Poco antes que el chispazo bélico prendiese en la nación, un joven de Kenosha llamado George Orson Welles, había conseguido a los veintitrés años provocar pánico a escala nacional con su emisión radiofónica de La guerra de los mundos de H. G. Wells, a través de los micrófonos de la CBS en la noche del 30 de octubre de 1938. A la mañana siguiente, el joven Welles se despertó famoso, con su nombre aureolado por una publicidad escandalosa y una notoriedad que no había conseguido a lo largo de su fecunda labor escénica en el Phoenix Theatre, en el Federal Phoenix y en el Mercury Theatre, destacándose en sus interpretaciones de Shakespeare. La RKO puso sus ojos en ese niño prodigio y le ofreció un contrato sin precedentes como director, actor, guionista y productor, cobrando un anticipo de 150.000 dólares. En 1940 empieza a rodar Ciudadano Kane (Citizen Kane). La historia del film fue bastante accidentada. Welles tomó como modelo para su protagonista, al multimillonario magnate de la prensa William Randolph Hearst, que en el film se transformó en Charles Foster Kane, interpretado por el propio Welles. Hearst trató por todos los medios de impedir que la película fuese exhibida y, aunque no lo consiguió, sus cadenas informáticas boicotearon la obra que tuvo una fría acogida en su estreno y no fue valorada hasta su presentación en Europa después de la guerra.
En su fabulosa mansión de Xanadú, fallece el multimillonario magnate de la prensa, pronunciando una palabra de significado enigmático: Rosebud. Al preparar artículos noticiarios en su recuerdo, el periodista Thompson William Alland recibe el encargo de averiguar lo que aquella palabra significaba. Ahonda en la historia y vida privada de Kane a través de la lectura de las Memorias de Thatcher (el actor G. Coulouris), a cuyo cuidado estuvo en su infancia y, luego cada vez más, interrogando profundamente a amigos y personas que tuvieron estrecho vínculo con él: Bernstein (Everett Sloane), su más antiguo empleado (Joseph Cotten) que fue su mejor amigo, su segunda esposa (Dorothy Comingore), cantante frustrada y su mayordomo (Paul Stewart). A partir de esos fragmentos desordenados que juntos ofrecen un retrato apasionante del magnate, no logra develar el significado de Rosebud. Cuando Thompson decide abandonar la mansión de Kane, un empleado que está echando trastos viejos al fuego, arroja un trineo de juguete (el preferido del niño, cuando fue arrancado del hogar de sus padres). La cámara se acerca hasta mostrar en primer plano la inscripción Rosebud, símbolo de una infancia perdida y de una felicidad que jamás logró a pesar de su inmenso poder.
La narración -acronológica- al estilo de las novelas de Faulkner, incorpora por primera vez en el cine la relatividad temporal de Bergson. Esta obra del precoz Welles, riquísima en significaciones tanto de orden psicológico como social y moral, constituyó un excelente análisis histórico y sociológico de la formación de un poderoso plutócrata en una sociedad capitalista desarrollada, mostrando su egoísmo feroz, sus debilidades, frustraciones íntimas y paradojas. Ciudadano Kane era, al mismo tiempo, un valioso testimonio sobre la evolución histórica del periodismo en Estados Unidos y sobre el problema del monopolio de la prensa, además de un inteligente estudio sobre el subjetivismo humano en el conocimiento y apreciación de la verdad, a través de la parcialidad de los diferentes relatos sobre Kane, teñidos siempre de un subjetivismo deformador. Una constatación de la imposibilidad del conocimiento absoluto de la personalidad real e íntima del otro semejante, idea resumida en el rótulo Prohibido el paso, que abre y cierra el film. Ciudadano Kane tiene por tema la frustración del poder. La minusvalía infantil se ha hecho grande en Kane. Este apasionante buceo por los laberintos de la condición humana estuvo expuesto en un lenguaje brillante y original, con una potencia expresiva que aprovechaba la lección expresionista que Welles había aprendido en el teatro y en su dominio del universo sonoro.
Quedan pocos testigos que puedan contar cómo se celebraba el Día del Trabajo en Nueva York hace sesenta años, de modo que se requeriría de un esfuerzo para imaginar cuánto movimiento había en las calles y qué atmósfera reinaba en la Gran Manzana aquel 1° de mayo de 1941, cuando un gran número de críticos e invitados confluyó en el edificio de la RKO Pictures para presenciar la Avant Premiêre de El ciudadano. El film implicaba el controvertido debut de un realizador que se perfilaba desafiante y arremetedor: un tal Orson Welles, que se atrevía a comprometer un elevado presupuesto de producción de la RKO, para enfrentar al poderoso William R. Hearst, el zar del cuarto poder. La figura de Hearst venía a ser un blanco emblemático para arrojar las flechas virulentas al capitalismo más descarnado de la época, de modo tal que, en esa hipótesis acerca de la deshumanización a que conducía la acumulación de riqueza por medios inescrupulosos, le hacía decir a su personaje: “Si no hubiera sido muy rico, hubiera llegado a ser un gran hombre”. Pero Hearst, el personaje real que subyacía en esa ficción disfrazada de investigación periodística, no había muerto. Hearst, vivo y omnipotente, reaccionó con la virulencia que su poder le permitía: atacó al realizador y a su film desde los titulares de sus diarios, mientras algunos de sus periodistas emprendían una campaña de intimidación con amenazas telefónicas y trampas arteras. Welles debió afrontar batallas por otros flancos y acaso el peor de todos fue el interno, que provenía de su propia compañía productora, la RKO Pictures. El resultado que hoy conocemos, unos de los filmes más acabados de la historia del cine, con un lenguaje fílmico de saltos en la continuidad y noticieros apócrifos, no condecía con la linealidad narrativa y romántica de Hollywood.
Han transcurrido más de sesenta años y no hay noticias de que en los últimos tiempos algún film se haya dado a conocer un día tan especial como el 1° de mayo. Acaso sea un rasgo trivial para la complejidad de su ulterior historia. La película fue olvidada durante muchos años. Su realizador intentó comprarla y recuperarla, pero esa posibilidad le fue negada. En cambio, se la vendieron a Ted Turner, otro magnate de los medios. Si El ciudadano fue El Acorazado Potemkin del cine de Occidente, cabría señalar que el film de Welles padeció el mismo destino errante y las mismas humillaciones que soportaron Eisenstein y los retazos de su película ¡Qué viva México! durante medio siglo.
Los hallazgos narrativos y visuales de Orson Welles lo revelaron como un visionario. El ciudadano ha quedado como una de las obras fundamentales del cine del siglo XX. Cabe preguntarse si por su actitud desafiante y su dirección personal, Welles no fue el equivalente de un cineasta independiente, como lo son hoy los hermanos Luc y Jean Pierre Dardennes (belgas), ganadores de la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1999 presidido por David Cronemberg, que en Buenos Aires presentaron su Rosetta, una experiencia cinematográfica límite, en el Festival de Cine Independiente de 2001.