El ensayista británico Edward
M. Forster (1879-1970) expresó en "Aspects of the novel"
(Aspectos de la novela) su desaprobación teórica sobre los personajes
dickensianos -"bidimensionales o planos"- pero, impresionado
ante "el maravilloso sentimiento de profundidad humana" que éstos
transmitían, reconoció que "el inmenso éxito del novelista con los
personajes insinúa que la abundancia de estos tipos planos es mucho mayor de lo
que los críticos más severos admiten". Algo con lo que
coincidió Dudley Johnson (1911-1995), profesor de Literatura Inglesa en la
Universidad de Princeton, en su "Charles Dickens. An introduction to
his novels" (Charles Dickens. Introducción a sus novelas): "A
pesar de lo increíbles que en ocasiones resultan los seres que pueblan las
historias de Dickens, éstos se ganan la aprobación del lector debido a la
vitalidad y a la lucidez con la que su propio hacedor cree en su
realidad". Y agregaba: "Las verdaderas identidades de los
personajes de las novelas de Dickens se encuentran enmascaradas incluso de sí
mismos bajo poses convencionalmente prescritas, que sin embargo saltan a la
superficie por medio de todo tipo de pistas: no sólo en los actos manifiestos,
sino en los gestos que los acompañan y en la expresión facial; no sólo en la
conversación, sino en la entonación y en los giros lingüísticos pronunciados.
El método de caracterización en Dickens no da lugar a la investigación sutil de
los estados psicológicos de la mente, sino que más bien su éxito depende del
ingenio del artista a la hora de crear patrones consistentes, enfáticamente
definidos sobre las respuestas individualizadas a las circunstancias externas.
Es decir, se trata de mostrar a los personajes en acción".
Horacio Vázquez
Rial (1947-2012), escritor, periodista e historiador argentino,
contó que leyó "David Copperfield" a
sus ocho años. "Yo nadaba en mares de revistas de cómics argentinos
y mexicanos y, cuando me asomaba a los libros, era para atender a Emilio
Salgari y a Julio Verne. De modo que aquel volumen tuvo que macerarse
durante un tiempo antes de convertirse en el primer libro no infantil que
leí. La impresión fue definitiva porque, hasta entonces, en los relatos de
aventuras, había encontrado emociones, había descubierto la ansiedad,
hasta me había convertido en un anticolonialista ingenuo de la mano
de Sandokán, pero nunca había llorado. Y con David Copperfield
lloré". En 2007 prologó la edición que la editorial Belacqua de España hiciera de "Barnaby
Rudge", edición que contó, además, con un texto que Chesterton escribió en 1911 en el epílogo. "La mayoría
de las lecturas son insatisfactorias -diría Vázquez Rial tiempo después-. Los
libros no siempre son amigos, no siempre son sabios, no siempre alimentan. Hay
libros injuriosos por razones diversas: la peor es el aburrimiento. Tal
vez el éxito perpetuo de Dickens se deba a que jamás aburre".
He leído novelistas probablemente más grandes
que Dickens, si es que en ese territorio hay jerarquías reales más allá
del gusto de cada época, pero a ninguno he amado tanto, de ninguno me he
sentido tan cerca. No sé si es por culpa de aquel David Copperfield
que me ha acompañado toda la vida que yo amo el melodrama, sea que se
vista de novela negra, sea que se vista de novela histórica, de guerra, de
espías o de tragedia realista, como en Dreiser o en Scott Fitzgerald. Sólo
el melodrama puro y duro, el de los culebrones, me choca; y creo que ello
se debe a que no es sino parodia de melodrama. El melodrama es uno de
los rasgos del universo de Dickens, pero no cualquier melodrama, sino el
melodrama tenebrista. Era un hombre de teatro y, como dice Mario Praz en "Historia de la literatura inglesa", pertenecía "a la misma familia del
mundo de Doré, de Hugo, de Brueghel y de las gárgolas de
las catedrales góticas". "Hay en ello algo de alucinante -continúa Praz-. Es la misma tendencia la que, aplicada a un ambiente o un personaje, crea
algo más vivo que la vida. Su arte es el de la instantánea. Detenido
en la etapa de la fantasía infantil, se sintió fascinado por los enanos y
los gigantes; las casas construidas con barcos; los pasteles de boda
llenos de arañas; el trillado contraste entre la primavera y la muerte;
los teatros de marionetas en los cementerios; las analogías imposibles y las
semejanzas ilógicas. Como Víctor Hugo, es partidario de los claroscuros
violentos". Esa misma tendencia es la que aproxima a Dickens (y a Hugo) a
la picaresca: la fascinación por las cortes de los milagros y por los
niños abandonados. El pícaro es un joven o un niño sin oficio ni beneficio
que lucha por la supervivencia, pero también un joven o un niño en
busca de un padre. La tradición picaresca, al igual que la cervantina, se
continuó mejor en las literaturas inglesa y rusa que en la española, que
parece haber desistido de su propia continuidad al tiempo que España
desistía de su proyecto imperial.
