30 de julio de 2007

Louis Buñuel y el surrealismo

El surrealismo es descendiente directo del dadaísmo, dirección deliberadamente antiestética e iconoclasta de la literatura y el arte pergeñada por creadores que, huyendo de sus países por los horrores de la Primera Guerra Mundial, emigraron a Suiza hacia 1915. De esta matriz emocional, con idéntico espíritu, con los mismos sentimientos de angustia e impotencia ante el mundo real, el surrealismo surge en Francia tras un célebre manifiesto de 1924 de André Breton, y plasma sus obras haciendo hincapié en el automatismo psíquico y las motivaciones irracionales del inconsciente, elementos que encuentran su fundamento en las teorías de Freud según las cuales el arte no es otra cosa que una de las maneras de sublimación de la libido. De ahí la profusión de figuras con pesadillas, alucinaciones, truculencias, estados patológicos, que expresan las poesías y pinturas surrealistas que inundan a Europa a partir del segundo lustro de la década del 20. De modo que no fue de extrañar que pronto la moda surrealista se contagiara al cine, porque, como explicaría Buñuel más tarde, es el mecanismo que mejor imita el funcionamiento de la mente en estado de sueño, que es la forma más pura del automatismo psíquico, la creación una vez desconectadas las directrices de la voluntad.
Fue Germaine Dulac la encargada de inaugurar el surrealismo en el cine en 1927 con “La coquille et le clergyman”, película basada en un texto de Antonin Artaud, con la cual la directora iniciaba una serie de filmes que se caracterizaban por ser desdeñosos con las tramas, hallarse atrapados en una hipertrofia formalista e incorporar recursos novedosos tales como el montaje acelerado, las sobreimpresiones, las imágenes desvanecidas, recursos que serían asimilados por toda una tradición cinematográfica posterior que potenciaría Godard. Sim embargo, va a ser el español Luis Buñuel el astro de la constelación surrealista.
Nacido en Calanda (Teruel) en 1900, en el seno de una familia de terratenientes, estudió con los jesuitas de Zaragoza y allí aprendió a recelar de la religión. Más adelante se trasladó a la Residencia de Estudiantes de Madrid, lugar en el que conoció a García Lorca. Abandonó sus estudios para ingeniero agrónomo seguidos por imposición de su padre, e ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid. No obstante, en 1925 fue a París, donde su absorbente interés por el cine hizo eclosión al tomar contacto con la obra de Fritz Lang, paradigma de la escuela expresionista. Es así como desde 1926 empieza a participar en algunos trabajos fílmicos como asistente de dirección de cineastas en boga.
Como consecuencia casi lógica, en 1928 dirige “Un perro andaluz”, cortometraje producido en conjunto con Salvador Dalí. La presentación en público causó sensación por las imágenes: después de que una navaja secciona un ojo de mujer en primer plano, el espectador es abrumado hasta el sobresalto por un torrente de escenas oníricas que rayan en lo escatológico. Pero si este filme había resultado un suceso, el largometraje “La edad de oro” (1930) lo fue aún más. Buñuel desata un ataque frontal a lo que se acostumbra a denominar el orden establecido, al extremo de que al poco tiempo del estreno, en represalia, un grupo lanzó en plena proyección bombas de humo en la sala y tinta contra la pantalla, interrumpiendo la función que acabó en una batalla campal. El filme fue prohibido y sus copias confiscadas.
En 1932, vuelto a España, Buñuel rueda el documental “Tierra sin pan”, que también será vedado por sus contenidos estremecedores. En 1935 filma dos películas menores: “Don Quintín el amargao” y “La hija de Juan Simón”, ésta en colaboración con otros directores. De 1936 es “¡Centinela alerta!”, dirigida conjuntamente con Jean Gremillon, ambos bajo seudónimo. Pero lo envuelve la Guerra Civil, y puesto a las miras del franquismo, parte de España para radicarse en Estados Unidos, donde se ocupa de proyectos cinematográficos intrascendentes, algunos truncos a última hora.
Después va a México donde rueda “Gran Casino” (1946) con Libertad Lamarque y “El gran calavera” (1949). Empero es con “Los olvidados” (1950) que Buñuel reaparece en toda su plenitud, al pintar en forma desgarradora las dificultades de una infancia marginada que aflora en las grandes urbes. A pesar de ser una exposición realista del medio que se ha propuesto explorar, no faltan toques netamente surrealistas. Enseguida viene “Susana”, del mismo año, y son de 1951 “La hija del engaño”, “Cuando los hijos nos juzgan” y “Subida al cielo”, ésta reconocida en Cannes con el premio al mejor filme de vanguardia. “El bruto”, “Las aventuras de Robinson Crusoe” y “El” son de 1952, “Abismos de pasión” y “La ilusión viaja en tranvía” de 1953, “El río y la muerte” de 1954 y “Ensayo de un crimen” de 1955, una aguda parodia al tratamiento que Hollywood les da a los temas psicoanalíticos.
Semejante continuidad le significa renombre, y en este año logra un contrato para trabajar en Francia. Así rueda “Así es la aurora” (1955) y “La muerte en este jardín” (1956). Sin embargo, son producciones que se hallan en un nivel inferior a las de su etapa anterior. Su maratón continúa con “Nazarín” (1958), otra vez en México, película que consigue varios lauros, Cannes inclusive, “Los ambiciosos” (1959), coproducción franco-mexicana, “La joven” (1960), con actores norteamericanos y “Viridiana” (1961), ganadora de la Palma de Oro del mencionado festival. Hay una permanente exasperación antirreligiosa, que se irá incrementando más adelante, que lo lleva a inducir la inutilidad de la fe -en “Nazarín”- y de la caridad -en “Viridiana”-.
Acuñador de la frase “Soy ateo, gracias a Dios”, acomete cada vez más fuerte contra la moral burguesa, y quizás sea en “El ángel exterminador” (1962) donde llega al apogeo de su mensaje corrosivo: una reunión amigable de personas de la buena sociedad, occidental y cristiana, resulta estragada al quedarse los concurrentes encerrados accidentalmente en una lujosa casa, hasta terminar destrozándose los unos a los otros retornando a la más primigenia condición animal. Pero Buñuel no se estanca acá. Su carrera prosigue con “Diario de una camarera” (1963), “Simón del desierto” (1965), “Bella de día” (1967), “La vía láctea” (1968), “Tristana” (1969) y “El discreto encanto de la burguesía” (1972), memorables en su mayoría. Sus últimas películas son “El fantasma de la libertad” (1974) y “Ese obscuro objeto del deseo” (1977). Buñuel falleció en 1983.
El surrealismo de la primera hora se fue diluyendo en el curso de su obra restante -aunque rebrotó esporádicamente- pero su poética siempre fue original, y más allá de las objeciones que quieran hacérsele sobre su condición de “crítico social de panza llena”, fue un titán cuya entidad artística no se puede poner en duda. A menos que uno sea postmoderno y le parezca que gordura es lo mismo que hinchazón o que “El gran hermano” televisivo es el sucedáneo de “El ángel exterminador”.