13 de mayo de 2014

Apuntes sobre Bioy Casares (6). Ernesto Sabato

Luego de la aparición en 1940 de "La invención de Morel", Bioy Casares publicó en 1944 en la revista "Sur" el cuento "La trama celeste" (que sería editado en forma de libro junto a otros cinco cuentos cuatro años después) y la novela corta "El perjurio de la nieve". Al año siguiente apareció la novela "Plan de evasión", obra que sería premiada como el libro del mes de Octubre por el Club el Libro del Mes. No obstante ello, "Plan de evasión" fue una de sus obras menos valorada y difundida. Escrita durante los años de la Segunda Guerra Mundial, el espacio elegido fue, al igual que en "La invención de Morel", el de una isla, aunque esta vez era una isla-prisión propiedad colonial del Estado francés en ultramar. En ella el autor combinó la visión de un narrador omnisciente que se ocupa de comentar un texto epistolar -las cartas del personaje Nevers- con los documentos de Castel, el extravagante gobernador de la isla quien, a través de un experimento científico que modifica las percepciones de los reclusos, intenta crear en el interior de la prisión un lugar paradisíaco y una ilusión de libertad. A ello se le suma un rasgo innovador dentro del género fantástico de la época cual es la utilización de la intertextualidad mediante la introducción de una serie de citas y notas diversas, lo que confiere a la novela una mayor posibilidad de lecturas e interpretaciones. Una de ellas podría ser la crítica al antisemitismo francés, al dogmatismo militar de su régimen colonialista y una alusión, también éticamente cuestionadora, de la complicidad con el nazismo llevada a cabo en esos años de guerra por el gobierno del mariscal Philippe Pétain (1856-1951).
La crítica fue bastante ambigua con la novela, algo que a Bioy Casares no debió sorprenderle demasiado. Ya en ocasión de la publicación de "Caos", el diario "La Nación" había afirmado en su edición del 27 de enero de 1935 en un artículo sin firma que: "No puede ser más lastimosa la lectura de sus páginas, en las que sólo es dable advertir un acierto consistente en la propiedad del uso de un vocablo, el del título: caos. La lectura minuciosa, el análi­sis de sus capítulos y aún de cada una de sus líneas ni revela ni deja remotamente suponer cuál pro­pósito ha inspirado la publicación de estas des­concertadas páginas. Nada podría decirse de la forma, porque no existe. El desconocimiento total de las más elementales normas gramatica­les, de las que se adquieren en el estudio de las primeras letras, dificultan hasta la inteligencia del sentido, ya que no es posible imaginar qué se había propuesto decir el autor. Su inexperiencia comienza en la falta de asunto, sigue en el vocablo arbitrariamente concertado y termina en el abuso constante de los signos auxiliares de la escritura. Esta es sólo una nueva manifestación de señalado menosprecio por cuanto se acerque a la construc­ción correcta. Nada sería lo dicho acerca de este libro, en el que la sorprendente exactitud del título parece ser también honrada prevención para el lector despre­venido. Un examen prolijo exigirá el aprecio más severo de un libro para cuya inexplicable publicación ni se ha tenido en cuenta el debido respeto a los lectores".
Dejando de lado el muy elogioso y previsible comentario que Borges publicó en diciembre de 1937 en el nº 39 de la revista "Sur" tras la publicación de "Luis Greve, muerto", la crítica especializada fue cambiando paulatinamente luego de "La invención de Morel". Hasta el propio diario "La Nación", y otra vez sin firma, publicó el 7 de octubre de 1945 la reseña de "Plan de evasión". En ella informaba que "pocos seres humanos bastan para formar la trágica historia, muy semejante por su vigor a la que consagraron obras ilustres" a la vez que, ambiguamente, afirmaba que "ha de señalarse la originalidad del desarrollo y la regia concertación elocutiva, lo que, en definitiva, es mérito principal en toda obra literaria. Suele enfrentar el autor repentinamente la interrupción del relato con breves fragmentos de memorias anónimas y alguna referencia a desconocidos personajes, con lo que se desconcierta el relato y sobreviene el misterio por maneras sencillas, que, por buen gusto, excluyen lo tremendo. Toda la acción transcurre en la estrechez del presidio isleño. Y en ella se abarcan el amor y la aventura, lo fantástico y lo siniestro en trazos escuetos que piden más desarrollo e interés elogioso del lector".
Pero la crítica que más llamó la atención fue la que escribió Sabato, escritor con quien, sabido es, ni Bioy Casares ni Borges ni Silvina Ocampo mantuvieron una relación muy cordial. En "Descanso de caminantes", uno de los volúmenes de Memorias de Bioy Casares publicado póstumamente en 2001, dejó constancia de algunos de los entretelones de su relación con el autor de "Sobre héroes y tumbas". Recuerda que al conocerlo le pareció "digno de estímulo" a pesar de que Borges no soportaba sus "pedanterías infantiles". Con dificultad, lo convenció de que era una persona "inteligente". En cambio, Silvina Ocampo fue "más difícil de persuadir". En otro párrafo recrea una escena significativa: "Un día me trajo el manuscrito de ‘El túnel’ para que se lo corrigiera. Lo cierto es que leí con lápiz colorado el librito y, según mi costumbre, lo corregí casi todas las veces que fue necesario. Cuando Sabato vino a retirar su novela, comprendí mi error. Él venía dispuesto a recibir elogios por un gran libro; yo le devolvía un librito plagado de errores de composición que no podían corregirse (como esa patética imitación de Huxley, la discusión sobre las novelas policiales que interrumpía el relato) y con las páginas garabateadas de elementales correcciones en rojo: correcciones de palabras, como constatar, de sintaxis, etcétera. Nuestra amistad, que nunca fue del todo espontánea, empezó a deteriorarse".
Más allá de estas escaramuzas propias del ambiente literario, es dable recordar las palabras que el crítico literario argentino Noé Jitrik (1928) escribiera en el diario "Clarín" en ocasión del fallecimiento de nuestro autor en marzo de 1999: "Hay dos Bioy en la literatura argentina: el Bioy/escritura, que hay que considerar por lo que sus textos significan en ella, y el Bioy/escritor, que aparece como actor principal en un ambiente. Si se ve de cerca, lo que rodea al segundo -su origen social, su forma de ser, su asociación con Borges, sus anécdotas- oscurece un tanto al primero, hasta tal punto que la significación de sus textos suele agotarse en el elogio sin restricciones dirigido a algunos ('La invención de Morel') o diluirse en comparaciones implícitas con la que 'ad nauseam' se atribuye a Borges. Para entrar en el segundo, Bioy mismo facilita las cosas: se prodiga, se manifiesta, no es controversial, no se contradice, franquea su intimidad, tiene un respeto religioso por las opiniones ajenas, es sensible y amistoso, la literatura resplandece en él, es modesto y recibe las recompensas y honores que el mundo le entrega sin vanidad, naturalmente, como cosas que suceden pero que no comprometen un ser cuya clave no entrega, acaso es la nostalgia por un mundo perdido, acaso el de la infancia. No deja de ser seductora esta reserva: valdría la pena intentar penetrarla pero eso es algo que no se ha hecho, se admite su personalidad como un bien común, una representación de la cultura argentina, vacilante y al mismo tiempo singular. De acuerdo con ello, no se podría prescindir de Bioy/escritor pero no está claro por qué: aún no apareció el Sartre que haga de él su Flaubert. En cuanto al primero todavía estamos en deuda con él; ya hay tesis sobre su obra pero no se ha dicho con toda contundencia y claridad, acaso porque es difícil decirlo, que de su obra ha 'incidido' aunque se reconozca que muchos de sus textos valen en sí mismos, lo que sin duda no es poco. Se han clasificado sus libros con ayuda de la noción de género: policial, ciencia ficción, costumbrismo fantástico y se le han reconocido los aportes que ha hecho en cada uno, y aún más, innovación y planteos propios y originales, pero no creo que se haya hecho confluir toda esa riqueza en algo así como una 'posición' trascendente. Tal vez eso se deba a que su maestría termina en él, quien lo siga no puede sino sometérsele y, por lo tanto, es posible que su lección no pueda ser oída".

