Maximilien de Robespierre (1758-1794), abogado y político de la Revolución Francesa, fue un defensor de las ideas liberales y democráticas más avanzadas de su época. Integro, virtuoso y austero -por lo que fue llamado el "Incorruptible"- fue, no obstante, una de las figuras políticas más calumniadas de la historia, en particular en Francia. Para la historiadora Florence Gauthier, su objetivo no fue otro que pensar y poner en práctica una democracia económica, social y política a escala mundial. Inventar, pues, una democracia partiendo de los tres problemas principales que en aquel momento había planteados: la cuestión de los campesinos quienes, por entonces, representaban más del 85% de la población y luchaban para liberarse del régimen feudal pero también contra el capitalismo agrario, con el fin de promover una agricultura que diese respuesta a las necesidades de la sociedad; la cuestión de los artesanos y los trabajadores asalariados, que se hallaban enfrentados al capital comercial y a las nuevas formas de un capitalismo que manejaba las riendas del comercio; y la cuestión de las relaciones con otros pueblos, empezando por los vecinos europeos, potencias en disputa, pero también con las colonias esclavistas y segregacionistas heredadas del antiguo régimen en América. Dijo Robespierre en "La théorie du gouvernement révolutionnaire" (La teoría del gobierno revolucionario): "¿Qué nos importan a nosotros las combinaciones que balancean la autoridad de los tiranos? Lo que hay que hacer, precisamente, es extirpar la tiranía. Es por esta misma razón que yo ya no soy partidario de una institución del tribunado. La historia me ha enseñado a no respetarla. Yo no confío en la defensa de una causa tan grande a hombres débiles o corruptibles. No hay más que un tribuno del pueblo al cual yo pueda tener confianza, y ese tribuno es el pueblo mismo. Es, en cada sección de la República francesa, que yo deposito la capacidad tribunicia. Y es fácil organizarla de una manera que esté, a la vez, alejada de las tempestades de la democracia absoluta y de la pérfida tranquilidad del despotismo representativo". Y, en otro párrafo, agregó: "La teoría del gobierno revolucionario es tan nueva como la revolución que la ha traído. No hay que buscarla en los libros de los escritores políticos, que no han visto en absoluto esta Revolución, ni en las leyes de los tiranos que contentos con abusar de su poder, se ocupan poco de buscar la legitimidad; esta palabra no es para la aristocracia más que un asunto de terror; para los tiranos, un escándalo; para mucha gente un enigma. El principio del gobierno constitucional es conservar la República; la del gobierno revolucionario es fundarla. El gobierno constitucional se ocupa principalmente de la libertad civil; y el gobierno revolucionario de la libertad pública. Bajo el régimen constitucional es suficiente con proteger a los individuos de los abusos del poder público; bajo el régimen revolucionario, el propio poder público está obligado a defenderse contra todas las facciones que le ataquen. El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional; a los enemigos del pueblo no les debe sino la muerte". A continuación, se reproduce la segunda y última parte de la brillante entrevista que realizara Joan Tafalla a Florence Gauthier, una de las editoras de las obras completas de Robespierre y, en gran medida, responsable de la actual renovación de la historiografía de la Revolución Francesa.Siguiendo la estela de Rousseau y de Montesquieu, la Montaña (partido radical del que formaban parte, entre otros, Robespierre, Danton y Marat) defendía el derecho humano a la existencia como un derecho básico e inalienable. Para hacer realidad este derecho, era preciso limitar el derecho de propiedad, como propuso Robespierre, en el debate sobre la Constitución de 1793. Esto supone que existen unos derechos humanos que son prioritarios y otros, que lo son menos. Supone la reciprocidad de los derechos...