En el melodrama tenebrista que es "David
Copperfield", el protagonista es un niño abandonado en busca de una
familia, de un padre que finalmente reconozca su paternidad y le salve "in
extremis" de un destino terrible: será a partir de Dickens, y no de la
picaresca española, que Ricardo Güiraldes conciba la historia de Fabio Cáceres,
figura central de "Don Segundo Sombra", novela mayor de las letras
hispanoamericanas, relato de niño abandonado, y mezcla de "bildungsroman" (novela
de aprendizaje) y melodrama tenebrista rural. El melodrama tenebrista tiene
otra cumbre en Dostoyevski, que comparte con Dickens el interés por el crimen.
Y por el castigo. "Muchos autores modernos de historias de detectives han
empleado libremente temas y personalidades de la historia del crimen sin
ajustarse a los hechos de los casos criminales. Habiendo escrito un libro
sobre el juicio de los Manning, que inspiró "Casa desolada", debo otorgar el
lugar de honor a Charles Dickens", anota Albert Borowitz en "Sangre y tinta". "Ningún
otro novelista inglés ha dejado una obra más rica ni más compleja sobre el
crimen y el castigo. Firme creyente en la existencia del principio del
Mal, Dickens imprimió su odio por el alma criminal en villanos
absolutos como el Rigaud de 'La pequeña Dorrit' y la señorita Hortense en 'Casa
desolada'. Sin embargo, a la vez que abomina de la violencia, Dickens
siente una extraña empatía con los criminales, cuyos impulsos parecen despertar
un eco de algunos de los más oscuros rincones ocultos de su personalidad". Pero
¿acaso no es la novela negra en general, y la literatura sobre crímenes en
particular, una forma extrema del melodrama tenebrista? ¿No lo es Poe, que
concibió "El cuervo" leyendo "Barnaby Rudge", según él mismo explicaría
detalladamente, lo que me inclina a sospechar que hasta su poesía puede
integrarse en el melodrama tenebrista, un estado de espíritu, una
estética, una poética? ¿Acaso no es siempre eso la literatura popular, a
la que pertenecen por derecho propio Dickens y Dostoyevski?
No sólo en la obra de
Dickens está presente su preocupación por el crimen ni su interés en los casos
reales: también lo está en su vida. En sus giras de conferencias, que
solían ser verdaderas representaciones teatrales, leía a menudo la escena del
asesinato de Nancy por Bill Sikes en "Oliver Twist", a pesar de que
la experiencia siempre lo dejaba destrozado. En ocasiones asistía a
ejecuciones, inducido por lo que él mismo llamaba la "atracción de la
repulsión". Y su traslado a la novela no hacía menos reales a los criminales
que le servían de modelo y que habían captado su atención en la vida
real. El verdugo Ned Dennis, que disfrutaba enormemente de su oficio,
aparece en "Barnaby Rudge" con su nombre auténtico. Escribía Dickens, en
carta al "Times", el 14 de noviembre de 1849: "Esta mañana he sido testigo
de una ejecución. Fui a verla con el objeto de observar a
la muchedumbre reunida para asistir a ella, y he hallado excelentes
oportunidades para satisfacer mis propósitos, a intervalos durante toda la
noche y sin cesar desde el amanecer hasta el fin del espectáculo. Pienso
que una visión tan inconcebiblemente terrible como la ofrecida por la
perversidad y la ligereza de la inmensa muchedumbre congregada en la
ejecución de esta mañana no puede ser imaginada por nadie ni puede ser
hallada en ninguna comarca pagana bajo el sol. Los horrores del patíbulo y
del crimen que condujo a él a los infelices asesinos se desvanecieron en
mi mente ante el comportamiento, aspecto y lenguaje atroces del auditorio
apretujado. Cuando llegué a medianoche al escenario, me heló la sangre la
estridencia de los gritos y aullidos lanzados de vez en cuando,
como evidencia de que provenían de niños y chiquillas situados en los