Ernesto Sabato (1911-2011). Novelista y ensayista argentino nacido en Rojas (Buenos Aires) en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Estudió Física y Matemáticas en la Universidad de La Plata. Vinculado en un principio a los grupos anarquistas, fue miembro del Partido Comunista desde 1930 (en donde alcanzó el grado de secretario de la Juventud Comunista) hasta que, tras los procesos de Moscú, abandonó la militancia decepcionado con el rumbo que tomaba el estalinismo en la Unión Soviética. Después de doctorarse en 1938, viajó a París para trabajar en los laboratorios Joliot-Curie. Allí trabó amistad con los escritores y pintores del movimiento surrealista, una experiencia transcendente en su vida ya que lo llevó a adentrarse en los territorios más oscuros del arte apoyándose en el lenguaje del inconsciente y en los métodos del psicoanálisis. Tras comenzar a escribir su primera novela, "La fuente muda", de la que sólo publicaría un fragmento en la revista "Sur" años después, regresó a Argentina en 1940 como profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1941 apareció su primer trabajo literario, un artículo sobre "La invención de Morel", en la revista "Teseo" de La Plata. Ese mismo año comenzó a colaborar regularmente con la revista "Sur" alentado en su vocación literaria por Victoria Ocampo (1890-1979), su directora, y por el filólogo y escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). En 1945 publicó varios artículos en el diario "La Nación" atacando al régimen peronista, por lo que se vio forzado a abandonar la enseñanza. Estuvo retirado durante un año y el resultado fue el libro "Uno y el universo", una colección de artículos políticos y filosóficos en los que censuraba la moral neutral de la ciencia heredada del siglo XIX. Influido por el experimentalismo y el existencialismo, Sabato publicó sólo tres novelas: "El túnel" (1948), "Sobre héroes y tumbas" (1962) y "Abaddón el exterminador" (1974). El resto de su obra se compone de ensayos entre los que sobresalen "Hombres y engranajes", "El escritor y sus fantasmas", "El otro rostro del peronismo", "Tango. Discusión y clave", "La cultura en la encrucijada nacional", "Tres aproximaciones a la literatura de nuestro tiempo" y "Apologías y rechazos". En 1984 fue galardonado con el Premio Cervantes. En noviembre de 1945 apareció en el nº 133 de la revista "Sur" su crítica a "Plan de evasión".

