18 de mayo de 2014

Apuntes sobre Bioy Casares (10). Oscar Hermes Villordo

En su amplio departamento de la calle Posadas, en uno de los barrios residenciales de Buenos Aires, Bioy Casares pasó buena parte de su vida. Allí, rodeado de libros y fotografías, escribía a mano, "bastante rápidamente", con letra inclinada, de rasgos firmes, corrigiendo a medida que avanzaba. "Aunque me propongo no hacerlo, para seguir adelante, releo lo escrito y entonces corrijo, vuelvo a corre­gir", confesó alguna vez. "Cuan­do estoy escribiendo mucho hay momentos en que ni contesto car­tas", dijo. "Cuando preparo un cuento o una novela creo haberlos pensado íntegra­mente, creo que no hay partes oscuras que sean importantes - explicó-. Pero casi siempre des­cubro que no las había resuelto. Pienso entonces que lo que exis­tía en mí era un simulacro, que me bastaba para darme ánimos. Felizmente, al fin puedo resolver las dificultades. Pienso que al proceder así soy un hijo de mi madre, que me decía que con la voluntad se consigue todo". No sólo en esa casa escribió paciente sus obras. La casa de Pardo en el campo, y la casa de Mar del Plata en el mar, han sido también lugares donde, en distintas temporadas, compuso parte o algu­nos de sus libros. "La invención de Morel", pensada y escrita en parte en el retiro campesino, fue terminada en Buenos Aires. En Pardo es­cribió "El sueño de los héroes" y "Dormir al sol", y en Mar del Plata, "Diario de la guerra del cerdo". Tardaba años en terminar un li­bro, y aun siendo considerable el número de los que publicó, la tardanza se explica en el trabajo que se tomaba para confeccionar sinopsis, a veces muy detalladas; un dise­ño esquemático y minucioso en la gestación de la idea, lo que demoraba largamente la composición de sus novelas.
Más allá de la naturaleza de la literatura fantástica que se produjo en el siglo XVIII y en el comienzo del XIX, o lo fantástico "en sentido estricto", como se hizo conocido, Bioy Casares cuestionó en gran parte de su obra la naturaleza de la percepción humana. La extrañeza no está en el hecho sino en la relación que se establece entre él y el sujeto. Allí radica el cambio de perspectiva en el concepto de lo fantástico al comparárselo con el tradicional, el de, por ejemplo, Jan Potocki (1761-1815) o el de Edgar Allan Poe (1809-1849). Si bien lo fantástico sigue siendo una experiencia de los límites, a partir de Bioy Casares lo fue por la experiencia, que se valora, puesto que el personaje, en su universo, percibe que la realidad está formada por hechos que los sentidos no pueden ver ni distinguir, o sea, lo inexplicable existe, aunque es inexplicable. A partir de Bioy Casares la realidad pasó a estar formada por todo aquello que se puede imaginar, por el pensamiento y por el lenguaje.

Oscar Hermes Villordo (1928-1994). Escritor, novelista, cuentista, poeta y periodista argentino. Nacido en el Chaco, desde adolescente mostró condiciones de escritor, las que volcó al comienzo en la poesía. Estudió en Resistencia y en Catamarca, fue maestro primario y luego se radicó Buenos Aires dedicándose al periodismo. Largo tiempo trabajó en la hoy legendaria revista infantil "Billiken" y también, durante muchos años, en el diario "La Prensa", del que fue enviado especial a Bolivia cuando la muerte del Che Guevara (fue uno de los pocos periodistas argentinos a los que se confió esa tarea). En 1977 ingresó en "La Nación", diario en el que ejerció la crítica literaria en el suplemento literario de los domingos. Sus artículos también aparecieron en otros medios periodísticos como las revistas "Sur" y "Atlántida", y el diario "La Gaceta de Tucumán", entre otros. Tras tener problemas con la censura en la década del sesenta y luego del golpe militar en 1976, marchó al exilio, donde se ganó la vida como periodista. Comenzó su carrera literaria con "Poemas de la calle", publicado en 1953, obra a la que le siguieron el poemario "Teníamos la luz" y las novelas "Consultorio sentimental", "El bazar", "La brasa en la mano", "La otra mejilla" y "El ahijado". Como biógrafo, recreó la vida de Manuel Mujica Láinez (1910-1984) en "Manucho", y la de los creadores de la revista "Sur" en "El grupo Sur. Una biografía colectiva"; como ensayista publicó "Genio y figura de Adolfo Bioy Casares". Este último es una aproximación seria y rigurosa a la vida y la obra del autor de "La invención de Morel". Un fragmento de ese libro, inhallable desde hace años en las librerías, es lo que sigue a continuación.

