Finalizada la Segunda Guerra Mundial y como premonitorio antecedente del Plan Marshall, en 1946 Estados Unidos y Francia firmaron un acuerdo comercial en Washington, por el cual esta se obligaba, entre otras cosas, a eliminar el proteccionismo frente al cine norteamericano. Como consecuencia, a Francia no le quedaba más remedio que competir contra una futura invasión de películas, y para ello trató de producir un cine de calidad apoyado en el prestigio de sus directores consagrados (Clément, Renoir, Carné, Clair). Sin embargo, esta empresa padeció de un esclerótico academicismo, que se reflejó en filmes desleídos y reblandecidos.
A raíz de esto, un grupo de intelectuales formados a la sombra del crítico André Bazin, se aglomeró en torno de la revista "Cahiers du Cinema" fundada en 1951, y arremetió a sangre y fuego contra este cine que presumía ser realismo psicológico, cuando, a decir del por ese entonces ignoto Truffaut, en realidad no era ni realismo ni era psicológico. Se le criticaba el exceso de literatura en desmedro del poder expresivo de la imagen pura, lo que lo convertía en un cine más de guionista que de director. Cuando por fin la pléyade vanguardista de "Cahiers du Cinema" cambió la pluma por la cámara, el movimiento levantisco plasmó en el celuloide lo que se conoció con el nombre de nouvelle vague (nueva ola), rótulo que englobaba diversos géneros, pero que anunciaba la intención de anteponer a toda costa la libertad creadora del realizador por sobre cualquier exigencia comercial. El resultado fue un típico "cine de autor" donde el argumento era lo de menos, con producciones modestas que contrastaban con los costosos filmes que incluían estrellas de moda. Esto, más un inusual tratamiento de las formas, causó que se lo viera como un insolente objetor de las normas establecidas.
Truffaut, Chabrol, Resnais, Malle, integraban la nueva ola. Pero será Jean Luc Godard, nacido en 1930, quien con su "Sin aliento" (1959) marque las pautas ideológicas y estéticas de la escuela. Esta película, que contradice las leyes del lenguaje cinematográfico convencional, derrumba la noción de encuadre gracias al permanente deambular de la cámara, quiebra la continuidad del montaje y logra una atmósfera de inestabilidad y angustia que condice con el título. Hay improvisación, una ostensible escasez de pulimento, la sensación de que existen escenas que sobran o que pudieron ser sustituidas por otras, diálogos que parecen truncos. Es un verdadero canto a la anarquía, una manifiesta voluntad de desobediencia a los cánones tradicionales, un afán de libertad y espontaneidad expresivas. Agresivo, irreverente, Godard se irá transformando en el miembro más discutido del grupo. En 1960 filma "El soldadito", que estaría prohibida en Francia hasta 1963 por abordar el tema de la guerra de Argelia. Enseguida rueda "Una mujer es una mujer" (1961) y "Vivir su vida" (1962) que lanzan a Anna Karina como estrella, y "Los carabineros" (1963), en las cuales, embelesado por la mera imagen, casi pasa por alto la necesidad de contar alguna historia.De nuevo se nota un distanciamiento de las armonías y equilibrios que otros realizadores creen imprescindibles. Sin embargo en este mismo año, ya con los lauros de un cotizado director, entra en las manipulaciones de la gran industria, y adaptando una novela de Moravia, filma "El desprecio" con la actuación de la rutilante Brigitte Bardot. Pero es un lapsus momentáneo: en 1964 realiza “Una mujer casada”, de nuevo con la vena caótica con que había encarado sus primeras obras. Godard dirá que sus películas son más bien fragmentos de películas. Y así vendrán "Alphaville" y "Pierrot el loco", de 1965, una rebelión ingenua contra la tecnología, la primera, y una aventura inconexa con incorporación de arte pop e historietas gráficas, la segunda. El riesgo de seguir haciendo cine de esta clase era que el mismo se redujera a formas sin contenido. Pero Godard da un golpe de timón y comienza a orientarse hacia filmes que contengan implícitas (o abiertamente explícitas) formulaciones revolucionarias. De ahí productos como "Masculino-femenino" (1966), "La china" (1967) y "Fin de semana" (1967). El Mayo Francés está cercano, y cuando estalle, él, admirador de Mao, será un convencido y entusiasta participante.Después de la fracasada revuelta filma "Uno más uno" con los Rolling Stones, y "Viento del Este", con un argumento maquinado por Cohn Bendit, cabecilla de la insurrección de 1968. Es como si Godard estuviera inventando a cada minuto. Para los cinéfilos es el niño mimado al que se le deja romper cuanto desee. Cínico y narcisista, entierra todo lo que considera viejo y alumbra ideas inéditas. Pero de golpe se detiene. Entonces, valgan unas palabras. La vastedad, pero fundamentalmente, la irregularidad de su obra tornan, casi imposible un resumen valorativo. En cambio se puede poner de relieve su provocación estética como rebeldía ideológica frente a un sistema que él quería derribar. A fin de cuentas, sus películas son sucesiones de momentos arbitrarios que destruyen la coherencia narrativa tradicional, que es precisamente la forma del relato que se identifica con el sistema por él aborrecido. Si con esto ha pretendido ser revolucionario, no lo ha logrado. Su embate contra lo establecido fue aceptado, asimilado y aplaudido aun por los estamentos que él intentó atacar. Pero Godard se dio cuenta de ello: con películas no se hacen revoluciones. Por eso en los setentas abandona el cine por el vídeo, y cuando lo retoma en 1979 con "Sálvese quien pueda", su producción se encamina por rumbos menos revolucionarios pero igualmente provocativos. En esta línea están "Pasión" y "Yo te saludo María" de 1982, "Carmen" (1983), "Detective" (1985) y "Nueva ola" (1990).Lo que no puede negarse es su condición de cronista y testigo lúcido de la civilización occidental, cuya crisis, con o sin películas revulsivas, no se detiene pese a las distintas máscaras, denominaciones y justificaciones filosóficas que tratan de ocultarla. El cine de Godard perdura. Pero vivimos tiempos postmodernos: hoy apenas es revisado por minúsculos círculos que añoran las horas en que todavía se esperaba un verdadero cambio social.