¿Qué es hoy la cultura? (1) Una prescindible introducción
Hay conceptos
que permanecen sin alteraciones por largos periodos de tiempo y luego mutan o
evolucionan en cuanto a su sentido y significación. Estas variaciones pueden deberse
a los cambios sociales, políticos, económicos y tecnológicos que inciden de manera
directa en las sociedades, y también a la teorización y reinterpretación que de
ellos realizan los cientistas sociales. El concepto de cultura es uno de ellos,
y su interpretación es variada y variable, aunque el término tradicionalmente
suele ser utilizado para referirse a todo el conocimiento que es adquirido por
el hombre desde de su nacimiento, a una educación formal dentro de la sociedad y
hasta a la sofisticación o refinamiento del gusto, haciendo una clara
distinción entre lo culto y lo ignorante.
La palabra "cultura" (del latín "cultüra", cultivo) apareció en el idioma inglés
tempranamente, hacia principios del siglo XIII. El término se empleaba para
designar una parcela cultivada y, tres siglos más tarde, adquirió una
connotación metafórica al extenderse su significado al de cultivo de cualquier
facultad. La propiedad que tenía un campo de ser cultivado se comparaba a la
que tenía una persona de aprender, así como a una sin educación se la asemejaba
a un campo sin cultivar. Hacia fines del mismo siglo, el concepto de cultura era
entendido por las clases altas como la tenencia de una buena educación, gusto
por las bellas artes, un determinado arquetipo de comportamiento y ciertas
normas de urbanidad. De cualquier manera, la acepción figurativa de cultura recién
se extendió durante el siglo XVII, cuando comenzó a aparecer en algunos textos académicos.
Más adelante, en el siglo XIX, la cultura era asociada también a las
actividades lúdicas que las personas bien educadas realizaban. Pero, desde
mediados del siglo XX, la cultura se fragmentó en una serie de disciplinas complejas y diversas, lo que hace sumamente difícil abarcarlas en su conjunto. Según el "Diccionario
de la lengua española" editado por la Real Academia Española, la cultura es "un
conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo
artístico, científico, industrial, en una época o grupo social", una definición
que bien podría provenir de la que el antropólogo evolucionista inglés Edward
Burnett Tylor (1832-1917) acuñara en 1871 en su ensayo "Primitive
culture" (Cultura
primitiva): "La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es
ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la
moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades
adquiridos por el hombre en cuanto miembro de una sociedad".
Pero, a
través de los años, las definiciones de cultura fueron multiplicándose en las distintas
ciencias sociales. En 1952, los antropólogos estadounidenses Alfred
Kroeber (1876-1960) y Clyde Kluckhohn (1905-1960) publicaron "Culture. A critical review of concepts and definitions" (Cultura. Una revisión
crítica de conceptos y definiciones), obra en la que analizaron ciento sesenta definiciones
de diversos antropólogos, sociólogos, psicólogos, psiquiatras y otros
científicos, y las agruparon en seis grupos: las descriptivas enumerativas, las
históricas, las normativas, las psicológicas, las estructurales y las genéticas. La más representativa
de las definiciones descriptivas enumerativas proviene del antropólogo relativista
estadounidense de origen alemán Franz Boas (1858-1942), quien expuso en "The
mind of primitive man" (La mente del hombre primitivo) en 1938: "Puede
definirse la cultura como la totalidad de las reacciones y actividades
mentales y físicas que caracterizan la conducta de los
individuos componentes de un grupo social, colectiva e individualmente, en
relación a su ambiente natural, a otros grupos, a miembros del mismo grupo, y
de cada individuo hacia sí mismo. También incluye los productos de estas
actividades y su función en la vida de los grupos".
