4 de noviembre de 2009

Entremeses literarios (LXXIX)

OH QUEPIS, QUEPIS, QUE MAL ME HICISTE
Mario Benedetti
Uruguay (1920-2009)

I. El obrero le dijo al militar progresista: "Buenas intenciones tal vez, pero serás mandón hasta la muerte". El militar progresista le dijo al blanco nacionalista: "¿Querés que te sea franco? Tu reforma agraria cabe en una maceta". El blanco nacionalista le dijo al batllista: "Lo que pasa es que ustedes siempre se olvidan de la gente del Interior". El batllista le dijo al demócrata cristiano: "Yo escribo dios con minúscula, ¿y qué?". El demócrata cristiano le dijo al socialista: "Comprendo que seas ateo, pero jamás te perdonaré que no creas en la propiedad privada". El socialista le dijo al anarco: "¿No se te ocurrió pensar por qué ustedes no han ganado nunca una revolución?". El anarco le dijo al trosco: "Son un grupúsculo de morondanga". El trosco le dijo al foquista: "Estás condenado a la derrota porque te desvinculaste de las masas". El foquista le dijo al bolche: "También ustedes tuvieron delatores". El bolche le dijo al prochino: "Nosotros nos apoyamos en la clase obrera: ¿también en esto nos van a llevar la contra?". Y así sucesivamente. "Apunten, ¡fuego!", dijo el gorila acomodándose el quepis, y un camión recogió los cadáveres.
II. El batllista le dijo al blanco nacionalista: "Y bueno, hay que reconocer que ustedes han tenido a veces una actitud antimperialista que nos faltó a nosotros". El blanco nacionalista le dijo al socialista: "Quizá a mí me falta tu obsesión por la justicia social". El socialista le dijo al demócrata cristiano: "Yo creo que nuestras discrepancias acerca del cielo no tienen por qué entorpecer nuestras coincidencias sobre el suelo". El demócrata cristiano le dijo al anarco: "¿Sabes qué rescato yo de tus tradiciones? Ese metejón que tienen ustedes por la libertad". El anarco le dijo al prochino: "Pensándolo mejor, no está mal que se abran las cien flores". El prochino le dijo al bolche: "¿Qué te parece si hacemos una excepción y coincidimos en eso de la justicia social?". El bolche le dijo al trosco: "Ojalá fuera cierto lo de la revolución permanente". El trosco le dijo al foquista: "¡Ustedes por lo menos se arriesgan, carajo!". El foquista le dijo al militar progresista: "No creo que ustedes, como institución, vayan alguna vez a estar del lado del pueblo. Pero puedo creer en vos como individuo". El militar progresista le dijo al obrero: "Cuando suene aquello de Trabajadores del Mundo uníos, ¿me hacés un lugarcito?". Y así sucesivamente. "Apunten", dijo el gorila acomodándose el quepis. Entonces los soldados le apuntaron a él. Por las dudas no gritó:
"¡Fuego!". Se quitó el quepis, lo arrojó a la alcantarilla, y algo desconcertado se retiró a sus cuarteles de invierno.



POR SU BIEN
Jordi Cebrián

España (1964)

Mi vecino trataba tan mal a su mujer e hijos, que decidí entrar en su casa para molerlo a palos. Sus hijos intentaban defenderle y su mujer, llorando, me gritaba que dejara en paz a su marido, que arreglarían solos sus problemas. Tanto escándalo montaban que tuve que encerrarles en habitaciones separadas. Até al marido a una silla y, tras hacerle pagar sus malos tratos, lo tiré por la ventana. Me quedaré algunos días en su piso, hasta que la mujer y los niños se den cuenta del bien que les he hecho y de que están mejor que antes.


UN ASESINATO JUSTIFICADO
Ricardo Palma
Perú (1833-1919)

