticos “partía de Dios mismo”. Comenzaba sus demostraciones de la Ética por la sustancia absoluta, es decir Dios, tendiendo así una trampa a sus adversarios quienes, desde ese momento, quedaban colocados en una posición de impotencia, imposibilitados para rechazar cualquier intervención filosófica que invocara la omnipotencia de Dios, por reconocerla como un artículo de fe y como una “evidencia” para todos ellos, incluyendo a Descartes. Se trataba de la Verdad fundamental iluminada por la luz natural.

¿Y qué suerte corrió usted con esa estrategia?

Resultó bastante exitosa. Los ataques que me lanzaron tanto mis adversarios comunistas como los medios marxistas no comunistas, llegaron a ser virulentos, pero la mayoría carentes de valor teórico, no sólo desde el punto de vista del marxismo sino simplemente en el nivel filosófico. Y lo considero un éxito porque al adoptar la única estrategia posible en ese momento, la teórica, dio lugar a resultados directamente políticos como ocurrió a partir de los 21º y 22º congresos, a propósito del abandono del concepto de la “dictadura del proletariado”. Por otra parte, el partido no podía excluirme porque mis intervenciones políticas se apoyaban directamente en Marx, de quien yo ofrecía una interpretación crítica y revolucionaria. Marx me protegía en el seno del partido por su carácter de padre pensador, intocable y sagrado.

Con respecto a sus críticas y cuestionamientos, ¿tenía usted entonces alguna propuesta alternativa?

En aquel tiempo no, ahora sí. Pienso que el “verdadero” materialismo, el que mejor conviene al marxismo es el materialismo aleatorio, inscrito en la línea de Epicuro y Demócrito. Preciso más: este materialismo no es una filosofía que debiera ser elaborada en sistema para merecer tal nombre. Aunque no sería imposible, no es necesario convertirla en sistema; lo que sí es decisivo en el marxismo es que represente una posición en filosofía.

Cuando habla de sistema, ¿lo entiende como una totalidad cerrada donde todo está pensado con anterioridad y donde nada puede ser cuestionado de nuevo sin trastornar el conjunto?

Sí. Pero insisto: lo que constituye una filosofía no es su discurso de demostración ni su discurso de legitimación. Lo que la define es su posición (thesis, en griego) en el campo de batalla filosófico (el “kampfplatz” de Kant) por o contra tal posición filosófica existente o en defensa de una posición filosófica nueva.

¿Podría hablarnos de Demócrito y de los mundos de Epicuro para comprender mejor su propuesta del materialismo aleatorio?

Sí, pero antes quisiera decir lo que ha sido motivo de mi reflexión en los últimos años, justamente sobre la filosofía marxista. Efectivamente, he pensado que resulta muy difícil hablar de una filosofía marxista, de la misma manera que sería difícil hablar de una filosofía matemática o física, si consideramos que lo esencial del descubrimiento de Marx es de carácter científico: el haber sacado a la luz el modo de funcionamiento del régimen capitalista. Para ello, Marx se apoyó en una filosofía -la de Hegel- que nosotros podemos considerar que no fue la que mejor correspondía a su objetivo. Es para seguir pensando. Pero de todos modos, no se pueden extrapolar sus descubrimientos científicos a la filosofía. Nosotros podemos pensar que en realidad no profesó la filosofía que está presente en su investigación. Es lo que nosotros tratamos de hacer cuando intentamos darle una filosofía a Marx para permitir su inteligencia, la de “El capital”, la de su pensamiento económico, político e histórico. En este punto creo que, de alguna manera, erramos el blanco en tanto que no le dimos a Marx la mejor filosofía que convenía a su obra. Por otro lado, a raíz de las investigaciones más recientes podemos reconocer que efectivamente Marx nunca se liberó totalmente de Hegel, aunque sí se movió hacia otro terreno, el científico, en el que fundó el materialismo histórico.

¿Significa esto que la “ruptura” no fue total?

No, no lo fue. Fue sólo tendencial.

¿Cómo llegó usted, específicamente, a este reconocimiento?