Las
definiciones del segundo grupo, las históricas, se basan en la selección de alguna
característica de la cultura proveniente de la herencia o las tradiciones
sociales. En ese sentido, el antropólogo estadounidense Ralph Linton
(1893-1953) en su "The study of man" (El estudio del hombre) de 1936,
proponía el estudio histórico del individuo, la sociedad y la cultura como
medio para encontrar el trasfondo cultural de la personalidad. "Como término
general, cultura significa la totalidad de la herencia social de la
especie humana, mientras que como término específico, una
cultura significa una clase particular de herencia social".
Entre las definiciones normativas sobresalen las
del psicólogo canadiense Otto Klineberg (1899-1992) en "Race differences" (Diferencias de razas) de 1935: "Cultura es aquella forma de vida total
que es determinada por el medioambiente social"; y la del sociólogo ruso radicado en Estados Unidos Pitirim
Sorokin (1889-1968) que, en "Society, culture and personality" (Sociedad, cultura y personalidad) de 1947, la definió
como "el conjunto de significados, valores, normas, su interacción y
relaciones, sus grupos integrados y no integrados, tal como son objetivados a
través de acciones encubiertas y de otros vehículos en el universo empírico".
En el cuarto grupo, el de las definiciones
psicológicas, la cultura es vista como un conjunto de formas tradicionales de
resolver problemas, de respuestas que han sido aceptadas porque han tenido
éxito. Géza Róheim (1891-1953), antropólogo y psicoanalista húngaro,
escribió en su "The riddle of the Sphinx" (El misterio del Fenix) de 1934: "Por cultura entendemos
la suma de todas las sublimaciones, todos los substitutos o formaciones de
reacciones. En definitiva, todo lo que en la sociedad inhibe los impulsos o
permite su satisfacción distorsionada". Dentro de las definiciones de tipo estructural, la
cultura es vista de manera abstracta e interpretada como la interrelación
organizada de las formas de comportamiento. En "The science of cultura" (La ciencia de la cultura) de 1949, el antropólogo
norteamericano Leslie White (1900-1975) expresa que "la cultura
es un sistema derivado históricamente de diseños para la vida, explícito e
implícito, los que tienden a ser compartidos por todos los miembros
especialmente designados por un grupo". O también como una respuesta a las
necesidades elementales del hombre. Ilustrativa de esta idea es la proposición del
antropólogo polaco Bronisław Malinowski (1884-1942), quien en "The
scientific theory of cultura" (Una
teoría científica de la cultura) publicada póstumamente
en 1944, se refería a la cultura como "el conjunto integral constituido por los
utensilios y bienes de consumo, por el cuerpo de normas que rige los diversos
grupos sociales, por las ideas y artesanías, las creencias y costumbres".
Por último, la definición genética de la cultura
busca explicarla yendo a sus orígenes, preguntándose cuáles son los factores
que hicieron posible su existencia. Esta interpretación desarrolla el intento
de establecer el concepto de cultura como resultado de un proceso de
coevolución genético-cultural. En ese sentido, el semiólogo ruso Iuri Lotman
(1922-1993) propone en "Eine semiotische theorie der kultur" (Semiótica de la
cultura) de 1952, que
la cultura "se construye, desde el punto de vista genético, sobre la base de la
lengua natural, utilizada por el hombre en el trato cotidiano. Las
predisposiciones genéticas se introducen en la cultura, ésta afecta a la
supervivencia y a su vez la supervivencia y la reproducción determinan qué
genotipos se extienden entre la población. En otras palabras, existe un abrumadoramente
complejo intercambio entre la transmisión genética y la cultural".
Como síntesis, los propios Kroeber y Kluckhohn ofrecieron
su propia definición de cultura: "La cultura consiste en patrones
de comportamiento, explícitos e implícitos; adquiridos y transmitidos
mediante símbolos, que constituyen los logros distintivos de los grupos
humanos, incluyendo su plasmación en utensilios. El núcleo esencial de la
cultura se compone de ideas tradicionales (es decir, históricamente
obtenidas y seleccionadas) y, sobre todo, de sus valores asociados".