Lo que es prioritario es la reciprocidad del derecho: si tengo un derecho, todos los demás lo tienen también. De entrada, esta prioridad impone justamente límites al ejercicio de los derechos y de los poderes. En nuestras sociedades dominadas por una economía de tipo capitalista, los economistas llamados clásicos y los políticos corrompidos quieren imponer la idea que "la instancia económica" sería "independiente" de todo control social, político o filosófico. En la filosofía del derecho natural moderno, la independencia de una instancia está considerada como despótica y debe ser reintegrada en una política que vendrá a imponerle límites. Es lo que propusieron Robespierre y la Montaña. El poder económico había reivindicado su independencia de todo control político, con el fin de poder mantener la esclavitud en las colonias, someter los mercados públicos de las subsistencias al poder de los negociantes que organizaban un mercado privado (secreto o privatizado justamente) y reclamaba la ley marcial para llevar a cabo las resistencias. Robespierre propuso imponer un control político y moral al poder económico para respetar los principios de los derechos de hombre y del ciudadano. Concretamente, esto significa que el poder político hará leyes para forzar al poder económico a respetar los límites decididos. De esa manera, fueron abolidas la feudalidad y la esclavitud. Los desastres de la libertad ilimitada del comercio de las subsistencias fueron combatidos por una legislación que imponía un equilibrio entre salarios, precios y beneficios. Fue la política del "maximum" (política de precios y salarios máximos) la que impuso estos límites y esta política fue puesta en práctica por lo que se llamó en la época el "gobierno revolucionario" de la Montaña.
Los defensores actuales de la Renta Básica miran a veces hacia Thomas Paine para encontrar una inspiración, pero posiblemente deberían también mirar hacia Robespierre.
Sí, por supuesto. Pero Paine y Robespierre, o la Montaña, tenían la misma concepción de este derecho a la existencia. La historiografía girondina consiguió apropiarse de Paine mediante un número de prestidigitación que no debería resistir mucho tiempo al análisis. Paine está considerado en Inglaterra como uno de los padres del movimiento obrero, por haber propuesto un notable programa de derechos sociales en su libro "Rights of man" (Los derechos del hombre) de 1791-1792. En cambio, en Francia se le confunde con la Gironda, partido "liberal-económico", colonialista, esclavista, conquistador y responsable del inicio de una guerra de conquista en Europa tan desastrosa como ridícula. Pero cuando Paine fue elegido diputado a la Convención en Francia, en septiembre de 1792, no hablaba una palabra de francés y fue cortejado por algunos diputados o allegados de la Gironda que hablaban inglés. Paine acabó siendo tributario de sus traductores. Sin embargo, la claridad se impuso -y pienso que también lo hará pronto entre nosotros- cuando el 9 termidor del año II, la caída de la Montaña por un golpe de Estado parlamentario mostró la realidad a Paine. El debate sobre la nueva constitución de 1795 abrió los ojos de Paine, que denunció el proyecto de supresión de la declaración de los derechos naturales del hombre y del ciudadano. Tomó partido por este derecho natural y entonces fue atacado por el ala derecha que lo comparaba a… ¡Robespierre! En Inglaterra, fue Malthus quien denunció a Paine, el derecho a la existencia y la filosofía del derecho natural moderno.
El capitalismo proponía (tanto en el siglo XVIII, como hoy) la libertad total de mercado, y sometía al pueblo a una guerra permanente por las subsistencias. Contra este atropello se levantaban las viejas costumbres, las tradiciones morales y colectivistas que afirmaban que la sociedad tenía la obligación de respetar el derecho a la existencia. Robespierre denominó a esta visión popular "economía política popular", retomando la visión de Rousseau. ¿Cuáles eran los principios básicos de esta "economía política popular"?
Economía política popular... la expresión es notable. En Robespierre, esta expresión se contrapone a lo que llama "economía política tiránica". Ello hace referencia a los numerosos debates que se abrieron en el siglo XVIII ante la ofensiva de los economistas, que intentaban apoderarse del sector del comercio de las subsistencias, que habían comprendido que podía ser más jugoso que el de los productos de lujo. Montesquieu ya había abierto una reflexión crítica; luego, cuando se produjeron las experiencias de "libertad ilimitada" del comercio de los granos en 1764 y en 1775, los debates habían proseguido con gran vigor. Rousseau ya había esbozado, de modo tan genial como de costumbre, pero sin profundizarla, esta oposición entre dos tipos de economía política. Gabriel Bonnot de Mably y otros habían ido mucho más lejos en la crítica de la economía política de esta época y Robespierre formuló la cosa de modo nítido y preciso. La economía política popular se basa en impedir que el ejercicio del poder económico sea independiente de leyes que le imponen límites. Robespierre pone el énfasis en el papel esencial de la democracia. El papel de los ciudadanos es, en efecto, participar en la elaboración de la ley y controlar su aplicación. Para Robespierre, la economía política popular significa que el poder económico debe ser reglamentado por la política y la política es la propiedad común del pueblo, de los ciudadanos, que realmente ejercen el poder. Esta cuestión concierne pues al mismo funcionamiento de la democracia.
