La narradora
argentina Angélica Gorodischer (1928) comenzó su carrera literaria alrededor de
1960, y ha publicado regularmente algo más de treinta libros a partir de 1964.
Su obra es muy variada, tanto en cuanto a sus temáticas como a los géneros
literarios que utiliza para tratarlas. Su estilo reúne el sarcasmo y la ironía propios
del barroco con un humor muchas veces incisivo y asentado en la utilización de
un lenguaje coloquial, lo que hace de ella una autora independiente que rompe permanentemente
con todo encasillamiento. Pionera de la ciencia ficción en la Argentina, toda
su producción literaria está marcada por la problemática de las relaciones de
poder y, más precisamente, por la consciencia de género. Muchos de sus cuentos
figuran en antologías del país y del extranjero, y ha sido traducida al alemán,
inglés, francés, italiano, ruso, checo y portugués. Su vasta obra incluye
títulos como “Cuentos con soldados”, “Trafalgar”, “Mala noche y parir hembra”,
“Técnicas de supervivencia”, “Las pelucas”, “Bajo las jubeas en flor”, “Menta”,
“Otras vidas”, “Las nenas” y “Coro” (cuentos); “La cámara oscura”, “Opus dos”,
“Kalpa Imperial”, “Fábula de la virgen y el bombero”, “Jugo de mango”, “La noche
del inocente”, “Tumba de jaguares”, “Tres colores”, “Las señoras de la calle
Brenner” y “Cruce de caminos” (novelas); y “A la tarde, cuando llueve” (ensayo).
Lo que sigue es una síntesis editada de las entrevistas que la escritora
concediera a Silvina Friera, Dolores Caviglia, Daniel Gigena e Ivana Romero y
que fueran publicadas en los diarios “Página/12” (14/2/2016), “La Gaceta” (5/6/2016)
y “La Nación” (28/5/2018), y en la revista “Ñ” nº 796 (28/12/2018)
respectivamente.
Más allá de que abundan las definiciones en
torno del cuento, ¿qué es para usted un cuento?
Un cuento
es un pedazo de vida que le contás a alguien. Como en todo pedazo de vida, hay
algo que no podés contar, que no podés explicar. O. Henry -que es un escritor
bueno, divertido, correcto, tiene facilidad para contar cuentos deliciosos,
pero no es Franz Kafka ni Oscar Wilde- sostenía que en todas partes, cuando
caminaba por las calles, encontraba un cuento. Si entra ahora una chica vestida
de verde y dice: “Ah, disculpe, yo creí que era la habitación principal”, ahí
también hay un cuento. Hay un cuento en todas partes; es cierto lo que decía O.
Henry.
¿Cuál es su género favorito?
El cuento
me fascina. La novela también, pero me da mucho trabajo. Ahora no tengo tantas
ganas de trabajar; he trabajado un montón. Me piden cuentos de editoriales
chicas y grandes, también para antologías. Siempre tengo material porque
trabajo mucho. Tengo una libreta de apuntes donde anoto cosas que luego retomo.
Ahora quieren publicar mis cuentos completos; les dije que sí mientras no sea
yo la que tenga que laburar. Será un volumen enorme.
¿Cómo trabaja el estilo a la hora de escribir?
Trabajo,
trabajo y trabajo. El cuento nace de la peripecia, tienen que suceder cosas. El
gesto básico es averiguar qué es lo que va a pasar. Luego vienen estilo,
belleza, estructura. Pero a mí me pasa que soy una catarata y después leo lo
que escribí y digo: “Qué horror. ¿Por qué no me dedico al bordado?”. Es
entonces que llega el momento de la reescritura: escribir de nuevo, volver a
corregirlo. Puedo tener hasta cuatro versiones antes de llegar al que se va a
publicar.
¿Hay diferencia entre aquello que imagina y lo
que queda en el papel?
Sí. Los
textos son una cosa rara, al igual que las ideas. Ideas hay un montón, por
todos lados, a cada rato. Pero son apenas una parte chiquitita del laburo
narrativo. A menos que tengas ideas geniales todo el tiempo, cosa que a mí no
me pasa. De todos modos, empiezo por ahí. No por los personajes: por ahí. Una
situación o una frase que oí en la calle o que yo digo o que dice alguien. No
es necesario que luego aparezca en el cuento pero vos sabés que está. Tampoco
es que las personas digamos genialidades a cada rato. Pero a veces decimos
cosas que adentro tienen una semillita capaz de germinar. En todas partes hay
un cuento. Lo que pasa es que sin mucho trabajo, la cosa queda ahí. Pero hay
que estar atento. Un señor que es músico debe decir lo mismo, que hay sinfonías
en la calle. Tiene razón. Y yo también tengo razón.
