En
la mayor parte de las obras de Bioy Casares la historia es contada por narradores
protagonistas que recurren tanto al diario personal o la correspondencia como al relato
de experiencias personales o referidas por terceros. En casi todos los casos, estos
narradores hablan en un estilo coloquial de lengua culta con una clara
propensión a la reflexión general y recurren con frecuencia a la
reproducción de máximas y frases de tono sentencioso, lo
que contribuye de alguna manera a crear en los lectores la
impresión de estar en contacto directo con alguien que cuenta en voz alta. Al
multiplicar las referencias explícitas al acto de narrar tales como anticipar que
el narrador ya experimentó lo que va a contar o destacar que lo narrado es algo
que efectivamente sucedió, que él protagonizó o conoce y que, además, le
interesa contar, Bioy Casares logró, mediante estos procedimientos, que sus historias
reprodujesen una de las características que el filósofo, crítico literario y
ensayista alemán Walter Benjamin (1892-1940) reconocía como propias de la
narración oral en su ensayo "Der erzähler" (El narrador): la condición de que
el tema del relato ahonde en la vida misma del narrador para luego extraerlo de ella haciendo que permanezcan sus huellas. "Es
inclinación del narrador -sostenía Benjamin- iniciar la exposición de su
historia relatando las circunstancias en que tomó conocimiento él mismo de lo
que va a narrar, cuando no es que se lo atribuye directamente a su propia
experiencia". Así, y a partir del sobrentendido que la relación entre el
narrador oral y su oyente está básicamente dominada por el interés de este
último en recordar lo narrado para poder más tarde volver a contarlo, se cumple
lo que con certeza señalaba en "El laboratorio de la escritura" Ricardo Piglia (1941)
sobre que en Bioy Casares el arte de narrar gira sobre un doble vínculo: "Oír un relato que se pueda escribir, escribir un relato que se
pueda contar en voz alta".
Marcelo Pichon Rivière (1944). Narrador, poeta y periodista especializado en temas culturales. Por años editor literario del suplemento "Cultura y Nación" del diario "Clarín", su primer libro de poemas fue publicado en 1963 y luego dio a conocer otros como "Los ladrones de agua", "Sombra del tigre", "Referencias", "La memoria de otro cielo", "Imágenes de Boda Blanca", "Piano marino" y "Noche de leves manos". También es autor de las novelas "Territorios" y "La Mariposa y la máscara". Fue invitado a hablar sobre la obra de Bioy Casares por el Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1991 y por el Ministerio de Cultura en 1994, con motivo del otorgamiento del Premio Cervantes a dicho escritor, ambos en Madrid. Asimismo ha dado conferencias en Nueva York y en la Universidad Complutense de Madrid, y ha publicado numerosos artículos sobre Bioy Casares en diversos medios gráficos, entre ellos "Bioy Casares. Historia prodigiosa", en la revista "Panorama" de octubre de 1973. Pichon Rivière es probablemente una de las personas que más sepan acerca de la vida y la obra del autor de "El sueño de los héroes". Amigo durante décadas del escritor, realizó la edición anotada de sus obras escogidas titulada "La invención y la trama" y, también junto con Bioy Casares -"alguien difícil de clasificar, de encasillar, ni como autor ni como persona"-, un completo libro de memorias en 1994. "Apuntes acerca de la vida y la obra de un espectador del mundo" apareció publicado en la revista "La Maga" nº 19 en abril de 1996.