Durante el año II (1793-94), esta economía política popular llegó al gobierno y trató de defender las aspiraciones igualitarias de las masas campesinas y obreras. ¿Cuáles fueron las medidas sociales que adoptó el gobierno revolucionario? ¿Constituían una vía alternativa al desarrollo capitalista?
¡Naturalmente! La Revolución, en Francia, fue un movimiento profundamente anticapitalista, en todos los planos. Destruyendo realmente el régimen feudal, no solamente frenó un movimiento de concentración de la propiedad de la tierra en las manos de una clase de rentistas, sino que también realizó una reforma agraria redistribuyendo la mitad de las tierras de cultivo, gratuitamente, a los campesinos que las explotaban, ya fuesen ricos o pobres. También reconoció los bienes comunales como propiedad colectiva de los municipios, que en Francia aún lo son. En el fondo, la Revolución Francesa fue realmente una revolución campesina. Además abolió la esclavitud en las colonias y ayudó a la crítica radical del colonialismo: cuando la Declaración de los Derechos de Hombre y del Ciudadano penetró por primera vez en suelo americano en 1793, se produjo una apertura extraordinaria que permitió realizar la primera independencia negra de este continente. Contribuyó, en fin, a elaborar un programa de sociedad democrática, fundando el derecho a la existencia, oponiéndose a todas las formas capitalistas: la reforma agraria frenó el éxodo rural en Francia durante más de cincuenta años, pero también contribuyó a frenar la concentración de la gran explotación agrícola capitalista. En Francia, el comercio de los granos nunca ha sido abandonado a los comerciantes y el precio del pan ha sido "tasado" hasta muy avanzado el siglo XX. Por eso la interpretación marxista que quiso transformar la Revolución Francesa en una revolución burguesa se convirtió en un verdadero rompecabezas para la izquierda, no sólo en Francia, sino en el mundo, si tenemos en cuenta que constituye un contrasentido asombroso. Digo "marxista" y no "marxiana", porque el pobre Karl Marx jamás tuvo la pretensión de ser un historiador de este acontecimiento y sus conocimientos sobre este tema evolucionaron con sus lecturas, lo que es muy normal. ¡Que se sepa, Marx no era en absoluto un Dios todopoderoso y sabelotodo! Esto forma parte de un curioso capítulo de manipulaciones de las ideas y de montajes, a veces calumniosos y muy sabios. Ahora asistimos, a una ofensiva también asombrosa, que consiste en utilizar ideas atribuidas a Marx o a un "marxismo" ambiente, y oponerlas abiertamente a acontecimientos de la Revolución. ¡Francois Furet se había prestado a este juego curioso en "Penser la Révolution Francaise" (Pensar la Revolución Francesa), en 1979, cuando no vaciló en adelantar la tesis absurda de la Revolución Francesa como "matriz de los totalitarismos" del siglo XX! ¡El también levantaba un Marx defensor encarnizado del capitalismo que reenviaba desdeñosamente la Revolución Francesa a la utopía! El filósofo Jean Pierre Faye respondió luminosamente a Furet con su "Dictionnaire politique portatif" (Diccionario político portátil) en cinco palabras: demagogia, terror, tolerancia, represión, violencia, que retomaba la historia política de la Revolución de los derechos de hombre y del ciudadano hasta hoy, pasando por la Revolución Rusa, el estalinismo, los fascismos. ¡Faye recordaba que el Estado totalitario de Mussolini pretendía ser una inversión de la teoría política de los derechos del hombre elaborada por la Ilustración! Gracias a esta interesante aportación, Furet llegó a renunciar a su filiación de una Revolución Francesa matriz de los totalitarismos. ¡No se puede decir lo mismo de tantos de sus perezosos turiferarios, que aún no han comprendido lo que le había ocurrido a Furet, y que continúan vulgarizando temas a los cuales él mismo había renunciado antes de morir!
