En busca del significado de la cultura hoy, argumentan con respuestas de todo tenor tres personalidades argentinas relacionadas con la cultura: Miguel Brascó (1926), escritor, periodista, poeta, dibujante, humorista y enólogo; Jorge Halperín (1948), periodista y productor periodístico, autor de "La entrevista periodística", "El progresismo argentino, historia y actualidad" y "Pensar el mundo", entre otros libros; y Oscar Terán (1938-2008), filósofo y docente universitario, autor de "Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano", "De utopías, catástrofes y esperanzas" e "Historia de las ideas en la Argentina", por citar sólo algunos de sus numerosos ensayos.
Contrariamente a la inercia de ser "lunfa" o rústico emisor zafio de provechitos en la sobremesa, ser culto nunca fue una actitud fácil; demanda sostenido esfuerzo y el poner mucha atención, pero, no a la larga sino a la corta, siempre es gratificante. Esa tarea exige:
1. Sin necesariamente
conocer a fondo su obra, por lo menos no quedarse en ayunas cuando alguien
menciona a Wittgenstein; mantener trato cotidiano con los libros en su
conjunto, tanto en el ámbito extranjero desde el romano Catulo hasta Anthony
Burgess y Julian Barnes, pasando por Rabelais, Gus Flaubert y Faulkner; y en el
local de los argentinos, desde Sarmiento y José Hernández hasta Borges, Mario
Trejo y quienes vienen después.
2. Escuchar música regularmente, y con gusto, desde los Grandes como Juan
Sebastian Bach, Beethoven, Brahms, Ravel o Shostakovich, hasta Erik Satie, Scriabin, Steve Reich, Gershwin, Bill Evans, Piazzolla o Ariel Ramírez.
3. Distinguir a primer golpe de vista cualquier obra de Fernando Fader de otra
pintada por Carlos Alonso; y no necesariamente excitarse frente a
un "action painting" de Jackson Pollock pero sí con El Greco, Van Gogh,
Picasso, Paul Klee o Pat Andrea.
4. Estar
en "speaking terms" con el idioma inglés, el francés y eso que hablan y
escriben tan bien los norteamericanos. También, ya que estamos, con el
castellano.
5. No
dejarse atrapar por Coelho, Benedetti, los "best-sillies" y los
artistas que son buenos porque dan bien en las fotos o usaron el marketing del "radical chic".
6. Saber
aunque sea de oído qué son los quantos, las estrellas enanas, los jeroglíficos
de Tutankamón, dónde quedaba la república gay de Weimar y dónde ahora el
enclave de Marruecos, quién es el arquitecto Pei, cuál es el procedimiento para
entrar en la web, y por qué es famoso Carlomagno.
7. Adiestrarse para manejar en
forma amena el arte de la conversación; enterarse de lo que distingue una
bebida fermentada de otra destilada, de en cuál restaurante de Buenos Aires se
come un hígado a la inglesa de culinarias impecables; aprender a preferir,
entre otros platos, a la brandade de morue, las ostras de San Blas, el
coulibiac de Francis Mallmann, los sesos en suave bechamel y el pescado crudo;
no con cerveza o Coca Cola sino con vino y los codos fuera de la mesa.
8. Vestirse
con criterio propio y no por los imperativos coyunturales de la moda. Y, en
líneas generales, no elegir nunca la vulgaridad sino las actitudes inteligentes
y las conductas de buen tono. Hágame caso: intente de cualquier manera actuar y
conducirse de manera culta.
Ser
culto hoy, en
principio, es un prejuicio. Si pienso en la imagen más difundida, un tipo culto
es alguien que tiene una considerable información en ciertas disciplinas
humanísticas, a saber: literatura, ensayo, filosofía, artes, historia y, menos,
sociología, política, antropología. Y dije: "información" y no
"formación", que puede o no estar. A nadie se le ocurriría pensar que
un constitucionalista es un hombre culto si no es bastante docto en algunas de
aquellas otras disciplinas. Mucho menos verían como culto a alguien docto en
ciencias duras, a pesar de la complejidad de sus saberes. Ser culto, insisto,
es un prejuicio, porque vivimos una época de saberes fragmentados y quien sabe
de artes plásticas suele ser un burro en materia de política, y el experto en
teatro no sabe nada de sociología, y así. Pero siempre la condición de culto le
es atribuida por ser alguien que merodea los territorios que hablan del hombre,
su naturaleza y su relación con el mundo, en lugar de hablar de los productos
de la ciencia y la tecnología.
