La crítica fue bastante ambigua con la novela,
algo que a Bioy Casares no debió sorprenderle demasiado. Ya en ocasión de la publicación
de "Caos", el diario "La Nación" había afirmado en su edición del 27 de enero
de 1935 en un artículo sin firma que: "No puede ser más lastimosa la
lectura de sus páginas, en las que sólo es dable advertir un acierto
consistente en la propiedad del uso de un vocablo, el del título: caos. La
lectura minuciosa, el análisis de sus capítulos y aún de cada una de sus
líneas ni revela ni deja remotamente suponer cuál propósito ha inspirado la
publicación de estas desconcertadas páginas. Nada podría decirse de la forma,
porque no existe. El desconocimiento total de las más elementales normas
gramaticales, de las que se adquieren en el estudio de las primeras letras,
dificultan hasta la inteligencia del sentido, ya que no es posible imaginar qué
se había propuesto decir el autor. Su inexperiencia comienza en la falta de
asunto, sigue en el vocablo arbitrariamente concertado y termina en el abuso
constante de los signos auxiliares de la escritura. Esta es sólo una nueva
manifestación de señalado menosprecio por cuanto se acerque a la construcción
correcta. Nada sería lo dicho acerca de este libro, en el que la sorprendente
exactitud del título parece ser también honrada prevención para el lector
desprevenido. Un examen prolijo exigirá el aprecio más severo de un libro para
cuya inexplicable publicación ni se ha tenido en cuenta el debido respeto a los
lectores".
Dejando de lado el muy elogioso y previsible comentario
que Borges publicó en diciembre de 1937 en el nº 39 de la revista "Sur" tras la
publicación de "Luis Greve, muerto", la crítica especializada fue cambiando
paulatinamente luego de "La invención de Morel". Hasta el propio diario "La
Nación", y otra vez sin firma, publicó el 7 de octubre de 1945 la reseña de "Plan
de evasión". En ella informaba que "pocos seres humanos bastan para formar
la trágica historia, muy semejante por su vigor a la que consagraron obras
ilustres" a la vez que, ambiguamente, afirmaba que "ha de señalarse la
originalidad del desarrollo y la regia concertación elocutiva, lo que, en
definitiva, es mérito principal en toda obra literaria. Suele enfrentar el autor
repentinamente la interrupción del relato con breves fragmentos de memorias
anónimas y alguna referencia a desconocidos personajes, con lo que se
desconcierta el relato y sobreviene el misterio por maneras sencillas, que, por
buen gusto, excluyen lo tremendo. Toda la acción transcurre en la estrechez del
presidio isleño. Y en ella se abarcan el amor y la aventura, lo fantástico y lo
siniestro en trazos escuetos que piden más desarrollo e interés elogioso del
lector".
Pero la crítica que más llamó la atención fue la que escribió Sabato, escritor con quien, sabido es, ni Bioy Casares ni Borges ni Silvina Ocampo mantuvieron una relación muy cordial. En "Descanso de caminantes", uno de los volúmenes de Memorias de Bioy Casares publicado póstumamente en 2001, dejó constancia de algunos de los entretelones de su relación con el autor de "Sobre héroes y tumbas". Recuerda que al conocerlo le pareció "digno de estímulo" a pesar de que Borges no soportaba sus "pedanterías infantiles". Con dificultad, lo convenció de que era una persona "inteligente". En cambio, Silvina Ocampo fue "más difícil de persuadir". En otro párrafo recrea una escena significativa: "Un día me trajo el manuscrito de ‘El túnel’ para que se lo corrigiera. Lo cierto es que leí con lápiz colorado el librito y, según mi costumbre, lo corregí casi todas las veces que fue necesario. Cuando Sabato vino a retirar su novela, comprendí mi error. Él venía dispuesto a recibir elogios por un gran libro; yo le devolvía un librito plagado de errores de composición que no podían corregirse (como esa patética imitación de Huxley, la discusión sobre las novelas policiales que interrumpía el relato) y con las páginas garabateadas de elementales correcciones en rojo: correcciones de palabras, como constatar, de sintaxis, etcétera. Nuestra amistad, que nunca fue del todo espontánea, empezó a deteriorarse".