Esta novela pertenece, por cierto, al mismo autor de "La invención de Morel". En ella reaparecen elementos específicos: la sabiduría en la construcción novelística; el estilo deliberadamente seco, elíptico, informe; la poesía y la ternu­ra pudorosas, ocultas; la sátira en la descripción de situaciones y personajes que, como una suave resonancia, trae a veces el recuer­do del ruidoso humorismo de Bustos Domecq; el tema fantásti­co, en esta novela más alucinante; el gusto por las islas, no casual, porque una isla es el lugar más adecuado para construir pieza por pieza otra realidad y, sobre todo, porque estas islas de Bioy son físicas y metafísicas, rodeadas por mares que también pueden consi­derarse aisladores filosóficos de dos universos: uno real y otro posible; la aparición de centro­americanos y presos o perseguidos; la curiosa inclinación por inventores cuyos apellidos termi­nan en "el"; el relato de los increíbles sucesos por un hombre ajeno al mecanismo; el uso de diarios, car­tas a terceros o notas de editores; el enigma de pesadilla con expli­cación a término, porque los enig­mas de Bioy son necesarios pero momentáneos, vinculados a una clave racional y última. Quizá, sin incurrir en infiden­cias reveladoras, se pueda agre­gar una semejanza más: en ambas novelas, el autor profesa una con­cepción empírista del universo, inglesa, referida en primer térmi­no a William James y, más remotamente, a Hume y Berkeley. El aparato de Morel captaba y gra­baba todas las apariencias de un objeto; luego el proyector repro­ducía el objeto en el espacio y en el tiempo, en su totalidad aparente (o en su totalidad, si nos ponemos en la posición de Morel y sus asesores filosóficos). En "Plan de evasión", también rige esta concepción de la realidad.


Me parece mejor no decir nada más sobre la invención de Castel, fuera de que es filosóficamente posible, físicamente imperfecta y humanamente espantosa. El te­niente Nevers llega a la isla obse­sionado por su amor, por una pre­sunta venganza familiar, por unas poco explicadas salinas, y por sus recuerdos de café, en París. Como un hombre abandonado en una selva oscura, oye ruidos incom­prensibles; poco a poco ve o cree ver contornos de hombres y mons­truos; camina a tientas; elabora dos o tres teorías de lo que sucede en ese mundo extraño y esboza un plan de liberación; vive, en fin, a la espera de dos o tres posibilida­des, algunas horribles. Pero cuan­do la luz final ilumina ese mundo con plenitud, ve que la verdad era infinitamente más fantástica y as­queante que todo lo que había imaginado.
Parecía imposible que Bioy Casares repitiera el milagro de "La invención de Morel" y hasta pare­cía mejor que no escribiese más, viviendo de la renta de ese capital puro y quizá inagotable. No obs­tante, esta novela es, en muchos aspectos, superior a la primera, a pesar de algunas fallas en el siste­ma físico. La lectura de esta novela no es fácil; hay dificultades que no se pueden evitar, por la misma razón que son alegres títulos como "El japonés en quince días" o "La rela­tividad al alcance del hombre de campo"; pero hay otras dificultades que sí podrían haberse evitado: Bioy Casares confía demasiado en la in­teligencia del lector, en su laborio­sidad para la reconstrucción y en sus condiciones para la elipsis; este optimismo es peligroso en un tipo de novela donde la angustia por conocer el secreto final arrastra al lector a una velocidad poco propi­cia al análisis; sutiles y sabios espectáculos -epítetos justísimos, reflexiones- quedan así vislumbrados al borde del camino por donde corremos en automóvil, en demanda de un secreto infernal. Bioy Casares sería más eficiente si concediera un poco menos al sobreentendido, cosa fácil para quien, como él, no cree en la abu­rrida doctrina de que la buena literatura es fatalmente minorita­ria y a la inversa. Sus extraordina­rias novelas tienen el derecho de conquistar la gran fama y el gran público y, por eso, debe contem­plar este problema de forma.


Pretendo hacer un vaticinio: Bioy Casares es sentimental y ro­mántico, aunque lucha por ocul­tarlo (y está muy bien que luche por ocultarlo); sus novelas se acer­carán cada vez más a la condición humana, sus invenciones se mezclarán cada vez más con las mise­rias y las esperanzas de estos po­bres seres que viven y sufren en un mundo terrible. Esta segunda novela es, por eso, más dramática, menos ascética y aséptica, más trágica que la primera. Señala, sin duda, un tránsito inevitable desde la Máquina hacia el Hombre.