6 de mayo de 2014

Apuntes sobre Bioy Casares (1). Jorge Luis Borges

1914 fue un año venturoso para las letras argentinas. En Ixelles, Bélgica (donde su padre era funcionario de la embajada de Argentina), nacía el 26 de agosto Julio Cortázar; pocos días después, el 15 de septiembre, en Buenos Aires hacía lo propio Adolfo Bioy Casares. Casi simultáneamente, habían llegado al mundo dos autores que abordarían con maestría el género fantástico y que elevarían la literatura tanto argentina como universal a un sitio destacado. Con el correr de los años, y a pesar de haberse visto muy pocas veces, mantendrían entre ellos una relación particular signada por la mutua admiración y un sentimiento de amistad. 
En su relato "Diario para un cuento", incluido en el libro "Deshoras", Julio Cortázar (1914-1984) se refirió a uno de sus escasos encuentros con Bioy, signados por la timidez: "Creo que Bioy y yo nos hemos visto tres veces en esta vida. La primera en un banquete de la Cámara Argentina del Libro, en el curso del cual nos presentamos por encima de una fuente de ravioles, nos sonreímos con simpatía y nuestra conversación se redujo a que en algún momento él me pidió que le pasara el salero". En el mismo texto expresó su admiración por el estilo narrativo de Bioy Casares: "Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y como persona. Quisiera ser Bioy porque me gustaría tanto poder escribir sobre Anabel como lo hubiera hecho él si la hubiera conocido y si hubiera escrito un cuento sobre ella. En ese caso Bioy hubiera hablado de Anabel como yo seré incapaz de hacerlo, mostrándola desde cerca y hondo y a la vez guardando esa distancia, ese desasimiento que decide poner (no puedo pensar que no sea una decisión) entre algunos personajes y el narrador".
Bioy Casares, por su parte, recordaría: "Lo conocí en París y lo conocí muy tarde. Habrá sido en el ‘64. Creo que nos sentimos bastante amigos desde la primera vez que nos vimos. Alguna vez nos escribimos cartas, aunque muy pocas. Pero sabíamos que éramos amigos. Yo creo que es uno de los mejores escritores argentinos y con eso estoy diciendo que es uno de los mejores de la literatura universal". Cortázar y Bioy Casares supieron cultivar el mismo sentido del humor. "El humor de Bioy me gusta mucho porque, al igual que el humor de Borges, es de directa raíz anglosajona", decía Cortázar. Y explicaba que Bioy supo introducir ese humor "en la estructura mental y lingüística del español y darle una especie de derecho de ciudad que le quita, digamos, el fondo anglosajón y lo vuelve perfectamente argentino y latinoamericano. En ese sentido, yo encuentro una gran afinidad de mi propio humor con el de Bioy". Coincidía con él Bioy Casares: "Una de las cosas que más nos unía era el sentido lúdico, no tomarnos en serio para nada. Y ese es un secreto para la vida. Compartíamos con él una mirada escéptica en relación con el mundo, aunque un escepticismo esperanzado, no de rechazo".
Las precisas construcciones de los cuentos de ambos, la modalidad renovadora de lo fantástico con un sutil uso de la ironía, el humor y la parodia, los llevó incluso a, sin conocerse aún, escribir dos cuentos con idéntico argumento: Cortázar "La puerta condenada" (en "Final del juego", publicado en 1956) y Bioy Casares "Un viaje o El mago inmortal" (escrito en 1962 y publicado en "Una muñeca rusa" en 1991). En ambos relatos, cuya acción transcurre en Montevideo, sus protagonistas viajan por negocios, caminan por las mismas calles, se alojan en el mismo hotel (el Cervantes) y se desvelan por las noches ante los sorprendentes y fastidiosos sonidos que provienen de las habitaciones contiguas. El de Cortázar escucha el llanto de un niño en la habitación vecina; el de Bioy Casares el estrépito de una pareja haciendo el amor. Sin embargo, cuando investigan, no existen ni el niño ni la pareja que les provocaban el insomnio. Sobre estas coincidencias, Bioy Casares dijo: "Fue una cosa extrañísima. Creo que Cortázar y yo lo sentimos como una prueba del destino, de que éramos amigos". En 1973, Buenos Aires los reunió fugazmente para reírse juntos de un plagio sin plagiarios cuya impecable confección desmorona la suspicacia del más escrupuloso de los críticos. Ni Cortázar ni Bioy Casares imaginaron que aquel encuentro sería también el último. Ya no volverían a verse.
Hijo de una familia de grandes estancieros bonaerenses, Adolfo Bioy Casares (1914-1999)   heredó de su progenitor su pasión por la literatura. Desde la niñez se sintió deslumbrado por la literatura y los géneros fantástico y policial. Sus lecturas abarcaban desde Arthur Conan Doyle (1859-1930) hasta Gillaume Apollinaire (1880-1918), pasando por James Joyce (1880-1918), Jean Cocteau (1889-1963) y Ramón Gómez de la Serna (1888-1963). A los quince años publicó con el financiamiento de su padre "Prólogo", su primer libro, al que seguirían "17 disparos sobre el porvenir", "Caos", "La nueva tormenta o la vida Múltiple de Juan Ruteno", "La estatua casera" y "Luis Greve, muerto", libros todos ellos de los que, luego de una severa autocrítica, renegaría a pesar de haber recibido reseñas críticas en la revista "Sur" en las que se destacaba la importancia de su escritura y se celebraba algunos de los relatos fantásticos incluidos. El autor de aquellas críticas había sido ni más ni menos que don Jorge Luis Borges. En aquella etapa, la práctica de la escritura estaba ya vinculada a uno de los temas recurrentes de su narrativa posterior: las historias de amor entrelazadas con situaciones fantásticas, las que muchas veces se resolvían como un policial.