¿Cómo logra que el lenguaje sea simple pese a
que las historias no lo son?
El cuento
tiene que ser transparente, tanto que tiene que dejar ver que debajo hay algo
oscuro. Uno no puedo explicar todo. Algo tiene que quedar en la sombras. Yo
tengo un libro escrito en primera persona que no se sabe si es hombre o mujer.
Muchas veces me preguntan quién es y yo respondo que no sé porque no lo sé. Me
gusta contar cosas extrañas con el lenguaje de todos los días. Lo interesante
de la fantasía es que podés dejar el cuento sin explicación.
¿Cómo surgió “Cuentos con soldados”?
Recordé
las historias que contaba mi padre cuando había hecho la conscripción. Tenía un
modo de contar gracioso y cruel a la vez. Así que al asunto de los colimbas yo
lo conocía bastante. Y en menos de un mes el libro quedó listo.
Su libro “Coro” se abre con un epígrafe de Kurt
Vonnegut sobre la cercanía de los bordes, que luego usted incorpora a un
cuento.
Es que me
gusta tanto Vonnegut. Suele tener razón en todo. Yo lo leo y digo “pero claro,
yo quería decirlo así”. El borde del que habla pasa, en mi caso, por esa pasión
que da escribir como forma de dar cuenta de un mundo inventado, el de esos
personajes, donde puede pasar cualquier cosa.
¿Cómo fueron surgiendo estos relatos?
Salieron
solos. Yo largo lo que viene. Y después vemos. O sea, después hay que sentarse
y reescribir una, dos, tres, cuatro, cinco veces. No, cinco no. Con cuatro,
basta.
En “Coro” hay un cuento de media carilla. Esa
brevedad es inusual en su escritura.
Lo que
pasa es que no es cuento: es una confesión. Y es como digo ahí, se me olvidan
las caras y después las tengo que tallar en mi cabeza otra vez. Es una cosa
horrible y sufro porque si bien tengo mucha memoria, con la edad la estoy
perdiendo un poco.
“Cara” se complementa con “Cruz”, el cuento
siguiente, que es un baño de sangre donde un grupo de adolescentes deciden
crucificar a otra en un colegio religioso.
Es terrible
ese cuento. Pero pedía sangre. En un cuento no funciona lo que está bien o mal
sino lo que el relato pida. Al principio por ahí es un texto horrible, sin pies
ni cabeza. Pero tenés que aprender a manejarlo. Para eso, dejás que se enfríe y
volvés a mirarlo. A veces no hay manera y tenés que tirar todo y empezar otra
vez. Pero con oficio, se puede manejar. Porque una escribe de algo que la
convoca. Entonces tenés que averiguar qué te convoca.
En “Las nenas”, uno de sus últimos libros, ¿por
qué las protagonistas son nenas?
No lo
elegí; a veces pasa que se elige sólo el libro. Estaba peleando con el original
de una novela que no terminaba de cuajar, me estaba dando trabajo, no sabía si
tirarlo o qué y me decidí a hacer otra cosa. Escribí un cuento, no era ninguna
maravilla pero no estaba mal, y lo leí y me dije: “Este cuento me suena. A ver,
¿no lo habré escrito antes?” No, no podía ser que hubiera escrito un mismo
cuento dos veces. Pero había algo muy familiar. Entonces fui a la carpeta de
cuentos que tengo en mi computadora y me puse a buscar y encontré otro de una
nena. Eran dos cuentos interesantes. Entonces me fijé si había más. Y cuando
los tuve juntos dije: “Bueno, no hay un libro todavía pero puede llegar a
haberlo”. Y arranqué a escribir los que faltaban.
¿Qué otro hilo conductor tiene la obra aparte de
los personajes?
Estoy
cansada de las mujeres vencidas. Yo sé lo que pasa con las mujeres porque estoy
en la lucha desde siempre. Pero me encanta saber que hay mujeres que reaccionan
contra eso. Me gusta la mina que pelea. Y de las minas que pelean algunas son
vencidas y otros no. El hilo conductor es la idea de tomar las riendas. Me
gusta esa mirada de la pelea de las mujeres. Nosotras también queremos triunfar.
