29 de julio de 2007

Las cataratas de Johann Sebastian Bach

Se denomina catarata a la opacificación del cristalino o de su cápsula. Generalmente es fácil de diagnosticar: el paciente sufre una pérdida progresiva de la agudeza visual, a veces precedida de manchas en el campo visual y el médico puede observar una opacidad blanca o grisácea antes de enviar el enfermo al oftalmólogo. Existen diversos tipos, pero la más frecuente es la catarata senil, que aparece después de los 60 años. La opacidad suele iniciarse en la periferia del cristalino para ir convergiendo paulatinamente hasta hacerse total. Aunque es de origen desconocido, se acostumbra a relacionarla con la arteriosclerosis, aunque esto no está demostrado. Puede coincidir con la diabetes, la insuficiencia renal o el alcoholismo. Parece demostrada la existencia de una predisposición familiar, pero la afección no es hereditaria. Esta información viene al caso ya que esta enfermedad fue padecida por uno de los máximos hitos de la música de todos los tiempos, el compositor alemán Johann Sebastian Bach (1685-1750), quien, a pesar de ser considerado en su época sólo un prodigioso organista, hoy es reconocido como uno de los grandes compositores de la historia de la música, no tan solo alemana, sino mundial.
La emoción, la espiritualidad, la fuerza, los aires de renovación hacen de él una de las personalidades más indiscutibles que ha conocido el arte musical. Johann Sebastian Bach era natural de Turingia, la antigua región germánica de bosques profundos y legendarios, donde Lutero estudió y tradujo la Biblia. Nació en Einsenach el 21 de marzo de 1685. Pertenecía a una familia luterana dedicada a la música de una manera hereditaria desde varias generaciones. Su padre, Johann Ambrosius, era el músico encargado de organizar las fiestas oficiales de su villa natal. Su madre falleció cuando él era muy niño; también perdió al padre a los 10 años y fue su hermano primogénito Johann Christoph, que tenía 14 años más que él, quien se encargó de recogerle en su casa. Johann Christoph, que era organista, le enseñó las primeras nociones del arte musical y a la vez, a manejar y arreglar los órganos, ya que se trataba de un experto artesano. En esta familia fue creciendo, pero en el 1700, a los 15 años, Bach debió abandonar la modesta casa de su hermano para ir a estudiar a Luneburg, con una beca que comportaba la enseñanza de la música, el ejercicio de criado y ninguna compensación monetaria, salvo las pequeñas propinas que recibía cuando tomaba parte en alguna ceremonia musical, como eran los entierros, las bodas y los conciertos. En Luneburg conoció a un célebre organista que influyó fuertemente en sus inicios, el pastor George Bohm. En 1703 fue violinista en Weimar, en la capilla privada del príncipe de Sajonia. Era por entonces un joven irascible, muy quisquilloso en sus derechos, apasionado y tempestuoso. Pronto dejó Weimar, después de sonadas disputas con mayordomos e intendentes, para iniciar su vida de maestro de capilla y organista itinerante.
