14 de noviembre de 2012

Charles Dickens, la experiencia real y la fértil imaginación. Horacio Vázquez Rial

Dickens pasó de una inicial visión optimista en la que creía que la bondad individual era el remedio para todos los males ("Los papeles póstumos del Club Pickwick") a otra más desilusionada en la que insiste en la necesidad de una reforma social y política sin la cual la reforma moral que predicaba en obras anteriores no podrá llevarse a cabo ("Tiempos difíciles"). La publicación de la primera coincide con la coronación de la reina Victoria, episodio que marcaría el nacimiento de la Inglaterra industrial, comercial, capitalista y colonialista. Fue una época de profundas transformaciones sociales a la luz del nuevo orden socioeconómico. Este trajo consigo la precarización de la clase obrera mientras se profundizaba la indiferencia de la aristocracia y crecía la hipocresía de la naciente burguesía. De allí el desaliento que transmiten las novelas postreras de Dickens. Su evolución literaria -paralela a la de su compromiso social- le llevó del cuento humorístico a obras donde prevalece el análisis psicológico de los personajes, análisis que se entremezcla con una gran complejidad narrativa. Esos personajes son la esencia de Dickens. Su habilidad para hacerlos creíbles es una de sus grandes virtudes. No obstante, a menudo se le reprocha la ausencia de una visión moral, política y filosófica consistente y unívoca. En su obra, llena de sinsabores y crueldades, creó un universo clásico de héroes y antihéroes, resultando a veces contradictorio. Así como ironizó sobre la filantropía desinteresada de la señora Jellyby en "Casa desolada", criticó el egoísmo del señor Veneering en "Nuestro común amigo". En "Tiempos difíciles", el hombre de negocios Bounderby es un cerdo descorazonado, mientras que en "Nicholas Nickleby", los hermanos Cheeryble son caritativos y desinteresados. Satirizó la abstinencia en "Los papeles póstumos del Club Pickwick", pero se burló del alcoholismo en "Martin Chuzzlewit". En "Oliver Twist", aparece la imagen del judío malicioso en Fagin, en tanto que en "Nuestro común amigo", Riah personifica al buen judío. De alguna manera, y tal como lo dice Stephen Blackpool, el personaje de "Tiempos difíciles", semejante inconstancia "es un embrollo".
El ensayista británico Edward M. Forster (1879-1970) expresó en "Aspects of the novel" (Aspectos de la novela) su desaprobación teórica sobre los personajes dickensianos -"bidimensionales o planos"- pero, impresionado ante "el maravilloso sentimiento de profundidad humana" que éstos transmitían, reconoció que "el inmenso éxito del novelista con los personajes insinúa que la abundancia de estos tipos planos es mucho mayor de lo que los críticos más severos admiten". Algo con lo que coincidió Dudley Johnson (1911-1995), profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Princeton, en su "Charles Dickens. An introduction to his novels" (Charles Dickens. Introducción a sus novelas): "A pesar de lo increíbles que en ocasiones resultan los seres que pueblan las historias de Dickens, éstos se ganan la aprobación del lector debido a la vitalidad y a la lucidez con la que su propio hacedor cree en su realidad". Y agregaba: "Las verdaderas identidades de los personajes de las novelas de Dickens se encuentran enmascaradas incluso de sí mismos bajo poses convencionalmente prescritas, que sin embargo saltan a la superficie por medio de todo tipo de pistas: no sólo en los actos manifiestos, sino en los gestos que los acompañan y en la expresión facial; no sólo en la conversación, sino en la entonación y en los giros lingüísticos pronunciados. El método de caracterización en Dickens no da lugar a la investigación sutil de los estados psicológicos de la mente, sino que más bien su éxito depende del ingenio del artista a la hora de crear patrones consistentes, enfáticamente definidos sobre las respuestas individualizadas a las circunstancias externas. Es decir, se trata de mostrar a los personajes en acción".
Horacio Vázquez Rial (1947-2012), escritor, periodista e historiador argentino, contó que leyó "David Copperfield" a sus ocho años. "Yo nadaba en mares de revistas de cómics argentinos y mexicanos y, cuando me asomaba a los libros, era para atender a Emilio Salgari y a Julio Verne. De modo que aquel volumen tuvo que macerarse durante un tiempo antes de convertirse en el primer libro no infantil que leí. La impresión fue definitiva porque, hasta entonces, en los relatos de aventuras, había encontrado emociones, había descubierto la ansiedad, hasta me había convertido en un anticolonialista ingenuo de la mano de Sandokán, pero nunca había llorado. Y con David Copperfield lloré". En 2007 prologó la edición que la editorial Belacqua de España hiciera de "Barnaby Rudge", edición que contó, además, con un  texto que Chesterton escribió en 1911 en el epílogo. "La mayoría de las lecturas son insatisfactorias -diría Vázquez Rial tiempo después-. Los libros no siempre son amigos, no siempre son sabios, no siempre alimentan. Hay libros injuriosos por razones diversas: la peor es el aburrimiento. Tal vez el éxito perpetuo de Dickens se deba a que jamás aburre".

