En
su amplio departamento de la calle Posadas, en uno de los barrios residenciales
de Buenos Aires, Bioy Casares pasó buena parte de su vida. Allí, rodeado de
libros y fotografías, escribía a mano, "bastante rápidamente", con letra
inclinada, de rasgos firmes, corrigiendo a medida que avanzaba. "Aunque me
propongo no hacerlo, para seguir adelante, releo lo escrito y entonces corrijo,
vuelvo a corregir", confesó alguna vez. "Cuando estoy escribiendo
mucho hay momentos en que ni contesto cartas", dijo. "Cuando preparo
un cuento o una novela creo haberlos pensado íntegramente, creo que no hay
partes oscuras que sean importantes - explicó-. Pero casi siempre descubro que
no las había resuelto. Pienso entonces que lo que existía en mí era un
simulacro, que me bastaba para darme ánimos. Felizmente, al fin puedo resolver
las dificultades. Pienso que al proceder así soy un hijo de mi madre, que me
decía que con la voluntad se consigue todo". No
sólo en esa casa escribió paciente sus obras. La casa de Pardo en el campo, y la
casa de Mar del Plata en el mar, han sido también lugares donde, en distintas
temporadas, compuso parte o algunos de sus libros. "La invención de Morel",
pensada y escrita en parte en el retiro campesino, fue terminada en Buenos
Aires. En Pardo escribió "El sueño de los héroes" y "Dormir al sol", y en Mar del
Plata, "Diario de la guerra del cerdo". Tardaba años en terminar un libro, y aun
siendo considerable el número de los que publicó, la tardanza se explica en el
trabajo que se tomaba para confeccionar sinopsis, a veces muy detalladas; un diseño
esquemático y minucioso en la gestación de la idea, lo que demoraba largamente
la composición de sus novelas.
Más allá de la naturaleza de la literatura
fantástica que se produjo en el siglo XVIII y en el comienzo del XIX, o lo
fantástico "en sentido estricto", como se hizo conocido, Bioy Casares cuestionó en gran parte de su obra la
naturaleza de la percepción humana. La extrañeza no está en el hecho sino
en la relación que se establece entre él y el sujeto. Allí radica el cambio de perspectiva en el concepto de lo fantástico al comparárselo con el tradicional, el de, por ejemplo, Jan Potocki (1761-1815) o el de Edgar Allan Poe (1809-1849). Si bien lo fantástico sigue siendo una experiencia de los
límites, a partir de Bioy Casares lo fue por la experiencia, que se valora, puesto que
el personaje, en su universo, percibe que la realidad está formada por hechos
que los sentidos no pueden ver ni distinguir, o sea, lo inexplicable
existe, aunque es inexplicable. A partir de Bioy Casares la realidad pasó a estar formada por todo aquello que se puede imaginar, por el pensamiento y por el
lenguaje.
Oscar
Hermes Villordo (1928-1994). Escritor, novelista, cuentista, poeta y
periodista argentino. Nacido en el Chaco, desde adolescente mostró condiciones
de escritor, las que volcó al comienzo en la poesía. Estudió en Resistencia y en
Catamarca, fue maestro primario y luego se radicó Buenos Aires dedicándose al
periodismo. Largo tiempo trabajó en la hoy legendaria revista infantil "Billiken" y también, durante muchos años, en el diario "La Prensa", del que fue enviado
especial a Bolivia cuando la muerte del Che Guevara (fue uno de los pocos
periodistas argentinos a los que se confió esa tarea). En 1977 ingresó en "La Nación",
diario en el que ejerció la crítica literaria en el suplemento literario de los
domingos. Sus artículos también aparecieron en otros medios periodísticos
como las revistas "Sur" y "Atlántida", y el diario "La Gaceta de
Tucumán", entre otros. Tras tener problemas con la censura en la década del
sesenta y luego del golpe militar en 1976, marchó al exilio, donde se ganó la
vida como periodista. Comenzó su carrera literaria con "Poemas de la calle",
publicado en 1953, obra a la que le siguieron el poemario "Teníamos la luz" y las
novelas "Consultorio sentimental", "El bazar", "La brasa en la mano", "La otra mejilla" y "El ahijado". Como biógrafo, recreó la vida de Manuel Mujica Láinez (1910-1984)
en "Manucho", y la de los creadores de la revista "Sur" en "El grupo Sur. Una
biografía colectiva"; como ensayista publicó "Genio y figura de Adolfo Bioy
Casares". Este último es una aproximación seria y rigurosa a la vida y la obra
del autor de "La invención de Morel". Un fragmento de ese libro, inhallable desde
hace años en las librerías, es lo que sigue a continuación.