En
conclusión, el concepto de cultura involucra una multiplicidad de significados
que abarcan desde aquellas expresiones que utilizan el individuo común o los miembros de una comunidad hasta las
definiciones dadas por los científicos, muchos de los cuales la consideran su
objeto de estudio y llegan a resultados a veces contradictorios entre sí. Desde Martin Heidegger (1889-1976) en adelante, hay filósofos que afirman que el hombre ha perdido el saber acerca de cómo habitar el mundo, ya que no se transmite de generación en generación ese saber que permite la supervivencia. La cibernética y la biología buscan información cifrada en un código, que permitiría dar una respuesta a lo inexplicable. En ese sentido, es innegable la importancia de científicos como el británico Richard
Dawkins (1941), el italiano Luigi Cavalli-Sforza (1922) o los
estadounidenses William Durham (1937) y Daniel Dennett (1942)
por sus aportes al concepto científico de cultura a partir de sus
investigaciones sobre los memes, los métodos matemáticos en la genética de
poblaciones y los avances en la compresión del cerebro y del aprendizaje. De todas
formas, para el psicoanalista argentino Germán García (1944) no se trata de
idealizar la cultura. "Ser culto hoy -dice-, es conocer qué del pasado se
actualiza en nosotros bajo la forma de una memoria. En cambio, la ciencia es el
arte del olvido, en el sentido de que está ligada a la tecnología, y el último
celular deja en el olvido al anterior. El sueño positivista es unificar la
cultura bajo la égida de la ciencia. Pero es en el interior de la ciencia donde
este sueño se cae. El científico no es un sabio sino alguien que se ha alienado
en un saber toda su vida. Y que no tiene que leer nada más que lo que compete a
su ámbito". Algo que comparte la periodista científica argentina Alejandra
Folgarait (1960) cuando afirma que, aunque la ciencia se arrogue el saber
sobre el mundo, "pocos premios Nobel de medicina, química o física se
autocalificarían de cultos. Encerrados en sus laboratorios, muchos apenas
tienen contacto con lo que otrora se entendía por cultura. Son genios, sí, pero
en su especialidad. Precisamente esa fragmentación de los saberes y de las
técnicas hace que la figura de la persona culta se disuelva en el fango de la
televisión cada vez más explícita y simple, al punto de que un programa desafía
al público a saber más que un chico de quinto grado. Eso sí: hay que reconocer
que la televisión no engaña a nadie; no promete cultura sino entretenimiento".
En su
libro "El capital de la cultura", el ensayista hispano-argentino Octavio Getino
(1935-2012), planteaba que a partir de los años '80 se generó una división entre
alta cultura y cultura de masas, relacionando a la primera con la cultura de
tipo tradicional, y a la segunda con la promoción y distribución de bienes y
servicios culturales a niveles sin precedentes. Este fenómeno llevó a relacionar a las
industrias culturales con las demás de consumo masivo, a la cultura destinada a
ser consumida como cualquier otro producto de consumo. "Sin embargo, estas
industrias se articulan sobre la base de cuatro fases o procesos: creación,
producción, distribución y consumo de determinados bienes culturales, quedando
de manifiesto que se diferencian de cualquier otro proceso industrial o de reproducción
seriada, en el sentido que el bien cultural conlleva un acto creador, que le
otorga su valor simbólico". Con la irrupción de la cultura de masas, transmitida por los
medios de comunicación, se ha extendido el consumo intensivo e inmediato de
productos culturales de diversa calidad, desde aquellos que configuran el nivel
de cultura superior, hasta los que representan el nivel cultural más bajo. La crisis
de valores, el debate sobre la división entre "alta cultura" y
"cultura popular", la aparición de Internet, las discusiones acerca
de la posibilidad de establecer en los institutos educativos una formación
común, obligan a interrogarse sobre el criterio que separa a las personas
cultivadas de las que no lo son. Así, en la actualidad, se redefinen permanentemente los
límites entre lo que se considera culto y lo popular. "La globalización hace
inabordable el saber total y, donde hay desigualdad social, la cultura y los
públicos quedan fragmentados -dice la socióloga argentina Ana Wortman (1961)-. El vertiginoso estilo de vida actual hace juego
con la cultura del entretenimiento momentáneo que propone la televisión. Prima
la banalización de los temas y el ser culto ya no importa tanto".