Más allá de estas escaramuzas propias del ambiente literario, es dable recordar las palabras que el crítico literario argentino Noé Jitrik (1928) escribiera en el diario "Clarín" en ocasión del fallecimiento de nuestro autor en marzo de 1999: "Hay dos Bioy en la literatura argentina: el Bioy/escritura, que hay que considerar por lo que sus textos significan en ella, y el Bioy/escritor, que aparece como actor principal en un ambiente. Si se ve de cerca, lo que rodea al segundo -su origen social, su forma de ser, su asociación con Borges, sus anécdotas- oscurece un tanto al primero, hasta tal punto que la significación de sus textos suele agotarse en el elogio sin restricciones dirigido a algunos ('La invención de Morel') o diluirse en comparaciones implícitas con la que 'ad nauseam' se atribuye a Borges. Para entrar en el segundo, Bioy mismo facilita las cosas: se prodiga, se manifiesta, no es controversial, no se contradice, franquea su intimidad, tiene un respeto religioso por las opiniones ajenas, es sensible y amistoso, la literatura resplandece en él, es modesto y recibe las recompensas y honores que el mundo le entrega sin vanidad, naturalmente, como cosas que suceden pero que no comprometen un ser cuya clave no entrega, acaso es la nostalgia por un mundo perdido, acaso el de la infancia. No deja de ser seductora esta reserva: valdría la pena intentar penetrarla pero eso es algo que no se ha hecho, se admite su personalidad como un bien común, una representación de la cultura argentina, vacilante y al mismo tiempo singular. De acuerdo con ello, no se podría prescindir de Bioy/escritor pero no está claro por qué: aún no apareció el Sartre que haga de él su Flaubert. En cuanto al primero todavía estamos en deuda con él; ya hay tesis sobre su obra pero no se ha dicho con toda contundencia y claridad, acaso porque es difícil decirlo, que de su obra ha 'incidido' aunque se reconozca que muchos de sus textos valen en sí mismos, lo que sin duda no es poco. Se han clasificado sus libros con ayuda de la noción de género: policial, ciencia ficción, costumbrismo fantástico y se le han reconocido los aportes que ha hecho en cada uno, y aún más, innovación y planteos propios y originales, pero no creo que se haya hecho confluir toda esa riqueza en algo así como una 'posición' trascendente. Tal vez eso se deba a que su maestría termina en él, quien lo siga no puede sino sometérsele y, por lo tanto, es posible que su lección no pueda ser oída".
Ernesto Sabato (1911-2011). Novelista y ensayista argentino nacido en Rojas (Buenos Aires) en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Estudió Física y Matemáticas en la Universidad de La Plata. Vinculado en un principio a los grupos anarquistas, fue miembro del Partido Comunista desde 1930 (en donde alcanzó el grado de secretario de la Juventud Comunista) hasta que, tras los procesos de Moscú, abandonó la militancia decepcionado con el rumbo que tomaba el estalinismo en la Unión Soviética. Después de doctorarse en 1938, viajó a París para trabajar en los laboratorios Joliot-Curie. Allí trabó amistad con los escritores y pintores del movimiento surrealista, una experiencia transcendente en su vida ya que lo llevó a adentrarse en los territorios más oscuros del arte apoyándose en el lenguaje del inconsciente y en los métodos del psicoanálisis. Tras comenzar a escribir su primera novela, "La fuente muda", de la que sólo publicaría un fragmento en la revista "Sur" años después, regresó a Argentina en 1940 como profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1941 apareció su primer trabajo literario, un artículo sobre "La invención de Morel", en la revista "Teseo" de La Plata. Ese mismo año comenzó a colaborar regularmente con la revista "Sur" alentado en su vocación literaria por Victoria Ocampo (1890-1979), su directora, y por el filólogo y escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). En 1945 publicó varios artículos en el diario "La Nación" atacando al régimen peronista, por lo que se vio forzado a abandonar la enseñanza. Estuvo retirado durante un año y el resultado fue el libro "Uno y el universo", una colección de artículos políticos y filosóficos en los que censuraba la moral neutral de la ciencia heredada del siglo XIX. Influido por el experimentalismo y el existencialismo, Sabato publicó sólo tres novelas: "El túnel" (1948), "Sobre héroes y tumbas" (1962) y "Abaddón el exterminador" (1974). El resto de su obra se compone de ensayos entre los que sobresalen "Hombres y engranajes", "El escritor y sus fantasmas", "El otro rostro del peronismo", "Tango. Discusión y clave", "La cultura en la encrucijada nacional", "Tres aproximaciones a la literatura de nuestro tiempo" y "Apologías y rechazos". En 1984 fue galardonado con el Premio Cervantes. En noviembre de 1945 apareció en el nº 133 de la revista "Sur" su crítica a "Plan de evasión".
