
Henri Rousseau (1844-1910), llamado El Aduanero, nació en Laval, Mayenne, Francia. Pintor aficionado, autodidacta, el más destacado representante del arte naïf, en 1886 hizo su primer envío al Deuxiéme Salón des Indépendants donde su obra fue elogiada por el pintor impresionista Camille Pissarro (1830-1903). Deseoso de perfeccionar su técnica obtuvo un carnet de copista en el Louvre. Posteriormente fue descubierto por el dramaturgo y poeta Alfred Jarry (1873-1907) quien le presentó al crítico de arte Remy de Gourmont (1858-1915) y al poeta Guillaume Apollinaire (1880-1918), el que más tarde le solicitaría un retrato junto a la pintora y grabadora Marie Laurecin (1883-1956). Así comenzó su carrera de pintor, realizando retratos y escenas parisinas para, hacia 1890 comenzar a elaborar composiciones muy originales, llenas de fantasía. Aunque sin formación académica, Rousseau manifestó una gran destreza en sus composiciones y en el uso del color.
Sin embargo no fue la pintura su única inclinación artística. En 1899 escribió "La vengeance d'une orpheline russe" (La venganza de una huérfana rusa), un drama en cinco actos y diecinueve cuadros, obra que mandará al director del Théâtre du Chátelet. Tras la muerte de Rousseau, Tzara obtuvo por medio del pintor francés Robert Delaunay (1885-1947), unos de los pioneros del arte abstracto, los manuscritos del Aduanero y en 1947 editó "La venganza..." junto a "Une visite a l'exposition de 1889" (Una visita a la exposición de 1889), un vodevil en tres actos y diez cuadros. La obra teatral de Rousseau formó parte de las bases que asentarían al teatro Dada y Surrealista, siendo admirada por toda la vanguardia de la época.
Para el libro citado, Tzara escribió en París, en mayo de 1947, un extenso y luminoso prólogo, algunos de cuyos párrafos más sobresalientes son los que se transcriben a continuación.
El tipo del hombre omnisciente que el Renacimiento había erigido como el perfecto representante del humanismo racionalista y enciclopédico de ese tiempo, ha encontrado en el artista total un equivalente del que la tradición popular ha guardado el recuerdo hasta nuestros días. El arte, a la luz de esta figuración, es una entidad, indivisible, los medios por los que adquiere forma no han sido sino accidentes fortuitos. El artista reacciona así contra toda especiálización en los diferentes dominios del arte, la técnica se puede aprender como en cualquier oficio. De ahí el carácter artesanal de las pinturas denominadas "naifs": la acción de pintar se reduce a un medio aplicado a la expresión de una visión o de un sentimiento previo. A menudo se ha podido encontrar un encanto insólito en esta separación entre la técnica y el contenido de una obra de arte ya que, ¿su concomitancia y su fusión íntima no pasan, en general, por regir la condición misma de la creación artística?
En la formación de esta concepción anacrónica del arte, se mezcla a menudo la exagerada importancia dada a la inspiración de tal modo que los románticos la consideraban como una gracia supra-terrestre. Pero, no obstante, como de lo que se trata es de traducirlo a un plano sensible, el oficio necesario adquirirá un lugar subsidiario. Ahora bien, esta manera de considerar la técnica como desprendida de la actividad del artista, puede constituir también un fin en sí mismo, de ahí el carácter minucioso de los detalles y su amontonamiento en la representación, bajo sus atributos visibles, de la realidad exterior. Si la inspiración y el oficio unidos en la organización del cuadro deben ser considerados eminentemente como la marca de la pintura culta, la contradicción entre el oficio subordinado a la inspiración y el esfuerzo realizado en el perfeccionamiento de ese oficio se traduce por un cierto desequilibrio en la pintura denominada popular. Este desnivel, debido a una torpeza conceptual, se resume en la facultad de descomponer el proceso de la creación artística dando a cada elemento la medida de su eficacia.

