10 de mayo de 2014

Apuntes sobre Bioy Casares (4). Noemí Ulla

"Las obras sucesivas de un novelista son como las ciudades que se levantan sobre las ruinas de las anteriores: aunque nuevas, materializan cierta inmortalidad, asegurada por antiguas leyendas, por hombres de la misma raza, por crepúsculos y pasiones semejantes, por ojos y rostros que retornan" opinaba Sabato en "El escritor y sus fantasmas". Esta metáfora permite realizar un paralelismo entre las ciudades y los escritores, y también destacar la estrecha vinculación entre ambos. La presencia de la ciudad de Buenos Aires, la intención de dar testimonio de esa ciudad en la que viven, es patente en muchos escritores argentinos del siglo XX. Puede vérselo, claro está, en Borges, en Cortázar, en Silvina Ocampo, pero también en autores tan diversos y canónicos como Manuel Mujica Láinez (1910-1984) en "Misteriosa Buenos Aires", en Roberto Arlt (1900-1942) en "El juguete rabioso" o en Leopoldo Marechal (1900-1970) en "Adán Buenosayres". Esa ciudad es para todos ellos la capital del país, a la que evocan y escudriñan en sus textos.
Dice el filólogo español Manuel Vázquez Medel (1956) en "Del escenario espacial al emplazamiento" que "cada ser humano pertenece a un espacio, a un lugar. Cada ser humano pertenece a un tiempo, a un decurso temporal. A su vez, esos espacios y tiempos le pertenecen. Se trata de una doble y recíproca per-tenencia: una tenencia hasta el final, perfectiva. Nuestra co-pertenencia a unas coordenadas espacio-temporales es, pues, perfecta, acabada. Conclusa en cada punto de esa dinámica cuadrícula espacio-temporal, cronotópica. Y, a la vez, dinámica y abierta. Estamos, pues, emplazados. Y ese emplazamiento es, a la vez, espacial (en una 'plaza', en un espacio) y temporal (en un 'plazo', en un tiempo)". La ciudad imaginaria y la ciudad real, la ciudad presente y la presentida, esos diversos mundos paralelos que tienen o comparten un espacio determinado que no es exactamente igual en todos los casos pues hay variaciones espaciales que afectan el comportamiento de los personajes y los llevan a no ser los mismos en un espacio que en otro, y las distorsiones temporales usadas para que la realidad se diluya y se fusione con la fantasía han sido tanto el escenario como la estratagema de gran parte de la obra narrativa de Bioy Casares.

Noemí Ulla (1940). Crítica literaria, cuentista y novelista nacida en la ciudad de Santa Fe. Cursó sus estudios en Rosario para luego viajar a Buenos Aires, en donde obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Dictó la cátedra de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de Rosario y de Teoría Literaria en la Universidad de Morón. Tuvo a su cargo seminarios en las universidades de Buenos Aires, de Montevideo (Uruguay), de Miami (Estados Unidos), de Queensland (Australia) y en las de París, Clermont Ferrand y Caen (Francia). Es autora de las novelas "Los que esperan el alba" y "Urdimbre"; y de los libros de cuentos "La viajera perdida", "Ciudades", "El cerco del deseo", "El ramito y otros cuentos", "Juego de prendas y los dos corales", "Una lección de amor y otros cuentos", "Nereidas al desnudo" y "En el agua del río". En materia de ensayos y estudios críticos ha publicado "Tango, rebelión y nostalgia", "Identidad rioplatense 1930. La escritura coloquial (Borges, Arlt, Hernández, Onetti)", "Invenciones a dos voces. Ficción y poesía en Silvina Ocampo", "La insurrección literaria. De lo coloquial en la narrativa rioplatense de los años 1960 y 1970", "Obsesiones de estilo", "De las orillas del Plata" y "Variaciones rioplatenses". También ha editado los libros de diálogos sobre literatura "Encuentros con Silvina Ocampo" y "Conversaciones con Adolfo Bioy Casares". A renglón seguido se reproducen algunos fragmentos de "La trama de la ciudad", texto en el que revisa varias obras de Bioy Casares y analiza los personajes y su vinculación con los distintos espacios físicos en los que transcurren sus tramas.