Guerra de las harinas en el siglo XVIII, "arma alimenticia" de la que habla Susan George en el siglo XXI. ¿Cuál es el hilo conductor que va de los fisiócratas a los neoliberales?
Me temo que se trata de la misma cosa, es decir, de la ofensiva de los partidarios del sistema capitalista. Las potencias imperialistas tienen un objetivo común: imponer su control de las subsistencias por todas partes. No se trata solamente ya del control de los mercados de los granos y de la transformación de los mercados públicos en mercados privados, como decía anteriormente, sino de la casi totalidad de las subsistencias y de las materias primas, es decir, el conjunto del sector agrícola. Vayamos más allá, el espíritu capitalista se apoderó, además, de todos los sectores de la vida corriente: ¡la vivienda se ha transformado en un problema cada vez menos soluble! El trabajo se hizo un mercado, las relaciones entre la gente, los sentimientos, la cultura, la naturaleza misma todo está siendo transformado en mercado del mismo modo, por el espíritu capitalista, cuya crítica verdaderamente tiene que proseguir desde el principio de su historia... si todavía estamos a tiempo. Desde los años 1970-80, una crisis profunda disuelve en todo el mundo a las fuerzas de izquierda. Hemos podido ver cómo el espíritu capitalista las penetraba por vías muy diversas. En Francia, las corrientes socialistas se transformaron en bardos del liberalismo, este viejo chisme con más de dos siglos, vuelto a poner de moda con vestidos realmente viejos. Hay que leer a los economistas del siglo XVIII para encontrar las mismas promesas jamás mantenidas, la misma creencia en las leyes de la economía y en la técnica, el mismo desprecio del pueblo, de su soberanía y de la política. Mably, crítico de la economía política tiránica, en su "Du commerce des grains" (Del comercio de los granos), respondía así a los economistas que, en 1775, pretendían ser los únicos capaces de conocer la realidad: "¿Si por casualidad, o más bien por torpeza de espíritu, yo fuera persuadido de que la libertad del comercio de los granos es una cosa muy funesta para el estado, por qué, le ruego, sería un mal ciudadano no compartiendo sus inquietudes? Usted ve un bien donde yo veo un mal; así, amando igualmente a nuestro país, usted detesta los motines que pueden quebrantar la firmeza del Ministerio y derribar su sistema y sus proyectos; y yo, puedo excusarlos y hasta gustarlos, porque no es imposible que ellos sean la causa de una feliz revolución". ¡Si conociéramos mejor la historia podríamos protegernos mejor y prevenir su repetición! ¡La ignorancia siempre fue grata al despotismo y a las dictaduras, sean militares o económicas, cuando no a ambas!
En fin, y para terminar: ¿ Por qué un joven de hoy debiera leer a Robespierre?
Estamos en un nuevo período de ofensiva del capitalismo, revestido con el traje del liberalismo y los desastres ahora son claramente visibles. Estos desastres empiezan a asustar incluso a aquellos que se encuentran próximos a las esferas dirigentes, se hace sentir la misma espera de formas y de prácticas políticas nuevas. Tanto en 1789 como hoy se plantean las mismas preguntas: ¿Por qué nos formamos en sociedades? ¿ Cuáles son las relaciones de las sociedades entre ellas? ¿Cuál es el fin de la sociedad? ¿Para qué sirve una declaración de derechos? ¿Sobre qué, cómo fundar una sociedad justa? ¿Cómo una ley puede ser justa y legítima? ¿Cómo podemos resistir a los despotismos? La Revolución respondió que las sociedades serían humanas sólo con la condición de que los derechos del más débil fueran garantizados y Robespierre llamó a esto "economía política popular". El nos cuenta esta experiencia.