He leído novelistas probablemente más grandes que Dickens, si es que en ese territorio hay jerarquías reales más allá del gusto de cada época, pero a ninguno he amado tanto, de ninguno me he sentido tan cerca. No sé si es por culpa de aquel David Copperfield que me ha acompañado toda la vida que yo amo el melodrama, sea que se vista de novela negra, sea que se vista de novela histórica, de guerra, de espías o de tragedia realista, como en Dreiser o en Scott Fitzgerald. Sólo el melodrama puro y duro, el de los culebrones, me choca; y creo que ello se debe a que no es sino parodia de melodrama. El melodrama es uno de los rasgos del universo de Dickens, pero no cualquier melodrama, sino el melodrama tenebrista. Era un hombre de teatro y, como dice Mario Praz en "Historia de la literatura inglesa", pertenecía "a la misma familia del mundo de Doré, de Hugo, de Brueghel y de las gárgolas de las catedrales góticas". "Hay en ello algo de alucinante -continúa Praz-. Es la misma tendencia la que, aplicada a un ambiente o un personaje, crea algo más vivo que la vida. Su arte es el de la instantánea. Detenido en la etapa de la fantasía infantil, se sintió fascinado por los enanos y los gigantes; las casas construidas con barcos; los pasteles de boda llenos de arañas; el trillado contraste entre la primavera y la muerte; los teatros de marionetas en los cementerios; las analogías imposibles y las semejanzas ilógicas. Como Víctor Hugo, es partidario de los claroscuros violentos". Esa misma tendencia es la que aproxima a Dickens (y a Hugo) a la picaresca: la fascinación por las cortes de los milagros y por los niños abandonados. El pícaro es un joven o un niño sin oficio ni beneficio que lucha por la supervivencia, pero también un joven o un niño en busca de un padre. La tradición picaresca, al igual que la cervantina, se continuó mejor en las literaturas inglesa y rusa que en la española, que parece haber desistido de su propia continuidad al tiempo que España desistía de su proyecto imperial.
En el melodrama tenebrista que es "David Copperfield", el protagonista es un niño abandonado en busca de una familia, de un padre que finalmente reconozca su paternidad y le salve "in extremis" de un destino terrible: será a partir de Dickens, y no de la picaresca española, que Ricardo Güiraldes conciba la historia de Fabio Cáceres, figura central de "Don Segundo Sombra", novela mayor de las letras hispanoamericanas, relato de niño abandonado, y mezcla de "bildungsroman" (novela de aprendizaje) y melodrama tenebrista rural. El melodrama tenebrista tiene otra cumbre en Dostoyevski, que comparte con Dickens el interés por el crimen. Y por el castigo. "Muchos autores modernos de historias de detectives han empleado libremente temas y personalidades de la historia del crimen sin ajustarse a los hechos de los casos criminales. Habiendo escrito un libro sobre el juicio de los Manning, que inspiró "Casa desolada", debo otorgar el lugar de honor a Charles Dickens", anota Albert Borowitz en "Sangre y tinta". "Ningún otro novelista inglés ha dejado una obra más rica ni más compleja sobre el crimen y el castigo. Firme creyente en la existencia del principio del Mal, Dickens imprimió su odio por el alma criminal en villanos absolutos como el Rigaud de 'La pequeña Dorrit' y la señorita Hortense en 'Casa desolada'. Sin embargo, a la vez que abomina de la violencia, Dickens siente una extraña empatía con los criminales, cuyos impulsos parecen despertar un eco de algunos de los más oscuros rincones ocultos de su personalidad". Pero ¿acaso no es la novela negra en general, y la literatura sobre crímenes en particular, una forma extrema del melodrama tenebrista? ¿No lo es Poe, que concibió "El cuervo" leyendo "Barnaby Rudge", según él mismo explicaría detalladamente, lo que me inclina a sospechar que hasta su poesía puede integrarse en el melodrama tenebrista, un estado de espíritu, una estética, una poética? ¿Acaso no es siempre eso la literatura popular, a la que pertenecen por derecho propio Dickens y Dostoyevski?