A partir de la imaginación, fuente originaria de su poética, Bioy Casares publica "La invención de Morel", que consagró y alentó su vida de escritor. En sus últimas páginas, llegan a la memoria del protagonista, ya moribundo, la conmovedora visión de la ciudad de Caracas y los lugares que conoció en la infancia. De las experiencias vividas en los viajes, los amores que acompañaron esas mudanzas, surge "Guirnalda con amores" (1959), cuyos cuentos se componen en su mayoría de historias de amor en las que se recortan ciudades europeas en veloz miscelánea, y donde Buenos Aires sólo aparece en escasos relatos. Sin embargo, la trama de esa construcción cultural que es la capital porteña se muestra en las costumbres de sus habitantes, en los ritos de la burguesía, en las consejas del consabido machismo rioplatense de los años cincuenta, con ecos de algún tango. Todo ello puebla cuentos de puntuales reflexiones y actúa en el libro como una especie de estudio comparativo ágil y disperso, entre los lugares de Europa que el narrador presenta y la memoria de Buenos Aires, el aire de mar de la ciudad de Mar del Plata o las sierras de Córdoba.
Ciudades vistas con admiración y simpatía como Londres, Roma, París, Montevideo, no ocultan el carácter frívolo de los protagonistas de "Guirnalda con amores"; seres que se desplazan ante el paisaje como turistas tocados por el asombro y la inocencia, aunque la narración en primera persona humorice al referirse al esnobismo de aquellos individuos que se creen conocedores de un lugar por haberlo visitado sólo una breve temporada. Bien cabe a los cuentos de "Guirnalda con amores" el signo de "aventura" (el segundo del libro lleva precisamente el título "Una aventura"), como episodio que vive un personaje femenino enamorado de un romano antes de partir de nuevo a Londres hacia el encuentro con su marido. En Biarritz o en Niza, el narrador hace la descripción de algún cómodo restaurante, comparándolo con alguno de los porteños como el Perosio o el Pedemonte, y manifiesta el carácter de algunos emigrados de la década del cincuenta. La ciudad de Pau, capital del Béarn, ligada por especial afecto al narrador por el origen de su abuelo paterno, merece la elogiosa evocación de su original belleza, con los nombres de sus propietarios en el frente de los negocios que le recuerdan ciudades argentinas de la provincia de Buenos Aires: Azul, Olavarría, Tapalqué y Las Flores. También indica Pau otro lazo de amor: en el otoño de 1937 sucede la despedida del protagonista de uno de los personajes femeninos. Como un guiño, esta fecha coincide con un episodio celebratorio en la historia literaria en la colaboración de Bioy y de Borges: la primera escritura en conjunto de aquel famoso folleto sobre la leche cuajada al que el mismo Bioy hace referencia y que más de una vez se ha recordado: "Aquel folleto ('La leche cuajada de La Martona') significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo".