Alcalde de corte en 1572 era el licenciado don Gonzalo de V. Una mañana encaminóse a la cárcel de la Pescadería para despachar, con destino al presidio de Chagres, trece condenados a expiar allí su delitos durante ocho años. Habíase permitido a los deudos de esos infelices que para despedirse de ellos penetrasen en el patio de la cárcel, y son para imaginadas más que para descriptas las dolorosas escenas que allí se realizaron. Despidiéndose de uno de los reos, sentenciado por ladrón y asesino, hallábase su hermana, una bellísima mulata, la que se arrojó a los pies de don Gonzalo pidiéndole la libertad del pez. El demonio de la lujuria mordió los sentidos del licenciado, y a trueque de los apetitosos favores de la muchacha convino en sacrificar sus deberes de juez y su conciencia de hombre. Pero presentábase una pequeña dificultad. Siendo trece los condenados, había que arbitrar la manera de no cambiar el fatal número. El señor de V. mandó poner preso al primer pobre diablo que pasara por la calle, y haciéndose sordo a sus protestas lo envió, poco después de las oraciones, al Callao en trabilla con los doce picaros. El buque que debía transportarlos al presidio zarpó aquella noche. El substituto del hermano de la que, por su belleza, pasar podía por tentación encarnada, era un honradísimo leñador que dejaba mujer e hijos, ignorantes del cruel destino que le había cabido. Ocho años pasó el infeliz en Chagres devorando en silencio su amargura, pero acariciando un pensamiento de legítima venganza. En 1767 ocubaba ya don Gonzalo plaza de oidor en la Real Audiencia de Lima; y una tarde en que regresaba de su cotidiano paseo por la Alameda, al pasar bajo el arca del Puente arrojóse sobre él un hombre, y clavándole un puñal en el pecho, le dijo:
- Yo soy Tomás el leñador, a quien tuvo su señoría ocho años en el presidio.
Y empapándose las manos (dice el proceso que extractamos) en la sangre caliente que a borbotones salía de la herida, y bañándose con ella la cabeza, exclamó con una espantosa carcajada:
- ¡Ya me lavé las canas que me salieron en el presidio de Chagres!
Preso en el acto, Tomás fue sentenciado a horca, cortándole antes el verdugo la mano derecha. Y habríase cumplido la terrible sentencia a no existir en la escolta del virrey Amat un soldado, hijo del leñador, quien puso en antecedentes a su excelencia. A pesar del empeño de los oidores por vengar la muerte de su compañero, el justificado Amat envió la causa a España, y en 1769 volvió ésta con el real y definitivo fallo. Su majestad declaraba que el oidor V. había sido muerto en buena ley y que de sus bienes se pagara a Tomás, durante su vida, una pensión de diez pesos fuertes al mes.



DE LA LITERATURA NIPONA
Roberto Fontanarrosa
Argentina (1944-2007)

Tsé-Hu-Tchen, mandarín de Kiusiu, se hallaba reposando en los jardines de su palacio. De repente, apareció un caballo y le mordió una rodilla. Min-Tsú, esposa de Tsé-Hu-Tchen, acudió presurosa, dispuesta a espantar al corcel con una palmeta.
- Déjalo. Déjalo -le dijo Tsé-Hu-Tchen.

Poco después el animal se marchó tan sigiloso como había llegado.
- Debiste haberme permitido que lo asustase -reprochó Min-Tsú a su marido.
- Bien sabes -dijo entonces Tsé-Hu-Tchen- que ese caballo puede ser la reencarnación de nuestro amado hijo Ho-Knien-Tsí, muerto en el combate naval de Ngen-Lasha.
- ¡Sigue, sigue! -se quejó la mujer- ¡Sigue malcriándolo!



ARBOLES AL PIE DE LA CAMA
Angel Olgoso
España (1961)

Volvía del trabajo, al anochecer, cansado, casi enfebrecido, cuando se me ocurrió que me gustaría ser un animalillo silvestre, que sabría administrar esa vida simple, limpia de la confusión y el alboroto de las preocupaciones, que podría acomodar con facilidad mi conciencia a ese estado ideal. Como una bendición, alguien, lejos de escamotear mi deseo, me dio la forma de una criatura peluda y diminuta y me soltó en el bosque. Era, como vi después, una vida descorazonadora: no sentía interés por otra cosa que no fuera acarrear alimentos, avariciosa e infatigablemente, hasta mi agujero al pie del tronco de un árbol podrido; los límites de cada territorio desencadenaban continuos litigios entre los habitantes de la fronda; las voces de los pájaros me ensordecían; los parásitos habían invadido mi pelambre; los apareamientos resultaban tan gravosos como los espulgos; y mis ojos revolaban de pánico en sus órbitas cada vez que presentía a los rapaces. Aquel desconsuelo, por fortuna, no duró demasiado. Un día se acercó con sigilo un trozo de oscuridad y, aunque husmeé su hedor a distancia y oí luego las pisadas y los furiosos ladridos, apenas tuve tiempo de entrever sus dientes cerrándose sobre mí.


ROPA USADA
Pía Barros

Chile (1956)

Un hombre entra a la tienda. La chaqueta de cuero, gastada, sucia, atrapa su mirada de inmediato. La dependienta musita un precio ridículo, como si quisiera regalársela. Sólo porque tiene un orificio justo en el corazón. Sólo porque tras el cuero, el chiporro blanco tiene una mancha rojiza que ningún detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la calle. A pocos pasos, unos enmascarados disparan desde un callejón. Una bala hace un giro en ciento ochenta grados de su destino original. Se diría que la bala tiene memoria. Se desvía y avanza, gozosa, hasta la chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El hombre congela la sonrisa ante el impacto. La dependienta, corre a desvestirlo y a colgar nuevamente la chaqueta en el perchero. Lima sus uñas distraída, aguardando.


