1914 fue
un año venturoso para las letras argentinas. En Ixelles, Bélgica (donde su
padre era funcionario de la embajada de Argentina), nacía el 26 de agosto
Julio Cortázar; pocos días después,
el 15 de septiembre, en Buenos Aires hacía lo propio Adolfo Bioy Casares. Casi
simultáneamente, habían llegado al mundo dos autores que abordarían con
maestría el género fantástico y que elevarían la literatura tanto argentina como
universal a un sitio destacado. Con el correr de los años, y a pesar de haberse
visto muy pocas veces, mantendrían entre ellos una relación particular signada
por la mutua admiración y un sentimiento de amistad.
En su relato "Diario para un cuento", incluido en el libro "Deshoras", Julio Cortázar (1914-1984) se refirió a uno de sus escasos encuentros con Bioy, signados por la timidez: "Creo que Bioy y yo nos hemos visto tres veces en esta vida. La primera en un banquete de la Cámara Argentina del Libro, en el curso del cual nos presentamos por encima de una fuente de ravioles, nos sonreímos con simpatía y nuestra conversación se redujo a que en algún momento él me pidió que le pasara el salero". En el mismo texto expresó su admiración por el estilo narrativo de Bioy Casares: "Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y como persona. Quisiera ser Bioy porque me gustaría tanto poder escribir sobre Anabel como lo hubiera hecho él si la hubiera conocido y si hubiera escrito un cuento sobre ella. En ese caso Bioy hubiera hablado de Anabel como yo seré incapaz de hacerlo, mostrándola desde cerca y hondo y a la vez guardando esa distancia, ese desasimiento que decide poner (no puedo pensar que no sea una decisión) entre algunos personajes y el narrador".
En su relato "Diario para un cuento", incluido en el libro "Deshoras", Julio Cortázar (1914-1984) se refirió a uno de sus escasos encuentros con Bioy, signados por la timidez: "Creo que Bioy y yo nos hemos visto tres veces en esta vida. La primera en un banquete de la Cámara Argentina del Libro, en el curso del cual nos presentamos por encima de una fuente de ravioles, nos sonreímos con simpatía y nuestra conversación se redujo a que en algún momento él me pidió que le pasara el salero". En el mismo texto expresó su admiración por el estilo narrativo de Bioy Casares: "Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y como persona. Quisiera ser Bioy porque me gustaría tanto poder escribir sobre Anabel como lo hubiera hecho él si la hubiera conocido y si hubiera escrito un cuento sobre ella. En ese caso Bioy hubiera hablado de Anabel como yo seré incapaz de hacerlo, mostrándola desde cerca y hondo y a la vez guardando esa distancia, ese desasimiento que decide poner (no puedo pensar que no sea una decisión) entre algunos personajes y el narrador".
Bioy Casares, por su parte, recordaría: "Lo
conocí en París y lo conocí muy tarde. Habrá sido en el ‘64. Creo que nos
sentimos bastante amigos desde la primera vez que nos vimos. Alguna vez nos
escribimos cartas, aunque muy pocas. Pero sabíamos que éramos amigos. Yo creo
que es uno de los mejores escritores argentinos y con eso estoy diciendo que es
uno de los mejores de la literatura universal". Cortázar y Bioy Casares
supieron cultivar el mismo sentido del humor. "El humor de Bioy me gusta
mucho porque, al igual que el humor de Borges, es de directa raíz anglosajona",
decía Cortázar. Y explicaba que Bioy supo introducir ese humor "en la
estructura mental y lingüística del español y darle una especie de derecho de
ciudad que le quita, digamos, el fondo anglosajón y lo vuelve perfectamente
argentino y latinoamericano. En ese sentido, yo encuentro una gran afinidad de
mi propio humor con el de Bioy". Coincidía con él Bioy Casares: "Una de
las cosas que más nos unía era el sentido lúdico, no tomarnos en serio para
nada. Y ese es un secreto para la vida. Compartíamos con él una mirada
escéptica en relación con el mundo, aunque un escepticismo esperanzado, no de
rechazo".