Fue "La invención de Morel", de 1940, el primer libro que Bioy Casares reconocería y asumiría plenamente como suyo en su trayectoria literaria. Con esta obra se diferenció, dentro de la literatura argentina, de las modalidades fantásticas del positivismo y del modernismo iniciadas entre fines del siglo XIX y comienzos del XX por Eduardo Holmberg (1852-1937) y Leopoldo Lugones (1874-1938) respectivamente. Muchos años después, en su libro póstumo, "Descanso de caminantes", manifestaría su enojo porque un crítico en un artículo publicado en "La Nación" declaró que "la literatura fantástica empezó en la Argentina con 'Ficciones' de Borges en 1944", ignorando que "La invención de Morel", la había empezado a escribir en 1937 y se publicó en 1940. Probablemente esto se debió a que, a partir de 1960, la fama creciente de Borges lo fue relevando a un segundo plano.
Sin duda el hecho de haberlo conocido a comienzos de la década del '30 fue un suceso determinante en su vida. Pese a las diferencias de edad (Bioy Casares tenía entonces dieciocho años y Borges treinta y tres) iniciaron una amistad de toda la vida. En la frecuentación diaria y en la escritura de libros conjuntos, ambos lograron afianzar una relación intelectual que los enriqueció mutuamente y, si bien compartieron el interés por la narrativa fantástica y policial, y juntos impulsaron en la década del '40 una renovación de ambos géneros, lograron crear sus propios mundos ficcionales y estilos diferentes. Sobre esa relación amistosa diría Bioy Casares en sus "Memorias": "Teníamos una compartida pasión por los libros. Tardes y noches hemos conversado de Johnson, de De Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales, de teorías literarias, de problemas de traducción, de Cervantes, de Lugones, de Góngora y Quevedo, de Macedonio Fernández, del tiempo, de la relatividad, del idealismo, de la fantasía metafísica de Schopenhauer...".
En ese marco de apoyo mutuo y de complicidades literarias, ambos escritores iniciaron la difusión del género fantástico en el espacio literario de Buenos Aires. En 1940, justamente, Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo (1903-1993) publicaron la "Antología de la literatura fantástica", un libro fundamental para entender el proceso de renovación del género fantástico en la Argentina. Bioy Casares no sólo participó en la búsqueda, traducción y compilación de los textos narrativos que se incluyeron en esa muestra del género sino que también fue el autor del prólogo, texto en el que realizó un recorrido histórico por el género fantástico y ensayó una posible categorización de sus variantes temáticas y procedimientos literarios. En ese prólogo, Bioy Casares expresó su idea de la literatura como un artificio, defendió la autonomía literaria y rechazó al realismo tradicional del canon literario del momento.
Tal como señalara la lingüista y académica argentina Ofelia Kovacci (1927-2001), Bioy Casares construyó de ese modo una figura de escritor que era la de "un típico artista intelectual" ya que era "un escritor para quien la imaginación está fiscalizada por la inteligencia y porque era "un creador que también es un teórico de la literatura y un crítico agudo". Esa condición lo llevó a incluir en su obra numerosas reflexiones sobre su propia práctica de la literatura, sobre su elección por el género fantástico y sobre los modelos literarios que admiraba. En algunos casos las enunció explícitamente a través de ensayos críticos, prólogos y entrevistas críticas o en el espacio de sus propias ficciones. Entre los primeros, además del ya mencionado prólogo a la "Antología de la literatura fantástica", Bioy Casares realizó con Borges otras selecciones de poemas, relatos fantásticos, cuentos policiales y escribió notas preliminares a algunas reediciones de varios autores clásicos. Pueden mencionarse, entre otros textos, a "Poesía gauchesca", "Antología poética argentina", "Los mejores cuentos policiales"; "Cuentos breves y extraordinarios" y sus ensayos incluidos en su libro "La otra aventura".
A punto de cumplirse el centenario de su nacimiento, se transcriben en los siguientes artículos distintos textos que, surgidos de la pluma de prestigiosos escritores y críticos literarios, analizan la obra del maravilloso narrador para el que la vida y la literatura fueron una misma cosa: una aventura del conocimiento. Para Bioy Casares, la literatura era "una esperanza de poder sortear la muerte". La literatura -y el arte en general- desde su perspectiva podían ser una manera o búsqueda para acceder a la perpetuidad dado que "el libro es siempre la posteridad del escritor".