Lo definitivo fueron las investigaciones de Jacques Bidet, que aportan nuevas luces sobre la obra de Marx. Él tuvo acceso a un cúmulo de material, incluyendo inéditos, que no se conocían hace veinte años y que resultan concluyentes.

¿Qué diría usted ahora de aquella frase de Raymond Aaron acerca del “marxismo imaginario”?

Puedo decir que, en cierto sentido, Aaron tenía algo de razón. Nosotros fabricamos una filosofía “imaginaria” para Marx, es decir, una filosofía que no existía en su obra, si se apega uno estrictamente a la letra de sus textos.

Pero en ese caso, pocos serían los autores que se salvan de no incurrir en lo "imaginario", sobre todo tratándose de algo -como la filosofía en la obra de Marx- que, de existir, se encontraría en estado latente.

Puede ser, pero en cuanto a nosotros, creo que estamos frente a una nueva tarea después de esta experiencia aleccionadora: saber qué tipo de filosofía es la que mejor corresponde a lo que Marx escribió en “El capital”. Sea cual fuere, no será una “filosofía marxista”, será una filosofía, sí, perteneciente a la historia de la filosofía, que podrá dar cuenta de los descubrimientos de los conceptos que Marx utiliza en “El capital”, pero no será una filosofía marxista, será una filosofía “para” el marxismo. Una aclaración: cuando digo que es difícil hablar de una filosofía marxista no debe entenderse en sentido negativo. No tiene por qué haber siempre una filosofía para cada época; tampoco considero que sea lo más urgente ni esencial. Si queremos filósofos, ahí están Platón, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel y tantos otros, a cuyo pensamiento podemos recurrir para pensar y analizar nuestro tiempo, “traduciéndolos” y actualizándolos.

¿Esta idea no se vendría gestando desde antes? Recuerdo que en “Lenin y la filosofía” ya declaraba usted que el marxismo no era una nueva filosofía arguyendo que en el corazón de la teoría marxista hay una ciencia, sino más bien se trataba de una nueva práctica de la filosofía que incluso podía ayudar a transformar la filosofía misma.

Así es.

En una conferencia en la Universidad de Granada, sobre la transformación de la filosofía, en 1976, usted ya hablaba de lo paradójico que resultaba pensar en una filosofía marxista, aludiendo a que Marx consideraba que producir una filosofía como “filosofía” era una forma de entrar en el juego del adversario y contribuir -aun en la forma de la oposición- a reforzar la ideología burguesa dando por válida su forma de expresión filosófica.

Justamente. Era arriesgarse a caer, en filosofía, del lado del Estado, institución por la cual Marx mostró una profunda desconfianza. Y la filosofía representaba una forma de unificación de la ideología dominante. Ambas comprometidas en el mismo mecanismo de dominación. He ahí otra razón más para comprender por qué Marx se abstuvo de toda producción filosófica como tal, pues de algún modo era caer en el “enaltecimiento” del estado de cosas existente. Recordemos que cuando Marx pensaba en la forma del Estado futuro, hablaba de un Estado que fuera un “no-Estado”, es decir, una forma nueva que produjera su propia extinción. Lo mismo podemos decir para la filosofía: lo que él buscaba era una “no-filosofía”, cuya función de hegemonía teórica desapareciera para dejar lugar a nuevas formas de existencia filosófica.

De esta manera parece despejarse la paradoja de una filosofía marxista.

Sí, pues la paradoja radicaba en que habiendo recibido Marx una formación de filósofo, se rehusara a escribir filosofía; no obstante, hizo tambalear a toda la filosofía tradicional al escribir en las “Tesis sobre Feuerbach” la palabra “práctica”. Así fue como él practicó la filosofía que nunca escribió al escribir “El capital”, su obra científica, crítica y política.

¿Considera al materialismo aleatorio como una posible filosofía para el marxismo?