Las precisas construcciones de los
cuentos de ambos, la modalidad renovadora de lo fantástico con un sutil uso de
la ironía, el humor y la parodia, los llevó incluso a, sin conocerse aún,
escribir dos cuentos con idéntico argumento: Cortázar "La puerta condenada" (en "Final
del juego", publicado en 1956) y Bioy Casares "Un viaje o El mago
inmortal" (escrito en 1962 y publicado en "Una muñeca rusa" en 1991). En
ambos relatos, cuya acción transcurre en Montevideo, sus protagonistas viajan
por negocios, caminan por las mismas calles, se alojan en el mismo hotel (el Cervantes)
y se desvelan por las noches ante los sorprendentes y fastidiosos sonidos que
provienen de las habitaciones contiguas. El de Cortázar escucha el llanto de un
niño en la habitación vecina; el de Bioy Casares el estrépito de una pareja
haciendo el amor. Sin embargo, cuando investigan, no existen ni el niño ni la pareja
que les provocaban el insomnio. Sobre estas coincidencias, Bioy Casares
dijo: "Fue una cosa extrañísima. Creo que Cortázar y yo lo sentimos como
una prueba del destino, de que éramos amigos". En 1973, Buenos Aires los reunió
fugazmente para reírse juntos de un plagio sin plagiarios cuya impecable
confección desmorona la suspicacia del más escrupuloso de los críticos. Ni
Cortázar ni Bioy Casares imaginaron que aquel encuentro sería también el
último. Ya no volverían a verse.
Hijo de una familia de grandes estancieros
bonaerenses, Adolfo Bioy Casares (1914-1999) heredó de su progenitor su pasión por la literatura. Desde la
niñez se sintió deslumbrado por la literatura y los géneros fantástico y
policial. Sus lecturas abarcaban desde Arthur Conan Doyle (1859-1930) hasta
Gillaume Apollinaire (1880-1918), pasando por James Joyce (1880-1918), Jean
Cocteau (1889-1963) y Ramón Gómez de la Serna (1888-1963). A los quince años publicó
con el financiamiento de su padre "Prólogo", su primer libro, al que seguirían
"17 disparos sobre el porvenir", "Caos", "La nueva tormenta o la vida Múltiple
de Juan Ruteno", "La estatua casera" y "Luis Greve, muerto", libros todos
ellos de los que, luego de una severa autocrítica, renegaría a pesar de haber
recibido reseñas críticas en la revista "Sur" en las que se destacaba la
importancia de su escritura y se celebraba algunos de los relatos fantásticos
incluidos. El autor de aquellas críticas había sido ni más ni menos que don
Jorge Luis Borges. En aquella etapa, la práctica de la escritura
estaba ya vinculada a uno de los temas recurrentes de su narrativa posterior:
las historias de amor entrelazadas con situaciones fantásticas, las que muchas
veces se resolvían como un policial.
Fue "La invención de Morel", de 1940, el primer libro que Bioy Casares reconocería y asumiría plenamente como suyo en su trayectoria literaria. Con esta obra se diferenció, dentro de la literatura argentina, de las modalidades fantásticas del positivismo y del modernismo iniciadas entre fines del siglo XIX y comienzos del XX por Eduardo Holmberg (1852-1937) y Leopoldo Lugones (1874-1938) respectivamente. Muchos años después, en su libro póstumo, "Descanso de caminantes", manifestaría su enojo porque un crítico en un artículo publicado en "La Nación" declaró que "la literatura fantástica empezó en la Argentina con 'Ficciones' de Borges en 1944", ignorando que "La invención de Morel", la había empezado a escribir en 1937 y se publicó en 1940. Probablemente esto se debió a que, a partir de 1960, la fama creciente de Borges lo fue relevando a un segundo plano.
Sin duda el hecho de haberlo conocido a comienzos de la década del '30 fue un suceso determinante en su vida. Pese a las diferencias de edad (Bioy Casares tenía entonces dieciocho años y Borges treinta y tres) iniciaron una amistad de toda la vida. En la frecuentación diaria y en la escritura de libros conjuntos, ambos lograron afianzar una relación intelectual que los enriqueció mutuamente y, si bien compartieron el interés por la narrativa fantástica y policial, y juntos impulsaron en la década del '40 una renovación de ambos géneros, lograron crear sus propios mundos ficcionales y estilos diferentes. Sobre esa relación amistosa diría Bioy Casares en sus "Memorias": "Teníamos una compartida pasión por los libros. Tardes y noches hemos conversado de Johnson, de De Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales, de teorías literarias, de problemas de traducción, de Cervantes, de Lugones, de Góngora y Quevedo, de Macedonio Fernández, del tiempo, de la relatividad, del idealismo, de la fantasía metafísica de Schopenhauer...".