Marcelo Pichon Rivière (1944). Narrador, poeta y periodista especializado en temas culturales. Por años editor literario del suplemento "Cultura y Nación" del diario "Clarín", su primer libro de poemas fue publicado en 1963 y luego dio a conocer otros como "Los ladrones de agua", "Sombra del tigre", "Referencias", "La memoria de otro cielo", "Imágenes de Boda Blanca", "Piano marino" y "Noche de leves manos". También es autor de las novelas "Territorios" y "La Mariposa y la máscara". Fue invitado a hablar sobre la obra de Bioy Casares por el Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1991 y por el Ministerio de Cultura en 1994, con motivo del otorgamiento del Premio Cervantes a dicho escritor, ambos en Madrid. Asimismo ha dado conferencias en Nueva York y en la Universidad Complutense de Madrid, y ha publicado numerosos artículos sobre Bioy Casares en diversos medios gráficos, entre ellos "Bioy Casares. Historia prodigiosa", en la revista "Panorama" de octubre de 1973. Pichon Rivière es probablemente una de las personas que más sepan acerca de la vida y la obra del autor de "El sueño de los héroes". Amigo durante décadas del escritor, realizó la edición anotada de sus obras escogidas titulada "La invención y la trama" y, también junto con Bioy Casares -"alguien difícil de clasificar, de encasillar, ni como autor ni como persona"-, un completo libro de memorias en 1994. "Apuntes acerca de la vida y la obra de un espectador del mundo" apareció publicado en la revista "La Maga" nº 19 en abril de 1996.
La
obra de Bioy Casares sigue siendo un conjunto de novelas, cuentos, aforismos,
ensayos y relatos autobiográficos que se presta a múltiples malentendidos y,
fundamentalmente, parece destinada a ser mal leída o leída con desgano y
prejuicios. En otras épocas, cuando Bioy era ignorado por los medios, los
lectores y hasta los escritores, ese destino no era singularmente curioso. Más
bien era la lógica consecuencia de una ilógica indiferencia. Hoy, mientras las
tragedias y los escándalos familiares aparecen en los diarios como si Bioy
fuera una figura del espectáculo o de la política, y su obra recibe premios y
todo tipo de reconocimientos, ese destino ya resulta inquietante. Muy
distinto fue el caso de Borges. Todos sabíamos que Borges era más citado que
leído, y que sus apariciones en público no implicaban necesariamente apariciones
privadas en la intimidad de una lectura. Pero Borges, valga la paradoja, era
un escritor poco leído pero claramente ubicado en la imaginación de todos los que
no lo leían. Borges era el poeta ciego, que escribía cuentos y ensayos
eruditos, y que desde la penumbra de su mirada -esa penumbra que lo alejó de la
timidez para siempre- podía hablar en forma incesante de gauchos y vikingos,
de la muerte y de los sueños. La
obra de Borges es compleja, densa, poblada de citas secretas. Espanta
lectores. Pero su vida tiene algo de diáfano mito. Por eso, cuando Borges se
volvió una figura pública, su obra también. En Borges, vida y obra son una
unidad inquebrantable, que resiste los embates de la ignorancia y de las
simplificaciones. En cambio, cuando Bioy Casares se convirtió en una figura
notoria, al alcance de la mano, su obra no lo acompañó en esa dudosa travesía.
Quedó relegada. Es
probable que todo esto se deba a los cambios de rumbo de esa obra, que
desconciertan a los lectores y no favorecen la creación de un mito literario.
Bioy
Casares no es fácil de clasificar, de encasillar, ni como autor ni como
persona. En su vida, se lo conoce por su pasión por las mujeres, la literatura,
el cine y el tenis. Hace muchos años solía decir que le gustaría ver el fin del
mundo en una de esas canchas rojizas, con rayas y red blancas. Luego comenzó a
decir, y ya no paró de repetirlo, que le gustaría estar en la sala de un cine,
en esa oscuridad iluminada por la pantalla, cuando el mundo finalizara de una
vez por todas. Nunca dijo, y eso es muy revelador, que desearía estar en
brazos de una mujer cuando llegara ese momento apocalíptico. Bioy es un
espectador del mundo. Se siente ajeno a sus tragedias, a sus ambiciones, a sus
anhelos. Muchas veces, también, afirmó que no se enamoró de las mujeres que
quiso. El amor, dice, le trajo demasiados sufrimientos. Y un buen día ya no
amó. La
casi totalidad de las personas que han llegado a conocer a Bioy Casares se han
sentido atraídas por su persona. Esa actitud aristocrática en la forma de moverse
y de vestirse. Esa timidez seductora, su gentileza, esa ausencia de vanidad
que es una de los modos más tenues de la vanidad, su mirada transparente, ese gesto de pasarse la mano
por la cabeza, desaliñando apenas un corte de pelo impecable, que denota
cierta inseguridad.
