11 de noviembre de 2007

La literatura policial. De Poe a Hemingway

El lector aficionado a la narrativa policial es siempre, en mayor o menor medida, un experto que pone a prueba, frente a cada nuevo relato, un saber adquirido por la experiencia con el género. La intuición, la capacidad de razonamiento, la audacia imaginativa con que elije su recorrido en la indagación que cada caso le propone, agrega al placer de la lectura, la tensión de un desafío. El enigma, la simulación, el suspenso, las dilaciones, responden a un régimen de reglas de juego que el lector y el relato comparten.
Por eso la pregunta sobre el género, cuando de narrativa policial se trata, no apunta a una definición que pretenda señalar sus características distintivas, sino más bien busca establecer sus límites y considerar las variantes posibles, que permitan dar cuenta, con mayor o menor certeza, de la pertenencia o no a ese espacio, de determinados relatos.
Planteado el interrogante en esos términos, es posible señalar que existe consenso, más o menos generalizado, entre los críticos, historiadores y aficionados al género, en aceptar dos grandes vertientes: la narrativa policial clásica o de enigma y la narrativa policial negra o dura.
El comienzo de la primera se puede datar en 1841 con la publicación de "Los crímenes de la calle Morgue" de Edgar Allan Poe (1809-1849), que constituye el punto de partida de la poética del género con una concepción definida de sus posibilidades y asimismo establece el origen de un linaje que reconoce a Arthur Conan Doyle (1859-1930), John Dickson Carr (1906-1977), Gilbert K. Chesterton (1874-1936) y Agatha Christie (1890-1976) como sus continuadores más ilustres.
El hallazgo genial de Poe radica en haber considerado equivalentes al determinismo y a la necesidad, lo que permite concebir los actos humanos como explicables de acuerdo a las mismas leyes que rigen los fenómenos físicos; en otras palabras: son previsibles, lo que supone que pueden ser objeto de deducción. Todo enigma o misterio en las acciones humanas, sólo es una apariencia; bastará con la aplicación del razonamiento apropiado para resolverlo. Quedan así abolidos la contingencia y el azar. Las acciones del criminal son fuerzas en movimiento; el investigador posee el saber suficiente para poder calcular y determinar sus condiciones y prever su trayectoria. En la narrativa policial clásica se cuentan dos historias. La primera, la del crimen, ha finalizado antes de que comience la segunda, la historia de la investigación. En ésta los personajes, y principalmente el investigador, no actúan, sino que razonan reconstruyendo paso a paso el enigma. Hay una separación tajante entre el crimen y la motivación social. Las preguntas del investigador están orientadas hacia el cómo se llevó a cabo la transgresión delictiva, que puso en cuestión a la ley; el por qué, en cambio, nunca agrega elementos válidos al orden de la causalidad racional, no es un interrogante pertinente.
La otra vertiente, la narrativa policial negra, también exhibe una genealogía que marca su origen con precisión. Los "pulps-magazines" eran revistas producidas con oscuro papel de pulpa, el más barato del mercado; el público lector norteamericano de entreguerras consumía ávidamente las series de relatos con tema policial, casi siempre desarrollado de acuerdo a los lineamientos de intriga del estilo clásico.
Uno de esos "pulps", la revista "Black Mask", fundada en 1920, dio cabida a una serie de narraciones que revolucionaron el género. Su director, Joseph T. Shaw, abrió las páginas de su publicación a los primeros relatos de los grandes escritores de la policial negra: Dashiell Hammett (1894-1961), Horace McCoy (1897-1955), James Cain (1892-1977), Raymond Chandler (1888-1959) y William Burnett (1899-1982).
La acción en estas narraciones tiene a la calle de la gran ciudad como escenario privilegiado. La realidad no acepta las laberínticas deducciones ordenadas y prolijas, ya no hay espacio para las disquisiciones racionales, que han perdido todo interés ante la convulsión desmesurada de la nueva sociedad. La acción en la narrativa policial negra lleva a la violencia, la causalidad deja de ser ordenada por la inteligencia, el factor económico rige las relaciones. El detective no descifra misterios, se mueve en un mundo en el que la competencia individualista propia del capitalismo determina e impone su lógica de apropiación y el crimen es el modo privilegiado de exponer las relaciones sociales.