Para
Bioy Casares, "La invención de Morel", "Plan de evasión" y "La trama celeste" pertenecen a un mismo grupo, el de las obras de ficción con argumentos a la manera
de máquinas de relojería, y algunos cuentos del libro citado en último término
y sus novelas posteriores, a un segundo grupo, que tiene por escenario a Buenos
Aires. En los libros de este último predomina un tono de la ciudad que considera
característico y que reconoce parentesco en "Tres relatos porteños" de Arturo
Cancela (1892-1957). La obra debe haberlo impresionado fuertemente porque aún
recuerda en qué año la leyó (1931; los relatos son de 1922), comentando que
influiría en su estilo. En
las direcciones señaladas por el escritor, la literatura fantástica precedió a
la realista o psicológica, si se atiende a que "La invención de Morel" es su
primera obra en el tiempo, reconocida por él como tal. La afición por los
libros de tema fantástico, sin embargo, fue temprana en Bioy, y aparece en el
primer trabajo que logra concluir, "Vanidad o Una aventura terrorífica", relato
de misterio, que luego de sugerir una explicación fantástica, se resuelve
mediante una "explicación policial", según dice. El libro pertenece al
grupo de los que compuso antes de considerar que había escrito verdaderamente
uno. "Cuando imaginé el argumento de 'La invención de Morel' -escribió-,
tomé la decisión de no permitir que mis habituales errores lo
malograran". ¿Cuáles eran esos errores? "Los que alienta la vanidad cuando estimula al escritor a escribir para
los críticos". "No, no escribiría para mi renombre -prosigue- sino
para la coherencia y la eficacia del texto, y para los lectores". Atrás
quedaron las doce obras, terminadas o inconclusas, publicadas o inéditas,
escritas entre los siete y los veinticuatro años. El "aprendizaje"
(con esa palabra tituló las páginas de las que están tomadas éstas y otras
citas referidas a su iniciación) incluyó "más de mil páginas de
novelas" antes de "La invención de Morel" y "más de seiscientas páginas
de cuentos" antes de "La trama celeste". Puede
decirse, sin embargo, que las dos direcciones son simultáneas o aparecen y
desaparecen en el tiempo alternándose, con predominio de la realista en la
última etapa. El novelista lo ha dicho: su obra obedece tanto a una como a
otra, con la salvedad de que no se excluyen. "Para completar mi respuesta
podría decir que me siento estimulado por tramas fantásticas y por situaciones
y personajes realistas", ha contestado en un reportaje.
