En 1866, el biólogo alemán Ernst Heinrich Haeckel (1834-1919), decidido partidario de las teorías evolucionistas de Darwin, acuñó el término ecología (del griego oikos: casa, morada), para designar a la especialización científica que estudia las relaciones de todo ser vivo con el medio en el que habita. Desde entonces, esta ciencia ha ido creciendo paulatinamente aunque no tanto como sería deseable, y, al compás del sostenido desarrollo industrial que ha experimentado nuestro planeta, se hizo cada vez más notoria la necesidad de una toma de conciencia por parte de los seres humanos, del deterioro causado al medio ambiente por una economía mundial basada exclusivamente en el consumo, nervio motor del sistema capitalista de producción. En la actualidad, el fenómeno del consumismo se manifiesta brutalmente sobre todo en los países desarrollados, en donde las personas con salarios de alto poder adquisitivo gastan lo que ganan en productos que se estropean rápidamente y que deben ser sustituidos por otros nuevos; mientras tanto, los países subdesarrollados son impelidos por los centros económico-financieros mundiales, mediante inversiones o subvenciones, a explotar sus recursos naturales indiscriminadamente como una única manera de obtener divisas para sus magros desarrollos. Obviamente, estas materias primas extraídas en el Tercer Mundo a precios muy ventajosos para las grandes potencias industriales, son utilizadas por éstas para seguir produciendo más y más artículos para que sean consumidos por sus habitantes. El resultado es previsible: los países pobres agotan sus recursos naturales y los países ricos acumulan residuos de toda clase y en enormes cantidades. El círculo se cierra fatalmente en el Tercer Mundo, ya que allí irá a parar toda aquella basura que el mundo desarrollado no puede almacenar, mediante el pago de módicas sumas de dinero que, graciosamente, se les da como compensación por las molestias causadas. No es casual entonces que, a mayor bienestar en los países desarrollados haya mayor miseria en los países subdesarrollados. Este proceso se ve hoy cada vez más nítidamente, por lo que la ecología se ha convertido en un tema de vital relevancia, siempre y cuando vaya acompañada de otro término de igual raíz etimológica: la economía, es decir, la administración de nuestro único e insustituible mundo. Lamentablemente, hoy la economía se ha convertido en el eje sobre el cual giran todas nuestras expectativas y esa actitud unilineal nos está perjudicando notablemente sin que, al parecer, le interese particularmente a quienes la dirigen, ya sea en al ámbito internacional como en el local. Sólo se debería hablar de desarrollo económico cuando éste implique una significativa mejora en la calidad de vida de los seres humanos, y, hasta donde se sabe, éstos son iguales tanto en el hemisferio Norte como en el Sur, en Occidente como en Oriente, en Europa como en América, en Estados Unidos como en Angola, en Buenos Aires como en Salta, en San Isidro como en La Matanza, en Caballito como en Villa Soldati, en la casa de uno como en la del otro. Si se piensa que, según las estimaciones del Banco Mundial, la población del mundo alcanzará en el año 2025 la escalofriante cifra de 8.500 millones de habitantes y que el 97% de ese incremento tendrá lugar en los países subdesarrollados, la pregunta que surge inevitablemente es cómo se hará para asegurarle a semejante cantidad de gente un nivel de vida digno en lo que tiene que ver, fundamentalmente, con la alimentación, la provisión de agua potable y las condiciones de higiene necesarias para poder subsistir más o menos decentemente. Es entonces cuando se hace necesario un replanteo en materia económica desde el mundo desarrollado hacia los países pobres. Hoy, el Norte industrializado, aunque posee sólo la cuarta parte de la población mundial, consume el 60% de los alimentos, el 70% de los combustibles fósiles, el 70% de la energía, el 75% de los metales y el 85% de la madera que se produce en el mundo. Muchas veces se ha señalado al control de la natalidad en los países subdesarrollados como el método más idóneo para no incrementar el uso de los recursos naturales del planeta. Claro, esta propuesta no contempla la disminución de los altísimos índices de consumo por persona de los países desarrollados, lo que permitiría a su vez a los países que no lo son, elevar sus propios índices. Como la disponibilidad de alimentos crece a un ritmo del 1% anual, mientras que la población lo hace al 1,7%, no es nada descabellado advertir que, de continuar esta proporción, la situación será cada vez más insostenible. Volvemos al principio: la pobreza en los países subdesarrollados parece ser la condición convincente y necesaria para la prosperidad de los países desarrollados. Lo que popularmente se conoce como "una justa distribución de la riqueza" es un sueño ficticio que se repite sin cansancio desde tiempos inmemoriales. La ecuación riqueza/pobreza que se advierte a nivel planetario es la misma que, a nivel país, se advierte entre la clase empresaria y la clase trabajadora, los poderosos y los menesterosos, los ricos y los pobres, los de arriba y los de abajo, en fin, la consabida historia que a pesar de ser tan antigua, no ha perdido vigencia jamás, por el contrario, cada vez es más notoria.
Dice la socióloga norteamericana Susan George en su artículo "El bumerang de la deuda" (Westview Press. 1992): "El F.M.I. promueve en las naciones del Tercer Mundo, programas discriminatorios de austeridad como condición para el otorgamiento de créditos. Generalmente, estos programas incluyen planes para el aumento de las exportaciones, la apertura de la economía a inversiones extranjeras, la reducción del gasto público, la liberación de precios, el recorte de subsidios y el congelamiento de salarios. Estas medidas han acentuado las diferencias entre ricos y pobres, agudizando la pobreza masiva y el desmoronamiento de los servicios sociales". ¿No resulta familiar?, ¿no suena conocido? Continúa el artículo: "Al centrar su objetivo para que los bancos privados y las corporaciones multinacionales abran los mercados y recursos locales hacia una explotación más extensiva, el F.M.I. contribuye a la degradación ambiental en el Tercer Mundo. De hecho, se ha demostrado que los países que han sufrido la peor y más rápida deforestación son aquellos sobre los cuales el F.M.I. ha impuesto las condiciones más rigurosas para el otorgamiento de sus créditos". Una vez más, ecología y economía van de la mano: el medio ambiente y los recursos naturales con su desarrollo y administración. No existe la una sin la otra, y no habrá un progreso sustentable y sostenido de la ecología sin un progreso humanizado y criterioso de la economía. Seguramente no faltará el descomedido que pretenda ver en esto alguna tendenciosidad política, alguna ojeriza doctrinaria. Olvídelo. No se trata de ideologías, se trata de supervivencia. No se trata de hacerse el distraído, sólo se trata de vivir.