Cuando se
habla de tango, es inevitable citar al bandoneón, su instrumento emblemático y
esencial. No es mucho lo que se sabe de él, pero su importancia en el
desarrollo de la música popular argentina ha sido de vital importancia junto al
trabajo de composición de numerosos artistas que, gracias a su talento,
consiguieron trasladar al tango desde sus orígenes prostibularios hasta los
grandes salones del centro de la ciudad de Buenos Aires, en donde se convirtió
en el lenguaje más significativo de los porteños de, por lo menos, la primera
mitad del siglo XX.
El bandoneón es un instrumento musical cromático de fuelle y lengüetas libres parecido al acordeón, el instrumento dotado de un fuelle y cinco botones que al ser pulsado produce dos acordes patentado en Viena en 1829 por el austríaco Cyrill Demian (1772-1849), y la concertina, el instrumento musical de viento parecido al acordeón pero de menor tamaño, con el fuelle muy largo y teclado de botones en ambas cubiertas laterales, que fue inventado en el mismo año por el británico Charles Wheatstone (1802-1875) y desarrollado por el fabricante de instrumentos alemán Carl Friedrich Zimmermann (1817-1898) en Carlsfeld, Alemania. La forma del bandoneón es rectangular y su tamaño media entre estos dos instrumentos aunque sus características están más cercanas a las del último que del primero. En lugar de teclado tiene botones, treinta y ocho para el registro agudo y treinta y tres para el grave; cada uno de ellos emite un sonido, por lo que se deben pulsar varios a la vez para producir un acorde.
Los orígenes de este instrumento se remontan a la Alemania del siglo XIX. Una versión afirma que fue el fabricante de instrumentos musicales alemán Carl Friedrich Uhlig (1789-1874) quien lo presentó en 1830 en la Feria de Liepzig modificando la concertina inglesa de cajas hexagonales. Sin embargo, la versión más aceptada es la que atribuye su creación a Heinrich Band (1821-1860), un profesor de música alemán nacido en la ciudad de Krefeld, muy cerca de Düsseldorf, en la región de Westfalia, quien lo habría inventado a mediados del siglo XIX inspirado en el acordeón y concibiéndolo como una versión portátil del armonio, el instrumento de teclado de mucho menor tamaño que el órgano inventado por el francés Gabriel Joseph Grenié (1756-1837) hacia fines del siglo XVIII.
Según esta última versión, al carecer Band de dinero suficiente para su fabricación, quien se encargó de hacerla fue una cooperativa denominada Union y, por la combinación del apellido del inventor y el nombre de los fabricantes, habría surgido su denominación: band-union. Si bien no pueden extraerse conclusiones definitivas sobre el origen del bandoneón y determinar un único creador, sí está totalmente probado que dicho instrumento era utilizado en aquellos años para la ejecución de música sacra, danzas de salón y fragmentos de ópera, siendo adoptado por los campesinos y mineros de la cuenca del río Rühr. La producción y fabricación a escala industrial de este instrumento comenzó en Carlsfeld, Alemania, en 1864 de la mano del alemán Ernest Louis Arnold (1828-1910). Con el paso del tiempo, muchos de esos bandoneones fueron importados por la Argentina.
No se conoce con exactitud la fecha en que este instrumento llegó a Buenos Aires por primera vez. Según algunos historiadores, hay referencias al mismo en la época del brigadier Juan Manuel de Rosas (1793-1877), el principal caudillo de la Confederación Argentina entre los años 1835 y 1852, y algunos otros la precisan en 1856. Hay quienes señalan a un marinero cuyo apellido se ha perdido en los recovecos del tiempo y de quien sólo se sabe su nombre y apodo -Bartolo el brasileño-, como el auténtico introductor del bandoneón en el Río de la Plata. Existe otra versión que adjudica tal honor a un marinero apellidado Moor, éste de origen inglés, quien habría traído este instrumento a la Argentina en 1870, y otra que afirma que unos años antes de esa fecha, en 1865, un tropero de carretas apodado Pascualín fue quien trajo de Alemania el primer bandoneón.
El bandoneón es un instrumento musical cromático de fuelle y lengüetas libres parecido al acordeón, el instrumento dotado de un fuelle y cinco botones que al ser pulsado produce dos acordes patentado en Viena en 1829 por el austríaco Cyrill Demian (1772-1849), y la concertina, el instrumento musical de viento parecido al acordeón pero de menor tamaño, con el fuelle muy largo y teclado de botones en ambas cubiertas laterales, que fue inventado en el mismo año por el británico Charles Wheatstone (1802-1875) y desarrollado por el fabricante de instrumentos alemán Carl Friedrich Zimmermann (1817-1898) en Carlsfeld, Alemania. La forma del bandoneón es rectangular y su tamaño media entre estos dos instrumentos aunque sus características están más cercanas a las del último que del primero. En lugar de teclado tiene botones, treinta y ocho para el registro agudo y treinta y tres para el grave; cada uno de ellos emite un sonido, por lo que se deben pulsar varios a la vez para producir un acorde.
Los orígenes de este instrumento se remontan a la Alemania del siglo XIX. Una versión afirma que fue el fabricante de instrumentos musicales alemán Carl Friedrich Uhlig (1789-1874) quien lo presentó en 1830 en la Feria de Liepzig modificando la concertina inglesa de cajas hexagonales. Sin embargo, la versión más aceptada es la que atribuye su creación a Heinrich Band (1821-1860), un profesor de música alemán nacido en la ciudad de Krefeld, muy cerca de Düsseldorf, en la región de Westfalia, quien lo habría inventado a mediados del siglo XIX inspirado en el acordeón y concibiéndolo como una versión portátil del armonio, el instrumento de teclado de mucho menor tamaño que el órgano inventado por el francés Gabriel Joseph Grenié (1756-1837) hacia fines del siglo XVIII.