En esta curiosa Guirnalda con amores, muchos de los hombres y de las mujeres que corren tras una aventura, ilusoriamente liberadora del mundo burgués, carecen de preocupaciones de todo orden: un aire festivo y a veces aburrido los mantiene en un constante deambular, en un vagabundeo placentero o irresponsable, cuyo gesto es la condición de una vida holgada que quiere asir las menores distracciones. Otro aire respiran los pocos relatos que transcurren en Buenos Aires: el cementerio de la Chacarita es en el cuento "Reverdecer" el marco de amistad que surge entre dos hombres después de la muerte de la misma mujer a quien ambos quisieron; en "Los regresos" el protagonista, que ha llevado flores a la tumba de su mujer, termina encontrándose con su primera novia en los alrededores del barrio del cementerio y, de modo metonímico, la ex novia y él, como si fueran espectros, apenas se reconocen; pero recuerdan, en una escena que se vuelve humorística e irónica, la desaparición de algún vecino que ambos habían conocido. Con el Buenos Aires de los cementerios inaugura Bioy Casares la descripción de la ciudad capital en un libro cuyo nombre surgió de la idea de la construcción, de haber imaginado la arquitectura de una casa del siglo XVIII, "Guirnalda con amores", cuyos amores son cada uno un cuento, y la guirnalda, la serie que componen los fragmentos con filosofía, micro relatos, meditaciones sobre literatura, maneras de ver el mundo. Estos se acompañan de un afán de derribar convenciones literarias, culturales y sociales, aunque estén muy lejos de ejercer pedagogía, asoman también en ellos referencias a la consideración del artista o del escritor en la sociedad burguesa. Uno de los frívolos personajes femeninos que regresa de Interlaken, observa que por suerte no había allí escritores y compara a éstos con los sentimentales que "el tonto de Joyce" define. Es interesante citar al mismo Bioy Casares en los años sesenta, en el recuerdo de su primer encuentro con el Borges de los años treinta, y evocar a Joyce en su escritura, como "la gárrula cascada de Joyce, apenas entendida, de la que se levantaba, como irisado vapor, todo el prestigio de lo hermético, de lo extraño y de lo moderno". Esta posición enfrenta con toda claridad en aquellos años a la denominada vanguardia literaria.
El comportamiento de un extranjero causa siempre algún asombro o burla. Así lo muestra el narrador, periodista argentino que visita la ciudad de Ginebra para entrevistar al Profesor Haeckel en "Historia desaforada". A pie o en auto las dificultades, las malas pistas, los errores que se cometen por desconocer el camino, se suceden en las narraciones de Bioy, como pretexto que organiza y elabora el suspenso. De las lecturas compartidas con Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges, con motivo de seleccionar trabajos para la "Antología de la literatura fantástica" (1940), y de su obra como director de la colección policial "El séptimo círculo", adquirió Bioy un conocimiento preciso, profundo y efectivo de la elaboración del suspenso. A las contrariedades del periodista de "Historia desaforada" se agregan los comentarios socarrones de los clientes que se encuentran en el bar, cuando procura encontrarse con el Doctor Haeckel. Ante la indiferencia y la burla de los parroquianos, el narrador introduce un recuerdo personal. El texto oral de las historias a que aluden, funciona como cita autorizada, semejante a las historias narradas por Fray Mocho, uno de los escritores que Bioy Casares leyó muy bien, valorando la prosa del famoso cuentista y colaborador de "Caras y Caretas", la utilización del diálogo directo, su manera de escribir buscando la recepción del lector, el registro amplio de la ciudad capital con el cambio que las diversas olas inmigratorias fueron imprimiéndole y la transformación en el comportamiento, características y habla de sus clases sociales. La tensión creada entre nativos y extranjeros, tan viva en el narrador de "Historia desaforada", no hace sino insertarse brevemente en la antigua tradición que ha nutrido nuestra literatura. Como contrapartida, desde una ciudad de Francia, después de hacerle decir al narrador: "Aprés vous", observa de inmediato: "La verdad es que esta gente no sabe que para el criollo una frase en otro idioma siempre tiene algo de cómico".
En "El perjurio de la nieve" (1944), relato que conserva aún la sintaxis y el consabido tono zumbón tan propio de Borges hacia los malos escritores, el narrador se detiene en varios pasajes en describir aspectos burlones del poeta Oribe y del periodista Villafañe. Al comienzo del relato presenta una visión de la realidad en la vida de las grandes ciudades y se extiende en señalar la transformación urbana de Buenos Aires para encuadrar el desarrollo de una historia que por oposición, transcurre en el sur del país, la Patagonia, en la que la quietud, el silencio y el apartamiento, dominan. Observamos que casi siempre Bioy opera por la regla del contraste, o al menos por la de la comparación que a éste la lleva. En el prólogo de "Los orilleros" Borges y Bioy Casares afirman, refiriéndose al cine, que "el color local y temporal existe en función de diferencias". La tensión existente entre estos dos ámbitos del país -Buenos Aires y General Paz (Chubut) hacia 1933-, se acentúa ya en la primera página cuando se evoca el cambio de la angosta calle Corrientes, el famoso teatro de revistas de "las treinta caras bonitas" del Teatro Porteño, las partidas de ajedrez jugadas en las esquinas, las milongas en las carpas, algún crimen notorio y un episodio luctuoso que la historia del país registró con el nombre de la Semana Trágica. Este año designa asimismo una inflexión en la política gubernamental de Hipólito Yrigoyen hacia los movimientos de protesta que venían sucediéndose desde 1917 y 1918. Por su parte, el gobierno radical de Yrigoyen, acusando a los "maximalistas" encaró una fuerte represión.