Más allá
de las imágenes y estereotipos, siempre
es un valor ser culto. En los ambientes populares, un personaje culto de la
"alta cultura" es visto con admiración, distancia y perplejidad.
Pero, un culto del fútbol, un tipo que conoce mucho la historia del fútbol y se
expresa con relativa fluidez, es un referente para los demás. Su condición de
culto lo coloca a la altura de los viejos ancianos de la tribu y le ofrece la
posibilidad de terminar discusiones sancionando quién tiene razón y de instalar
modos de pensar. Pero es un valor genuino ser culto en tanto provee de
herramientas para conocer las distintas experiencias de interrogarse acerca del
hombre.
Joseph
Campbell era un culto, un erudito y un intelectual, aunque probablemente no
supiera de ingeniería de procesos o de genética. Era un conocedor erudito de
las diversas creencias, un lector profundo de filosofía y un hombre que había
integrado sus extraordinarias experiencias de vida en un cuerpo coherente de
ideas. Y por eso era también un sabio. John Berger es un erudito en las artes
plásticas, un profundo conocedor de la literatura, amén de un excelente
narrador, un lector de filosofía y, también él, un hombre que ha integrado sus
conocimientos y su rica y original experiencia de vida en un cuerpo coherente
de ideas. Y podríamos ubicar igualmente a Georges Steiner. Aunque dudo que los
dos últimos sepan mucho de sociología o de física cuántica. Así como me
pregunto cuánto saben acerca de literatura nuestros últimos secretarios de
cultura.
En principio, ser
culto hoy es lo mismo de siempre: haberse cultivado
mediante el desarrollo de ciertas prácticas y saberes. Pero sobre esta
afirmación, que es sin duda redundante (por eso mismo es posible ponerse
rápidamente de acuerdo), las diferencias surgen en el momento en que se trata de
enumerar o definir cuáles son los hábitos, los gustos y los saberes
"cultos".
Puesto que existen al menos dos culturas: la letrada, de élite o
como se la quiera llamar, y la cultura popular (dejemos de lado la de masas), no caben dudas de que ambas son igualmente legítimas, aunque es evidente que
promueven distintos regímenes de saberes, de gustos, etc., aun cuando depende
del grado de democracia social imperante en una sociedad para que estos
estratos estén más o menos comunicados o contaminados. Basta escuchar las
letras de los tangos de Manzi, entre otros, para detectar que por allí pasó una
poética proveniente de la cultura "culta". Y ya que vivimos en un
país donde aún perduran los ecos igualitaristas, puede observarse que conocer
de fútbol suele ser un timbre entre intelectuales no necesariamente populistas,
y la mención de Freud no está sólo en labios del sector que habita la cultura
letrada.
¿Es
un valor ser culto? Esta pregunta deja de ser pertinente con la respuesta
anterior, dado que aquélla supone que se puede no ser culto, esto es, estar
afuera de toda cultura, lo cual es evidentemente imposible. Pero si tomamos por culto a aquella persona que tiene un mayor
nivel de reflexividad y sistematicidad sobre sus saberes respectivos, creo que
en nuestra sociedad se trata de un valor claramente positivo. Ahora, si usted quiere decir que "culto" es quien ha
internalizado saberes de la cultura letrada, creo que aún así la valoración es
predominantemente positiva, aun cuando en el seno de una cultura populista como
la argentina dicha valoración se halle constantemente amenazada (o incluso
impugnada por los saberes que emanan de "la universidad de la vida").
Pienso que lo que se entiende por ser culto implica una cierta posición de
diletantismo que puede tornarse cuasi señorial, esto es, de un pulimiento
amplio opuesto a la erudición (que quedaría del lado de ese saber especializado
que para Hegel era patrimonio de los que llamaba "animales
espirituales"). La figura del intelectual tiene un mayor rigor
conceptual, si por ello entendemos al intelectual moderno (que puede ser otro
pleonasmo), esto es, aquel que legitima su práctica a partir de esa misma
práctica intelectual (no se "autoriza" ni en el capital económico, ni
en la religión, ni en la política, ni en el linaje...). Y desde esa
práctica específicamente intelectual interviene en la escena pública.