Sí, va en esa dirección. Ahora ya podemos remontarnos a Demócrito y a los mundos de Epicuro. Recordemos la tesis principal: que antes de la formación del mundo, una infinidad de átomos caía en el vacío, en forma paralela. Las implicaciones de esta afirmación son fuertes: que antes de que hubiera mundo, no existía absolutamente nada formado y, al mismo tiempo, que todos los elementos del mundo existían ya aislados, desde siempre, desde toda la eternidad, antes de que hubiera mundo. Lo anterior implica que antes de la formación del mundo no existía ningún origen, sentido, causa, razón ni fin. Niega toda teleología: sea racional, moral, política o estética. Añadiré que este materialismo no es el de un sujeto (sea Dios o el proletariado) sino el de un proceso sin sujeto que domina el orden de su desarrollo, sin un fin asignable. Después sobrevino el “clinamen”: una desviación infinitesimal que ocurre sin saberse cómo, ni cuándo ni dónde. Lo importante es que el “clinamen” provoca la desviación de un átomo en su caída en el vacío y ocasiona un encuentro con otro átomo, y de encuentro en encuentro -siempre y cuando sean duraderos, no fugaces- nace un mundo.

De lo que se deduce que el origen de todo mundo o realidad, de toda necesidad y sentido se debe a una desviación aleatoria.

Justamente. Lo que plantea Epicuro es que es la desviación aleatoria y no la “razón” o la “causa primera”, el origen del mundo. Pero hay que tener claro que el encuentro no crea nada por sí mismo, ninguna realidad. Lo que sí hace es darle realidad a los átomos mismos que, sin la desviación y el encuentro, no serían nada más que elementos abstractos y aislados, sin consistencia ni existencia. Ahora bien, una vez constituido el mundo, se instaura desde ese momento, el reino de la razón, la necesidad y el sentido.

¿Se puede pensar en alguna filosofía posterior que haya retomado estas tesis y que rechace la cuestión del origen?

Pienso en Heidegger. Si bien no es ni epicúreo ni atomista, hay en él un movimiento de pensamiento análogo. Su rechazo de toda cuestión del origen, causa y fin del mundo es bien conocido; pero hay, además, una serie de desarrollos en torno a una visión que restituye una especie de contingencia trascendental del mundo, al cual hemos sido “arrojados”, así como del sentido del mundo, que nos orienta hacia la apertura del “ser”, más allá del cual no hay nada que buscar ni nada que pensar. De esta manera, el mundo es un “don” para nosotros.

¿Podría concluirse entonces que esta filosofía, al rechazar todo origen, tendría como punto de partida la nada?

Justamente. Se trata de una filosofía del vacío, que no sólo dice que el vacío preexiste a los átomos que caen sobre él, sino una filosofía que postula y “hace”, “crea” el vacío filosófico para darse existencia: una filosofía que en vez de partir de los famosos “problemas filosóficos” comienza por eliminarlos y por rehusarse a darse a sí misma un “objeto” (la filosofía no tiene un objeto), para partir de la nada. Se da pues el primado de la nada sobre toda forma, el primado de la ausencia (no hay origen) sobre la presencia.

¿Cómo puntualizaría la posición filosófica del materialismo aleatorio?

Sobre eso podemos decir que el materialismo aleatorio plantea el primado de la materialidad sobre todo lo demás, incluyendo lo aleatorio. El materialismo puede ser simplemente la materia, pero no necesariamente la materia desnuda. Esta materialidad puede ser bien diferente de la materia del físico o del químico o del trabajador que elabora el metal o la tierra. Puede ser la materialidad del dispositivo experimental. Voy al extremo: puede ser el simple trazo, la materialidad del gesto que deja un trazo, indiscernible del trazo que deja sobre la pared de una caverna o la hoja de un papel. Las cosas llegan tan lejos que Derrida ha mostrado que el primado del trazo (de la escritura) se encuentra hasta en el fonema emitido por la voz que habla. El primado de la materialidad es universal. Esto no quiere decir que el primado de la infraestructura (falsamente concebida como la suma de las fuerzas productivas materiales y las materias primas) sea lo determinante en última instancia. La universalidad de esta última noción resulta absurda cuando no se la relaciona más que con las fuerzas productivas.