Para todas las personas que, por un motivo o por otro, no
lo han tratado, queda una imagen nítida pero poco intensa. Bioy no es una
figura que se impone a la distancia. Necesita de la sutileza del encuentro, de
los matices de un momento compartido. Lo
mismo ocurre con sus libros. Bioy necesita ser leído para ser admirado. Las
personas que entran en sus historias se sienten seducidas por su destreza
narrativa, por su forma de matizar los relatos con digresiones siempre
ocurrentes y vívidas, por la manera en que introduce lo fantástico en el ámbito
de lo cotidiano. Se puede admirar a Borges o Cortázar sin haberlos leído. Por
supuesto es una simplificación, pero también es un hecho. La erudición de
Borges y el humor y la cálida inmediatez de Cortázar, esa instantánea
complicidad con el lector, conforman figuras literarias fáciles de comprender. Cortázar
también posee una unidad inquebrantable entre vida y obra. Bioy
necesita lectores y esos lectores se encuentran con una obra indómita a las
clasificaciones. Cuando trabajé en la edición anotada de sus obras escogidas,
que apareció con el título "La invención y la trama", establecí ciertas etapas en
su obra que siguen pareciéndome válidas para leer sus libros en forma adecuada.
Todo intento de este tipo, por supuesto, se basa en lo relativo de estas
afirmaciones, porque hay textos de determinada época que auguran una etapa
futura. De todos modos, esa especie de mapa esquemático creo que sirve para no
perderse en un territorio de prodigios desconcertantes.
En
sus primeros libros, escritos en la adolescencia, Bioy Casares intenta ser un
escritor de vanguardia. Son libros ideados en los finales de la década del '20
y comienzos de la del '30, cuando se estaba por producir la gran decantación de los
fulgores vanguardistas. Pero Bioy es un muchacho, entusiasta y confundido, y
escribe más bien como si estuviera en los comienzos de la década del '20, en
los tiempos de las grandes maniobras de la vanguardia. En
1928 escribe "Vanidad o una aventura terrorífica" y, en 1929, "Prólogo". En 1933 la
editorial Tor publica su tercer libro de la serie, "17 disparos contra lo porvenir".
Bioy escribe en forma incesante con las banderas de la vanguardia. La vergüenza
que luego le despertaron esos libros tal vez explique su actitud conservadora, su
desprecio por toda forma de experimentación con la escritura. Todos los ismos
de las vanguardias van a aparecer con el tiempo en satíricos retratos de escritores,
como en los cuentos "En memoria de Paulina", "El perjurio de la nieve", "Historia
prodigiosa" y "La sierva ajena". En una evocación de "Borges, libros y amistad",
Bioy narra el momento de su primera transfiguración. "Entre tantas conversaciones,
recuerdo una de esa remota semana en el campo. Yo estaba seguro de que para la
creación artística y literaria era indispensable la libertad total, la libertad
idiota, que reclamaba uno de mis autores, y andaba como arrebatado por un
manifiesto, leído no sé donde, que únicamente consistía en la repetición de dos
palabras: "lo nuevo"; de modo que me puse a ponderar la contribución, a las
artes y las letras, del sueño, de la irreflexión, de la locura. Me esperaba una
sorpresa. Borges abogaba por el arte deliberado, tomaba partido con Horacio y
con los profesores, contra mis héroes, los deslumbrantes poetas y pintores de
vanguardia. Vivimos ensimismados, poco o nada sabemos de nuestro prójimo y en
definitiva nos parecemos a ese librero, amigo de Borges, que de treinta años a
esta parte puntualmente le ofrece toda nueva biografía de principitos de la
casa real inglesa o el tratado más completo sobre la pesca de la trucha. En
aquella discusión Borges me dejó la última palabra y yo atribuí la circunstancia
al valor de mis razones, pero al día siguiente, a lo mejor esa noche, me mudé
de bando y empecé a descubrir que muchos autores eran menos admirables en sus
obras que en las páginas de críticos y de cronistas, y me esforcé por inventar
y componer juiciosamente mis relatos".