“En el mundo hay cosas bastante raras. Solamente
hay que saber mirar”, dice un personaje de “Las nenas”. ¿Coincide?
Sí, hay
que saber mirar. Siempre hay algo detrás de una acción, detrás de una decisión,
detrás de un error, detrás de un éxito, siempre hay algo, otra cosa.
¿Cómo aprendió a mirar para escribir?
Yo tuve
una infancia un poco solitaria, mi familia me cuidaba mucho. Yo no fui al
colegio, al principio tenía maestras en mi casa, cosa que es horrible, un
plomazo. Un médico pediatra que era excelente les dijo a mis viejos: “¿Ustedes
quieren tener una chica normal? Mándenla ya al colegio”. Entonces no sabía lo
que era un colegio, sólo veía correr chicas que gritaban, pero me adapté
enseguida. Yo tenía ocho años y leía desde los cinco y sabía un montón de cosas
y a veces chocaba con mis compañeras, incluso con las maestras. Todo lo que
viviste es material literario; algo siempre se filtra, aunque sea nada más el
color de las cosas. Margaret Atwood dice que las escritoras tenemos dos cosas
en la infancia: la soledad y los libros. ¡Esta mujer me conoció a mí de chica,
podría invitarla a tomar un café! En mi casa había muchos libros que leía y que
no entendía; eran libros de política, de filosofía, de ensayo... Cuando mi mamá
se dio cuenta de que yo ya leía, me llamó y me dijo: “Este estante de libros no
lo toque”. Cuando se fue del cuarto, empecé a sacar los libros “prohibidos”.
Después empecé a leer narrativa, hasta que me empezaron a regalar libros para
niñas. Todavía tengo el primer libro que tuve; alguien, no sé quién, me regaló
un librito con los cuentos de Calleja, “Capullo rojo”. Otro libro fundamental
en francés, que tenía mi mamá y me volvió loca por las ilustraciones, fue
“Colosos antiguos y modernos”. Había dibujos de los grandes templos antiguos
que me impresionaron mucho. Era el misterio de la vida, el misterio de lo
sagrado. Las escritoras nacemos de las lectoras, no hay nada que hacerle. Sin
lectura obsesiva, no hay escritura. Yo me acuerdo perfectamente de mi mamá
gritando: “¡Apagá la luz nena, son las dos de la mañana!”. Y yo estaba leyendo.
Y leía en el tranvía cuando iba al colegio, en el colegio, siempre leía, leía,
leía... Era impresionante.
¿Qué le gusta leer?
Leo de
todo. Aldous Huxley decía que quien escribe tiene que leer de todo. No sólo
literatura, lo que venga: botánica, religión, matemática, filosofía. Y tenía
razón, porque cualquier materia que tengas sirve; esas otras cosas te van
empujando para atrás el horizonte. Leí la “Teoría de las Cuerdas”, por ejemplo.
No voy a escribir sobre eso, pero me va a permitir pensar cualquier cosa porque
en el mundo hay tantas cosas lejanas, inexplicables… Esas cosas hacen que el
horizonte sea más grande, más ancho.
¿Cuál es la importancia de leer, además de
escribir?
Son parte
de lo mismo. Yo me crié entre libros. No sé si tenía muchos juguetes pero había
libros a patadas. Entonces, leía. Cuando me dicen “mi hijo no lee”, yo pregunto
“y usted, como adulto, ¿lee?”. Hace un tiempo vino mi nieta de la casa de una
amiguita con el cuento de que en esa casa no sabían leer ni escribir. “Pero si
la mamá de la nena es odontóloga y el padre escribano”. Y mi nieta me dijo:
“Sí, abuela, pero en su casa no hay libros”.
“Kalpa imperial”, una de sus obras cumbre de
fantasía y ciencia ficción, publicada en 1983, aún se lee como una de las
mejores alegorías políticas sobre los efectos del poder en las relaciones
humanas. ¿Por qué eligió escribir ese tipo de ficciones en un país como el
nuestro, donde prevalece la literatura realista?