CERTEZAS Y ESPEJISMOS
Diego Hurtado

Argentina (1961)

Un adolescente de perfil está inmóvil bajo el sol irreal. Entonces, una mujer sale de la casa más bien precaria y descubre a su hijo, siempre de perfil, contemplando absorto, bajo la luz sorda y caliente, un animal. Un animal sagrado. Hace ya dos días que se instaló en el espacio que hay detrás de su casa, a varios kilómetros de polvo de alguna ciudad. Y devora sus plantas, pisotea sus flores. Sentado en el mismo banco de madera que usaba su padre, su hijo mira a la bestia. Mientras la bestia mira el vacío, su hijo tiende hacia la bestia un hilo frágil de voluntad. Algo que podría llamarse curiosidad si no fuera tan débil e inexpresivo. El sol blanco enturbia el pelo negro de su hijo, hace más viejas sus sandalias viejas, llena su camisa con luz y calor. Su hijo mira absorto al animal que mira el vacío, o tal vez algo invisible y enorme e inefable. Y ella lo mira a él, lo descubre en su cavilación ausente, en su tensión volátil, apenas más intensa que la somnolencia por un matiz de incertidumbre o de curiosidad. Sin resignación aún, comprende el espesor mínimo de la existencia de su hijo, de esa hebra querida sentada en el filo de un abismo de luz. Por contigüidad, por asociación de formas, también descubre la precariedad del animal, su morfología grosera y monstruosa, la mortal confusión de aquellos ojos que miran el vacío; descubre la esterilidad y la desesperación que habitan en todo ser vivo, aunque con exacerbado patetismo y horror en la bestia. Entonces, por un instante, los fragmentos se articulan y revelan la divinidad en su inabarcable inmensidad y, contenido en ella, la ostentosa perversión del poder que es su esencia. Así, con la certeza que dan los ojos y la luz, concibe, ella cree ver que la bestia está llevándose el alma de su hijo. Es cierto que no lo ve como se ven las propias manos, pero adivina que el alma de su hijo está siendo devorada por la roca apenas viva que, sin embargo, es una divinidad o una porción de ella. El instinto la empuja a dar dos pasos hacia la mole indiferente. Pero su propio movimiento desgarra toda certeza. Todo equilibrio es espejismo. La visión se disipa. Piensa en el lento alejamiento de su hijo, que algunos llaman enfermedad mental, piensa que el mal que trae el viento se lo está arrebatando, piensa en los curanderos, en los que emplean frases del Corán y en aquellos que acuden a los fetiches de los templos del bosque. A todos ha vencido la enfermedad de su hijo. Aspira el aire dulce y caliente de la meseta, gira sobre sus pasos, entra en la casa y enciende el fuego para calentar un poco de agua.


¿VIVIR?
Mario Halley Mora

Paraguay (1926-2003)

Carlos murió a los setentiséis años. A los veinte había entrado a trabajar de dependiente en un gran almacén, y se jubiló a los cincuenta. Joven aún, volvió a emplearse en otro almacén, y se jubiló a los setenticinco, muriendo un año después, casi sin gozar de su doble jubilación. Por su parte, Raúl murió a los treintidos años. A los quince se había fugado de su hogar y viajó como ayudante de cocinero en un barco de ultramar. Fue mozo en París, músico en Atenas, soldado en Africa, croupier en Montecarlo y gondolero en Venecia. Cuando tenía treintidos años, lo mató un marinero celoso. Carlos vivió mucho, pero vivió poco. Raúl vivió poco, pero vivió mucho.


EL GRAN MAGO Y LOS PEQUEÑOS MAGOS
Javier Villafañe

Argentina (1909-1996)

El Gran Mago huía perseguido por pequeños magos. A un lado estaban las montañas; al otro lado, el mar. El Gran Mago trazó una raya en la arena para detener a los pequeños magos que lo perseguían. Y cuando los pequeños magos llegaron a la raya que el Gran Mago había trazado en la arena, se detuvieron. No podían pasar. Entonces los pequeños magos hicieron caballos de arena para que saltaran la raya y poder alcanzar al Gran Mago. Los pequeños magos montaron los caballos y los caballos dieron media vuelta, galoparon y entraron en el mar. Se transformaron los caballos, volvieron a ser arena y se ahogaron los pequeños magos. El Gran Mago hizo un caballo de arena. Un hermoso caballo. Lo montó y regresó mirando las montañas y el mar. Cuando el Gran Mago se apeó del caballo, el caballo le preguntó:
- ¿Volveré a ser arena?
- No -respondió el Gran Mago.
Y el caballo sintió hambre y sed. Después se quedó dormido, parado sobre sus cuatro patas.



REMINISCENCIAS
Daniel Dessein

Argentina (1973)

Caminando por la calle vi pasar a una mujer con un cuaderno bajo el brazo, que me recordó a uno que tenía yo de niño, en el que atesoraba dibujos en los que intentaba atrapar mis sueños; donde una tarde tracé las líneas del rostro de una chica que soñé. Soñé amarla y la amé soñando, con la intensidad de quien no distingue la realidad de su imaginación. Nunca pensé, que ese cuaderno que un día perdí, habría de encontrarlo, años después, caminando por la calle, bajo el brazo de la dueña de ese soñado rostro.