Según esta última versión, al carecer Band de dinero suficiente para su fabricación, quien se encargó de hacerla fue una cooperativa denominada Union y, por la combinación del apellido del inventor y el nombre de los fabricantes, habría surgido su denominación: band-union. Si bien no pueden extraerse conclusiones definitivas sobre el origen del bandoneón y determinar un único creador, sí está totalmente probado que dicho instrumento era utilizado en aquellos años para la ejecución de música sacra, danzas de salón y fragmentos de ópera, siendo adoptado por los campesinos y mineros de la cuenca del río Rühr. La producción y fabricación a escala industrial de este instrumento comenzó en Carlsfeld, Alemania, en 1864 de la mano del alemán Ernest Louis Arnold (1828-1910). Con el paso del tiempo, muchos de esos bandoneones fueron importados por la Argentina.
No se conoce con exactitud la fecha en que este instrumento llegó a Buenos Aires por primera vez. Según algunos historiadores, hay referencias al mismo en la época del brigadier Juan Manuel de Rosas (1793-1877), el principal caudillo de la Confederación Argentina entre los años 1835 y 1852, y algunos otros la precisan en 1856. Hay quienes señalan a un marinero cuyo apellido se ha perdido en los recovecos del tiempo y de quien sólo se sabe su nombre y apodo -Bartolo el brasileño-, como el auténtico introductor del bandoneón en el Río de la Plata. Existe otra versión que adjudica tal honor a un marinero apellidado Moor, éste de origen inglés, quien habría traído este instrumento a la Argentina en 1870, y otra que afirma que unos años antes de esa fecha, en 1865, un tropero de carretas apodado Pascualín fue quien trajo de Alemania el primer bandoneón.
Pero
también está la versión que afirma que fue un hijo de Band quien trajo el
instrumento que había fabricado su padre y dio las primeras lecciones sobre su
uso. En todos los casos, las historias están envueltas por una niebla imprecisa
que les confiere más apariencia de leyenda que de realidad. Lo que sí parece
ser verosímil, es la historia que cuenta que durante la Guerra del Paraguay (la
que enfrentó a ese país con la Triple Alianza conformada por Argentina, Brasil
y Uruguay entre 1865 y 1870), en los
campamentos del ejército argentino que comandaba el general Bartolomé Mitre (1821-1906),
un soldado llamado José Santa Cruz (1846-1907), aliviaba las penurias que derivaban
de la cruenta contienda haciendo sonar su instrumento con su, por entonces,
novedoso sonido. Se cuenta que en los fogones de la noche paraguaya, el
bandoneón que tocaba el soldado argentino era el primero que fuera introducido
en el país. Al término de la guerra, Santa Cruz consiguió empleo en el
Ferrocarril Oeste (el que más tarde se denominó Ferrocarril Sarmiento), y
dedicaba su tiempo libre a la práctica del bandoneón.
En simultáneo, también el tango progresaba y, desde los primitivos conjuntos conformados por bandoneón, piano, flauta y violín que animaban las noches de los prostíbulos de los suburbios en el sur de la ciudad pasó, a mediados de la segunda década del siglo pasado, a ser ejecutado por orquestas más numerosas que incluían otro fuelle y otro violín con el agregado del contrabajo -en lugar de la flauta- para remarcar el ritmo, ya que el éxito del tango se asentaba principalmente en el baile. Con estos instrumentos se conformaron los primeros sextetos típicos que durante mucho tiempo se encargaron de hacer del tango la música predilecta ya no sólo de las clases más bajas sino también, con su llegada a los cabarets del centro, de los sectores sociales más adinerados.
En simultáneo, también el tango progresaba y, desde los primitivos conjuntos conformados por bandoneón, piano, flauta y violín que animaban las noches de los prostíbulos de los suburbios en el sur de la ciudad pasó, a mediados de la segunda década del siglo pasado, a ser ejecutado por orquestas más numerosas que incluían otro fuelle y otro violín con el agregado del contrabajo -en lugar de la flauta- para remarcar el ritmo, ya que el éxito del tango se asentaba principalmente en el baile. Con estos instrumentos se conformaron los primeros sextetos típicos que durante mucho tiempo se encargaron de hacer del tango la música predilecta ya no sólo de las clases más bajas sino también, con su llegada a los cabarets del centro, de los sectores sociales más adinerados.
Más tarde se incorporaron los cantores y el lunfardo, el lenguaje utilizado para agregarle palabras a la música que provenía de los ambientes ligados a la delincuencia y los burdeles. Este idioma fue adoptado primero por las clases altas que se jactaban de bailar el tango y luego por las clases medias, cuyo arraigado afán de imitación, las llevaba a copiar muchos gestos y códigos que nunca hubiesen adoptado por sí mismas. Después vendrían otras modificaciones que acompañarían la evolución de los acontecimientos sociales del país, pero el bandoneón permanecería incólume, como el símbolo más acabado del tango, hasta la actualidad.
Tal es su importancia que, cuando Aníbal Troilo (1914-1975) -tal vez el más grande de los bandoneonistas argentinos- legó el suyo a Astor Piazzolla (1921-1992), a quien consideraba su amigo del alma pero era muy resistido por la vieja camada de intérpretes por sus modernas innovaciones compositivas, generó tanto revuelo como cuando el general José de San Martín (1778-1850) en su testamento legó su sable corvo al citado brigadier Rosas “por la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que pretendían humillarla”. En fin, eso es tema para otra historia.