El episodio de la Semana Trágica vuelve una y otra vez en la narrativa de Bioy Casares, como en el cuento "El noúmeno". Un haz de luz, como en las fotografías, impregna las imágenes de las ciudades que Bioy Casares describe. Casi nunca nocturnas, se advierte la actividad a la que el escritor se dedicó largo tiempo, la fotografía: prefiere la luz natural de las calles, los ambientes, los edificios, esa claridad que nos lleva a evocar un Buenos Aires donde siempre el sol está presente, presidiendo los movimientos de los personajes. Como Silvina Ocampo o Jorge Luis Borges, Bioy concibe la idea del arte y la literatura sólo a través del trabajo con el artificio. Los reflejos, las fotografías, los espejos, cuyo horror borgeano Bioy no comparte, pueden proclamar, como formas del doble o como modos de soslayar la representación, la imagen fantástica de la literatura que sustituye la manera real de ilustrar, aún con la intención de producir una literatura realista. Ciudades con ciudades, vista de la ciudad con fotografías, conciencia del paisaje y sentido del espacio, impregnan una escritura que se desliza y se desplaza llevada por el arrastre metonímico de la comparación y el calco imaginario. La obsesión comparativa para restituir lo conocido importa al narrador, tanto como las escenas e impresiones visuales que llaman la atención del lector, y que producen el efecto de los filmes, de las fotografías, y cuya utilización Bioy Casares había observado en la lectura de Stevenson, uno de sus modelos literarios preferidos.
Como procedimiento narrativo que rige, ordena y anticipa los recorridos, Bioy Casares utiliza la descripción que se observa al caminar, es decir, en movimiento, o aquella que Philippe Hamon designa descripción ambulatoria, tan propia de Zola, de Flaubert, del Bildungsroman de técnica innovadora, de Borges y de Arlt. Las caminatas pueblan las narraciones de Bioy Casares cuando el periplo se hace en Buenos Aires y el suspenso se mantiene o crece al mismo tiempo que la caminata, que suele presentar obstáculos. En "El noúmeno", hay una huelga de tranvías cuando el protagonista debe trasladarse desde el hoy desaparecido Parque Japonés del barrio de Retiro, hasta el barrio de Constitución. La escena se desarrolla un día de enero de 1919 a la hora de la siesta, bajo un calor agobiante. Estos contratiempos incomodan doblemente la caminata del protagonista, que se desanima por el clima insoportable y el vacío que reina en la ciudad durante la Semana Trágica. El Buenos Aires al que el narrador se refiere exhibe el trabajo documentado de la reconstrucción, que reitera su estética de imaginar a través de referencias históricas, geográficas, científicas o artísticas, con el agregado de que este relato fue escrito en homenaje al de Arturo Cancela "Una semana de holgorio". La relación intertextual queda ya establecida dado que el relato de Arturo Cancela ha trasmitido a Bioy Casares el tono porteño y las grandes caminatas por la ciudad.
