Ciertos hombres consiguen escapar a la presión constringente de su época y su espíritu parece cabalgar en el tiempo con toda libertad. En ese sentido, frecuentemente se cita a Leonardo da Vinci, quien concibió y dibujó máquinas, tales como el helicóptero, las que sólo fueron desarrolladas y fabricadas varios siglos después de su muerte. Este fenómeno de anticipación es uno de los temas favoritos de los escritores de ciencia ficción, quienes crearon múltiples héroes mutantes o viajeros temporales que, discretamente instalados entre nosotros, nos maravillaban con sus conocimientos sobre el futuro. Roger Boscovich, el matemático croata de Dalmacia, es quién más se acerca a estas fabulosas criaturas como un enigma indescifrable y con una personalidad mucho más desconcertante que la de los personajes concebidos por los novelistas que cultivan el realismo hipotético.
En pleno siglo XVIII descubrió la geometría no euclidiana, la relatividad y la teoría de los cuantos. Estudió problemas de los cuales la ciencia actual ha comenzado a ocuparse en las últimas décadas del siglo XX, como el de los universos paralelos que se penetran y que sin embargo son indetectables el uno por medio del otro, el de los tiempos que no son el nuestro ó el de los acontecimientos que no se desarrollan en el presente y no obstante no son ni pasados ni futuros. Se encuentra en su obra la noción de la continuidad, las formas de materias con alta densidad, los universos finitos e ilimitados, los conjuntos de medida nula, los campos moleculares, las reacciones en cadena, la teoría de las probabilidades, la idea de que el universo jamás puede volver al mismo estado y la proporcionalidad de la masa gravitatoria y de la masa inerte.

Dubrovnik, su lugar de nacimiento, era una ciudad libre que pagaba 12.500 ducados de oro anuales en calidad de tributo al Sultán de Constantinopla. En esa pequeña ciudad, la ciencia ocupaba a los hombres más inteligentes como una noble tradición. Allí, Martine Gétaldic había inventado la geometría analítica (la que, por error, generalmente se atribuye a Descartes) e Iván Danicic había hecho los primeros estudios de las manchas del sol. Allí también Roger Boscovich, séptimo hijo de un séptimo hijo, fue bautizado el 26 de mayo de 1711, seis días después de su venida al mundo con ese mágico ascendente. A los nueve años comenzó a estudiar en el colegio de los Jesuitas de Ragusa y a los quince decidió dejar a su familia y pidió estudiar con los Jesuitas de Roma con la intención de convertirse en miembro de la Compañía de Jesús. Aunque era legalmente menor (en Dubrovnik, de acuerdo a la legislación local, se llegaba a la edad adulta a los diecisiete años y tres meses), el pedido fue aceptado al tenerse en cuenta que era un alumno brillante que se interesaba particularmente por el teatro, escribía excelentes versos latinos, tenía una memoria muy desarrollada y era prodigiosamente inteligente.
Primero por mar y luego en diligencia, el joven Boscovich llegó a Roma. En esta ciudad, los jesuitas controlaban 800 establecimientos de enseñanza y 200.000 alumnos. En 1725, el director general de la Compañía era un sacerdote de Módena, Michelángelo Tamburini, quien dirigía férreamente la enseñanza de humanidades, latín, griego, hebreo, matemáticas y física. Al cabo de dos años de estudios, Boscovich prestó juramento de pobreza, castidad y obediencia. Hacia 1731, se destaca por los descubrimientos que hace en geometría, por sus profundos conocimientos de aritmética y álgebra y por la pasión que pone al estudiar la obra de Newton. Contando apenas veinte años, era un muchacho delgado, musculoso y de mala salud que sufría frecuentes depresiones nerviosas y pasaba las noches mirando los astros. En 1735 publica una disertación en latín, sobre la posibilidad de aplicar la geometría a la astronomía y poder así determinar el período de rotación del sol sobre sí mismo por medio de tres observaciones de una mancha, y dos años más tarde, en 1737, otra sobre la reducción de la trigonometría esférica con seis proposiciones, trabajo que es recibido con admiración por la Academia Francesa de Ciencias. Hacia fines del mismo año, su vida corre peligro al contraer una virulenta fiebre cerebral de la que se repone recién a comienzos del siguiente, año en que publica una espléndida disertación sobre la aurora boreal en la que afirma que el origen de este extraordinario fenómeno debe buscarse en la actividad solar (lo que pudo verificarse 230 años más tarde, a mediados de la década del 60 del siglo pasado, mediante la utilización de satélites artificiales y tras el descubrimiento del viento solar).