Con "La invención de Morel" (1940)
Bioy Casares se despide de una vasta obra ilegible, logra una novela perfecta y
tiene apenas veintiséis años. También inicia una construcción de lo fantástico que
responde a esa imaginación razonada por la que Borges se inclinaba esa noche
de 1936 en el Rincón Viejo, durante esa discusión con su joven amigo. Bioy
Casares inicia la escritura de "La invención de Morel" en 1937, en el Rincón
Viejo, la estancia de su padre. Comienza a escribir como quien se siente apestado.
"Yo buscaba menos el acierto que la eliminación de errores en la
composición y la escritura de 'La invención de Morel'. De algún modo era como si
me considerara infeccioso y tomara todas las precauciones para no contagiar
la obra. La escribí en frases cortas, porque una frase larga ofrece más
posibilidades de error. Creo que estas frases molestaron a muchos lectores y
que, en el prólogo a la novela, cuando Borges dice 'la trama es perfecta', hay
una clara reserva en cuanto al estilo", confiesa en sus "Memorias". La
trama de "La invención de Morel" es tejida en el cuerpo de una isla. Isla verbal,
también, donde la escritura de Bioy Casares se aísla del mundo, de su pasado
de palabras muertas. Rodeado de ese nuevo mar, la imaginación razonada, aprende
a soñar en la aprensiva vigilia del inventor que no admite el menor detalle
gratuito.
Detrás
del estilo preciso, depurado, de los cuentos y novelas escritas a partir de
1937, siempre hay algo desmesurado en Bioy Casares. Citando a Johnson, se declara
uno de esos "autores de bárbaros romances que alientan a sus lectores con
enanos y con gigantes". En
las novelas "La invención de Morel" y "Plan de evasión" (1945) y en los cuentos de "La trama celeste" (1948), la desmesura, el bárbaro romance, es el reino de las
invenciones. Los enanos y gigantes que alientan al lector provienen ante todo
de un narrador dominado por un inventor. Amamos a Faustine, como la ama el
protagonista y narrador de la historia, porque es una imagen, una imagen
proyectada en forma corpórea en la isla. La amamos porque es inasible, vive
para siempre en otro tiempo, cíclico y eterno, apenas interrumpido por las
mareas, cuando el agua del mar se aleja de la costa y la máquina de Morel se
detiene. Amamos una invención. No amamos una mujer. Si esta novela apasiona al
lector es por la potencia estremecedora de la invención y de la trama
utilizada para ponerla en escena. En
ciertos tramos de "Plan de evasión" y en algunos cuentos de "La trama celeste", la
fascinación por narrar es tan intensa como la fascinación por inventar, y es
allí donde el estilo, el tono del bárbaro romance comienza a transfigurarse.
Uno de los cuentos de ese libro, "En memoria de Paulina", da un vivido retrato de
la mujer amada, y la construcción fantástica es tan leve y sutil, que necesita
del narrador para hacerla creíble.