En Bioy Casares, la exploración del espacio urbano implica asimismo una indagación de los personajes. Atento a la diversidad de los grupos sociales que componen la ciudad de Buenos Aires, acepta el desafío del descubrimiento, aquel que permite a un escritor no limitarse a la fácil comodidad del espacio conocido. También allí, en lugares no frecuentados antes por él, la imaginación intervendría en el mundo que llamamos real de los diversos barrios de la ciudad en cuya existencia le interesa penetrar. El protagonista de "Dormir al sol" (1973), es un ex empleado de banco que se ha hecho relojero al quedar cesante. Su nombre es Lucio Bordenave y vive e imagina sus fantasmagorías desde el interior de su casa, donde también tiene un taller. En su barrio, Villa Urquiza, la ciudad parece detenerse en un tranquilo pasaje que, por cierto, no es aquel pasaje precursor del bazar parisino visto por Fourier como el canon arquitectónico del falansterio, ni tampoco su semejante, el Pasaje Barolo, construido por el arquitecto italiano Mario Palanti y una de las reliquias del gótico románico que la ciudad de Buenos Aires tiene desde 1923 y en cuyo homenaje Bioy Casares designa a uno de los personajes de "El sueño de los héroes" (Antúnez "alias el Pasaje Barolo"). En cambio, el pasaje donde habita Lucio Bordenave es uno de esos típicos de Buenos Aires, abiertos al cielo, que cortan como callecitas alguna calle transversal, donde los vecinos son también los amigos, interlocutores habituales, casi de la familia. Sin embargo, tampoco la zona puede resistirse a los cambios que el narrador, con cierta nostalgia, comenta.



Maestro en la invención de situaciones que desvían de la vida tranquila a sus protagonistas, generalmente hombres (salvo en "Guirnalda con amores"), en "Dormir al sol" asistimos con curiosidad creciente al sometimiento que se apodera de Lucio Bordenave, el narrador protagonista. En la cómoda apariencia del hogar de Lucio, su mujer Diana y la doméstica Ceferina, va creciendo una red de malos entendidos y de equívocos que toma prisioneros a los esposos. Como en "La aventura de un fotógrafo en La Plata" (1985), el protagonista cae en una trampa tras otra, víctima del doctor Reger Samaniego, cuyo nombre recuerda al fabulista español a causa de los experimentos que realiza. En manos de estos médicos, suerte de extraños brujos, la ciencia produce una serie de errores que la vida de simples ciudadanos no puede controlar ni suprimir. Diana, que ha pasado una temporada en esa clínica, vuelve convertida en otra Diana, un doble de la anterior, a quien Lucio amaba. En vano intenta recuperarla y así descubre que el doctor Reger Samaniego ha puesto en ella los deseos de otra: luego de pasar a una perra, el alma de Diana llega a habitar el cuerpo de una joven que recuerda con obsesión la Plaza Irlanda, situada en el barrio de Caballito. Rastreos intertextuales nos llevan a descubrir que en el cuento "La casa de azúcar" de "La furia" de Silvina Ocampo (1959), la joven Cristina es poseída progresivamente por Violeta, la antigua inquilina de la casa, que también fue internada en una clínica frenopática. La racionalidad, siempre dominante en Bioy Casares, muestra al detalle esta fantasía bajo el disfraz de la ciencia.
El humor del narrador de "Dormir al sol", que campea en medio de estos disparatados episodios, de constantes recorridos y caminatas por el barrio, alivia al lector suspendido en el caos de la pesadumbre siguiendo a un protagonista totalmente dominado por ajenas voluntades. Las mismas que en una serie creciente atrapan a Nicolasito Almanza, el fotógrafo de "La aventura de un fotógrafo en La Plata", quien reflexiona: "¿Será esto la famosa vida acelerada de la gran ciudad?". A propósito de esta reflexión, evocamos otra de Walter Benjamin respecto de los ciudadanos: "El habitante de la ciudad, cuya superioridad política sobre el del campo se expresa múltiples veces a lo largo del siglo, intenta traer el campo a la ciudad". Precisamente uno de los mensajes éticos de Bioy, en novelas que él ha considerado dentro del género de las comedias, es el de la humanización. Los hombres que contribuyen a ejercer estos actos o que los ejercen en "Dormir al sol", son hombres de ciencia que viven en la ciudad. El doctor Samaniego, un fabulista de la medicina, que violenta y engaña a sus pacientes encerrándolos en el Instituto Frenopático, como a Lucio, se apoya en Descartes, que pensaba que "el alma estaba en una glándula del cerebro". Con total soberbia y displicencia dice a Lucio: "¿Recuerda lo que decía Descartes? ¿No? ¿Cómo se va a acordar si nunca lo ha leído?".