Esta novela pertenece, por cierto, al mismo autor de "La invención de Morel". En ella reaparecen elementos específicos: la sabiduría en la construcción novelística; el estilo deliberadamente seco, elíptico, informe; la poesía y la ternura pudorosas, ocultas; la sátira en la descripción de situaciones y personajes que, como una suave resonancia, trae a veces el recuerdo del ruidoso humorismo de Bustos Domecq; el tema fantástico, en esta novela más alucinante; el gusto por las islas, no casual, porque una isla es el lugar más adecuado para construir pieza por pieza otra realidad y, sobre todo, porque estas islas de Bioy son físicas y metafísicas, rodeadas por mares que también pueden considerarse aisladores filosóficos de dos universos: uno real y otro posible; la aparición de centroamericanos y presos o perseguidos; la curiosa inclinación por inventores cuyos apellidos terminan en "el"; el relato de los increíbles sucesos por un hombre ajeno al mecanismo; el uso de diarios, cartas a terceros o notas de editores; el enigma de pesadilla con explicación a término, porque los enigmas de Bioy son necesarios pero momentáneos, vinculados a una clave racional y última. Quizá, sin incurrir en infidencias reveladoras, se pueda agregar una semejanza más: en ambas novelas, el autor profesa una concepción empírista del universo, inglesa, referida en primer término a William James y, más remotamente, a Hume y Berkeley. El aparato de Morel captaba y grababa todas las apariencias de un objeto; luego el proyector reproducía el objeto en el espacio y en el tiempo, en su totalidad aparente (o en su totalidad, si nos ponemos en la posición de Morel y sus asesores filosóficos). En "Plan de evasión", también rige esta concepción de la realidad.
Me parece mejor no decir nada más sobre la invención de Castel, fuera de que es filosóficamente posible, físicamente imperfecta y humanamente espantosa. El teniente Nevers llega a la isla obsesionado por su amor, por una presunta venganza familiar, por unas poco explicadas salinas, y por sus recuerdos de café, en París. Como un hombre abandonado en una selva oscura, oye ruidos incomprensibles; poco a poco ve o cree ver contornos de hombres y monstruos; camina a tientas; elabora dos o tres teorías de lo que sucede en ese mundo extraño y esboza un plan de liberación; vive, en fin, a la espera de dos o tres posibilidades, algunas horribles. Pero cuando la luz final ilumina ese mundo con plenitud, ve que la verdad era infinitamente más fantástica y asqueante que todo lo que había imaginado.
Pero la crítica que más llamó la atención fue la que escribió Sabato, escritor con quien, sabido es, ni Bioy Casares ni Borges ni Silvina Ocampo mantuvieron una relación muy cordial. En "Descanso de caminantes", uno de los volúmenes de Memorias de Bioy Casares publicado póstumamente en 2001, dejó constancia de algunos de los entretelones de su relación con el autor de "Sobre héroes y tumbas". Recuerda que al conocerlo le pareció "digno de estímulo" a pesar de que Borges no soportaba sus "pedanterías infantiles". Con dificultad, lo convenció de que era una persona "inteligente". En cambio, Silvina Ocampo fue "más difícil de persuadir". En otro párrafo recrea una escena significativa: "Un día me trajo el manuscrito de ‘El túnel’ para que se lo corrigiera. Lo cierto es que leí con lápiz colorado el librito y, según mi costumbre, lo corregí casi todas las veces que fue necesario. Cuando Sabato vino a retirar su novela, comprendí mi error. Él venía dispuesto a recibir elogios por un gran libro; yo le devolvía un librito plagado de errores de composición que no podían corregirse (como esa patética imitación de Huxley, la discusión sobre las novelas policiales que interrumpía el relato) y con las páginas garabateadas de elementales correcciones en rojo: correcciones de palabras, como constatar, de sintaxis, etcétera. Nuestra amistad, que nunca fue del todo espontánea, empezó a deteriorarse".