Lo que es prioritario es la reciprocidad del derecho: si tengo un derecho, todos los demás lo tienen también. De entrada, esta prioridad impone justamente límites al ejercicio de los derechos y de los poderes. En nuestras sociedades dominadas por una economía de tipo capitalista, los economistas llamados clásicos y los políticos corrompidos quieren imponer la idea que "la instancia económica" sería "independiente" de todo control social, político o filosófico. En la filosofía del derecho natural moderno, la independencia de una instancia está considerada como despótica y debe ser reintegrada en una política que vendrá a imponerle límites. Es lo que propusieron Robespierre y la Montaña. El poder económico había reivindicado su independencia de todo control político, con el fin de poder mantener la esclavitud en las colonias, someter los mercados públicos de las subsistencias al poder de los negociantes que organizaban un mercado privado (secreto o privatizado justamente) y reclamaba la ley marcial para llevar a cabo las resistencias. Robespierre propuso imponer un control político y moral al poder económico para respetar los principios de los derechos de hombre y del ciudadano. Concretamente, esto significa que el poder político hará leyes para forzar al poder económico a respetar los límites decididos. De esa manera, fueron abolidas la feudalidad y la esclavitud. Los desastres de la libertad ilimitada del comercio de las subsistencias fueron combatidos por una legislación que imponía un equilibrio entre salarios, precios y beneficios. Fue la política del "maximum" (política de precios y salarios máximos) la que impuso estos límites y esta política fue puesta en práctica por lo que se llamó en la época el "gobierno revolucionario" de la Montaña.
Los defensores actuales de la Renta Básica miran a veces hacia Thomas Paine para encontrar una inspiración, pero posiblemente deberían también mirar hacia Robespierre.
Sí, por supuesto. Pero Paine y Robespierre, o la Montaña, tenían la misma concepción de este derecho a la existencia. La historiografía girondina consiguió apropiarse de Paine mediante un número de prestidigitación que no debería resistir mucho tiempo al análisis. Paine está considerado en Inglaterra como uno de los padres del movimiento obrero, por haber propuesto un notable programa de derechos sociales en su libro "Rights of man" (Los derechos del hombre) de 1791-1792. En cambio, en Francia se le confunde con la Gironda, partido "liberal-económico", colonialista, esclavista, conquistador y responsable del inicio de una guerra de conquista en Europa tan desastrosa como ridícula. Pero cuando Paine fue elegido diputado a la Convención en Francia, en septiembre de 1792, no hablaba una palabra de francés y fue cortejado por algunos diputados o allegados de la Gironda que hablaban inglés. Paine acabó siendo tributario de sus traductores. Sin embargo, la claridad se impuso -y pienso que también lo hará pronto entre nosotros- cuando el 9 termidor del año II, la caída de la Montaña por un golpe de Estado parlamentario mostró la realidad a Paine. El debate sobre la nueva constitución de 1795 abrió los ojos de Paine, que denunció el proyecto de supresión de la declaración de los derechos naturales del hombre y del ciudadano. Tomó partido por este derecho natural y entonces fue atacado por el ala derecha que lo comparaba a… ¡Robespierre! En Inglaterra, fue Malthus quien denunció a Paine, el derecho a la existencia y la filosofía del derecho natural moderno.
El capitalismo proponía (tanto en el siglo XVIII, como hoy) la libertad total de mercado, y sometía al pueblo a una guerra permanente por las subsistencias. Contra este atropello se levantaban las viejas costumbres, las tradiciones morales y colectivistas que afirmaban que la sociedad tenía la obligación de respetar el derecho a la existencia. Robespierre denominó a esta visión popular "economía política popular", retomando la visión de Rousseau. ¿Cuáles eran los principios básicos de esta "economía política popular"?