Porque a
mí el realismo me aburre infinitamente. No sé si he sido clara. Las grandes
obras literarias, desde el “Quijote” hasta los cuentos de Borges, no tienen
nada que ver con el realismo. Yo no sé qué es el realismo, porque el mundo y la
vida no son realistas. El realismo me cansa también como lectora. Cuando leo
dos o tres páginas de una novela social o realista, me dan ganas de tirar el
libro a la basura. A alguien le gustará. Si el libro no me abre a otra cosa,
para bien o para mal, para el encanto o el rechazo, no me interesa. El escritor
que se limita a contarme lo que pasa alrededor me aburre. Para eso miro
alrededor y me entero.
¿El entorno no es material literario?
Del
entorno tomo poco, lo menos posible. Prefiero imaginarme todo. De chica tuve
una imaginación frondosa y desbocada, así que le meto por ese lado.
Hace poco la premiaron una vez más por “Kalpa
Imperial”, y una vez más usted aclaró que esa saga no era sólo ciencia ficción,
como insiste cierta crítica.
No, “Kalpa…”
no es ciencia ficción; al menos no en un sentido estricto. Yo admiro a Philip K.
Dick. El hombre en el castillo es un libro que me influyó mucho. También la
obra de Andersen, Tolstoi y Calvino, que son los que me guiaron para escribir
una ucronía, un relato de género fantástico si querés, pero no ciencia ficción.
“Kalpa…” es atemporal. Es difícil escribir en la Argentina sobre imperios
galácticos. Nuestro tema es, más bien, el tiempo. La pregunta que me hice es
¿qué va a pasar con nosotros? Es una pregunta que mira al futuro pero también,
al pasado del que venimos. Por eso evito instalar mi narrativa en un tiempo
específico.
Una emperatriz de “Kalpa…” dice que la verdad
carece del brillo de lo inventado y que por eso los tontos la califican como
miserable e incluso, mezquina.
Pero la
emperatriz es un invento. Entonces, quizás la invención a veces diga más de lo
real que los libros de historia que, ojo, a mí me encantan. De todos modos,
habría que ver qué es la verdad. ¿Es lo que se ve, lo que se toca? ¿Y si es
otra cosa intangible? ¿Y si es una cualidad de la gente y de las cosas que no
se termina de entender nunca? Eso es lo atractivo. Si no fuera atractivo, nadie
escribiría. Se escribe para eso, para forjar otra realidad. O la verdadera
realidad que no alcanzamos a ver: se escribe, se esculpe, se hace música para
hacer visible eso aunque sepas que siempre es una aproximación. Salvo los
místicos, que por ahí llegan a lo verdadero, qué sé yo.
¿Le parece que la ciencia ficción fue profética?
No sé si
profética, pero fue muy interesante. Es algo del pasado ya; fue como una
explosión en su época y terminó. Quedó un sedimento muy valioso para quien
quiera escribir y leer. Con la ciencia ficción, se abrieron puertas impensadas
en el escenario de lo real. A veces, algunas salidas y entradas no se advierten
y la ciencia ficción supo ver eso. Hay que saber mirar con otros ojos. Existen
tantas realidades como miradas.
¿Qué elementos asisten la imaginación literaria?
La
lectura. Yo vivo con un libro en la mano. Leo de todo. Si una persona escribe,
tiene que leer de todo. Si algo me aburre, lo dejo y sigo con lo que me atrae.
Todo eso siempre sirve para algo. El mundo tiene muchos dobleces y no se puede
saber nunca qué es lo que oculta la fachada de una casa. Pasás enfrente y
decís: “Qué linda casa o qué horrible”, pero no sabés lo que hay adentro. Es mi
filosofía para escribir: ¿qué es lo que hay detrás? ¿Qué hay en el fondo?
¿Y qué lee ahora?
A Umberto
Eco. Es uno de los hombres de mi vida. El título es muy hermoso: “Nadie acabará
con los libros”. Estoy de acuerdo con Eco: nada reemplazará al libro; el poder
de crearte un mundo mientras leés un libro no lo tiene ninguna otra cosa. Estoy
a favor de las campañas de lectura, algún resultado tienen que dar para que la
gente vuelva a leer. No hay nada que reemplace al libro ni nada que te dé lo
que te da un libro.
¿Cuántas veces dijo no voy a escribir más y
reincidió?
A cada
rato. Después te sale un cuentito y finalmente te sale un libro de cuentos que
es como un árbol. Esos son los libros interesantes, los que son como árboles.
Voy a seguir escribiendo, claro, vamos a ver qué pasa...