No sólo en la obra de Dickens está presente su preocupación por el crimen ni su interés en los casos reales: también lo está en su vida. En sus giras de conferencias, que solían ser verdaderas representaciones teatrales, leía a menudo la escena del asesinato de Nancy por Bill Sikes en "Oliver Twist", a pesar de que la experiencia siempre lo dejaba destrozado. En ocasiones asistía a ejecuciones, inducido por lo que él mismo llamaba la "atracción de la repulsión". Y su traslado a la novela no hacía menos reales a los criminales que le servían de modelo y que habían captado su atención en la vida real. El verdugo Ned Dennis, que disfrutaba enormemente de su oficio, aparece en "Barnaby Rudge" con su nombre auténtico. Escribía Dickens, en carta al "Times", el 14 de noviembre de 1849: "Esta mañana he sido testigo de una ejecución. Fui a verla con el objeto de observar a la muchedumbre reunida para asistir a ella, y he hallado excelentes oportunidades para satisfacer mis propósitos, a intervalos durante toda la noche y sin cesar desde el amanecer hasta el fin del espectáculo. Pienso que una visión tan inconcebiblemente terrible como la ofrecida por la perversidad y la ligereza de la inmensa muchedumbre congregada en la ejecución de esta mañana no puede ser imaginada por nadie ni puede ser hallada en ninguna comarca pagana bajo el sol. Los horrores del patíbulo y del crimen que condujo a él a los infelices asesinos se desvanecieron en mi mente ante el comportamiento, aspecto y lenguaje atroces del auditorio apretujado. Cuando llegué a medianoche al escenario, me heló la sangre la estridencia de los gritos y aullidos lanzados de vez en cuando, como evidencia de que provenían de niños y chiquillas situados en los mejores lugares. Cuando amaneció, rateros, vagabundas, viciosos y pordioseros de toda índole afluyeron al sitio, con toda clase de actos deshonestos e injuriosos. Peleas, desmayos, rechiflas, exhibiciones, bromas brutales, demostraciones tumultuosas de ofensiva complacencia se pusieron de manifiesto cuando la policía se llevó a varias mujeres desvanecidas, con sus ropas en desorden; lo cual dio motivo para nuevas demostraciones de regocijo general. Cuando el sol terminó de salir, iluminó miles y miles de rostros alzados, tan inexpresablemente odiosos en su brutal alegría o crueldad que uno tenía razones para sentirse avergonzado de su propia condición y para tener repugnancia de sí mismo, como si estuviese conformado a imagen de Satanás. Cuando las dos criaturas miserables que habían dado motivo a esta lúgubre visión fueron elevadas en el aire entre estertores, no hubo más emoción ni piedad, ni se pensó que dos almas inmortales habían sido conducidas al juicio, ni se aplacaron las obscenidades previas, como si el nombre de Cristo nunca hubiese sido escuchado en el mundo y no existiese creencia alguna entre los hombres, salvo que mueren como bestias. Estoy absolutamente convencido de que nada que el ingenio pudiera concebir para llevar a cabo en ese lapso está en condiciones de obrar daño comparable al de un ajusticiamiento público, y confieso que me asombra y aterra la maldad que exhibe. No creo que ninguna comunidad pueda prosperar donde escenas de horror y desaliento como las representadas esta mañana se lleven a cabo ante las puertas mismas de los buenos ciudadanos y pasen inadvertidas u olvidadas. Y cuando en nuestras oraciones y acciones de gracia elevemos humildemente a Dios nuestro deseo de que los males morales sean alejados de esta tierra, pediría a los lectores que reflexionasen acerca de si no es tiempo de tomar en cuenta este infortunio y de eliminarlo de raíz".
Como no sabía dónde cortar la cita, he reproducido el texto de la carta casi íntegro, pensando mientras lo transcribía que a Dickens no le repugnaba tanto la pena capital en sí misma como el jolgorio popular que la rodeaba; que su conocimiento y su pintura de la vida de los miserables se debía tanto a su respeto por los individuos como a su desprecio hacia las masas, y que por eso se ocupaba de tratar a los primeros tanto como de execrar a las segundas. De ahí que el perista Fagin de "Oliver Twist" sea el desarrollo literario del perista real llamado Ikey Solomons, que el caso de asesinato Thurtell-Hunt se convirtiera en una parte de "Martin Chuzzlewit" y que Maria Manning derivase en la señorita Hortense de "Casa desolada". Y que, en la misma obra, su amigo el Inspector Charles Field, de Scotland Yard, institución a la que Dickens profesaba gran respeto y admiración, fuese el modelo del Inspector Bucket, el primer policía detective de la ficción inglesa. "Casa desolada" se publicó entre 1852 y 1853. "La piedra lunar", de Wilkie Collins, en la que aparece el sargento Cuff, en 1868. "Estudio en escarlata", de Conan Doyle, presentación de Sherlock Holmes, en 1887. De modo que Dickens es uno de los padres fundadores de la novela de detectives que encuentra su culminación, aún no superada, en Raymond Chandler. "Barnaby Rudge" tiene su crimen y sus criminales. No es algo de lo que se hable a menudo, porque la crítica, y la historia literaria, que probablemente se haga como los diccionarios, mediante plagios sucesivos y bien disimulados, han decidido hace muchos años que ésta es una novela histórica, una de las dos que escribió Dickens: la otra es "Historia de dos ciudades".