En ese marco de apoyo mutuo y de complicidades literarias, ambos escritores iniciaron la difusión del género fantástico en el espacio literario de Buenos Aires. En 1940, justamente, Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo (1903-1993) publicaron la "Antología de la literatura fantástica", un libro fundamental para entender el proceso de renovación del género fantástico en la Argentina. Bioy Casares no sólo participó en la búsqueda, traducción y compilación de los textos narrativos que se incluyeron en esa muestra del género sino que también fue el autor del prólogo, texto en el que realizó un recorrido histórico por el género fantástico y ensayó una posible categorización de sus variantes temáticas y procedimientos literarios. En ese prólogo, Bioy Casares expresó su idea de la literatura como un artificio, defendió la autonomía literaria y rechazó al realismo tradicional del canon literario del momento.
Tal como señalara la lingüista y académica argentina Ofelia Kovacci (1927-2001), Bioy Casares construyó de ese modo una figura de escritor que era la de "un típico artista intelectual" ya que era "un escritor para quien la imaginación está fiscalizada por la inteligencia y porque era "un creador que también es un teórico de la literatura y un crítico agudo". Esa condición lo llevó a incluir en su obra numerosas reflexiones sobre su propia práctica de la literatura, sobre su elección por el género fantástico y sobre los modelos literarios que admiraba. En algunos casos las enunció explícitamente a través de ensayos críticos, prólogos y entrevistas críticas o en el espacio de sus propias ficciones. Entre los primeros, además del ya mencionado prólogo a la "Antología de la literatura fantástica", Bioy Casares realizó con Borges otras selecciones de poemas, relatos fantásticos, cuentos policiales y escribió notas preliminares a algunas reediciones de varios autores clásicos. Pueden mencionarse, entre otros textos, a "Poesía gauchesca", "Antología poética argentina", "Los mejores cuentos policiales"; "Cuentos breves y extraordinarios" y sus ensayos incluidos en su libro "La otra aventura".
A punto de cumplirse el centenario de su nacimiento, se transcriben en los siguientes artículos distintos textos que, surgidos de la pluma de prestigiosos escritores y críticos literarios, analizan la obra del maravilloso narrador para el que la vida y la literatura fueron una misma cosa: una aventura del conocimiento. Para Bioy Casares, la literatura era "una esperanza de poder sortear la muerte". La literatura -y el arte en general- desde su perspectiva podían ser una manera o búsqueda para acceder a la perpetuidad dado que "el libro es siempre la posteridad del escritor".
Jorge Luis Borges (1899-1986). Borges y Bioy Casares se conocieron en casa de Victoria Ocampo (1890-1979) hacia finales de 1931 en una fiesta que la fundadora y directora de la revista "Sur" ofreció en honor de un escritor francés que estaba de visita en Buenos Aires. Recordando ese primer encuentro, Bioy escribió en su diario que "no fue admiración por sus escritos lo que me atrajo; fue mi admiración por su pensamiento expresado en las conversaciones". Congeniaron de inmediato y se quedaron sentados en un rincón charlando sobre temas literarios. A partir de allí, el autor de "El Aleph" y Bioy Casares entablaron una intensa amistad a lo largo de cincuenta y seis años que los llevó incluso a escribir juntos varias obras bajo los seudónimos de Honorio Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch, entre ellos los cuentos de "Seis problemas para don Isidro Parodi" y "Dos fantasías memorables", la nouvelle "Un modelo para la muerte", y los guiones cinematográficos "Los Orilleros" y "El paraíso de los creyentes". Los años de amistad literaria ejercieron una mutua influencia en ambos escritores: la conversación de Borges y la lectura de los autores por él frecuentados permitió a Bioy renegar de sus libros juveniles y optar por una sencillez cada vez más despojada; para Borges, a su vez, el ejemplo de Bioy Casares lo llevó hacia una forma de clasicismo. Cuando escribieron en colaboración, ambos exorcizaron los demonios de su juventud. Borges tuvo oportunidad de expresar en público lo que sentía por su amigo y admirado escritor la noche del viernes 13 de junio de 1975 cuando la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) le concedió el Gran Premio de Honor 1975 a Bioy Casares. Esa noche, mientras el autor de "El sueño de los héroes" viajaba por Europa, Borges habló de libros y amistad y de ese curioso personaje (Bustos Domecq o Suárez Lynch), que sólo existía cuando estaban juntos. Esto es lo que dijo Borges aquella noche.
