En la historia de la música de rock, la versión es una moneda corriente. Elvis Presley triunfó con canciones ajenas al igual que los Beatles de los primeros tiempos. Los Rolling Stones se hartaron de interpretar piezas de Chuck Berry; Led Zeppelin tomó prestadas composiciones de los pioneros del blues lo mismo que Eric Clapton, quien también abrevó en J. J. Cale, y así interminablemente. En el arte musical -últimamente más negocio que arte- todo parece estar permitido. Tomar una canción ajena e interpretarla en vivo o grabarla según la propia idiosincrasia acostumbra a ser, salvo algunas excepciones, un humilde acto de homenaje y tributo. En los años sesenta, la década más contemplada (o expoliada, según se mire), era habitual que las bandas tocaran canciones de otros grupos amigos. Covers, así se denominan las versiones, han habido siempre. Más recientes son los discos de tributo, donde músicos pertenecientes por lo general a la franja independiente, se dedican a tocar temas varios del grupo o solista homenajeado en cuestión. Este fructífero invento se modeló con fuerza a mediados de la década del ochenta. Entonces tenía infinita gracia ya que consistía en un pasatiempo agradable del que a veces se desprendían auténticas maravillas. Pero hoy, la modalidad tributaria ha perdido el encanto inicial y muy pocos trabajos alcanzan los márgenes necesarios de calidad y les falta, sobre todo, imaginación. Para versionar una canción tocándola exactamente igual que el original, pues eso es lo que muchas veces ocurre, es preferible escuchar el original. De todos modos, la experiencia sigue resultando curiosa. Se observan afinidades bastardas, uniones naturales, homenaje sentidos y relecturas muy curiosas de temas insignes, todos enmarcados dentro del negocio, antes lícito y hoy más desfachatado, de vivir de la grandeza de otros, embelleciendo, reproduciendo o simplemente copiando.
Todo comenzó, como no podía ser de otra manera, en los Estados Unidos. Abrió el fuego en 1987 el sello discográfico Imaginary Records, comandado por Alan Duffy y Andy Hopkins. Ellos plantaron la semilla y recogieron la primera cosecha. En “Beyond the wildwood. A tribute to Syd Barrett”, bandas independientes como Mock turtles, Soup Dragons, TV Personalities, Opal o The Shamen ejecutaban con rendida admiración, canciones del que fuera alucinado líder de los primeros Pink Floyd. Siguiendo la estela llegarían “Fast'n'bulbous. A tribute to Captain Beefheart”, “Shangri-La. A tribute to The Kinks”, “Time between. A tribute to The Byrds”, “If 6 was 9. A tribute to Jimi Hendrix”, “Stoned again. A tribute to The Rolling Stones”, “Heaven and hell. A tribute to The Velvet Underground” y “Outlaw Blues. A tribute to Bob Dylan”. Un repertorio plural en el que músicos de procedencias casi opuestas se unían para rendir homenaje a un puñado de clásicos. Los protagonistas eran: XTC, Sonic Youth, That Petrol Emotion, Chesterfield Kings, Fleshtones, Dinosaur Jr., Thin White Rope, Giant Sand, Richard Thompson, Henry Kaiser, Nirvana, Ride, James, Fatiman, Mansions, Bill Nelson, Half Japanese, Spyrea X y The Bluebirds, entre otros. Gente de todas las tendencias -pop británico independiente, vanguardia neoyorquina, rock americano- aliados en santa hermandad para rememorar tiempos pasados (y quizá mejores, todo depende del color del cristal con que se mire). Imaginary Records agotó pronto su munición, pero abrió el sendero para aventuras más trabajadas y de resultados más limpios. Algunas de ellas se han hecho con fines benéficos: la buena conciencia social y el rock se encuentran cada día más cercanos, sin que esto deje de oler a maniobra publicitaria. Así surgieron “The bridge”, con muy buenas versiones de temas de Neil Young a cargo de Sonic Youth, Nick Cave, Nikki Sudden, Henry Kaiser, Pixies y Psychic TV, entre otros; los beneficios del disco fueron para una institución dedicada a la educación de niños deficientes. O “Deadicated”, homenaje a Grateful Dead, el grupo más representativo del rock ácido de la Costa Oeste, cuyos participantes -Los Lobos, Elvis Costello, Suzanne Vega, Jane's Addiction, Dr. John, Cowboy Junkies, Warren Zevon- donaron parte de sus ganancias a un organismo de protección forestal, (el librito con los créditos que acompaña al disco compacto está impreso en papel reciclado). O “Revolution 9”, en el que gente como Billy Bragg, Paul Weller y Brilliant Corners realizan versiones de algunos clásicos de los Beatles en un disco de ayuda al