mejores lugares. Cuando amaneció, rateros, vagabundas, viciosos y pordioseros
de toda índole afluyeron al sitio, con toda clase de actos deshonestos e
injuriosos. Peleas, desmayos, rechiflas, exhibiciones, bromas brutales,
demostraciones tumultuosas de ofensiva complacencia se pusieron de manifiesto
cuando la policía se llevó a varias mujeres desvanecidas, con sus ropas en
desorden; lo cual dio motivo para nuevas demostraciones de regocijo
general. Cuando el sol terminó de salir, iluminó miles y miles de rostros
alzados, tan inexpresablemente odiosos en su brutal alegría o crueldad que uno
tenía razones para sentirse avergonzado de su propia condición y para
tener repugnancia de sí mismo, como si estuviese conformado a imagen
de Satanás. Cuando las dos criaturas miserables que habían dado motivo a
esta lúgubre visión fueron elevadas en el aire entre estertores, no hubo
más emoción ni piedad, ni se pensó que dos almas inmortales habían
sido conducidas al juicio, ni se aplacaron las obscenidades previas, como si el
nombre de Cristo nunca hubiese sido escuchado en el mundo y no existiese
creencia alguna entre los hombres, salvo que mueren como bestias. Estoy
absolutamente convencido de que nada que el ingenio pudiera concebir para
llevar a cabo en ese lapso está en condiciones de obrar daño comparable al
de un ajusticiamiento público, y confieso que me asombra y aterra
la maldad que exhibe. No creo que ninguna comunidad pueda prosperar donde
escenas de horror y desaliento como las representadas esta mañana se lleven
a cabo ante las puertas mismas de los buenos ciudadanos y pasen
inadvertidas u olvidadas. Y cuando en nuestras oraciones y acciones de
gracia elevemos humildemente a Dios nuestro deseo de que los males morales sean
alejados de esta tierra, pediría a los lectores que reflexionasen acerca
de si no es tiempo de tomar en cuenta este infortunio y de eliminarlo
de raíz".
Como no sabía dónde cortar la cita, he reproducido el texto de la
carta casi íntegro, pensando mientras lo transcribía que a Dickens no le
repugnaba tanto la pena capital en sí misma como el jolgorio popular
que la rodeaba; que su conocimiento y su pintura de la vida de los
miserables se debía tanto a su respeto por los individuos como a su
desprecio hacia las masas, y que por eso se ocupaba de tratar a los primeros
tanto como de execrar a las segundas. De ahí que el perista Fagin
de "Oliver Twist" sea el desarrollo literario del perista real llamado Ikey
Solomons, que el caso de asesinato Thurtell-Hunt se convirtiera en una parte de "Martin Chuzzlewit" y que Maria Manning derivase en la señorita Hortense de "Casa desolada". Y que, en la misma obra, su amigo el Inspector Charles
Field, de Scotland Yard, institución a la que Dickens profesaba gran respeto y
admiración, fuese el modelo del Inspector Bucket, el primer policía
detective de la ficción inglesa. "Casa desolada" se publicó entre 1852
y 1853. "La piedra lunar", de Wilkie Collins, en la que aparece el sargento
Cuff, en 1868. "Estudio en escarlata", de Conan Doyle, presentación de
Sherlock Holmes, en 1887. De modo que Dickens es uno de los padres
fundadores de la novela de detectives que encuentra su culminación, aún no
superada, en Raymond Chandler. "Barnaby Rudge" tiene su
crimen y sus criminales. No es algo de lo que se hable a menudo,
porque la crítica, y la historia literaria, que probablemente se haga como los
diccionarios, mediante plagios sucesivos y bien disimulados, han decidido hace
muchos años que ésta es una novela histórica, una de las dos que escribió
Dickens: la otra es "Historia de dos ciudades".
La taxonomía literaria es un
mal aún no perfectamente diagnosticado, pero del que algo sabemos por
experiencias en otros terrenos: por poner sólo un ejemplo, el étnico.
