Formado en las universidades de Munich y Berlín y estudioso del marxismo, a los 26 años debutó como autor teatral en el Berlín Deutsches Theater. Sus primeras obras mostraban la influencia del expresionismo, el principal movimiento dramático de la época y eran una cáustica sátira del capitalismo. La preocupación por la justicia fue un tema fundamental en su obra y al dirigir a los actores, empezó a desarrollar una teoría de técnica dramática conocida como "teatro épico", en la que rechazaba los métodos del teatro realista tradicional y prefería una forma narrativa más libre en la que usaba mecanismos de distanciamiento tales como las máscaras para evitar que el espectador se identificara con los personajes de la escena. Brecht consideraba esta técnica de alienación, la "distanciación", como esencial para el proceso de aprendizaje del público, dado que eso reducía su respuesta emocional y, por el contrario, le obligaba a pensar.
Con la llegada de Hitler al poder, Brecht comenzó un largo exilio que lo llevaría a Checoslovaquia, Austria, Suiza, Dinamarca, Suecia y Finlandia, mientras en Berlín los nazis quemaban todos sus libros. En 1941 se estableció en los Estados Unidos, pero allí las autoridades le atribuyeron peligrosas ideas comunistas, por lo que fue perseguido por el Comité de Actividades Anti Norteamericanas que conducía el senador republicano Joseph McCarthy (1908-1957) mentor de la célebre "caza de brujas" que asoló Estados Unidos durante la década de 1950.
Censurado, continuó su exilio en Suiza y Austria hasta que, en 1948, pudo volver a Alemania para radicarse en Berlín Este donde fundó su propia compañía teatral, el Berliner Ensemble.
Brecht se consideraba a sí mismo un dramaturgo que se había liberado de las tendencias del teatro expresionista para experimentar con nuevas formas. Quería mostrar que ese cambio no sólo era posible sino que era necesario. Su versátil empleo del idioma, que mezclaba el lenguaje clásico con el habla del hombre de la calle, influyeron enormemente en la creación y producción de las obras teatrales modernas.
En el centro de sus preocupaciones se encontraba el hombre y su destino, el desamparo y la maldad imperantes en la sociedad, la alienación y la ausencia de moral, males que deberían ser superados con el advenimiento de una comunidad solidaria que proyectase al ser humano hacia su verdadera realización. Inmerso en esa idea y mientras su pesimismo moral chocaba con el ideal estalinista del socialismo realista, escribió la mejor reflexión sobre la abulia social que se enseñorea aun hoy entre nosotros: "El peor analfabeto, es el analfabeto político. El no escucha, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. El no sabe que el costo de la vida, el precio de los porotos, del pescado, de la harina, del arriendo del zapato y del remedio dependen de las decisiones políticas. El analfabeto político es un burro que se enorgullece e infla el pecho diciendo que odia la política. No sabe el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político sinvergüenza, deshonesto, corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".
En mayo del año 1956, ingresó en el hospital Charité de Berlín enfermo de una gripe, para morir tres meses más tarde, el 14 de agosto, a causa de un ataque al corazón.