Buenos Aires cuenta con un curioso habitante que, ciertamente, no es longevo, ya que su máximo plazo de vida será tal vez de cinco o seis horas, nada más. Ese personaje aparece y desaparece. Se llama, diversamente, Bustos Domecq o Suárez Lynch, viejos nombres de Córdoba, de Buenos Aires y de Holanda.
Fue "La invención de Morel", de 1940, el primer libro que Bioy Casares reconocería y asumiría plenamente como suyo en su trayectoria literaria. Con esta obra se diferenció, dentro de la literatura argentina, de las modalidades fantásticas del positivismo y del modernismo iniciadas entre fines del siglo XIX y comienzos del XX por Eduardo Holmberg (1852-1937) y Leopoldo Lugones (1874-1938) respectivamente. Muchos años después, en su libro póstumo, "Descanso de caminantes", manifestaría su enojo porque un crítico en un artículo publicado en "La Nación" declaró que "la literatura fantástica empezó en la Argentina con 'Ficciones' de Borges en 1944", ignorando que "La invención de Morel", la había empezado a escribir en 1937 y se publicó en 1940. Probablemente esto se debió a que, a partir de 1960, la fama creciente de Borges lo fue relevando a un segundo plano.
Sin duda el hecho de haberlo conocido a comienzos de la década del '30 fue un suceso determinante en su vida. Pese a las diferencias de edad (Bioy Casares tenía entonces dieciocho años y Borges treinta y tres) iniciaron una amistad de toda la vida. En la frecuentación diaria y en la escritura de libros conjuntos, ambos lograron afianzar una relación intelectual que los enriqueció mutuamente y, si bien compartieron el interés por la narrativa fantástica y policial, y juntos impulsaron en la década del '40 una renovación de ambos géneros, lograron crear sus propios mundos ficcionales y estilos diferentes. Sobre esa relación amistosa diría Bioy Casares en sus "Memorias": "Teníamos una compartida pasión por los libros. Tardes y noches hemos conversado de Johnson, de De Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales, de teorías literarias, de problemas de traducción, de Cervantes, de Lugones, de Góngora y Quevedo, de Macedonio Fernández, del tiempo, de la relatividad, del idealismo, de la fantasía metafísica de Schopenhauer...".
En ese marco de apoyo mutuo y de complicidades literarias, ambos escritores iniciaron la difusión del género fantástico en el espacio literario de Buenos Aires. En 1940, justamente, Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo (1903-1993) publicaron la "Antología de la literatura fantástica", un libro fundamental para entender el proceso de renovación del género fantástico en la Argentina. Bioy Casares no sólo participó en la búsqueda, traducción y compilación de los textos narrativos que se incluyeron en esa muestra del género sino que también fue el autor del prólogo, texto en el que realizó un recorrido histórico por el género fantástico y ensayó una posible categorización de sus variantes temáticas y procedimientos literarios. En ese prólogo, Bioy Casares expresó su idea de la literatura como un artificio, defendió la autonomía literaria y rechazó al realismo tradicional del canon literario del momento.
Tal como señalara la lingüista y académica argentina Ofelia Kovacci (1927-2001), Bioy Casares construyó de ese modo una figura de escritor que era la de "un típico artista intelectual" ya que era "un escritor para quien la imaginación está fiscalizada por la inteligencia y porque era "un creador que también es un teórico de la literatura y un crítico agudo". Esa condición lo llevó a incluir en su obra numerosas reflexiones sobre su propia práctica de la literatura, sobre su elección por el género fantástico y sobre los modelos literarios que admiraba. En algunos casos las enunció explícitamente a través de ensayos críticos, prólogos y entrevistas críticas o en el espacio de sus propias ficciones. Entre los primeros, además del ya mencionado prólogo a la "Antología de la literatura fantástica", Bioy Casares realizó con Borges otras selecciones de poemas, relatos fantásticos, cuentos policiales y escribió notas preliminares a algunas reediciones de varios autores clásicos. Pueden mencionarse, entre otros textos, a "Poesía gauchesca", "Antología poética argentina", "Los mejores cuentos policiales"; "Cuentos breves y extraordinarios" y sus ensayos incluidos en su libro "La otra aventura".
