Hacia 1870 triunfó en Portugal una nueva generación de intelectuales renovadores de los gustos estéticos, con una amplia formación europeizante, que superó los limites y el aislamiento portugués. Ganó de este modo una generación combativa, una literatura militante cuyos autores más representativos fueron Teófilo Braga (1843-1924), Antero de Quental (1842-1891) y Eca de Queiroz.
José María Eca de Queiroz nació el 25 de noviembre de 1845 en Póvoa de Varzim, en la región del Miño, al norte de Portugal. Hijo de un magistrado, fue a la Universidad de Coimbra a estudiar Derecho; su estancia allí le servió más tarde para sus asuntos profesionales y literarios, que discurrieron unidos. Además de conocer allí a sus compañeros de generación o de tendencia poética, sus estudios le servieron para trabajar como cónsul en La Habana (1873), en Newcastle (1874/1876), en Bristol (1876/1888) y en París (1888/1900), donde recibió influencias literarias decisivas. Sus prolongadas estancias fuera de Portugal le permitieron ver con ojos nuevos la situación de su país, con el que se mostró muy crítico, vocación que cultivó desde muy pronto en periódicos y revistas tan prestigiosas como la "Gazeta de Portugal", el "Diario da Noticias" y el "Distrito de Évora". Estando en París, Flaubert se convirtió en su modelo, abandonando a Edgar Allan Poe (1809-1849), a Heinrich Heine (1797-1856), a Ernest Hoffmann (1776-1822 y a Víctor Hugo (1802-1885), escritores idolatrados en su juventud e inspiradores de las fantasmagorías macabras de "Prosas Bárbaras" (1867), un libro que reunía sus primeros trabajos publicados en la revista "Gaceta de Portugal". Admiraba a Emile Zola (1840-1902) y a Honoré de Balzac (1799-1850), y pretendió seguir el camino trazado por ellos, utilizando su ritmo, su claridad, su pulcritud, su estilo, su estética y su perfección.
Eca de Queiroz fue el introductor en Portugal del realismo literario y el consolidador de la novela moderna. Su estreno fue "El crimen del padre Amaro", publicado en 1875 en forma de folletín en la "Revista Occidental", en la que definió al realismo haciendo un profundo llamamiento a la sociedad y a toda la vida contemporánea, pintando cruda y sinceramente lo feo y lo malo sin ocultar ningún detalle. Su realismo, sin embargo, estuvo siempre impregnado de un tono irreal, nebuloso y romántico, como en "El Mandarín" (1879) y "El tesoro" (1887). Era un realismo bastante exagerado y deformado por sus ansias críticas y su afán educador.
En su obra se percibe una crítica social, una censura a la sociedad de su tiempo, denunciando ciertos vicios y acusando a los ciudadanos de ciertas costumbres, acudiendo a la utilización de la ironía y ayudado las más de las veces por caricaturas que sustituían a los personajes. Toda su obra es una constante y violenta condena de los hábitos y de los vicios burgueses en la segunda mitad del siglo XIX, tal y como él los veía. Y lo hizo caricaturizando, cayendo deliberadamente en la exageración, con la esperanza de que la ridiculización surtiera un efecto moralizante y educativo. Hay en su vida dos etapas literarias bien definidas: una primera época que abarca aproximadamente de 1866 a 1871, con obras como "Memorias de una horca" (1866) y "El misterio de la carretera de Cintra" (1870), en la que predomina todavía la influencia romántica, aunque ya se percibe su conciencia crítica y su capacidad de denuncia de las bajezas humanas; y
una segunda época, de 1871 a 1900, que incluye "Los Maias" (1888) y "Una campaña alegre" (1890), en las que quiere reformar los hábitos y hasta el pensamiento de sus contemporáneos y donde el indecoro y la inmundicia son los principales temas de su realismo. En 1878, en su segunda etapa literaria, la del realismo militante, la que definiría su carrera literaria, escribió: "Simplemente, lo que quiero hacer es dar una gran descarga eléctrica al enorme cerdo adormecido (me refiero a la patria)". Es evidente que tenía una visión pesimista de los asuntos nacionales portugueses.
El escritor de estilo pulcro, cuidado, meticuloso, moroso, detallista en las descripciones, a veces lento y monótono en el desarrollo de la acción, cuya obra fue traducida a más de veinte idiomas, murió el 16 de agosto de 1900 en París.