En
cuanto a los escenarios, conviene agregar que también aparece en cuentos y
novelas importantes el campo de la provincia de Buenos Aires, especialmente
en la década del cincuenta. "El que dice lo que se propone, de manera
eficaz y natural, con el lenguaje corriente de su país y de su tiempo, escribe bien",
ha señalado Bioy Casares en el prólogo de su "Breve diccionario del argentino
exquisito". Toda una definición de estilo que las palabras citadas acaban de
poner a prueba y que podría aplicársele a él. Precisión y claridad más
vocabulario que reconocemos propio y de nuestro ahora (aunque con la necesaria
intemporalidad del buen estilo que ha sido leído antes de ser escrito y
obviamente lo será después), son sus cualidades fundamentales. El novelista ha
contado su actitud de escritor siendo joven. Ha dicho que cometió errores
durante el período de aprendizaje, que abarca varios "primeros
libros", por el afán de deslumbrar en el uso de las palabras. Ha contado
esa etapa con risueña reprobación, poniéndose de ejemplo de escritor
principiante sin gusto literario. En el prólogo citado dice, refiriéndose a sus
comienzos, que "era capaz de violentar un relato, o una argumentación,
para encontrar la oportunidad de escribir lo porvenir (en lugar de el porvenir,
que según Baralt era incorrecto), figurero (que Azorín proponía para reemplazar
snob), dél y dellos (por de él y de ellos). Probablemente pensaba que alguna vez,
en algún libro, se diría "Bioy usó la expresión". Como prueba de ese
pasado, aún exhibe, con perplejidad y burla, el volumen de Juan Mir, "Prontuario de
hispanismos y barbarismos", de 1908, que leía en 1931. Y habla de "La guía del
buen decir", de Selva, o de la "Gramática", de Cuervo, para citar algunas, y del "Diccionario de la Real Academia". "Creo que muchos de esos libros me han perjudicado",
es su comentario.
Cualquier
duda acerca del contenido de esta obra se disiparía al sólo pensar en su valor
formal. Un estilo como el de Bioy Casares, cuidado, vigilado, eficaz, suma de
la naturalidad y la elegancia, necesariamente debe corresponderse con un
contenido de igual excelencia. En escritores como él, fondo y forma son una
misma cosa. Es
la obra del autor de "La invención de Morel" una obra amable donde no se condena
el mal -aunque se lo señale- ni se hace propaganda del bien -aunque se lo
defienda y se lo exalte. La amabilidad de que hablo no es circunstancial, no
tiene nada que ver con el significado de la palabra aplicado al trato. Es
amable por digna de amarse o por dar ella misma amor. Grata, sin excesos
(verbales o de los otros) se impone por su equilibrio, por su visión
dramática, y aun trágica, pero nunca desesperanzada del mundo. El propio
novelista ha confesado que si sus personajes tienen debilidades, esas
debilidades le resultan simpáticas. La comprensión y la piedad parecen ser los
signos distintivos de aquella visión. En el fondo de una filosofía que se
manifiesta pesimista de primera intención respecto de la condición del hombre
en tanto ente social, como veremos, la conmiseración hacia el prójimo le da la
nota humana que la distingue sobre otras obras, especialmente de nuestro
tiempo. "Yo creo que todos merecemos compasión -le ha dicho a María Esther
Gilio--, que somos unos pobres diablos heroicos por el solo hecho de estar
vivos".
En
el cuento "Un león en el bosque de Palermo", el personaje que será sacrificado
por la fiera, Standle-Zanichelli, dice: "Ustedes opinan que el medio
natural del hombre es la civilización, pero yo pregunto: ¿no será el hombre una
fiera inteligente que, predestinada al suicidio, inventó la civilización,
camino tortuoso y largo por donde llegará al fin a devorarse a sí misma como
abyecta hiena despiadada? De miles de años a esta parte reprimimos nuestros
instintos: la agresividad, la bestialidad, etcétera. Diríase, pues, que la
civilización triunfó. No lo crean. Estallidos criminales por doquier, un niño
delincuente por barba, psicoanalistas desatando en el prójimo un manojo de
demonios, configuran otras tantas pruebas de que los instintos recuperan
terreno, de que la marea de la civilización por último baja". Hacia
el final del cuento se lee, sin embargo: "El episodio ha concluido. No
dejó más baja que Standle-Zanichelli, caballero de vigorosa e impermeable
personalidad. Los otros, mientras tuvieron cerca al león, por su influjo se abandonaron
a la antigua naturaleza animal que hay en lo profundo del hombre. Fueron
agresivos, crueles, cobardes, estúpidos. Retirada la fiera por los peones
municipales, en todos prevaleció de nuevo el criterio humano, sin duda impuro
de hipocresía, pero también refulgente de compasión y de coraje". Un
león en el bosque de Palermo, que tiene mucho de sainete en su desarrollo,
muestra a los personajes de esta manera: Daniel, el cuidador del vestuario del
Club Atlético, es el amante de Susana, la mujer del "colega" del Club
Deportivo, que está enfrente. Su mujer, Melania, descubre sus relaciones. El
Otro Socio y Renata, la niñera de Orlandito (un "niño modelo"), también
comparten el placer, siquiera por un momento, ante los ojos de Lorenzo,
"el gallego del bar", y del niño, durante el apagón que este último
provoca después de haberse oído el rugido del león suelto. Hay escenas que
parecen sacadas del comportamiento de las fieras cuando éstas se disputan la
presa. Por ejemplo, la de la pareja del Otro Socio y la niñera que, desnudos,
comen en la cocina cuando aparece Lorenzo, también hambriento. Pero después de
la noche del susto pasada en el salón del bar, las situaciones se invierten.