La taxonomía literaria es un mal aún no perfectamente diagnosticado, pero del que algo sabemos por experiencias en otros terrenos: por poner sólo un ejemplo, el étnico. Todo ordenamiento en grupos genera exclusión y, aunque la corrección política prefiera olvidarlo, el multiculturalismo es la prueba. En las listas literarias ocurre exactamente lo mismo, ya se hagan por naciones, ya se hagan por géneros, en todos los sentidos de la palabra: cada elemento integrado en una lista excluye otro. Si es histórica, no es negra ni de investigación ni de misterio, salvo en los absurdos casos de ciertos detectives romanos o medievales que el oportunismo y la ignorancia, a partes iguales, han puesto en el mercado tras una lectura en diagonal de Umberto Eco. Pues bien: "Barnaby Rudge" es una novela de Charles Dickens, es decir, un melodrama tenebrista con crimen y misterio, un relato histórico con algunos personajes reales en situaciones reales, y muchas escenas profundamente conmovedoras. Pero no es una novela más histórica que "Casa desolada", con su despiadado cuadro de la justicia victoriana, ni que "Oliver Twist", con su precisa descripción de la espantosa infancia londinense de la época imperial. Lo único que la diferencia de éstas es el hecho de que su acción transcurre sesenta años antes de su publicación (1841), entre 1775 y 1780, fecha de los disturbios de Gordon, que se describen en la obra. En el caso de "Historia de dos ciudades", cuya trama, desarrollada entre París y Londres, gira en torno de los acontecimientos principales de la Revolución Francesa de 1789, son setenta los años que separan lo narrado de la fecha de su publicación: 1859. Si se tiene en cuenta que Dickens nació en 1812, veintitrés años después de la toma de la Bastilla y tres antes de Waterloo, se comprenderá lo poco que tienen que ver estos pasados con aquellos de los que se han ocupado Robert Graves, Marguerite Yourcenar, Gore Vidal, Lewis Wallace o el cardenal Nicholas Wiseman. Y también que denominar históricas a novelas que se sitúan en las tres décadas anteriores al nacimiento de su autor es, cuando menos, caprichoso y anacrónico. Siete décadas han transcurrido desde la Guerra Civil española, y no son históricas las novelas que hoy se escriben sobre ella, o lo eran ya las que se escribieron en la década de 1940. Para nosotros pueden ser históricas "Guerra y paz" de Tolstoi (publicada en 1869, menos de sesenta años después de la derrota de Bonaparte en Rusia, que había tenido lugar en 1812) e incluso "Vida y destino" de Vassili Grossman, nacida de las experiencias del autor durante la Segunda Guerra Mundial, pero no lo eran para sus autores en el sentido que hoy damos a la expresión novela histórica.
Ha habido quien afirmara que "Barnaby Rudge" es una novela romántica, tal como lo eran las novelas de Walter Scott. Nada más alejado de la verdad. Scott fue el primer novelista romántico en sentido estricto: utilizó la novela para la creación y difusión de la mitología nacional escocesa e inglesa. El Romanticismo fue una vasta operación de reescritura del pasado orientada a dotar a cada uno de los nacientes Estados nacionales de una historia singular que sostuviera una identidad y justificara la idea de Nación. En ese momento nació la "novela histórica", muy diferente de la novela con desarrollo histórico de Graves, Vidal o Yourcenar, y muy próxima a "Fabiola" o "Ben-Hur", obras fundacionales del mito de la nación cristiana, o a "Guerra y paz", celebración extrema de la nación rusa. Scott legó a la posteridad los mitos de Rob Roy e Ivanhoe, en sendas obras homónimas, y otros que no tuvieron en nuestra época los beneficios del cine y, por ende, son menos recordados. Dickens no tenía nada de romántico en ese orden de cosas: era un critico severo de las instituciones y de la realidad de una nación sólidamente constituida y, si temía que una violencia parecida a la de la Revolución Francesa se extendiera por Gran Bretaña -ese temor alimentó la escritura de "Historia de dos ciudades"-, era debido a una muy explicable falta de perspectiva histórica que le impedía comprender que la revolución burguesa ya había tenido lugar en su país mucho antes. "Barnaby Rudge" fue un libro, enormemente popular en su tiempo, que nada tiene de menor y que puede leerse como histórico, de crimen y misterio o, más sencillamente, como novela. Todo Dickens. Una verdadera fiesta.