La violencia solapada bajo la medicina en este caso, el autoritarismo, que también practica en "La aventura de un fotógrafo en La Plata" Juan Lombardo respecto del protagonista Nicolasito Almanza, es similar a la ejercida por Valerga, a quien llama "el doctor" en "El sueño de los héroes" (1954). En el orden de ese vacío que reina en la sociedad, es decir la ignorancia compartida por muchos, se yergue o se puede erguir el autoritarismo de unos pocos. Casi siempre estos son líderes, como "el doctor" Valerga, o gentes a quienes se les debe respeto y consideración en el barrio, como el doctor Samaniego, o con cierto prestigio ganado en la propia familia mediante el miedo, como Juan Lombardo, el dominador de Nicolasito Almanza, el fotógrafo. El discurso autoritario está en boca de estos personajes líderes, casi siempre siniestros en su comportamiento, y al mismo tiempo seductores e impredecibles. ¿Es una metáfora del poder militar en la Argentina, de los componentes y soportes del terrorismo de Estado, de la terrible transmisión del horror, de la desintegración del poder democrático? En "El sueño de los héroes" se representa con claridad la metáfora de algunas de nuestras figuras políticas, pero más señaladamente que en "La aventura de un fotógrafo en La Plata", o en "Dormir al sol", no se ahorra en esta novela la idea de la sociedad conducida por un líder ante la impotencia del grupo que rodea al protagonista Emilio Gauna, ese muchacho del barrio de Saavedra entregado como sus amigos a los atropellos y humillaciones del llamado "doctor" Valerga. 
Buenos Aires, en medio de la mansedumbre del grupo de jóvenes de "El sueño de los héroes", aparece en la recorrida que realizan por los barrios de Flores, Villa Luro, Nueva Pompeya, así también en la descripción de los trenes, los cafés, los distintos barrios, las avenidas, algunos rincones y costumbres típicas de los años veinte, y los modos coloquiales que se ponen en boca, preferentemente, del "doctor" Valerga. El mito del coraje que exaltó la política argentina de finales de los años veinte, y la celebración del carnaval, ya casi inexistente hoy, han sido interpretados a través de una metáfora. Más que en otras novelas, en "El sueño de los héroes" muestra Bioy Casares clara conciencia histórica y severa crítica del ciego nacionalismo, además de la experiencia del escritor que ha debido documentarse de manera mucho más exigente que en el cuento "El nóumeno", para recuperar una ciudad que ya pertenecía a la historia. Sin embargo, la personalidad del joven sometido a la figura de hombre mayor que lo hostiga y confunde con mensajes ambiguos, es una constante semántica en las novelas que hemos comparado.
La fantasía de esa estructura dominante, joven sometido a viejo líder de grupo, toma forma en "Diario de la guerra del cerdo" (1969), novela donde se invierte el esquema de poder vital. Los viejos serán perseguidos, heridos, muertos, los viejos serán las víctimas de los jóvenes. En otro espacio urbano, caracterizado por mayor movimiento y comunicación más directa con el centro de la ciudad, en parte por su cercanía con él, ubica el narrador a Isidoro Vidal, perteneciente a la clase entre media y baja. Este lugar social fronterizo del personaje, coincide también con el barrio que habita: la Recoleta, donde la mayoría de la clase alta convive con la media y baja en forma mucho más acentuada que en otras zonas de la ciudad, ya que personas del servicio doméstico residen con habitantes de clase acomodada, o bien mucamas, cocineras, modestos sastres y modistas, en una especie de mimetismo, adquieren las maneras, el habla y hasta el vestuario de sus amos y clientes. No obstante habitar en un conventillo junto con su hijo Isidorito, Isidoro Vidal debió permanecer en el pasado en esa vivienda ante la posibilidad de que allí cuidaran de su hijo pequeño mientras él trabajaba. Pero este personaje, que juega a los naipes y bebe fernet, teme por su vida y la de sus amigos, hombres mayores que se llaman entre sí "muchachos", reunidos siempre en el mismo café del barrio, un café que existió en la ex Avenida Canning, frente a la plaza Las Heras. La fantasía de esos grupos de jóvenes que persiguen a los viejos tiene más de una relación con algunos cuentos de "Historias desaforadas", y se encarna en la consabida imagen universal que algunos seres adultos se hacen, de una u otra manera, de los jóvenes.