Para Bioy Casares, "La invención de Morel", "Plan de evasión" y "La trama celeste" pertenecen a un mismo grupo, el de las obras de ficción con argumentos a la manera de máquinas de relojería, y algunos cuentos del libro citado en último término y sus novelas posteriores, a un segundo grupo, que tiene por escenario a Buenos Aires. En los libros de este último predomina un tono de la ciudad que considera característico y que reconoce parentesco en "Tres re­latos porteños" de Arturo Cance­la (1892-1957). La obra debe haberlo impresionado fuertemen­te porque aún recuerda en qué año la leyó (1931; los relatos son de 1922), comentando que influi­ría en su estilo. En las direcciones señaladas por el escritor, la literatura fantástica precedió a la realista o psicológica, si se atiende a que "La invención de Morel" es su primera obra en el tiempo, reconocida por él como tal. La afición por los libros de tema fantástico, sin embargo, fue tem­prana en Bioy, y aparece en el primer trabajo que logra concluir, "Vanidad o Una aventura terrorífica", relato de misterio, que luego de sugerir una explicación fantástica, se resuelve mediante una "explica­ción policial", según dice. El libro pertenece al grupo de los que com­puso antes de considerar que había escrito verdaderamente uno. "Cuan­do imaginé el argu­mento de 'La inven­ción de Morel' -es­cribió-, tomé la de­cisión de no permi­tir que mis habitua­les errores lo malograran". ¿Cuáles eran esos errores? "Los que alienta la vanidad cuando estimula al escritor a escribir para los críticos". "No, no es­cribiría para mi renombre -prosigue- sino para la coherencia y la eficacia del texto, y para los lectores". Atrás quedaron las doce obras, terminadas o inconclu­sas, publicadas o inéditas, escritas entre los siete y los veinticuatro años. El "aprendizaje" (con esa palabra tituló las páginas de las que están tomadas éstas y otras citas referidas a su iniciación) incluyó "más de mil páginas de novelas" antes de "La invención de Morel" y "más de seiscientas páginas de cuen­tos" antes de "La trama celeste". Puede decirse, sin embargo, que las dos direcciones son si­multáneas o aparecen y desaparecen en el tiempo alternándose, con predominio de la realista en la última etapa. El novelista lo ha dicho: su obra obedece tanto a una como a otra, con la salvedad de que no se excluyen. "Para com­pletar mi respuesta podría decir que me siento estimulado por tra­mas fantásticas y por situaciones y personajes realistas", ha con­testado en un reportaje.