Economía política popular... la expresión es notable. En Robespierre, esta expresión se contrapone a lo que llama "economía política tiránica". Ello hace referencia a los numerosos debates que se abrieron en el siglo XVIII ante la ofensiva de los economistas, que intentaban apoderarse del sector del comercio de las subsistencias, que habían comprendido que podía ser más jugoso que el de los productos de lujo. Montesquieu ya había abierto una reflexión crítica; luego, cuando se produjeron las experiencias de "libertad ilimitada" del comercio de los granos en 1764 y en 1775, los debates habían proseguido con gran vigor. Rousseau ya había esbozado, de modo tan genial como de costumbre, pero sin profundizarla, esta oposición entre dos tipos de economía política. Gabriel Bonnot de Mably y otros habían ido mucho más lejos en la crítica de la economía política de esta época y Robespierre formuló la cosa de modo nítido y preciso. La economía política popular se basa en impedir que el ejercicio del poder económico sea independiente de leyes que le imponen límites. Robespierre pone el énfasis en el papel esencial de la democracia. El papel de los ciudadanos es, en efecto, participar en la elaboración de la ley y controlar su aplicación. Para Robespierre, la economía política popular significa que el poder económico debe ser reglamentado por la política y la política es la propiedad común del pueblo, de los ciudadanos, que realmente ejercen el poder. Esta cuestión concierne pues al mismo funcionamiento de la democracia.
Durante el año II (1793-94), esta economía política popular llegó al gobierno y trató de defender las aspiraciones igualitarias de las masas campesinas y obreras. ¿Cuáles fueron las medidas sociales que adoptó el gobierno revolucionario? ¿Constituían una vía alternativa al desarrollo capitalista?
¡Naturalmente! La Revolución, en Francia, fue un movimiento profundamente anticapitalista, en todos los planos. Destruyendo realmente el régimen feudal, no solamente frenó un movimiento de concentración de la propiedad de la tierra en las manos de una clase de rentistas, sino que también realizó una reforma agraria redistribuyendo la mitad de las tierras de cultivo, gratuitamente, a los campesinos que las explotaban, ya fuesen ricos o pobres. También reconoció los bienes comunales como propiedad colectiva de los municipios, que en Francia aún lo son. En el fondo, la Revolución Francesa fue realmente una revolución campesina. Además abolió la esclavitud en las colonias y ayudó a la crítica radical del colonialismo: cuando la Declaración de los Derechos de Hombre y del Ciudadano penetró por primera vez en suelo americano en 1793, se produjo una apertura extraordinaria que permitió realizar la primera independencia negra de este continente. Contribuyó, en fin, a elaborar un programa de sociedad democrática, fundando el derecho a la existencia, oponiéndose a todas las formas capitalistas: la reforma agraria frenó el éxodo rural en Francia durante más de cincuenta años, pero también contribuyó a frenar la concentración de la gran explotación agrícola capitalista. En Francia, el comercio de los granos nunca ha sido abandonado a los comerciantes y el precio del pan ha sido "tasado" hasta muy avanzado el siglo XX. Por eso la interpretación marxista que quiso transformar la Revolución Francesa en una revolución burguesa se convirtió en un verdadero rompecabezas para la izquierda, no sólo en Francia, sino en el mundo, si tenemos en cuenta que constituye un contrasentido asombroso. Digo "marxista" y no "marxiana", porque el pobre Karl Marx jamás tuvo la pretensión de ser un historiador de este acontecimiento y sus conocimientos sobre este tema evolucionaron con sus lecturas, lo que es muy normal. ¡Que se sepa, Marx no era en absoluto un Dios todopoderoso y sabelotodo! Esto forma parte de un curioso capítulo de manipulaciones de las ideas y de montajes, a veces calumniosos y muy sabios. Ahora asistimos, a una ofensiva también asombrosa, que consiste en utilizar ideas atribuidas a Marx o a un "marxismo" ambiente, y oponerlas abiertamente a acontecimientos de la Revolución. ¡Francois Furet se había prestado a este juego curioso en "Penser la Révolution Francaise" (Pensar la Revolución Francesa), en 1979, cuando no vaciló en adelantar la tesis absurda de la Revolución Francesa como "matriz de los totalitarismos" del siglo XX! ¡El también levantaba un Marx defensor encarnizado del capitalismo que reenviaba desdeñosamente la Revolución Francesa a la utopía! El filósofo Jean Pierre Faye respondió luminosamente a Furet con su "Dictionnaire politique portatif" (Diccionario político portátil) en cinco palabras: demagogia, terror, tolerancia, represión, violencia, que retomaba la historia política de la Revolución de los derechos de hombre y del ciudadano hasta hoy, pasando por la Revolución Rusa, el estalinismo, los fascismos. ¡Faye recordaba que el Estado totalitario de Mussolini pretendía ser una inversión de la teoría política de los derechos del hombre elaborada por la Ilustración! Gracias a esta interesante aportación, Furet llegó a renunciar a su filiación de una Revolución Francesa matriz de los totalitarismos. ¡No se puede decir lo mismo de tantos de sus perezosos turiferarios, que aún no han comprendido lo que le había ocurrido a Furet, y que continúan vulgarizando temas a los cuales él mismo había renunciado antes de morir!