"El
sueño de los héroes" (1954) ya teje la nueva trama del narrador: dibujo en
vaivén de lo fantástico donde la irrealidad de la vida, sus fulgores
desconocidos y apenas entrevistos, son tan desgarradores como los diarios
afanes de los protagonistas. Se puede pensar que no hay desmesura. Pero no es
así. En la luz trémula de lo supuestamente cotidiano el bárbaro romance continúa
su gesta. En "El sueño de los héroes" el humor, el preciso registro de la forma de hablar de
los personajes, en ningún momento se impone sobre la trama, las digresiones
iluminan cada tramo del argumento y, al final, el hecho sobrenatural es entregado
al lector de un modo tan diáfano como terrible. La
acción de la novela tiende su trágica parábola entre 1927 y 1930. Como en otras
tramas de Bioy Casares, el tema de las réplicas y de las repeticiones forma
una metáfora del destino. En una carrera, un caballo le depara la fortuna a
Gauna. En la tercera noche de borrachera, luego de un baile de disfraces,
Gauna entrevé ese instante único. En 1930, se da una repetición -la primera de
la serie-: Gauna vuelve a ganar en el hipódromo. "Ascéticamente despojado
de máquinas y operaciones prodigiosas, Bioy Casares narra el más fascinante
de sus viajes mentales. Un hombre parte en busca de un instante de su pasado
porque ese vacío lo atormenta. Al final del viaje descubre que no se ha movido
del punto de partida. El pasado ha estado siempre junto a él, inmóvil y
fluyente, esperando el instante en que los goznes del tiempo estallen para
resolverse en presente -el presente más pleno, más real- y desaparecer",
dice Enrique Pezzoni en "El texto y sus voces". "El
sueño de los héroes" es el triunfo de la trama: la obra mayor de un narrador que
domina al inventor. La notable reconstrucción del Buenos Aires de los años '20,
cada una de las aventuras y dichas menores que se van superponiendo a la
aventura fundamental, como aquel viaje al campo y al arroyo, donde Gauna y
Clara se aman mágicamente y dócilmente, el tema del valor y de la cobardía,
las diáfanas digresiones, el registro minucioso de la lengua hablada, van
formando esa trama envolvente e intensa, que suscita la fascinación y el
deslumbramiento.
En
los cuentos de "Historia prodigiosa" (1956), "El lado de la sombra" (1962) y "El
gran serafín" (1967), hay diversas desmesuras, tramas diáfanas y aterradoras,
atenuadas por
un tono narrativo cada vez más terso. Luego de una ruptura con el género en los
cuentos de "Guirnalda con amores" (1959) y en la novela "Diario de la guerra del
cerdo" (1969), su visión de lo fantástico se transfigura. En la novela "Dormir al
sol" (1973) y en los cuentos de "El héroe de las mujeres" (1978), "Historias
desaforadas" (1986) y "Una muñeca rusa" (1991), Bioy Casares ya no intenta que un
hecho fantástico resulte creíble y estremecedor. Tiende a que aparezca como
increíble y hasta absurdo. Lo mismo sucede -sin un hecho fantástico, pero sí
con los recursos del género- en "La aventura de un fotógrafo en La Plata" (1985). "Dormir
al sol" es la gran novela del escritor satírico. El hecho fantástico ya es sólo
un marco donde se colocan imágenes entrañables: el tema de la mujer original y
de sus réplicas, el amor como imposibilidad (amar un cuerpo es tan ilusorio
como amar la idea que uno se hace de una mujer, concuerdan Lucio Bordenave y
Aldini), los perros y la transparente intimidad de la vida en un barrio.
"¿Por
qué ese arraigo en mí de lo fantástico?" se pregunta Bioy en una vieja
entrevista. "El horror y la fascinación del primer enfrentamiento con el
más allá se mantienen frescos. Aunque todo el trato que tenemos con el más
allá se limita a la desolación de la muerte, no perdemos la esperanza de encontrar
la llave que, tras media vuelta, depare otros prodigios. Para oponer a la muerte,
inaceptable y fantástica, no nos basta la vida en que nos encontramos tan
naturalmente. Nos parece, quizá por error, que la vida no pertenece al más
allá, y la misma oscuridad de la muerte nos mueve a suponer, simétricamente,
una luz. Al borde de las cosas que no comprendemos del todo, inventamos relatos
fantásticos, para aventurar hipótesis o para compartir con otros los vértigos
de nuestra perplejidad". En
su juventud Bioy Casares se deja dominar por el inventor; en su madurez, por el
narrador; en su vejez, por el escritor satírico. De las historias prodigiosas a
las historias desaforadas: ésta es la parábola que propone la obra de Bioy
Casares. El bárbaro romance es ahora satírico, liviano, escéptico. Los enanos y
gigantes somos nosotros, la gente. La trama fantástica es un tenue telón de
fondo. Un escenario donde el escritor satírico se siente a gusto.