En cuanto a los escenarios, conviene agregar que también aparece en cuentos y novelas importantes el campo de la provin­cia de Buenos Aires, especial­mente en la década del cincuenta. "El que dice lo que se propone, de manera eficaz y natural, con el lenguaje corriente de su país y de su tiempo, escribe bien", ha seña­lado Bioy Casares en el prólogo de su "Breve diccionario del ar­gentino exquisito". Toda una defi­nición de estilo que las palabras citadas acaban de poner a prueba y que podría aplicársele a él. Pre­cisión y claridad más vocabula­rio que reconocemos propio y de nuestro ahora (aunque con la ne­cesaria intemporalidad del buen estilo que ha sido leído antes de ser escrito y obviamente lo será después), son sus cualidades fundamentales. El novelista ha con­tado su actitud de escritor siendo joven. Ha dicho que cometió erro­res durante el período de aprendi­zaje, que abarca varios "primeros libros", por el afán de deslumbrar en el uso de las palabras. Ha contado esa etapa con risueña reprobación, po­niéndose de ejemplo de escritor principiante sin gusto literario. En el prólogo citado dice, refiriéndose a sus comienzos, que "era capaz de violentar un rela­to, o una argumen­tación, para en­contrar la oportu­nidad de escribir lo porvenir (en lugar de el porve­nir, que según Baralt era incorrecto), figurero (que Azorín proponía para reempla­zar snob), dél y dellos (por de él y de ellos). Probablemente pensaba que alguna vez, en algún libro, se diría "Bioy usó la expresión". Como prueba de ese pasado, aún exhibe, con perplejidad y burla, el volumen de Juan Mir, "Prontuario de hispanismos y barbarismos", de 1908, que leía en 1931. Y habla de "La guía del buen decir", de Selva, o de la "Gramática", de Cuervo, para citar algunas, y del "Diccionario de la Real Academia". "Creo que muchos de esos libros me han perju­dicado", es su comentario.


Cualquier duda acerca del con­tenido de esta obra se disiparía al sólo pensar en su valor formal. Un estilo como el de Bioy Casa­res, cuidado, vigilado, eficaz, suma de la naturalidad y la ele­gancia, necesariamente debe co­rresponderse con un contenido de igual excelencia. En escritores como él, fondo y forma son una misma cosa. Es la obra del autor de "La invención de Morel" una obra amable donde no se condena el mal -aunque se lo señale- ni se hace propaganda del bien -aun­que se lo defienda y se lo exalte. La amabilidad de que hablo no es circunstancial, no tiene nada que ver con el significado de la pala­bra aplicado al trato. Es amable por digna de amarse o por dar ella misma amor. Grata, sin excesos (verbales o de los otros) se impo­ne por su equilibrio, por su visión dramática, y aun trágica, pero nunca desesperanzada del mun­do. El propio novelista ha confe­sado que si sus personajes tienen debilidades, esas debilidades le resultan simpáticas. La compren­sión y la piedad parecen ser los signos distintivos de aquella vi­sión. En el fondo de una filosofía que se manifiesta pesimista de primera intención respecto de la condición del hombre en tanto ente social, como veremos, la con­miseración hacia el prójimo le da la nota humana que la distingue sobre otras obras, especialmente de nuestro tiempo. "Yo creo que todos merecemos compasión -le ha dicho a María Esther Gilio--, que somos unos pobres diablos heroicos por el solo hecho de estar vivos".
En el cuento "Un león en el bosque de Palermo", el personaje que será sacrificado por la fiera, Standle-Zanichelli, dice: "Uste­des opinan que el medio natural del hombre es la civilización, pero yo pregunto: ¿no será el hombre una fiera inteligente que, predestinada al suicidio, inventó la civilización, camino tortuoso y largo por donde llegará al fin a devo­rarse a sí misma como abyecta hiena despiadada? De miles de años a esta parte reprimimos nuestros instintos: la agresividad, la bestialidad, etcétera. Diríase, pues, que la civilización triunfó. No lo crean. Estallidos crimina­les por doquier, un niño delin­cuente por barba, psicoanalistas desatando en el prójimo un ma­nojo de demonios, configuran otras tantas pruebas de que los instintos recuperan terreno, de que la marea de la civilización por último baja". Hacia el final del cuento se lee, sin embargo: "El episodio ha con­cluido. No dejó más baja que Standle-Zanichelli, caballero de vigo­rosa e impermeable personalidad. Los otros, mientras tuvieron cerca al león, por su influjo se abandona­ron a la antigua naturaleza animal que hay en lo profundo del hombre. Fueron agresivos, crueles, cobar­des, estúpidos. Retirada la fiera por los peones municipales, en todos prevaleció de nuevo el criterio hu­mano, sin duda impuro de hipocre­sía, pero también refulgente de com­pasión y de coraje". Un león en el bosque de Paler­mo, que tiene mucho de sainete en su desarrollo, muestra a los perso­najes de esta manera: Daniel, el cuidador del vestuario del Club Atlético, es el amante de Susana, la mujer del "colega" del Club Depor­tivo, que está enfrente. Su mujer, Melania, descubre sus relaciones. El Otro Socio y Renata, la niñera de Orlandito (un "niño modelo"), tam­bién comparten el placer, siquiera por un momento, ante los ojos de Lorenzo, "el gallego del bar", y del niño, durante el apagón que este último provoca después de haberse oído el rugido del león suelto. Hay escenas que parecen sacadas del comportamiento de las fieras cuan­do éstas se disputan la presa. Por ejemplo, la de la pareja del Otro Socio y la niñera que, desnudos, comen en la cocina cuando aparece Lorenzo, también hambriento. Pero después de la noche del susto pasa­da en el salón del bar, las situaciones se invierten. Da­niel, olvidado de sus amoríos, corre al bos­que a salvar al niño, que se ha escapado imprudentemente. Pron­to lo imitan el Otro Socio, Renata y Lo­renzo.