Todo ordenamiento en grupos genera exclusión y, aunque la corrección
política prefiera olvidarlo, el multiculturalismo es la prueba. En las listas
literarias ocurre exactamente lo mismo, ya se hagan por naciones, ya se
hagan por géneros, en todos los sentidos de la palabra: cada elemento
integrado en una lista excluye otro. Si es histórica, no es negra ni de
investigación ni de misterio, salvo en los absurdos casos de ciertos detectives
romanos o medievales que el oportunismo y la ignorancia, a partes iguales,
han puesto en el mercado tras una lectura en diagonal de Umberto Eco. Pues
bien: "Barnaby Rudge" es una novela de Charles Dickens, es decir, un
melodrama tenebrista con crimen y misterio, un relato histórico con algunos
personajes reales en situaciones reales, y muchas escenas profundamente
conmovedoras. Pero no es una novela más histórica que "Casa desolada", con
su despiadado cuadro de la justicia victoriana, ni que "Oliver Twist", con su
precisa descripción de la espantosa infancia londinense de la época imperial.
Lo único que la diferencia de éstas es el hecho de que su acción transcurre
sesenta años antes de su publicación (1841), entre 1775 y 1780, fecha de
los disturbios de Gordon, que se describen en la obra. En el caso de "Historia de dos ciudades", cuya trama, desarrollada entre París y Londres,
gira en torno de los acontecimientos principales de la Revolución Francesa
de 1789, son setenta los años que separan lo narrado de la fecha de su
publicación: 1859. Si se tiene en cuenta que Dickens nació en 1812,
veintitrés años después de la toma de la Bastilla y tres antes
de Waterloo, se comprenderá lo poco que tienen que ver estos pasados con
aquellos de los que se han ocupado Robert Graves, Marguerite Yourcenar,
Gore Vidal, Lewis Wallace o el cardenal Nicholas Wiseman. Y también
que denominar históricas a novelas que se sitúan en las tres décadas
anteriores al nacimiento de su autor es, cuando menos, caprichoso y
anacrónico. Siete décadas han transcurrido desde la Guerra Civil española, y no
son históricas las novelas que hoy se escriben sobre ella, o lo eran
ya las que se escribieron en la década de 1940. Para nosotros pueden
ser históricas "Guerra y paz" de Tolstoi (publicada en 1869, menos de
sesenta años después de la derrota de Bonaparte en Rusia, que había tenido
lugar en 1812) e incluso "Vida y destino" de Vassili Grossman, nacida de
las experiencias del autor durante la Segunda Guerra Mundial, pero no lo
eran para sus autores en el sentido que hoy damos a la expresión
novela histórica.
Ha habido quien afirmara que "Barnaby Rudge" es
una novela romántica, tal como lo eran las novelas de Walter Scott.
Nada más alejado de la verdad. Scott fue el primer novelista romántico en
sentido estricto: utilizó la novela para la creación y difusión de la mitología
nacional escocesa e inglesa. El Romanticismo fue una vasta operación de
reescritura del pasado orientada a dotar a cada uno de los nacientes
Estados nacionales de una historia singular que sostuviera una identidad y
justificara la idea de Nación. En ese momento nació la "novela histórica",
muy diferente de la novela con desarrollo histórico de Graves, Vidal o
Yourcenar, y muy próxima a "Fabiola" o "Ben-Hur", obras fundacionales del mito
de la nación cristiana, o a "Guerra y paz", celebración extrema de la nación
rusa. Scott legó a la posteridad los mitos de Rob Roy e Ivanhoe, en sendas
obras homónimas, y otros que no tuvieron en nuestra época los beneficios
del cine y, por ende, son menos recordados. Dickens no tenía nada de
romántico en ese orden de cosas: era un critico severo de las
instituciones y de la realidad de una nación sólidamente constituida y, si
temía que una violencia parecida a la de la Revolución Francesa se
extendiera por Gran Bretaña -ese temor alimentó la escritura de "Historia de dos
ciudades"-, era debido a una muy explicable falta de perspectiva histórica
que le impedía comprender que la revolución burguesa ya había tenido lugar en
su país mucho antes. "Barnaby Rudge" fue un libro, enormemente popular
en su tiempo, que nada tiene de menor y que puede leerse como
histórico, de crimen y misterio o, más sencillamente, como novela. Todo
Dickens. Una verdadera fiesta.