A punto de cumplirse el centenario de su nacimiento, se transcriben en los siguientes artículos distintos textos que, surgidos de la pluma de prestigiosos escritores y críticos literarios, analizan la obra del maravilloso narrador para el que la vida y la literatura fueron una misma cosa: una aventura del conocimiento. Para Bioy Casares, la literatura era "una esperanza de poder sortear la muerte". La literatura -y el arte en general- desde su perspectiva podían ser una manera o búsqueda para acceder a la perpetuidad dado que "el libro es siempre la posteridad del escritor".
Jorge Luis Borges (1899-1986). Borges y Bioy Casares se conocieron en casa de Victoria Ocampo (1890-1979) hacia finales de 1931 en una fiesta que la fundadora y directora de la revista "Sur" ofreció en honor de un escritor francés que estaba de visita en Buenos Aires. Recordando ese primer encuentro, Bioy escribió en su diario que "no fue admiración por sus escritos lo que me atrajo; fue mi admiración por su pensamiento expresado en las conversaciones". Congeniaron de inmediato y se quedaron sentados en un rincón charlando sobre temas literarios. A partir de allí, el autor de "El Aleph" y Bioy Casares entablaron una intensa amistad a lo largo de cincuenta y seis años que los llevó incluso a escribir juntos varias obras bajo los seudónimos de Honorio Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch, entre ellos los cuentos de "Seis problemas para don Isidro Parodi" y "Dos fantasías memorables", la nouvelle "Un modelo para la muerte", y los guiones cinematográficos "Los Orilleros" y "El paraíso de los creyentes". Los años de amistad literaria ejercieron una mutua influencia en ambos escritores: la conversación de Borges y la lectura de los autores por él frecuentados permitió a Bioy renegar de sus libros juveniles y optar por una sencillez cada vez más despojada; para Borges, a su vez, el ejemplo de Bioy Casares lo llevó hacia una forma de clasicismo. Cuando escribieron en colaboración, ambos exorcizaron los demonios de su juventud. Borges tuvo oportunidad de expresar en público lo que sentía por su amigo y admirado escritor la noche del viernes 13 de junio de 1975 cuando la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) le concedió el Gran Premio de Honor 1975 a Bioy Casares. Esa noche, mientras el autor de "El sueño de los héroes" viajaba por Europa, Borges habló de libros y amistad y de ese curioso personaje (Bustos Domecq o Suárez Lynch), que sólo existía cuando estaban juntos. Esto es lo que dijo Borges aquella noche.
Buenos Aires cuenta con un curioso habitante que, ciertamente, no es longevo, ya que su máximo plazo de vida será tal vez de cinco o seis horas, nada más. Ese personaje aparece y desaparece. Se llama, diversamente, Bustos Domecq o Suárez Lynch, viejos nombres de Córdoba, de Buenos Aires y de Holanda.
Este personaje sólo
existe cuando estamos juntos Bioy Casares y yo. Ese
personaje nos impone su estética, nos hace escribir cuentos y crónicas que no
nos gustan pero cuyo dictado debemos obedecer. Ese personaje nació en una casa
de avenida Quintana, una mañana. Escribió el cuento "Las doce figuras del
mundo", desde entonces ha seguido escribiendo, de tarde en tarde.
Desde
luego, podrán decir que yo soy una de las dos hipóstasis de ese
personaje. Bioy Casares es la otra y -lo sospecho- la más importante, ya que
cuando encuentro algún acierto en los libros que hemos escrito juntos,
recuerdo que ese acierto se debe a Bioy, a quien quiero tanto que considero,
paradójicamente (paradoja quiere decir lo que es cierto, pero que no parece
cierto), como un hermano mayor.
Siempre que dos escritores colaboran, siempre que son amigos se supone que es el mayor el que ejerce influencia sobre el menor. Pero sé que en nuestro caso no es así. Sé que le debo mucho a mi joven maestro -podría ser mi hijo- Adolfo Bioy Casares. Él me ha enseñado muchas cosas. No directamente, porque nada se enseña directamente, sino por medio del ejemplo, cortésmente, disimulando.