En 1704 fue organista en Arnstadt, y en 1707 se casó con su prima María Bárbara y obtuvo un puesto de músico y organista en la iglesia de San Blas en Muhlhausend, donde en 1708 escribió su primera cantata, de la que quedo muy satisfecho y que iba a ser el inicio de su gran carrera como compositor de música vocal. Solo estuvo allí un año, ya que regresó a Weimar, un pequeño principado de unos 5.000 habitantes que no había adquirido todavía la reputación ni la importancia política que tendría un siglo más tarde en los años de Goethe. El duque de Weimar era un déspota, culto y austero, musicalmente abierto a las influencias exteriores, en particular de la música francesa e italiana. Allí, Bach pudo ampliar sus conocimientos, puesto que residió hasta 1717, cuando ya ocupaba, por sucesivos ascensos, el cargo de maestro de capilla. En ese año, deseando cambiar los aires, un tanto ahogados, del pequeño ducado fue a Kothen, donde el príncipe Leopoldo le nombró maestro de capilla y director de música de cámara. En Kothen no había órgano, o por lo menos él no era organista titular, y dispuso de mucho tiempo para escribir y de una orquesta excelente, ya que contaba con 17 buenos músicos berlineses, los mejores de Alemania. Su producción en Kothen fue extraordinaria: serenatas para violín y clavecín, piezas para violín y violonchelo solo y los seis conciertos conocidos con el nombre de “brandenburgueses”. Asimismo, escribió el primer libro, su famoso “Clavecín bien temperado”. No obstante, no fueron unos años felices. Perdió a su esposa María Bárbara y, finalmente, la protección del príncipe que, casado en segundas nupcias, sufrió la influencia de su nueva esposa que odiaba la música y que acabó haciendo imposible la vida del músico en la corte. Viajó entonces hasta Leipzig, que era uno de los grandes centros musicales de la vida artística alemana, y allí fue nombrado cantor, cargo que incluía múltiples funciones: la organización de programas litúrgicos en las cinco iglesias de la ciudad, no sólo para la liturgia sino también para las fiestas y ceremonias privadas que se desarrollaban en las mismas, desde las bodas a los entierros. Asimismo, era músico de la municipalidad, las fiestas civiles que ésta organizara y, finalmente, fue nominado responsable de la formación musical en la escuela de Santo Tomás, ligada al obispado. Durante veintisiete años desempeñó este cargo y el de director del Collegium Musicum. En esta ciudad se casó con Anna Magdalena Wulken. Hemos de señalar que, como todos los Bach, Johann Sebastian fue estupendamente prolífico: 21 hijos entre ambos matrimonios, de los cuales diez le sobrevivieron.
Así como fue un padre de familia de copiosa descendencia, fue igualmente caudaloso en su obra. Sus obras impresas, sin contar las perdidas, componen 45 volúmenes de gran formato, que incluyen todos los géneros de la época, pero singularmente los religiosos: pasiones, oratorios, misas, motetes y cantatas y, en música profana, cantatas y música instrumental. De las cinco pasiones que compuso quedan dos: la más corta es la “Pasión según San Juan” (1722), en la que ciertos corales reflejan violenta y plenamente el alma popular y la “Pasión según San Mateo” (1729), que es un universo de colores, emociones, armonías arrebatadas y melodías suaves. En cuanto a los oratorios, en primer lugar está el “Oratorio de Navidad” (1734), que celebra el período que va desde el Nacimiento hasta la Epifanía en seis cantatas distintas. El “Oratorio de Pascuas” (1736) es, del mismo modo, una obra muy importante dentro de la música religiosa del siglo XVIII. En cuanto a sus cinco misas, la más destacada es la “Misa en Si Menor” (1746), monumental composición en honor del elector de Sajonia. Nos restan 198 cantatas sobre unas 250 escritas, en las cuales revela su inagotable y magistral locuacidad en este género. Nos referimos tanto a las cantatas religiosas como a las cantatas profanas, las que revelan una variedad de inspiración y una firmeza muy osada en la composición y desarrollo de la música vocal. La música instrumental comprende todas sus composiciones para órgano además de las de clavecín, sonatas y conciertos, entre los cuales destacan los “Conciertos de Brandeburgo” (1721) a los que ya nos hemos referido y cuatro suites para orquesta de una vitalidad infinita, inextinguible.
Como hemos señalado, en su tiempo, Bach fue reconocido en el ámbito de Alemania como el patriarca del órgano mas que como compositor. No se preocupó gran cosa por editar muchas de sus obras y su nombre permaneció olvidado durante cincuenta años después de su muerte. Fue el luminoso instinto de Mozart el primero en rendirle justicia. No obstante, la generación romántica le salvó del olvido y lo llevó hasta un primer plano que jamás ha abandonado. Así los esfuerzos de Zeiter, de Schumann y de Mendelsshon le han convertido en el padre de la música moderna y a partir de esta generación casi no existe un músico que no se haya inspirado en él, que no deba alguna cosa no sólo a la soberanía espiritual de su composición, sino a su genio polifacético que abrió tantos caminos para la posteridad. Aunque su obra parezca a veces antigua, dotada de una dorada perfección inasequible, es siempre actual. Cualquier germen de innovación revolucionaria forma parte de él y el propio compositor francés Darius Milahaud en 1925, demostró que la revolución politonal existía ya en el compositor alemán. Asimismo, la rotundidad de su ritmo, le ha hecho accesible a los músicos de jazz y a las formas más atrevidas de la música moderna. Algunas de las versiones de Bach en percusión son de una inspiración rigurosamente nueva. Ello, a pesar que la admiración de dos siglos y medio de discípulos fascinados por el maestro, lo han convertido en una especie de estatua marmórea, imponente y pomposa. No obstante, su mensaje permanece vivo, casi intacto, para el oído del aficionado de hoy porque, como observó Goethe, “su musica es parecida a la armonía eterna conversando con ella misma, como si se hubiera producido en el seno de Dios un poco antes de la Creación”.