La transformación que lleva de la policial clá­sica a la policial negra no puede analizarse según los pa­rámetros de la evolución propia de un género literario como proceso autónomo. Es cierto que la novela policial clásica se había automatizado, pero esa automatización y el desgaste de los procedimientos no puede explicar el surgimiento de un nuevo género, ni sus carac­terísticas. De hecho, es imposible analizar el nacimiento de la narrativa policial negra sin tener en cuenta la situa­ción social de los Estados Unidos hacia el final de la década del 20 del siglo pasado.
La crisis en la Bolsa de Wall Street, las huelgas, la desocupación, la depresión, pero también la ley seca, el gangsterismo político, la guerra de los traficantes de alcohol y la corrup­ción fueron los acontecimientos que llevaron a los novelistas norteamericanos a inventar un nuevo género, cuando intentaron reflejar y denunciar esa reali­dad. Así al menos lo creía Joseph T. Shaw quien al definir la función de "Black Mask" señalaba que el negocio del delito organizado te­nía aliados políticos y que era su deber revelar las conexiones entre el crimen, los jueces y la policía.
En este sentido la no­vela policial se conecta con un proceso de con­junto de la literatura norteamericana de esos años. El pasaje de los decadentes años veinte al resurgimiento económico keynesiano de fines de los años treinta, está signa­do por la toma de conciencia social de los escri­tores norteamericanos". El ejemplo más notable es el de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) pero el proceso alcanza también a William Faulkner (1897-1962) y por supuesto a Ernest Hemingway (1899-1961). Son los años de la literatura pro­letaria, en los que sobresalen John Dos Passos (1896-1970), John Steinbeck (1902-1968) y Erskine Caldwell (1903-1987).
Ricardo Piglia en "Cuentos de la serie negra" (1979), aclara que "en la historia del surgimiento y la definición del género, el cuento de Hemingway "Los asesinos" de 1926, tiene el mismo papel funda­dor que "Los crímenes de la calle Morgue" de Poe en 1841 con respecto a la novela de enigma. En esos dos matones profesionales que llegan de Chi­cago para asesinar a un ex boxeador al que no co­nocen, en ese crimen por encargo que no se ex­plica y en el que subyace la corrupción en el mun­do del deporte, están ya las reglas del policial negro, en el mismo sentido en que las deducciones del ca­ballero Dupin de Poe preanunciaban toda la evolución de la novela de enigma desde Sherlock Holmes a Hércules Poirot. Por lo demás en ese relato (y en el primer Hemingway) está también la técnica narrativa y el estilo que van a definir el género: el predominio del diálogo, un relato objetivo, la acción rápida y una escritura coloquial".
Por su parte, Juan Carlos Martini en "Presentación de la serie negra" (1977) dice que "la novela policíaca tradicional se había olvidado, en realidad, del crimen y de la muerte, para montar en su lugar un artificioso lenguaje, aparentemente lógico, sin otra ambición que la de entretener al lector, como un crucigrama o cualquier otro juego de ingenio. La realidad había quedado afuera de la novela-problema, cuya propuesta insignificante no era sufi­ciente para situarla en el terreno de la literatura fantástica. La muerte, en la novela de enigma, ha sido casi siempre un acontecimiento fuera de lo común. La muerte, en la novela negra, es un aconte­cimiento real, cotidiano, con el que nos topamos sin remedio".
De esta manera, en la novela negra la legalidad es sólo una apariencia de la realidad: una línea arbitraria que divide a los hombres, aunque suele suceder que aquellos que establecen lo que debe y lo que no debe ser resultan, con frecuencia, los principales infractores de sus propios principios. La novela negra encontró en el seno de esta contradicción uno de sus temas predilectos. Sus protagonistas saben de antemano -a diferencia de los sofisticados protagonistas de la novela-proble­ma- que el conflicto no tiene solución: las causas de un crimen no se solucionan con el descubrimiento del criminal, porque esas causas se encuentran en la base misma del sistema social.