Jorge Luis Borges (1899-1986). Borges y Bioy Casares se conocieron en casa de Victoria Ocampo (1890-1979) hacia finales de 1931 en una fiesta que la fundadora y directora de la revista "Sur" ofreció en honor de un escritor francés que estaba de visita en Buenos Aires. Recordando ese primer encuentro, Bioy escribió en su diario que "no fue admiración por sus escritos lo que me atrajo; fue mi admiración por su pensamiento expresado en las conversaciones". Congeniaron de inmediato y se quedaron sentados en un rincón charlando sobre temas literarios. A partir de allí, el autor de "El Aleph" y Bioy Casares entablaron una intensa amistad a lo largo de cincuenta y seis años que los llevó incluso a escribir juntos varias obras bajo los seudónimos de Honorio Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch, entre ellos los cuentos de "Seis problemas para don Isidro Parodi" y "Dos fantasías memorables", la nouvelle "Un modelo para la muerte", y los guiones cinematográficos "Los Orilleros" y "El paraíso de los creyentes". Los años de amistad literaria ejercieron una mutua influencia en ambos escritores: la conversación de Borges y la lectura de los autores por él frecuentados permitió a Bioy renegar de sus libros juveniles y optar por una sencillez cada vez más despojada; para Borges, a su vez, el ejemplo de Bioy Casares lo llevó hacia una forma de clasicismo. Cuando escribieron en colaboración, ambos exorcizaron los demonios de su juventud. Borges tuvo oportunidad de expresar en público lo que sentía por su amigo y admirado escritor la noche del viernes 13 de junio de 1975 cuando la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) le concedió el Gran Premio de Honor 1975 a Bioy Casares. Esa noche, mientras el autor de "El sueño de los héroes" viajaba por Europa, Borges habló de libros y amistad y de ese curioso personaje (Bustos Domecq o Suárez Lynch), que sólo existía cuando estaban juntos. Esto es lo que dijo Borges aquella noche.

Buenos Aires cuenta con un cu­rioso habitante que, ciertamente, no es longevo, ya que su máximo plazo de vida será tal vez de cinco o seis horas, nada más. Ese perso­naje aparece y desaparece. Se lla­ma, diversamente, Bustos Domecq o Suárez Lynch, viejos nom­bres de Córdoba, de Buenos Aires y de Holanda.
Este personaje sólo existe cuando estamos juntos Bioy Casares y yo. Ese personaje nos impone su estética, nos hace escribir cuentos y crónicas que no nos gustan pero cuyo dictado debemos obedecer. Ese personaje nació en una casa de avenida Quintana, una maña­na. Escribió el cuento "Las doce figuras del mundo", desde entonces ha seguido escribiendo, de tarde en tarde.
Desde luego, podrán decir que yo soy una de las dos hipóstasis de ese personaje. Bioy Casares es la otra y -lo sospecho- la más im­portante, ya que cuando encuen­tro algún acierto en los libros que hemos escrito juntos, recuerdo que ese acierto se debe a Bioy, a quien quiero tanto que considero, para­dójicamente (paradoja quiere de­cir lo que es cierto, pero que no parece cierto), como un hermano mayor.