El
filósofo alemán Peter Sloterdijk (1947) definió la cultura de fines del siglo
XX como producto de la razón cínica, de una mala conciencia iluminada que
critica con hipocresía. En "Kritik der zynischen vernunft" (Crítica de la razón
cínica) afirma: "La cultura humanística, basada en el libro y en una
educación monopolizada por el sacerdote y el maestro, ha perdido
definitivamente su capacidad para moldear al hombre". Sloterdijk define a los
hombres como criaturas de civilización (o cultura). "Pero hay diferentes
modos de civilización -añade- y
por ello podemos hablar de ruptura de una época. La pedagogía que formaba al
hombre con lo escrito y por la palabra de Dios ha sido sustituida por otra en
la que impera la voz del mercado y del dinero". Es así que, en los tiempos que corren, en los que los intelectuales se dedican a cambiar conocimiento por dinero y se han tornado ambiguas las diferencias
entre "alta cultura" y "cultura popular", la
cultura ya no es manejar discursos ni escribir bien. Es una curiosidad, un
movimiento tan vital como el aire que se respira, un recorrido individual que
ni siquiera implica saberes técnicos, incluyendo al libro dentro de estos
saberes. En cuanto a este punto, el del libro como transmisor del conocimiento, el filósofo español Fernando Savater (1947) ha dicho: "Falsearíamos la realidad diciendo tan sólo que los libros son el más destacado de nuestros productos civilizados, pues resulta ya más justo señalar que nosotros, los que hoy nos tenemos por civilizados, somos ante todo el productos de muchos libros. Lo que ahora oímos repetir hasta el hartazgo es que vivimos en la era de la imagen y que la palabra escrita es actualmente cosa subordinada. Nos hemos mudado de la Galaxia de Gutemberg a la Galaxia Lumiere".
La noción
de cultura, como ya se ha dicho, es ciertamente vaga y confusa. El escritor y periodista argentino Fabrizio Volpe Prignano (1975-2005) decía en "Comunicación y cultura en el siglo XXI" que ésta "se asocia con el concepto
de libertad, con la representación de dignidad e incluso con la edificación y
manifestación de la propia identidad: hay quienes dicen que la cultura nos
libera y que el hombre es un animal cultural. Según la mayoría de los
antropólogos, la cultura perfecciona el estado natural al que estaría
sentenciado el hombre como primate; la solución es semejante a un órgano artificial: nos completamos por
obra y gracia de la cultura. A pesar de su vaguedad, aquello que podemos
reconocer como lo más sugestivo de la idea de cultura, es que su aura, su
prestigio, es tan evidente que no necesita de exactitudes representativas". En "The
interpretation of cultures" (La interpretación de las culturas), el antropólogo estadounidense Clifford Geertz (1926-2006) desarrolló una concepción sintética de cultura,
es decir que los factores biológicos, psicológicos, sociológicos y culturales
se tratan como variables dentro de un mismo sistema (el ser humano). Esta
concepción está basada en la noción de que la cultura "no es sólo un ornamento
de la existencia humana, sino que es una condición esencial de ella". Explica Geertz que el desarrollo físico y la evolución cultural fueron
simultáneos, que los cambios biológicos más importantes se produjeron en el
cerebro y en el sistema nervioso central y, por último, que el ser humano "es
un animal incompleto, un animal inconcluso. Sin hombres no hay cultura por cierto, pero igualmente, y esto es más
significativo, sin cultura no hay hombres".