pueblo de Camboya. La lista es larga y a este paso nadie va a quedarse sin su disco de homenaje. Lo tuvo Cole Porter con “Red, hot and blue”, otro disco con coartada social -en este caso el sida- con la participación de pesos pesados como Neville Brothers, Tom Waits, Sinead O'Connor, U2, David Byrne, Neneh Cherry, Iggy Pop, K. D. Lang y Annie Lennox y lo tuvo Leonard Cohen con “I'm your fan”, con versiones de John Cale, Pixies, REM, Nick Cave, Lloyd Cole y otros músicos ya adictos a estas empresas. Si pensamos en un grupo o un músico cualquiera, seguro que ya tienen su disco homenaje. “Songs from the boss”: el boss (jefe) es, por supuesto, Bruce Springsteen; “Smiles, vibes & harmony”, centrado en la obra de Brian Wilson, el líder de los Beach Boys; “Where the pyramid meets the eye”, tributo a Rocky Erickson, líder de los psicodélicos 13th Floor Elevator; “Virus 100”, versiones de los febriles Dead Kennedys realizadas no como homenaje a ellos sino al sello Alternative Tentacles, una de las compañías independientes más combativas; “Not the singer but the songs”, reunión de músicos yanquis y extranjeros en honor a Alex Chilton; “Two Rooms. Celebrating The Songs of Elton John & Bernie Taupin”, con la flor y la nata del rock más anquilosado de los ochenta -Phil Collins, Eric Clapton, Tina Turner, Rod Stewart, Bon Jovi, George Michael- edulcorando los temas de la divina pareja. Y hay homenajes a Johnny Thunder, Todd Rundgren, REM (“Surprise your pig”), Ramones (“Gabba gabba hey”), Woody Guthrie, Buddy Holly, Led Zeppelin... hasta los mediocres Kiss tienen su disco de tributo (“Hard to believe. A Kiss covers compilation”). Existe una curiosidad impagable: “Rubáiyát”, un proyecto de Lenny Kaye (crítico de rock, productor y guitarrista de Patti Smith) en el que no se rinde homenaje a un grupo ni a un estilo, sino a una compañía discográfica en su cuadragésimo aniversario, la Elektra. Resultado: The Cure versiona a los Doors, Billy Bragg a Love, Gipsy Kings a The Eagles, Pixies a Paul Butterfield Blues Band, Kronos Quartet a Television, Metallica a Quenn y John Zorn a los Stoogies, entre otras alianzas no menos sorprendentes. Y también algunas rarezas, todas ellas relacionadas con los Beatles: “Sgt. Pepper knew my father” reproduce una por una las canciones del célebre “Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band”, con la colaboración del saxofonista Courtney Pine, Sonic Youth, The Fall y The Wedding Present como los más destacados. El grupo eslovaco Laibach realizó en 1988 una peculiar adaptación del disco “Let it be”; “Downtown does The Beatles live at the knitting factory” que es una recopilación de covers grabados en directo por asiduos de la escena de vanguardia neoyorquina. Y “Rutles highway revisited” recoge versiones de The Rutles, grupo comandado por miembros de Monty Python que a su vez ya tocaban temas de los Beatles.
También ha habido discos tributo en torno al cine y al jazz, entre los que se destacan nítidamente los armados por Hal Willner, un neoyorquino que, entre otros, ha producido trabajos de Keith Richards, Leonard Cohen, Elvis Costello, Public Enemy, Todd Rundgren, Dr. John, Vernon Reid y Marianne Faithfull. Sus mejores producciones de homenaje son “Amarcord”, con composiciones de Nino Rota; “That’s the way I feel now”, con obras de Thelonious Monk; “Stay awake”, un repaso por algunas de las melodías más famosas de las películas de Walt Disney; “The Carl Stalling project”, en donde recupera las melodías de los dibujos animados de la Warner Bros. y “Weird nightmare”, en donde rinde tributo a Charlie Mingus.
El negocio de los discos tributo continuó con renovados bríos en la década del noventa y se extiende hasta nuestros días y, por supuesto, también se puso de moda en la Argentina, aunque con escasa repercusión. Si revolviendo en los catálogos de las compañías discográficas norteamericanas podemos encontrar algunas perlitas, lo mismo no sucede en nuestro país, en donde estas aventuras son bastante pobres. Claro, si lo que se pretende es homenajear a rockeros de la talla de Sandro, por ejemplo, los resultados no pueden más que ser pésimos. Lamentablemente, hasta en esto exudamos un tercermundismo barato y sin horizontes a la vista. Obviamente existen grandes creadores autóctonos, pero los que más se difunden y logran mayor aceptación son, fatalmente, aquellos grupejos que, con suerte, sólo pueden tocar tres acordes con cejilla y desentonar sobre ellos algunas palabras inconexas.