Tratándose de un novelista como Bioy Casares, de reconoci­da inventiva, no costa­rá convencerse de que muchos de sus perso­najes han sido creados obedeciendo a iguales leyes de la imaginación. El autor ha elaborado sus tramas aplicando a "datos rea­les" aquella inventiva. Si se observa cómo ha compuesto sus obras clave dentro del género fantástico, se verá que una idea o una teoría, tomadas como expresiones de la realidad y extraídas del pensamiento especulativo o de la ciencia, están en el arranque de toda su elabora­ción. "Para hacer más creíble el argumento en el que la fantasía tendrá parte principal", parece decirse el escritor, "nada mejor que poner de fundamento a la reali­dad". La ley se cumple inexorablemente aunque esa "realidad" sea formulada con afirmaciones im­probables (al menos por ahora), como ésa del trasplante de almas... La creación de personajes responde a parecidos resortes de la fantasía y la realidad. Y Bioy Casares los aplica con parejo cuidado, con idén­tico acierto. Son inventados pero parten de lo real; no se parecen a ninguno en particular, aunque puedan repre­sentar a todos; si la "invención" los distingue, no por eso dejarán de pertenecer al mundo del que vie­nen. Un mozo de bar, un taximetrero, una vecina, un canillita, una muchacha de barrio, un compadri­to, un "doctor" son observados con atención (nunca sus rasgos distinti­vos serán confundidos, empezando por el habla que usan) y transmuta­dos en seres de carne y hueso, "encarnados" para el mundo literario. Son el resultado, casi siempre, de varias "observaciones", no de una sola; tienen más de un modelo, pero, en la suma, muestran al hom­bre o la mujer del término medio, aparentemente grises. Esta condi­ción de grises hace que sea difícil crearlos, animarlos para la ficción, que parece exigir lo matizado. Bioy Casares logra darles el soplo de vida que el verdadero creador consigue transmitir a sus criaturas.


En "Dormir al sol", por ejemplo, el ami­go que pasa apuestas, el que saca a pasear al perro o la enfermera ena­morada, todos cobran vida sin otros elementos que los caractericen que las pocas acciones o intervenciones que deben realizar como persona­jes secundarios. El autor ha pobla­do sus novelas de seres reconoci­bles, ha puesto en el mundo de los barrios de la ciudad que ha elegido como escenarios a los habitantes que por derecho propio les corres­ponden, sin falsearlos, sin el énfa­sis que llenó con caricaturas y pasti­ches tantas páginas de literatura ciuda­dana. Un viejo de "Diario de la gue­rra del cerdo", cual­quiera de los viejos de la novela, un mecánico de "El sueño de los héroes" o un viajante de "El atajo" son eso, un viejo, un mecánico o un viajante de la gran ciudad. Seres hu­manos, de ésos que resultan vivos y convincentes en la creación literaria. Las virtudes de la composición se advierten en to­dos sus detalles, por supuesto, en la composición de los protagonistas. El personaje central de "El sueño de los héroe" o el de "La invención de Morel", entre otros, prueban de qué vida están dotados y cuánto poder poseen para que la memoria los rescate y los sitúe entre aquéllos que, perteneciendo a la ficción, son a la vez parte de la realidad.