Más allá de estas escaramuzas propias del ambiente literario, es dable recordar las palabras que el crítico literario argentino Noé Jitrik (1928) escribiera en el diario "Clarín" en ocasión del fallecimiento de nuestro autor en marzo de 1999: "Hay dos Bioy en la literatura argentina: el Bioy/escritura, que hay que considerar por lo que sus textos significan en ella, y el Bioy/escritor, que aparece como actor principal en un ambiente. Si se ve de cerca, lo que rodea al segundo -su origen social, su forma de ser, su asociación con Borges, sus anécdotas- oscurece un tanto al primero, hasta tal punto que la significación de sus textos suele agotarse en el elogio sin restricciones dirigido a algunos ('La invención de Morel') o diluirse en comparaciones implícitas con la que 'ad nauseam' se atribuye a Borges. Para entrar en el segundo, Bioy mismo facilita las cosas: se prodiga, se manifiesta, no es controversial, no se contradice, franquea su intimidad, tiene un respeto religioso por las opiniones ajenas, es sensible y amistoso, la literatura resplandece en él, es modesto y recibe las recompensas y honores que el mundo le entrega sin vanidad, naturalmente, como cosas que suceden pero que no comprometen un ser cuya clave no entrega, acaso es la nostalgia por un mundo perdido, acaso el de la infancia. No deja de ser seductora esta reserva: valdría la pena intentar penetrarla pero eso es algo que no se ha hecho, se admite su personalidad como un bien común, una representación de la cultura argentina, vacilante y al mismo tiempo singular. De acuerdo con ello, no se podría prescindir de Bioy/escritor pero no está claro por qué: aún no apareció el Sartre que haga de él su Flaubert. En cuanto al primero todavía estamos en deuda con él; ya hay tesis sobre su obra pero no se ha dicho con toda contundencia y claridad, acaso porque es difícil decirlo, que de su obra ha 'incidido' aunque se reconozca que muchos de sus textos valen en sí mismos, lo que sin duda no es poco. Se han clasificado sus libros con ayuda de la noción de género: policial, ciencia ficción, costumbrismo fantástico y se le han reconocido los aportes que ha hecho en cada uno, y aún más, innovación y planteos propios y originales, pero no creo que se haya hecho confluir toda esa riqueza en algo así como una 'posición' trascendente. Tal vez eso se deba a que su maestría termina en él, quien lo siga no puede sino sometérsele y, por lo tanto, es posible que su lección no pueda ser oída".
Ernesto Sabato (1911-2011). Novelista y ensayista argentino nacido en Rojas (Buenos Aires) en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Estudió Física y Matemáticas en la Universidad de La Plata. Vinculado en un principio a los grupos anarquistas, fue miembro del Partido Comunista desde 1930 (en donde alcanzó el grado de secretario de la Juventud Comunista) hasta que, tras los procesos de Moscú, abandonó la militancia decepcionado con el rumbo que tomaba el estalinismo en la Unión Soviética. Después de doctorarse en 1938, viajó a París para trabajar en los laboratorios Joliot-Curie. Allí trabó amistad con los escritores y pintores del movimiento surrealista, una experiencia transcendente en su vida ya que lo llevó a adentrarse en los territorios más oscuros del arte apoyándose en el lenguaje del inconsciente y en los métodos del psicoanálisis. Tras comenzar a escribir su primera novela, "La fuente muda", de la que sólo publicaría un fragmento en la revista "Sur" años después, regresó a Argentina en 1940 como profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1941 apareció su primer trabajo literario, un artículo sobre "La invención de Morel", en la revista "Teseo" de La Plata. Ese mismo año comenzó a colaborar regularmente con la revista "Sur" alentado en su vocación literaria por Victoria Ocampo (1890-1979), su directora, y por el filólogo y escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). En 1945 publicó varios artículos en el diario "La Nación" atacando al régimen peronista, por lo que se vio forzado a abandonar la enseñanza. Estuvo retirado durante un año y el resultado fue el libro "Uno y el universo", una colección de artículos políticos y filosóficos en los que censuraba la moral neutral de la ciencia heredada del siglo XIX. Influido por el experimentalismo y el existencialismo, Sabato publicó sólo tres novelas: "El túnel" (1948), "Sobre héroes y tumbas" (1962) y "Abaddón el exterminador" (1974). El resto de su obra se compone de ensayos entre los que sobresalen "Hombres y engranajes", "El escritor y sus fantasmas", "El otro rostro del peronismo", "Tango. Discusión y clave", "La cultura en la encrucijada nacional", "Tres aproximaciones a la literatura de nuestro tiempo" y "Apologías y rechazos". En 1984 fue galardonado con el Premio Cervantes. En noviembre de 1945 apareció en el nº 133 de la revista "Sur" su crítica a "Plan de evasión".