Daniel, olvidado de sus amoríos, corre al bosque a salvar al niño, que se ha
escapado imprudentemente. Pronto lo imitan el Otro Socio, Renata y Lorenzo.
Tratándose
de un novelista como Bioy Casares, de reconocida inventiva, no costará
convencerse de que muchos de sus personajes han sido creados obedeciendo a
iguales leyes de la imaginación. El autor ha elaborado sus tramas aplicando a
"datos reales" aquella inventiva. Si se observa cómo ha compuesto
sus obras clave dentro del género fantástico, se verá que una idea o una
teoría, tomadas como expresiones de la realidad y extraídas del pensamiento
especulativo o de la ciencia, están en el arranque de toda su elaboración.
"Para hacer más creíble el argumento en el que la fantasía tendrá parte
principal", parece decirse el escritor, "nada mejor que poner de
fundamento a la realidad". La ley se cumple inexorablemente aunque esa
"realidad" sea formulada con afirmaciones improbables (al menos por
ahora), como ésa del trasplante de almas... La creación de personajes responde
a parecidos resortes de la fantasía y la realidad. Y Bioy Casares los aplica
con parejo cuidado, con idéntico acierto. Son
inventados pero parten de lo real; no se parecen a ninguno en particular,
aunque puedan representar a todos; si la "invención" los distingue,
no por eso dejarán de pertenecer al mundo del que vienen. Un mozo de bar, un
taximetrero, una vecina, un canillita, una muchacha de barrio, un compadrito,
un "doctor" son observados con atención (nunca sus rasgos distintivos
serán confundidos, empezando por el habla que usan) y transmutados en seres de
carne y hueso, "encarnados" para el mundo literario. Son el
resultado, casi siempre, de varias "observaciones", no de una sola;
tienen más de un modelo, pero, en la suma, muestran al hombre o la mujer del
término medio, aparentemente grises. Esta condición de grises hace que sea
difícil crearlos, animarlos para la ficción, que parece exigir lo matizado.
Bioy Casares logra darles el soplo de vida que el verdadero creador consigue
transmitir a sus criaturas.
En "Dormir al sol", por ejemplo, el amigo que pasa
apuestas, el que saca a pasear al perro o la enfermera enamorada, todos cobran
vida sin otros elementos que los caractericen que las pocas acciones o
intervenciones que deben realizar como personajes secundarios. El autor ha
poblado sus novelas de seres reconocibles, ha puesto en el mundo de los
barrios de la ciudad que ha elegido como escenarios a los habitantes que por
derecho propio les corresponden, sin falsearlos, sin el énfasis que llenó con
caricaturas y pastiches tantas páginas de literatura ciudadana. Un viejo de "Diario de la guerra del cerdo", cualquiera de los viejos de la novela, un mecánico de "El sueño de los héroes" o
un viajante de "El atajo" son eso, un viejo, un mecánico o un viajante de la gran
ciudad. Seres humanos, de ésos que resultan vivos y convincentes en la
creación literaria. Las
virtudes de la composición se advierten en todos sus detalles, por supuesto,
en la composición de los protagonistas. El personaje central de "El sueño de los
héroe" o el de "La invención de Morel", entre otros, prueban de qué vida están
dotados y cuánto poder poseen para que la memoria los rescate y los sitúe entre
aquéllos que, perteneciendo a la ficción, son a la vez parte de la realidad.
