23 de noviembre de 2012

¿Qué es hoy la cultura? (3) Andrew Graham Yooll / Gigliola Zecchin

Para Alberto Kornblihtt (1954), biólogo molecular argentino, "no existe un humano que no sea culto. Hay científicos que solo leen literatura científica y saben mucho de eso, pero yo creo que eso no es bueno, porque restringe la capacidad de imaginar y crear libremente. Al mismo tiempo, hay que reconocer que todos somos cultos en algunas cosas y no en otras. A mí me gustan el cine, la literatura y la música clásica, pero soy un inculto en fútbol y mitos indígenas. En cuanto al arte, más allá de los gustos de cada uno, creo que tiene que producir una emoción. Tener apertura para las distintas formas de cultura es también ser culto". En ese orden de ideas, muchos sostienen que la cultura ya no cabe en sus orígenes lingüísticos ligados al cultivo del árbol del conocimiento, sino que culto es un individuo informado. Estar al tanto de lo que ocurre, vía televisión o cualquier otra herramienta viva, es la cultura. "Reconocer al instante una marca con prestigio, eso es parte de la cultura. Dominar los chismes del 'star system' y las módicas 'celebrities locales', eso también es cultura. Pero -dice la periodista argentina Alejandra Folgarait (1960)- saber pensar es otra cosa". En estos tiempos, la cultura ya no es patrimonio individual sino social. No está únicamente en manos de artistas y literatos, sino también en los que están al tanto de las tendencias en diseño de ropa o muebles, en los que buscan fósiles de dinosaurios de millones de años de antigüedad o en los nuevos cocineros que dibujan nimiedades sobre enormes platos. "¿La forma acaso le ganó al contenido? -se pregunta Folgarait-. ¿Es más culto quien sabe reconocer un traje de Armani por la calle que quien leyó el Quijote? ¿O existen simultáneamente varias culturas que reflejan la fragmentación de la sociedad argentina, el individualismo consumista, la liviandad del ser tras la licuación de las ideologías políticas que dominó el fin del siglo XX?". Hoy, la legitimación cultural "viene más por el acceso a la tecnología, especialmente la banda ancha para las clases medias, que por los libros, el cine, la pintura, la música -dice la socióloga argentina Ana Wortman (1961)-. La tecnología, en todo caso, permite un acceso a la cultura universal. La pregunta que hay que hacerse hoy es cómo procesar toda la cantidad de información que circula, cómo tomar distancia para pensar y fomentar la imaginación".
Sobre estos interrogantes, opinan en esta nota el periodista, historiador y escritor argentino Andrew Graham Yooll (1944) y la conductora de ciclos de radio y televisión, editora y escritora ítalo-argentina Gigliola Zecchin (1942). Entre las obras más destacadas del primero pueden mencionarse "Pequeñas guerras británicas en América Latina", "La colonia olvidada. Tres siglos de ingleses en la Argentina" y "Memoria del miedo (Retrato de un exilio)". De la segunda, autora principalmente de literatura infantil, sobresalen entre muchos otros títulos, "Mona Lisa y el paraguas de colores", "La leyenda del hornero", "La leyenda del Yaguareté" y "El arte para los niños".