Guerra de las harinas en el siglo XVIII, "arma alimenticia" de la que habla Susan George en el siglo XXI. ¿Cuál es el hilo conductor que va de los fisiócratas a los neoliberales?
Me temo que se trata de la misma cosa, es decir, de la ofensiva de los partidarios del sistema capitalista. Las potencias imperialistas tienen un objetivo común: imponer su control de las subsistencias por todas partes. No se trata solamente ya del control de los mercados de los granos y de la transformación de los mercados públicos en mercados privados, como decía anteriormente, sino de la casi totalidad de las subsistencias y de las materias primas, es decir, el conjunto del sector agrícola. Vayamos más allá, el espíritu capitalista se apoderó, además, de todos los sectores de la vida corriente: ¡la vivienda se ha transformado en un problema cada vez menos soluble! El trabajo se hizo un mercado, las relaciones entre la gente, los sentimientos, la cultura, la naturaleza misma todo está siendo transformado en mercado del mismo modo, por el espíritu capitalista, cuya crítica verdaderamente tiene que proseguir desde el principio de su historia... si todavía estamos a tiempo. Desde los años 1970-80, una crisis profunda disuelve en todo el mundo a las fuerzas de izquierda. Hemos podido ver cómo el espíritu capitalista las penetraba por vías muy diversas. En Francia, las corrientes socialistas se transformaron en bardos del liberalismo, este viejo chisme con más de dos siglos, vuelto a poner de moda con vestidos realmente viejos. Hay que leer a los economistas del siglo XVIII para encontrar las mismas promesas jamás mantenidas, la misma creencia en las leyes de la economía y en la técnica, el mismo desprecio del pueblo, de su soberanía y de la política. Mably, crítico de la economía política tiránica, en su "Du commerce des grains" (Del comercio de los granos), respondía así a los economistas que, en 1775, pretendían ser los únicos capaces de conocer la realidad: "¿Si por casualidad, o más bien por torpeza de espíritu, yo fuera persuadido de que la libertad del comercio de los granos es una cosa muy funesta para el estado, por qué, le ruego, sería un mal ciudadano no compartiendo sus inquietudes? Usted ve un bien donde yo veo un mal; así, amando igualmente a nuestro país, usted detesta los motines que pueden quebrantar la firmeza del Ministerio y derribar su sistema y sus proyectos; y yo, puedo excusarlos y hasta gustarlos, porque no es imposible que ellos sean la causa de una feliz revolución". ¡Si conociéramos mejor la historia podríamos protegernos mejor y prevenir su repetición! ¡La ignorancia siempre fue grata al despotismo y a las dictaduras, sean militares o económicas, cuando no a ambas!
En fin, y para terminar: ¿ Por qué un joven de hoy debiera leer a Robespierre?
Estamos en un nuevo período de ofensiva del capitalismo, revestido con el traje del liberalismo y los desastres ahora son claramente visibles. Estos desastres empiezan a asustar incluso a aquellos que se encuentran próximos a las esferas dirigentes, se hace sentir la misma espera de formas y de prácticas políticas nuevas. Tanto en 1789 como hoy se plantean las mismas preguntas: ¿Por qué nos formamos en sociedades? ¿ Cuáles son las relaciones de las sociedades entre ellas? ¿Cuál es el fin de la sociedad? ¿Para qué sirve una declaración de derechos? ¿Sobre qué, cómo fundar una sociedad justa? ¿Cómo una ley puede ser justa y legítima? ¿Cómo podemos resistir a los despotismos? La Revolución respondió que las sociedades serían humanas sólo con la condición de que los derechos del más débil fueran garantizados y Robespierre llamó a esto "economía política popular". El nos cuenta esta experiencia.