Otro
ejemplo que puede servir para ilustrar una característica común en los
protagonistas de Bioy Casares (el hombre cuya lucidez lo obliga a dudar y a
exponer la acción desde diferentes puntos de vista, a veces deteniéndola), es
Enrique de Nevers, relator principal de "Plan de evasión". Nevers es,
esencialmente, un espíritu dubitativo; conjetura, imagina, analiza, anota todas
las posibilidades de la acción, hasta neutralizarla... Piensa cosas que no
hará, arrastrado por su fantasía. La inteligencia lo pierde. En
los cuentos en que aparecen retratos de argentinos en viaje por Europa, el
personaje resume, como en "Encrucijada", la psicología del hombre rico que
recorre el mundo por placer, pasando largas temporadas en París, Londres o
Roma, más como viajero que como turista. Aparecen nuestras características de
pueblo incapaz de adaptarse a otras costumbres, y aún a otras geografías, por
apego a formas de ser (de las cuales, sin embargo, nos burlamos), que son
defectos antes que virtudes en la convivencia, como creemos. La "viveza
criolla" cuenta entre las primeras, expresada por Bioy Casares con humor
e ironía cuando se trata de representantes de la clase adinerada, en los que la
cultura es una tradición, y con los recursos de la picaresca, cuando los retratados
pertenecen a la clase media, de formación más dispar e inseguridades evidentes.
Para este caso, el cuento "Confidencias de un lobo" es un ejemplo doblemente valioso
porque se trata de un retrato colectivo. Los personajes son un grupo de jóvenes
que participan del tour organizado por una agencia de viajes. Los matices del
conjunto permiten apreciar mejor la idiosincrasia del que asume el papel de
protagonista y vive la aventura amorosa. Los viajeros padecen por cortedad,
por inexperiencia, aunque confiesen lo contrario, la falta de mujer. El relato
de esa búsqueda permite al autor poner de manifiesto al pícaro burlado
mostrando uno de los complejos del argentino medio, el temor al ridículo, que
lo hace caer, precisamente, en situaciones burlescas.
Si
el novelista insiste en presentar al argentino viajando por el mundo es porque
-según dice- en la pintura se acentúan nuestras fallas. En "Confidencias de un
lobo" el análisis es casi exclusivo del argentino machista, o mejor, del
machismo de los argentinos. Las bromas que los muchachos hacen a la mucama
francesa con la que pasean por París se parecen a las contadas por compatriotas
que tratan a extranjeros y se creen obligados a burlarse de ellos, en un alarde
de superioridad que encubre el temor ante la situación desconocida y que sólo
justifica el actuar en grupo, en "patota" (de la palabra
"patota" a la palabra "cargada" no media un solo paso.) En "Todas las mujeres son iguales" hay un largo comienzo que es una disquisición
acerca del destino actual de los argentinos por el mundo. Conviene copiarlo:
"Últimamente el argentino salió a probar suerte en el extranjero, lo que
antes no era imaginable, y formó grupos o colonias por todo el mundo, al
extremo de que si usted, en sus largos viajes, se halla un tanto perdido y
nostálgico, deténgase a oír el rumor de la ciudad, sea ésta o cual fuere, como
quien escucha un caracol; no tardará en descubrir voces que le probarán cuánto
se alargó en estos años la calle Corrientes (porque no es Rivadavia, sino Corrientes,
con sus tapes de las catorce provincias, que hoy son no sé cuántos, y con su
olor a grasa enfriada de las pizzerías, la que alcanzó los puntos más remotos
de Europa y de Norte América)". Al
argentino se lo reconoce machista, se le atribuyen condiciones de varón
indudable, se le conceden virtudes que suponen una conducta, una moral. "Llévame
a cualquier parte -insistió Filis, añadiendo argentinamente-: Para eso sos
hombre" ("Historia romana").