El testimonio de una pintura rupestre de más de 40.000 años que representa a un hombre tocando un primitivo y sencillo instrumento de cuerda, nos permite situar la aparición de las primeras manifestaciones musicales en las sociedades prehistóricas. Tras un largo período de lenta evolución, la música culta occidental inicia su desarrollo en Grecia y Roma. Posteriormente, hacia el siglo X, aparecen las primeras composiciones polifónicas y, más tarde, se incorporan a ellas diversos instrumentos. De este modo, en el curso de un proceso que cubre toda la Edad Media y el Renacimiento e impulsado fundamentalmente por músicos como Joaquín des Préz (1440-1521), Giovanni Pierluigi Palestrina (1525-1594) y Claudio Monteverdi (1567-1643), quedan establecidos los principios de la música clásica, que darán lugar al brillante panorama musical de fines del siglo XVII. En esta época esplendorosa, la Europa de las fastuosas cortes absolutistas y grandes ceremonias litúrgicas generó músicos de la importancia trascendental de Antonio Vivaldi (1678-1741), Georg Philipp Telemann (1681-1767), Doménico Scarlatti (1685-1757) y Johann Sebastian Bach (1685-1750) por citar sólo a algunos. Estos compositores barrocos introdujeron novedosos avances técnicos y estilísticos que dieron lugar al nacimiento del romanticismo que predominó en los comienzos del siglo XIX encarnado en las figuras notables de Ludwig van Beethoven (1770-1827), Niccoló Paganini (1782-1840) y Franz Schubert (1797-1828) principalmente. Unos pocos años antes, Franz Joseph Haydn (1732-1809), Luigi Boccherini (1743-1805) y Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) descollaban en el pre-romanticismo (tal como se denominó a la corriente predecesora a aquél). Para mediados del siglo XIX, el nacionalismo imperante en Europa marcó en buena medida el resurgimiento de la ópera, aquel género musical en que un drama es representado por intérpretes disfrazados que cantan la historia argumental con acompañamiento orquestal y que había nacido en Florencia a finales del siglo XVI. Inmersa en el post-romanticismo, la ópera alcanzó verdadera maestría dramática y musical de la mano de artistas de la talla de Gioacchino Rossini (1792-1868), Giuseppe Verdi (1813-1901) y Richard Wagner (1813-1883) antes de su decadencia inevitable cuando el público dejó de lado su predilección por ella y se volcó hacia la música instrumental que renacía al tiempo que comenzaba el siglo XX. Precisamente de uno de los grandes compositores del género operístico, el genial Wagner, es de quien nos vamos a ocupar sucintamente al remitirnos a un pasaje de su multifacética vida, en la que mezcló con dispar genio la actividad política, la inquietud filosófica, la creación literaria y, por supuesto, la composición musical.
Wilhelm Richard Wagner, nacido en Leipzig el 22 de mayo de 1813, fue un gran renovador de la ópera y con su obra, el romanticismo musical germánico alcanzó su cima. Su originalidad es total, ya que rompe con todas las tradiciones e introduce una técnica completamente innovadora: el leitmotiv, una especie de hilo conductor o guía que se puede oír a lo largo de la obra para caracterizar a un personaje, una idea o sentimiento básico de la trama dramática y que está compuesto por melodías o acordes que reaparecen cada vez que dicho personaje, idea o sentimiento desean ser evocados. Esto le permitió transformar la ópera que hasta ese momento era básicamente un mosaico de números sueltos en un verdadero drama musical en el cual todas las partes se unían armoniosamente gracias a las melodías recurrentes. Sus obras más destacadas son: “El anillo de los Nibelungos” (una tetralogía compuesta por “El oro del Rin”, “La Walkiria”, “Sigfrido” y “ El ocaso de los dioses”), “Tannhäuser”, “El holandés errante”, “Lohengrin”, “Tristán e Isolda”, “Los maestros cantores de Nuremberg” y “Parsifal”. Además de estas óperas, escribió una sinfonía, tres sonatas para piano, varias oberturas y cantatas y una composición para pequeña orquesta: “El idilio de Sigfrido”, la que fue terminada el 4 de diciembre de 1870. El propio Wagner dirigió el estreno en su casa de Triebschen, cerca de Lucerna, Suiza, veintiún días más tarde. Cósima Wagner cumplía 33 años de edad ese día de Navidad de 1870, y fue despertada, según anotó en su diario, por el sonido de una música nueva, maravillosa y desconocida tocada por un conjunto de cámara. El regalo de cumpleaños de su esposo era “El idilio de Sigfrido”, cuya música fue escrita para expresar la felicidad que él sentía en su matrimonio y por su hijito Siegfried. El compositor había encontrado, en aquella villa a orillas del lago de Lucerna, la paz temporaria