29 de julio de 2007

Giordano Bruno: un espíritu atormentado

Nació en Nola, cerca de Nápoles, al sur de Italia en 1548, y fue bautizado Filippo, nombre que descartaría en su adolescencia para adoptar el de Giordano, cuando ingresó en la Orden de Predicadores de los frailes Dominicos, con quienes estudió la filosofía aristotélica y la teología tomista. Habiéndose doctorado en Teología en 1575, abandonó un año más tarde la Orden para evitar un juicio en el que se le acusaba de desviaciones doctrinales, ya que su concepción de Dios estaba alejada del dogma imperante y se acercaba más a una visión panteísta que presuponía la presencia de éste en toda la naturaleza.
Con su espíritu atormentado y la independencia de su pensamiento defendió primero la teoría de Nicolás Copérnico (1473-1543) que decía que el sol era el centro del universo, y la llevó más allá al afirmar que no lo era y que, además, existían infinitos sistemas planetarios en el espacio, lo que para su época era absolutamente revolucionario. Por entonces, la Iglesia se aferraba a las teorías de Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.), sosteniendo que la Tierra era el centro del cosmos, y había advertido a los filósofos y astrónomos de la época, amenazándolos con los terribles castigos de la Inquisición, lo que dimensionaba aún más el pensamiento de Bruno. 
Esta posición le valió la acusación de hereje, por lo que tuvo que abandonar la Orden de Nápoles cuyo titular había decidido entregarlo a los Tribunales de la Inquisición, para buscar un lugar más seguro en donde vivir. Provisoriamente, se radicó en Roma, en donde reinaba Ugo Buoncompagni (1502-1585), el papa Gregorio XIII (aquel a quien le debemos nuestro actual calendario), pero no pudo permanecer mucho tiempo allí: sus ideas molestaban demasiado.
Comenzó entonces, a los treinta años, un largo peregrinaje por distintas ciudades europeas, en donde pudo comprobar en carne propia que la intolerancia y la intransigencia no eran monopolio de los católicos, también las practicaban los reformistas: estando en Ginebra fue encarcelado por los calvinistas, quienes poco tiempo antes habían mandado a la hoguera al médico fisiólogo español Miguel Servet (1511-1553), quien descubrió y describió por primera vez la circulación de la sangre en los pulmones, por lo que tuvo que declararse arrepentido de sus herejías para poder marcharse a Toulouse desde donde solicitó la absolución de la Iglesia, la que le fue denegada. Allí, sin embargo, consiguió una cátedra para ganarse la vida.
Tiempo después partió hacia París, en donde Alexandre Édouard de Valois (1551-1589), el rey Enrique III, lo incluyó en su séquito de lectores reales hasta que la intolerancia desatada por el conflicto entre católicos y hugonotes tornó irrespirable el aire de Francia. Nuevamente tuvo que huir, esta vez con destino a Londres, en donde residió por dos años (entre 1583 y 1585).


El ambiente londinense era favorable a las ideas renacentistas y, bajo la protección del embajador francés, pudo enseñar en la prestigiosa Universidad de Oxford y frecuentar el círculo del poeta inglés Philip Sidney (1554-1586). Allí vivió el período más productivo de su vida: en 1584 escribió "La cena de le ceneri" (La cena de las cenizas), en el que postuló un universo infinito y homogéneo, tanto espacial como materialmente, sin un centro, que abarca un número infinito de mundos y de innumerables sistemas solares; "De l'infinito universo et mondi" (Del universo infinito y los mundos) en donde rebate paso a paso la tradición aristotélica y declara posible la existencia de un universo y diversos mundos infinitos, y "De la causa, principio et uno" (Sobre la causa, el principio y el uno) en donde postula su idea central de Dios concebido como inseparable de la materia, manifestación accidental y cambiante de la sustancia divina.
Luego, en 1585, "De gli heroici furori" (Los furores heroicos), diálogos poéticos en los que ensalzó una especie de amor platónico que llevaban el alma hacia Dios a través de la sabiduría y en oposición a la pasión vulgar. Algunos de estos escritos irritaron a las autoridades inglesas, y el pensador nolano regresó a París, para viajar casi inmediatamente a Marburgo, Wittemberg, Praga y Helmstadt mientras continuaba escribiendo sobre magia, arte y matemáticas, para detenerse finalmente en Frankfurt, en donde pudo arreglárselas para imprimir la mayor parte de sus obras.
En 1591 y contando con cuarenta y tres años, Bruno, aún combativo y altanero, vuelve a Italia invitado por el noble veneciano Giovanni Mocenigo (1409-1485), quien se erigió en su tutor privado. Un año después, el propio Mocenigo lo denunció ante la Inquisición que le acusó de herejía. Fue llevado ante las autoridades romanas y encarcelado durante más de ocho años mientras se preparaba un proceso en donde se le acusaba de blasfemo, de conducta inmoral y de hereje. El filósofo se negó a retractarse y en consecuencia, al amanecer del 17 de febrero de 1600 y ante una multitud de peregrinos que asistían en Roma a los fastos del Jubileo de fin de siglo, fue quemado vivo sobre una pira de leña verde levantada en Campo dei Fiore.


Las teorías filosóficas de Bruno combinan y mezclan un místico neoplatonismo y el panteísmo. Creía que el universo es infinito, que Dios es el alma del universo y que las cosas materiales no son más que manifestaciones de un único principio infinito. Es considerado un precursor de la filosofía moderna por su influencia en las doctrinas de Baruch Spinoza (1632-1677) y, más tarde, en Friedrich Schelling (1775-1854) y Georg W.F. Hegel (1770-1831).
En 1889, se erigió una estatua dedicada a la libertad de pensamiento en el sitio donde tuvo lugar el martirio, lo que provocó disturbios entre grupos antagónicos de republicanos y papistas, poniendo en evidencia la profundidad de la huella trazada por Giordano Bruno habiendo transcurrido tanto tiempo desde su muerte. En Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Caballito, una calle y su flamante plaza, llevan su nombre para recordar al notable filósofo, poeta y científico.