Esta novela pertenece, por cierto, al mismo autor de "La invención de Morel". En ella reaparecen elementos específicos: la sabiduría en la construcción novelística; el estilo deliberadamente seco, elíptico, informe; la poesía y la ternura pudorosas, ocultas; la sátira en la descripción de situaciones y personajes que, como una suave resonancia, trae a veces el recuerdo del ruidoso humorismo de Bustos Domecq; el tema fantástico, en esta novela más alucinante; el gusto por las islas, no casual, porque una isla es el lugar más adecuado para construir pieza por pieza otra realidad y, sobre todo, porque estas islas de Bioy son físicas y metafísicas, rodeadas por mares que también pueden considerarse aisladores filosóficos de dos universos: uno real y otro posible; la aparición de centroamericanos y presos o perseguidos; la curiosa inclinación por inventores cuyos apellidos terminan en "el"; el relato de los increíbles sucesos por un hombre ajeno al mecanismo; el uso de diarios, cartas a terceros o notas de editores; el enigma de pesadilla con explicación a término, porque los enigmas de Bioy son necesarios pero momentáneos, vinculados a una clave racional y última. Quizá, sin incurrir en infidencias reveladoras, se pueda agregar una semejanza más: en ambas novelas, el autor profesa una concepción empírista del universo, inglesa, referida en primer término a William James y, más remotamente, a Hume y Berkeley. El aparato de Morel captaba y grababa todas las apariencias de un objeto; luego el proyector reproducía el objeto en el espacio y en el tiempo, en su totalidad aparente (o en su totalidad, si nos ponemos en la posición de Morel y sus asesores filosóficos). En "Plan de evasión", también rige esta concepción de la realidad.
Me parece mejor no decir nada más sobre la invención de Castel, fuera de que es filosóficamente posible, físicamente imperfecta y humanamente espantosa. El teniente Nevers llega a la isla obsesionado por su amor, por una presunta venganza familiar, por unas poco explicadas salinas, y por sus recuerdos de café, en París. Como un hombre abandonado en una selva oscura, oye ruidos incomprensibles; poco a poco ve o cree ver contornos de hombres y monstruos; camina a tientas; elabora dos o tres teorías de lo que sucede en ese mundo extraño y esboza un plan de liberación; vive, en fin, a la espera de dos o tres posibilidades, algunas horribles. Pero cuando la luz final ilumina ese mundo con plenitud, ve que la verdad era infinitamente más fantástica y asqueante que todo lo que había imaginado.
Parecía imposible que Bioy Casares repitiera el
milagro de "La invención de Morel" y hasta parecía mejor que no escribiese más,
viviendo de la renta de ese capital puro y quizá inagotable. No obstante, esta
novela es, en muchos aspectos, superior a la primera, a pesar de
algunas fallas en el sistema físico. La lectura de esta novela no es fácil; hay
dificultades que no se pueden evitar, por la misma razón que son alegres
títulos como "El japonés en quince días" o "La relatividad al
alcance del hombre de campo"; pero hay otras dificultades que sí podrían
haberse evitado: Bioy Casares confía demasiado en la inteligencia del lector,
en su laboriosidad para la reconstrucción y en sus condiciones para la
elipsis; este optimismo es peligroso en un tipo de novela donde la angustia por
conocer el secreto final arrastra al lector a una velocidad poco propicia al
análisis; sutiles y sabios espectáculos -epítetos justísimos, reflexiones-
quedan así vislumbrados al borde del camino por donde corremos en automóvil,
en demanda de un secreto infernal. Bioy Casares sería más eficiente si
concediera un poco menos al sobreentendido, cosa fácil para quien, como él,
no cree en la aburrida doctrina de que la buena literatura es fatalmente minoritaria
y a la inversa. Sus extraordinarias novelas tienen el derecho de conquistar la
gran fama y el gran público y, por eso, debe contemplar este problema de
forma.
Pretendo hacer un vaticinio: Bioy Casares es sentimental y romántico, aunque lucha por ocultarlo (y está muy bien que luche por ocultarlo); sus novelas se acercarán cada vez más a la condición humana, sus invenciones se mezclarán cada vez más con las miserias y las esperanzas de estos pobres seres que viven y sufren en un mundo terrible. Esta segunda novela es, por eso, más dramática, menos ascética y aséptica, más trágica que la primera. Señala, sin duda, un tránsito inevitable desde la Máquina hacia el Hombre.
Pretendo hacer un vaticinio: Bioy Casares es sentimental y romántico, aunque lucha por ocultarlo (y está muy bien que luche por ocultarlo); sus novelas se acercarán cada vez más a la condición humana, sus invenciones se mezclarán cada vez más con las miserias y las esperanzas de estos pobres seres que viven y sufren en un mundo terrible. Esta segunda novela es, por eso, más dramática, menos ascética y aséptica, más trágica que la primera. Señala, sin duda, un tránsito inevitable desde la Máquina hacia el Hombre.