Su gusto prudente pero seguro por las mujeres bonitas, no le impide publicar el 13 de febrero de 1758 su libro más importante: “Theoria philosophiae naturalis”, obra cuya primera edición queda agotada en pocos meses, es reeditada en Venecia cinco años más tarde y sólo en 1922 es traducida del latín al inglés y publicada en Londres y Chicago. Mientras tanto, en 1759 viaja a Francia para ocuparse de los jesuitas que habían sido expulsados de Portugal acusados de intentar matar al rey y, fundamentalmente, de haber creado una república independiente en Paraguay. Allí conoce al matemático Alexis Claude Clairaut (1713-1765), precoz talento cuyos estudios para determinar la forma del globo terráqueo fueron notables; polemiza con Jean le Rond D’Alembert (1717-1783), célebre matemático que revolucionó las ciencias de la mecánica, la dinámica y la estática de su época; se une a Georges Louis Leclerc (1707-1788), sorprendente innovador de las ciencias naturales; colabora con Jean Antoine Nollet (1700-1770), descubridor de la endosmosis e inventor del electrómetro y participa con Charles Marie de La Condamine (1701-1774) en la idea sumamente avanzada de la inoculación contra la viruela.
En 1760 es nombrado miembro de honor de la Academia de Ciencias de Rusia, visita Inglaterra en donde traba amistad con Benjamín Franklin (1706-1790), quien le muestra sus investigaciones y experimentos sobre la electricidad, y es elegido miembro de la Sociedad Real. Poco después, viaja a Constantinopla para observar el tránsito de Venus y realizar exploraciones arqueológicas. Propone excavar para encontrar las ruinas de Troya, consejo que será seguido exitosamente por el arqueólogo Heinrich Schliemann (1822-1890) un siglo más tarde. Luego viaja a Polonia en misión diplomática y regresa finalmente a Roma en 1763.

En los siguientes diez años, trabaja en la Universidad de Pavía y en el Observatorio de Brera. En ese período de su vida, se distingue tanto por su talento científico como por su temperamento colérico. Se siente incomprendido por sus pares que critican ferozmente sus teorías demasiado avanzadas para la época y advierte que sus ideas no se propagan como él quisiera, lo que lo hiere profundamente. Por otra parte, unas úlceras en sus piernas que la medicina no puede curar, lo vuelven cada vez más irritable. En 1773, al tiempo que un curandero belga de nombre Vogels logra curarlo con un remedio casero, el papa disuelve la Compañía de Jesús y arresta a su director general. Ante la grave crisis de la orden, Boscovich abandona los hábitos y vestido de civil consigue llegar a París, en donde sus amigos interceden en su favor y es nombrado director de la Optica Militar de la Marina Real. Durante el resto de su vida recibirá 8.000 libras anuales de renta (4.000 libras del Ministerio de Marina por el cargo de director y 4.000 libras del Ministerio de Asuntos Extranjeros por sus investigaciones científicas). Adopta la nacionalidad francesa y durante su estancia en este país, inventa el telescopio acromático (en donde las imágenes no están perturbadas por manchas de color) y el micrómetro objetivo (en donde los errores debidos al observador se hallan reducidos). Una vez más, su genio vuelve a triunfar aunque continúa gastando energías en combatir a sus adversarios. Se multiplican las cartas insultantes que les dirige sin descanso y que le traen aparejados un sinfín de problemas. Cerca ya de los setenta años, Boscovich está cansado. Solicita un permiso para ir a descansar a Italia y hacia allí se traslada. Su humor no ha variado pero se siente deprimido y sin ganas de seguir luchando contra la incomprensión general.