Si bien conoció una vida profesional un tanto agitada, de músico itinerante por las cortes alemanas y fue un hombre de difícil carácter, en cambio, familiarmente vivió en una paz continuada con sus dos esposas. El gran músico, de una cierta robustez física, mantuvo una buena salud hasta bien pasada la cincuentena. Parece ser que era un hombre al que le agradaba la buena vida, las grandes reuniones familiares, las mesas y sobremesas copiosas y bien regadas. Se conserva la factura de la compra extraordinaria de vinos que realizó con motivo de su segunda boda, en la que los barriles de vinos del Rhin, del Palatinado y de la Alta Baviera, alternan con algún vino delicado de Italia. Hacia los 60 años comenzaron los achaques y el mayor de ellos fueron las cataratas que le dejaron prácticamente ciego. Tuvo la desgracia, que compartiría con otro gran compositor, Handel, de ponerse en las manos de Jean Taylor, médico oculista inglés que operaba las cataratas. El doctor Taylor, un insufrible y pedante presuntuoso, había estudiado medicina con el famoso clínico Boerhaave y luego se especializó en enfermedades de la vista. Comenzó operando cataratas en Inglaterra y obtuvo algunos éxitos que hinchó con su enorme vanidad y con su genial sentido de la publicidad. Era un inmenso y pomposo charlatán que, valiéndose de su labia y también de algunos pequeños éxitos, recorrió durante treinta años Europa, operando de cataratas y cegando definitivamente a reyes, príncipes, altos dignatarios de la Iglesia y hombres famosos. Al enterarse que Bach estaba enfermo, acudió a Leipzig y le sometió a su dudosa ciencia. Lo operó el 1 de abril de 1750. Precedió esta intervención con una conferencia pública en una sala de conciertos en presencia de una cantidad numerosa de sabios, hombres de ciencia y personalidades públicas.
De momento, Bach recuperó parte de la visión, cosa que permitió que Taylor se hiciese publicar un artículo en la Hoja Oficial de Berlín, en la que se decía: “Taylor ha operado entre otros al maestro de capilla Bach, quien, por el uso frecuente que había hecho de sus ojos, había perdido completamente la vista. La operación ha sido coronada con el más perfecto de los éxitos y el señor Bach ha recuperado la plena aptitud de su vista. Miles de gentes agradecen desde el fondo de su corazón la inapreciable intervención realizada a este compositor célebre en el mundo entero y muestran su gratitud al señor Taylor quien, a causa de sus numerosas ocupaciones en Leipzig, no podrá partir de esta ciudad hasta fin de la semana próxima”. Taylor, que además tuvo la impudicia de escribir su autobiografía, se refiere a esta operación diciendo que en Leipzig “devolvió la vista a un músico célebre, Bach, que había pasado ya los 88 años”. Como se puede ver, no se andaba con chiquitas el operador inglés, ya que Bach acababa de cumplir 65. El caso es que la mejoría que produjo la operación fue muy breve. Pronto sufrió inflamaciones y accidentes circulatorios, que lo llevaron, posiblemente, a una trombosis que le inmovilizó durante unas semanas y finalmente a la muerte el 28 de junio de 1750. Digamos que algo similar sucedió con Handel, quien murió a consecuencia de la operación del temible Taylor. Y esto debió ser cierto por cuanto el anuncio oficial de su muerte dice textualmente: “Las consecuencias fatales de un tratamiento de sus ojos, han privado al mundo de este hombre que por su arte extraordinario en la música, ha adquirido una gloria inmortal y que deja hijos igualmente célebres en su arte”.