Siempre que dos escritores colaboran, siempre que son ami­gos se supone que es el mayor el que ejerce influencia sobre el menor. Pero sé que en nuestro caso no es así. Sé que le debo mucho a mi joven maestro -po­dría ser mi hijo- Adolfo Bioy Casares. Él me ha enseñado muchas cosas. No directamente, por­que nada se enseña directamente, sino por medio del ejemplo, cortésmente, disimulando.
Yo, por ejemplo, tiendo al én­fasis, a lo sentencioso, a cifrar todo en una sentencia, en una palabra. Él me ha enseñado que más eficaz es diluir un poco las cosas, que el escritor más eficaz es aquel que no parece serlo, aquel que incluso puede parecer un poco torpe.
Voy a invocar el gran ejemplo de Cervantes, cuando dice: "Alon­so Quijano dio el espíritu, quiero decir que se murió". Eso, para un académico sería una torpeza, pero no lo es, ya que vemos ahí la emoción que sintió Cervantes al despedirse de su viejo amigo, de nuestro viejo amigo Alonso Qui­jano; y la torpeza de la frase co­rresponde a un balbuceo que na­ció de la emoción.
¿Qué diré de la obra de Bioy Casares? Hay tantos libros... Yo, si tuviera que elegir -felizmente no tengo que elegir- elegiría dos: "El sueño de los héroes" y el "Diario de la guerra del cerdo"; dos libros sobre nuestra orilla, las orillas de Buenos Aires. Uno transcurre en Saavedra, el otro en un conventi­llo de Barrio Norte. Las orillas están vistas con escepticismo, desde luego, pero con un escepti­cismo bondadoso también. El au­tor se burla de los héroes y se burla de sí mismo.



Ya que yo tengo el privilegio de ser amigo personal de Bioy Casares, quiero hablar de sus prin­cipales, esenciales pasiones. Una es, desde luego, el ejercicio de las letras. El oficio de escritor es un ofi­cio continuo, ya que no tiene, di­gamos, entreactos; ya que esta­mos continuamente pensando en la palabra justa, soñando perso­najes imaginarios. Vivimos en un oficio que no tiene un horario. El horario es la vida del escritor. Y Bioy Casares se ha dedicado a ese oficio plenamente. Quiero decir que ha leído, que ha escrito, que ha roto, que ha corregido y que, finalmente, con bastante desga­no, ha publicado.
Ha publicado, como decía Al­fonso Reyes, para no pasarse la vida corrigiendo. Por eso publicamos los escritores, para cam­biar de tema, para pasar a otra cosa. Pero los libros de Bioy Ca­sares, ciertamente, no pasarán.
Sé, además, que Bioy Casares ejerce o es arrebatado por esa pasión argentina que es la amistad. Conmigo ha sido de una no­bleza ejemplar, me ha ayudado muchísimas veces, en general sin decírmelo, de un modo indirecto.



Bioy Casares es uno de los máximos escritores argentinos. Esto es un lugar común, pero los lugares comunes suelen ser ver­dades evidentes y por eso convie­ne repetirlos. Al pensar en la obra de Bioy Casares pienso no sólo en lo que él nos ha dado ya, sino en sus libros futuros, en lo que sin duda está imaginando ahora, mientras nosotros estamos reuni­dos aquí honrándolo.
El está lejos de lo que nosotros hablamos, él está en otros sueños, en otras invenciones tan prodi­giosas como aquella de Morel, que yo prologué hace tantos años y que mi hermana Norah ilustró.
Y ahora, ya que he declarado que a pesar de ser una hipóstasis de Suárez Lynch, no puedo agrade­cer este premio porque no soy -desgraciadamente para mí- Bioy Casares, quiero afirmar lo que todos ustedes, sin duda, piensan conmigo. Que no se habrá otorga­do nunca un premio más justo que éste, que ahora otorga la Sade. Muchas gracias.