Este es sin duda, el propósito de una novela que a pesar del empeño trágico de un grupo de jóvenes, no deja ni por un momento un sentimiento también trágico, ya que el amor, motivo constante de la narrativa de Bioy Casares, realiza la labor de enlace vital que atenúa las situaciones límites y da consuelo al padre cuando el hijo muere atropellado por un camión en circunstancias trágicas. En la novela la visión de las cúpulas y los ángeles del cementerio de la Recoleta que sobrepasan el alto paredón, provoca en Isidoro Vidal una tristeza que se le presenta como imagen desoladora que lo obliga a cerrar los ojos. De inmediato sospecha el anuncio de una gran desgracia, piensa en Nélida, su joven pareja, y a los pocos minutos ocurre la muerte de su hijo en el accidente callejero.
Si "Guirnalda con amores", de 1959, evoca a los porteños que no dudan en tratarse con un lenguaje cuidado, en cuyos rituales de proximidad practican no un voseo sino un tuteo un tanto solemne, casi ajeno a las modalidades de esa década, esto es sólo entendible en la medida en que la vacilación de usar o no el voseo, ocupó en Bioy todo el tiempo de frecuentes intercambios y discusiones con sus colegas más frecuentados y respetados: Silvina Ocampo y Borges. Los ambientes en la narrativa de Bioy Casares fueron operando una modificación que los apartó de los salones, del intercambio cortés de los pasajeros del hotel, penetrando en los barrios de la capital, como en las novelas "Diario de la guerra del cerdo" o "Dormir al sol", en cuyos diálogos puede advertirse ya la lectura del Hemingway de "Adiós a las armas", a quien Bioy Casares llegó a apreciar -después de muchos desdenes- admirando la sencillez de sus diálogos directos. En "Diario de la guerra del cerdo", donde aún no ha alcanzado el lenguaje de los diálogos casi sin acotaciones de "La aventura de un fotógrafo en La Plata", se advierte la distancia respecto de novelas anteriores, es evidente la intención de abarcar un Buenos Aires más próximo en el tiempo y en la geografía. Ligado a la tradición del primer cuento argentino, intenta el registro del habla de diferentes habitantes de Buenos Aires, con la impregnación del habla en la escritura que vive en permanente renovación, con las variedades del porteñismo, el cosmopolitismo, del voseo y las formas verbales correspondientes, incorporadas definitivamente en la literatura contemporánea.
En gran parte la crítica literaria, a partir de la idea de transculturación o voluntad latinoamericana de descubrir las particularidades de cada cultura, insistió en la importancia de muchos de nuestros escritores pero manteniendo silencio respecto de la narrativa de Bioy Casares, o considerándola con esquemas simplificadores. Que sepamos, como escritora y como crítica, la intimidad de la cultura de un país o de una ciudad consiste, para un escritor, en señalar las particularidades lingüísticas del espacio en que narra, es decir la presencia del español hablado en el Río de la Plata si el tiempo de la narración le es contemporáneo. Si el escritor aborda un tiempo pasado, como lo hizo Antonio Di Benedetto en la novela "Zama" (1956), recuperando la retórica virreinal en difícil salto histórico, otro es el desafío. Observa Lotman que la irrupción de los medios de registro del discurso oral en la cultura, introduce en la segunda mitad del siglo XX cambios esenciales en la cultura tradicionalmente escrita, y anuncia la posibilidad de que lleguemos a ser testigos de procesos interesantes en este dominio. En tal sentido, el trabajo de escritor de Bioy Casares fue afirmándose en la continua, reflexiva y crítica actitud en su vida literaria, con la exigencia del carácter dialógico de su última narrativa, y aún la certeza del poder de la comunicación en el lenguaje hablado de la ciudad de Buenos Aires, sin acudir en la escritura a la representación o a la transcripción.