Para las tías que tuvieron que ver con mi crianza, ser culto se empalmaba con tener buenas maneras en la mesa, que era lo que permitía juzgar un nivel de sabiduría. Una persona culta sabía comportarse en un círculo social elegante, sabía decir "por favor" y "gracias", y sabía seleccionar los tenedores y cuchillos que flanqueaban el plato de menor a mayor. La gente que levantaba el meñique como una varita cuando alzaba una taza o que usaba escarbadientes, o cuyo aliento hedía a ajo o a mandarina debía ser expulsada de la sociedad. Ser culto era vestir bien, conducirse con corrección, para algún día ser invitado a tomar el té en la Embajada (la británica, se entiende, porque no existía otra para mis tías). Ser culto requería vestir traje en días de semana, nunca los sábados y domingos, trabajar en un banco o en una importante empresa comercial. Los individuos que no habían alcanzado una posición económica y social digna de respeto no eran cultos. Otra regla de la cultura imponía no tocar jamás los temas de sexo, religión y política en una conversación, si bien la lectura en cualquiera de esos campos podía ser abundante y aceptable como herramienta de conocimiento.
Hace medio siglo y más, estas reglas eran respetadas y hacían a la descripción de la persona culta. Ahora, en muchos círculos urbanos la persona culta es medida por su capacidad de adquisición y acumulación de elementos y experiencias que han sido clasificadas comercialmente como culturales (visitas a museos, cursos de historia del arte, obtención de entradas para el recital de despedida de Joan Manuel Serrat, concurrir a la cancha de River una vez por año, poseer una computadora de "escuintillones" de megas, y recordar que en algún momento del verano anterior se había comenzado la lectura de un libro que estaba recomendado como importante por los críticos del suplemento Radar Libros de "Página/12"). El hombre culto hoy es consumidor de revistas de modas que aconsejan como lograr orgasmos múltiples, conoce algunos rudimentos del sexo tántrico, considera que "hay que" vivir en Palermo Hollywood o lugar parecido, debe poder mechar un monólogo (que el interlocutor no escucha por estar absorto en su propio pensamiento) con palabras en inglés que tienen su equivalente en castellano pero no se usan, debe tener un celular que almacena todas las películas de Alfred Hitchcock o por lo menos una serie porno, un equipo de sonido que puede ser programado para llamar al perro, y saber quién se deja ver en la calle durante las "Gallery Nights". A esta altura de la situación social de la república es difícil saber si los requisitos que nos imponemos nos permiten ser cultos en términos menos materiales.
Quizás estemos olvidando que ser culto significa tener cierto nivel de cultura que puede variar según la modalidad social o generacional, que se ha logrado un nivel de instrucción que en sí permite acceder a un conocimiento más amplio, que refleja una medida de curiosidad por lo que se desarrolla a nuestro alrededor. Ser culto impone la consideración benévola y el conocimiento amplio más allá de lo que el mercado dice que es culto, aceptar que las modas que cambian corren los límites de creencias y prácticas, y el saber bien de cualquier cosa, o algo de todas las cosas, por vía de la lectura y el estudio es lo que nos hace mejores porque permite compartir lo que hemos aprendido para llegar a tener una cultura.
Quizás, más que nada, ser culto es ser tolerante de las diferencias que nos separan de otras culturas y de otras formas de medir niveles de educación. Por ejemplo, un sabio de la comunidad Mapuche es hombre culto y noble para su gente aunque no sepa tararear algo de Mozart. Ser culto es tener la virtud de la diversidad en nuestra relación con nuestros semejantes y con todo lo que es saber, como sociedad o como individuos. Aún tenemos que decidir entre nosotros si el no poder citar un pasaje de Shakespeare o silbar una nota de Shostakovich nos elimina de ser miembros de la raza humana.
Por ahora, ser "culto" en nuestra sociedad es como declararse "liberal", que parece un estado anticuado, reaccionario, una sofisticación afeminada, políticamente incorrecta, socialmente inaceptable, consideraciones que excluyen el diálogo. A pesar de esto, si queremos mantener cierto nivel de cultura, y de respeto hacia ella, es aconsejable movilizarse en torno a su difusión en sus variantes y formas, desde la familiaridad con los personajes de una ópera de Verdi hasta saber apreciar la historia de la más rudimentaria artesanía. En tiempos recientes lo culto ha perdido jerarquía aún más. El escepticismo en lo culto eleva el debate, la terquedad hipócrita lo desprecia.


En los '70 Edgardo A. Vigo presentó una obra, "Curso acelerado para adquirir nivel de latinoamericano culto", con fotos, madera, latas y papel. Irónicamente proponía la ingesta de varias latas, cada una con un contenido diferente: "english", "geography", "spanish", "geometry", "latin", "biology", "german", "chemistry"... ¿Qué latas tendríamos que estar consumiendo hoy para ser cultos?
Ironías aparte, en la jerga de la izquierda se prefiere ubicar a los cultos del otro lado del vallado. Es más común que se hable de un intelectual de izquierda. Y de una persona culta en el discurso de la derecha. Para todos hay, sin embargo, un nuevo espécimen: el hombre informado. "Información es poder...". Y todos queremos poder.
Por oposición yo pienso que podemos inaugurar una idea, la de cultura emocional. Pensar en la emoción (la intuición, la experiencia, la propia identidad) como un filtro necesario para metabolizar la información, ponerla en el contexto de nuestros intereses más profundos y genuinos. La emoción como una procesadora (cuya fuente energética debería ser la razón) para convertir la información en capacidad de reflexión y creación.
¿Es un valor ser culto? ¿Valor para quién? Para ciertos ámbitos, puede ser imprudente: es que un hombre culto se supone más responsable, es decir menos apto para los negocios y la política. El hombre culto desarrolla saberes que le permiten medir la consecuencia de sus actos... Para un político y un hombre de negocios esto puede ser fatal.
Para quien goza con la comprensión de la realidad y produce a su vez cultura, es una manera de encarar la vida. Que no debemos idealizar, pero que incluye el privilegio de moverse en un mundo expandido, más rico e intenso. Que nada tiene que ver con la propiedad, ni siquiera con la propiedad intelectual...
¿Hay diferencias entre ser culto, ser un erudito y ser un intelectual? Ser culto es una concepción amplia sobre el mundo del conocimiento, tiene que ver con la calidad de la formación académica o cultural, sin excluir a los autodidactas. Importan los saberes, pero más, desde mi punto de vista, la capacidad de relacionar los nuevos conocimientos, leer los signos de los cambios. Y darle significado a las nuevas expresiones de la cultura.
Ser erudito es contar con un saber profundo en un tipo de conocimiento (Pequeño Larousse Ilustrado). En tiempos de Lope de Vega era un hombre instruido en varias ciencias, artes y otras materias. Popularmente se hablaba del "erudito a la violeta", el que tenía una relación superficial con las ciencias y con las artes. Pienso que los eruditos, que los hay (como resabio de una cultura enciclopédica), tienen que enfrentarse a las nuevas fuentes de la información.
Es probable que hoy acudamos más fácilmente a un sitio en internet que a un erudito.
El término "intelectual" se opone a afectivo, voluntad, sentimiento, emoción. La inteligencia emocional que tanto me interesa se opone al perfil del intelectual, que "puede manejar las distancias", que tiene "ideas, juicio y razonamiento".