Nació en
Nola, cerca de Nápoles, al sur de Italia en 1548, y fue bautizado Filippo,
nombre que descartaría en su adolescencia para adoptar el de Giordano, cuando
ingresó en la Orden de Predicadores de los frailes Dominicos, con quienes
estudió la filosofía aristotélica y la teología tomista. Habiéndose doctorado
en Teología en 1575, abandonó un año más tarde la Orden para evitar un juicio
en el que se le acusaba de desviaciones doctrinales, ya que su concepción de
Dios estaba alejada del dogma imperante y se acercaba más a una visión
panteísta que presuponía la presencia de éste en toda la naturaleza.
Con su
espíritu atormentado y la independencia de su pensamiento defendió primero la
teoría de Nicolás Copérnico (1473-1543) que decía que el sol era el centro
del universo, y la llevó más allá al afirmar que no lo era y que, además,
existían infinitos sistemas planetarios en el espacio, lo que para su época era
absolutamente revolucionario. Por
entonces, la Iglesia se aferraba a las teorías de Aristóteles de Estagira
(384-322 a.C.), sosteniendo que la Tierra era el centro del cosmos, y había
advertido a los filósofos y astrónomos de la época, amenazándolos con los
terribles castigos de la Inquisición, lo que dimensionaba aún más el
pensamiento de Bruno.
Esta
posición le valió la acusación de hereje, por lo que tuvo que abandonar la
Orden de Nápoles cuyo titular había decidido entregarlo a los Tribunales de la
Inquisición, para buscar un lugar más seguro en donde vivir. Provisoriamente,
se radicó en Roma, en donde reinaba Ugo Buoncompagni (1502-1585), el papa
Gregorio XIII (aquel a quien le debemos nuestro actual calendario), pero no
pudo permanecer mucho tiempo allí: sus ideas molestaban demasiado.
Comenzó
entonces, a los treinta años, un largo peregrinaje por distintas ciudades
europeas, en donde pudo comprobar en carne propia que la intolerancia y la
intransigencia no eran monopolio de los católicos, también las practicaban los
reformistas: estando en Ginebra fue encarcelado por los calvinistas, quienes
poco tiempo antes habían mandado a la hoguera al médico fisiólogo español
Miguel Servet (1511-1553), quien descubrió y describió por primera vez la
circulación de la sangre en los pulmones, por lo que tuvo que declararse
arrepentido de sus herejías para poder marcharse a Toulouse desde donde solicitó
la absolución de la Iglesia, la que le fue denegada. Allí, sin embargo,
consiguió una cátedra para ganarse la vida.
Tiempo
después partió hacia París, en donde Alexandre Édouard de Valois (1551-1589), el
rey Enrique III, lo incluyó en su séquito de lectores reales hasta que la
intolerancia desatada por el conflicto entre católicos y hugonotes tornó
irrespirable el aire de Francia. Nuevamente tuvo que huir, esta vez con destino
a Londres, en donde residió por dos años (entre 1583 y 1585).
El
ambiente londinense era favorable a las ideas renacentistas y, bajo la
protección del embajador francés, pudo enseñar en la prestigiosa Universidad de
Oxford y frecuentar el círculo del poeta inglés Philip Sidney (1554-1586). Allí
vivió el período más productivo de su vida: en 1584 escribió "La cena de le ceneri" (La
cena de las cenizas), en el que postuló un universo infinito y homogéneo, tanto
espacial como materialmente, sin un centro, que abarca un número infinito de
mundos y de innumerables sistemas solares; "De l'infinito universo et mondi" (Del
universo infinito y los mundos) en donde rebate paso a paso la tradición
aristotélica y declara posible la existencia de un universo y diversos mundos
infinitos, y "De la causa, principio et uno" (Sobre la causa, el principio y
el uno) en donde postula su idea central de Dios concebido como inseparable de
la materia, manifestación accidental y cambiante de la sustancia divina.
Luego,
en 1585, "De gli heroici furori" (Los furores heroicos), diálogos poéticos en los
que ensalzó una especie de amor platónico que llevaban el alma hacia Dios a
través de la sabiduría y en oposición a la pasión vulgar. Algunos de
estos escritos irritaron a las autoridades inglesas, y el pensador nolano
regresó a París, para viajar casi inmediatamente a Marburgo, Wittemberg, Praga
y Helmstadt mientras continuaba escribiendo sobre magia, arte y matemáticas,
para detenerse finalmente en Frankfurt, en donde pudo arreglárselas para
imprimir la mayor parte de sus obras.
En 1591 y
contando con cuarenta y tres años, Bruno, aún combativo y altanero, vuelve a
Italia invitado por el noble veneciano Giovanni Mocenigo (1409-1485),
quien se erigió en su tutor privado. Un año después, el propio Mocenigo
lo denunció ante la Inquisición que le acusó de herejía. Fue llevado ante
las autoridades romanas y encarcelado durante más de ocho años mientras se
preparaba un proceso en donde se le acusaba de blasfemo, de conducta inmoral y
de hereje. El
filósofo se negó a retractarse y en consecuencia, al amanecer del 17 de febrero
de 1600 y ante una multitud de peregrinos que asistían en Roma a los fastos del
Jubileo de fin de siglo, fue quemado vivo sobre una pira de leña verde
levantada en Campo dei Fiore.
Las
teorías filosóficas de Bruno combinan y mezclan un místico neoplatonismo y el
panteísmo. Creía que el universo es infinito, que Dios es el alma del universo
y que las cosas materiales no son más que manifestaciones de un único principio
infinito. Es considerado un precursor de la filosofía moderna por su influencia
en las doctrinas de Baruch Spinoza (1632-1677) y, más tarde, en Friedrich Schelling
(1775-1854) y Georg W.F. Hegel (1770-1831).
En 1889,
se erigió una estatua dedicada a la libertad de pensamiento en el sitio donde
tuvo lugar el martirio, lo que provocó disturbios entre grupos antagónicos de
republicanos y papistas, poniendo en evidencia la profundidad de la huella
trazada por Giordano Bruno habiendo transcurrido tanto tiempo desde su muerte. En Buenos
Aires, más precisamente en el barrio de Caballito, una calle y su flamante
plaza, llevan su nombre para recordar al notable filósofo, poeta y científico.