tras haber luchado contra el escándalo público que casi termina con su carrera, suscitado por su relación con Cósima. Ésta era la segunda de los tres hijos ilegítimos que el compositor austríaco Franz Liszt (1811-1886) tuvo con la condesa Marie d’Agoult. Cuando Cósima se enamoró de Wagner, estaba casada con el director Hans von Bülow, con quien había tenido dos hijas. Wagner era amigo del director y además tenía tratos profesionales con él, ya que éste había dirigido muchas representaciones importantes del compositor, el que había utilizado su influencia ante el rey, de quien era consejero artístico, para que von Bülow fuera mantenido en una posición de importancia en Munich. En un principio, Wagner, que por entonces tenía 51 años, vaciló en iniciar aquella relación amorosa, ya que pensaba que significaría la ruina de su amigo; pero el deseo y el egoísmo se impusieron. Wagner, que estaba separado de su esposa, la cantante Minna Planer, invitó a la familia von Bülow a pasar con él las vacaciones del verano de 1864. Cósima y sus hijas llegaron una semana antes que el director y durante ese tiempo la relación se consumó. Los propios amantes se lo confesaron a von Bülow cuando llegó. Éste era un hombre débil que no tenía control sobre la conducta de su esposa y que, además, sabía que su carrera estaba en manos del influyente compositor, de manera que se ocupó de mantener las apariencias y evitar el escándalo. De este modo, Cósima compartía el afecto de ambos hombres, un arreglo poco convencional pero inspirador, ya que Wagner comenzó un cuarteto para cuerdas, un género desusado para él, que finalmente quedó incorporado a “El idilio de Sigfrido”. Poco tiempo después, Cósima quedó embarazada y en abril de 1865 nació una niña, Isolda, de la que su madre no sabía a quien atribuirle la paternidad. A medida que la niña crecía, sus rasgos comenzaron a parecerse a los del compositor y las dudas se disiparon. En los meses siguientes, la mujer vivió alternativamente con uno y otro hombre: con Wagner por amor y con von Bülow para mantener las apariencias, ya que era menester que el rey no se enterara de todo el asunto. Mientras en Munich todo el mundo murmuraba acerca de la paternidad de Isolda, Wagner mentía descaradamente para conservar el favor del rey Luis II de Baviera. En el verano de 1866, la historia volvió a repetirse en la residencia de Wagner en Triebschen y los rumores acerca de los amantes eran la comidilla de la aristocracia. Wagner y Cósima seguían negando su relación a pesar de que ella estaba nuevamente embarazada del compositor y, cuando en febrero de 1867 nació Eva, ella públicamente sostuvo que el padre era von Bülow. En abril, Cósima volvió a vivir con su marido, pero se aseguró que su vivienda tuviera una habitación para su frecuente huésped. Ambos hombres seguían compartiendo a la dama. Al año siguiente se tornó imposible seguir manteniendo esta descabellada situación. Ella volvió a pasar el verano con su amante, esta vez sin su marido, y nuevamente quedó embarazada. Le escribió a von Bülow que ya no volvería a vivir con él y le pidió el divorcio, pero éste se negó porque imaginaba que el escándalo que suscitaría este acto significaría el final de su carrera como director en Munich. En junio de 1869, nació el tercer hijo de la pareja: Siegfried, acontecimiento que la prensa destacó ampliamente, tal como hizo también al alabar a von Bülow (que por entonces dirigió la reposición de “Tristán e Isolda”), por la devoción que había puesto en la obra del amante de su esposa. Todo había terminado para von Bülow. Humillado públicamente, ya no le quedaban dignidad ni esperanzas. Envió a sus hijas a vivir con su madre y Wagner y renunció al puesto de director en Munich. Debido al escándalo, Wagner fue prácticamente desterrado de los círculos sociales y musicales de su país e inclusive el padre de Cósima, Liszt fue perjudicado también. Finalmente, en la cúspide del alboroto y la desvergüenza, von Bülow aceptó divorciarse, al tiempo que, muy convenientemente, la primera esposa de Wagner fallecía, lo que les permitió a los amantes contraer matrimonio el 25 de agosto de 1870. Fue durante su primera Navidad como pareja de casados, que Wagner le regaló a Cósima la partitura del poema sinfónico “El idilio de Sigfrido”. El compositor había destinado esta obra solamente a su familia y amigos, pero debido a ciertas dificultades financieras que tuvo que afrontar en los años subsiguientes al casamiento, se vio forzado a publicarla en 1878. “El idilio de Sigfrido” fue la única composición sinfónica en la edad madura de Wagner, quien fallecería pocos años más tarde, en Venecia, el 13 de febrero de 1883.