Otro ejemplo que puede servir para ilus­trar una característica común en los protagonistas de Bioy Casares (el hombre cuya lucidez lo obliga a dudar y a exponer la acción desde diferentes puntos de vista, a veces deteniéndola), es Enrique de Nevers, relator principal de "Plan de evasión". Nevers es, esencialmente, un espíritu dubitativo; conjetura, imagina, analiza, anota todas las posibilidades de la acción, hasta neutralizarla... Piensa cosas que no hará, arrastrado por su fantasía. La inteligencia lo pierde. En los cuentos en que aparecen retratos de argentinos en viaje por Europa, el personaje resume, como en "Encrucijada", la psicología del hombre rico que recorre el mundo por placer, pasando largas tempo­radas en París, Londres o Roma, más como viajero que como turista. Aparecen nuestras características de pueblo incapaz de adaptarse a otras costumbres, y aún a otras geografías, por apego a formas de ser (de las cuales, sin embargo, nos burlamos), que son defectos antes que virtudes en la convivencia, como creemos. La "viveza criolla" cuen­ta entre las primeras, expresada por Bioy Casares con humor e ironía cuando se trata de representantes de la clase adinerada, en los que la cultura es una tradición, y con los recursos de la picaresca, cuando los retratados pertenecen a la clase media, de formación más dispar e inseguridades evidentes. Para este caso, el cuento "Confidencias de un lobo" es un ejemplo doblemente va­lioso porque se trata de un retrato colectivo. Los personajes son un grupo de jóvenes que participan del tour organizado por una agencia de viajes. Los matices del conjunto permiten apreciar mejor la idiosin­crasia del que asume el papel de protagonista y vive la aventura amoro­sa. Los viajeros padecen por cortedad, por inexperiencia, aunque confiesen lo contrario, la falta de mujer. El relato de esa búsqueda permite al autor poner de manifies­to al pícaro burlado mostrando uno de los complejos del argentino medio, el temor al ridículo, que lo hace caer, precisamente, en situaciones burles­cas.
Si el novelista insiste en presentar al argenti­no viajando por el mundo es porque -según dice- en la pintura se acen­túan nuestras fallas. En "Confiden­cias de un lobo" el análisis es casi exclusivo del argentino machista, o mejor, del machismo de los argen­tinos. Las bromas que los mucha­chos hacen a la mucama francesa con la que pasean por París se parecen a las contadas por compa­triotas que tratan a extranjeros y se creen obligados a burlarse de ellos, en un alarde de superioridad que encubre el temor ante la situación desconocida y que sólo justifica el actuar en grupo, en "patota" (de la palabra "patota" a la palabra "cargada" no media un solo paso.) En "Todas las mujeres son igua­les" hay un largo comienzo que es una disquisición acerca del desti­no actual de los argentinos por el mundo. Conviene copiarlo: "Últimamente el argentino salió a probar suerte en el extranjero, lo que antes no era imaginable, y formó grupos o colonias por todo el mundo, al extremo de que si usted, en sus largos viajes, se halla un tanto perdido y nostálgi­co, deténgase a oír el rumor de la ciudad, sea ésta o cual fuere, como quien escucha un caracol; no tardará en descubrir voces que le probarán cuánto se alargó en es­tos años la calle Corrientes (por­que no es Rivadavia, sino Corrientes, con sus tapes de las ca­torce provincias, que hoy son no sé cuántos, y con su olor a grasa enfriada de las pizzerías, la que alcanzó los puntos más remotos de Europa y de Norte América)". Al argentino se lo reconoce machista, se le atribuyen condi­ciones de varón indudable, se le conceden virtudes que suponen una conducta, una moral. "Llévame a cualquier parte -insistió Filis, añadiendo argentinamen­te-: Para eso sos hombre" ("His­toria romana").