Siempre que dos escritores colaboran, siempre que son amigos se supone que es el mayor el que ejerce influencia sobre el menor. Pero sé que en nuestro caso no es así. Sé que le debo mucho a mi joven maestro -podría ser mi hijo- Adolfo Bioy Casares. Él me ha enseñado muchas cosas. No directamente, porque nada se enseña directamente, sino por medio del ejemplo, cortésmente, disimulando.
Yo,
por ejemplo, tiendo al énfasis, a lo sentencioso, a cifrar todo en una
sentencia, en una palabra. Él me ha enseñado que más eficaz es diluir un poco
las cosas, que el escritor más eficaz es aquel que no parece serlo, aquel que
incluso puede parecer un poco torpe.
Voy
a invocar el gran ejemplo de Cervantes, cuando dice: "Alonso Quijano dio
el espíritu, quiero decir que se murió". Eso, para un académico sería una
torpeza, pero no lo es, ya que vemos ahí la emoción que sintió Cervantes al
despedirse de su viejo amigo, de nuestro viejo amigo Alonso Quijano; y la
torpeza de la frase corresponde a un balbuceo que nació de la emoción.
¿Qué
diré de la obra de Bioy Casares? Hay tantos libros... Yo, si tuviera que elegir -felizmente no tengo que elegir- elegiría dos: "El sueño de los héroes" y el "Diario de la guerra del cerdo"; dos libros sobre nuestra orilla, las orillas de
Buenos Aires. Uno transcurre en Saavedra,
el otro en un conventillo de Barrio Norte. Las orillas están vistas con
escepticismo, desde luego, pero con un escepticismo bondadoso también. El autor
se burla de los héroes y se burla de sí mismo.
Ya
que yo tengo el privilegio de ser amigo personal de Bioy Casares, quiero hablar
de sus principales, esenciales pasiones. Una es, desde luego, el ejercicio de
las letras. El
oficio de escritor es un oficio continuo, ya que no tiene, digamos,
entreactos; ya que estamos continuamente pensando en la palabra justa, soñando
personajes imaginarios. Vivimos en un oficio que no tiene un horario. El horario
es la vida del escritor. Y Bioy Casares se ha dedicado a ese oficio plenamente.
Quiero decir que ha leído, que ha escrito, que ha roto, que ha corregido y que,
finalmente, con bastante desgano, ha publicado.
Ha
publicado, como decía Alfonso Reyes, para no pasarse la vida corrigiendo. Por
eso publicamos los escritores, para cambiar de tema, para pasar a otra cosa.
Pero los libros de Bioy Casares, ciertamente, no pasarán.
Sé,
además, que Bioy Casares ejerce o es arrebatado por esa pasión argentina que es
la amistad. Conmigo ha sido de una nobleza ejemplar, me ha ayudado muchísimas
veces, en general sin decírmelo, de un modo indirecto.
Bioy Casares es uno de los máximos escritores argentinos. Esto es un lugar común, pero los lugares comunes suelen ser verdades evidentes y por eso conviene repetirlos. Al pensar en la obra de Bioy Casares pienso no sólo en lo que él nos ha dado ya, sino en sus libros futuros, en lo que sin duda está imaginando ahora, mientras nosotros estamos reunidos aquí honrándolo.
Bioy Casares es uno de los máximos escritores argentinos. Esto es un lugar común, pero los lugares comunes suelen ser verdades evidentes y por eso conviene repetirlos. Al pensar en la obra de Bioy Casares pienso no sólo en lo que él nos ha dado ya, sino en sus libros futuros, en lo que sin duda está imaginando ahora, mientras nosotros estamos reunidos aquí honrándolo.
El
está lejos de lo que nosotros hablamos, él está en otros sueños, en otras
invenciones tan prodigiosas como aquella de Morel, que yo prologué hace tantos
años y que mi hermana Norah ilustró.
Y ahora, ya que he declarado que a pesar
de ser una hipóstasis de Suárez Lynch, no puedo agradecer este premio porque
no soy -desgraciadamente para mí- Bioy Casares, quiero afirmar lo que todos
ustedes, sin duda, piensan conmigo. Que no se habrá otorgado nunca un premio
más justo que éste, que ahora otorga la Sade. Muchas gracias.