Con todo es cierto que, partiendo de la concepción artesanal del cuadro, Rousseau ha alcanzado una innegable grandeza, porque, más fuerte que su visión arcaica del arte, la cualidad de sus dones, después de haberla rebasado, ha desembocado en una síntesis en donde esta concepción se halla incluida y que se inscribe en una evolución más general en el camino de las ideas. Rousseau se encontraba íntimamente ligado a ello y aunque situado en el plano estricto de la vida moderna, se reúne, por encima de todo ello, con la posición conceptual de las pinturas primitivas para quienes, como para los escolásticos, cada sector de la composición conserva su integridad independiente y su propia vida, no siendo la totalidad sino un ejercicio de adición más o menos mecánico. Este punto de vista, en el caso de Rousseau, se aplica igualmente a sus piezas de teatro que a su vez esclarecen su concepción pictórica valorizando los problemas del espacio y del tiempo a los que ha dado una solución personal marcada con una veracidad y una frescura singulares. La fantasía y la sensatez concurren aquí para edificar lo maravilloso involuntario que es el mundo lírico asombrosamente natural y poderoso del Aduanero.
En el primer acto de "La venganza de una huérfana rusa", en donde hay que admirar las perspectivas grandiosas del decorado -dos casas con sus jardines contiguos, chalets, el Neva transcurriendo al fondo de la escena-, mientras la acción se desarrolla por un lado, los protagonistas del chalet vecino permanecen, por decirlo de algún modo, en suspenso, y esto una tras otra, como en las grandes composiciones de los pintores primitivos en donde la sucesión de las escenas quiere suplir al movimiento. La conexión entre esas escenas se deja a cargo de la memoria, estando todas presentes simultáneamente y debiendo ser mirada aparte cada una de ellas. Sí, en el cine, la retina puede retener una imagen durante una fracción de segundo para que la imagen siguiente la continúe dando así la ilusión del movimiento, el desglose del film pide a la memoria un trabajo análogo. Después de haber sido impregnados por una escena, el brusco transporte que se nos impone en el pasado o en el futuro o en un lugar diferente, supone a nuestra inteligencia un esfuerzo de abstracción, de analogía y de deducción que, al igual que un peldaño en relación a una escalera, suprime lo que no es esencialmente necesario, apremiándonos a aceptar el principio de continuidad sobre el que está basada la función misma del cine. Esta alternancia de la acción, en el comienzo del primer acto de "La venganza...", arroja una luz particular sobre la concepción de varios cuadros de Rousseau en donde el acontecimiento está tomado en el estado naciente, suspendido por así decirlo en un hecho ulterior.

¿A qué es debido esa pureza misteriosa que incita al hombre a expresarse y comunicar el resultado de su experiencia formulándola de un modo plástico o literario? ¿El proceso de la creación tiene una fuente común en el salvaje, el niño y el loco? Del estudio de estas cuestiones, depende una buena parte de la solución que se dé al problema de la creación artística. Nos parece que, no mermado por el automatismo de las conductas y las consideraciones históricas o intelectuales, desprovisto en parte de prejuicios y no teniendo presente más que la eficacia, el producto artístico del hombre primitivo, del niño y del loco se presenta casi en estado de desnudez. Si por analogía, se pudiese identificar esas tres especies a ciertos caracteres de la prehistoria, el de un estadio más evolucionado, mítico-racionalista, correspondería a la cultura protohistórica. En cierta medida, la obra de Rousseau, en tanto que ilustración de esta última categoría, podría servir útilmente para elucidar un problema cuya complejidad no ha dejado de preocuparnos.

Tres obras de teatro de Rousseau han llegado hasta nosotros. Las dos mencionadas hasta ahora han sido recogidas por Robert Delaunay. Tras la muerte del Aduanero, su hija, la señora Bernard-Rousseau, le entregó los manuscritos en agradecimiento de su devoción a la memoria de Rousseau. "L'etudiant en goguette" (El estudiante de juerga), comedia en dos actos y tres cuadros, es una obra ligera, menos original que las dos primeras. Nos ha parecido que no aporta a nuestro ensayo de liberar de su leyenda al espíritu del Aduanero un elemento de información suficientemente fundado. El manuscrito de "Una visita...", aunque no está fechado, seguramente apareció durante la duración de la exposición. Numerosas correcciones, hechas en parte por medio de trozos de papel pegados, nos incitan a creer, que es el bosquejo de ese vodevil. Consta de setenta y tres hojas numeradas. El manuscrito de "La venganza..." es probablemente la copia, del puño y letra de Rousseau, que se presentó en el teatro de Chátelet. En el interior de la tapa, Rousseau escribió: "Señor Rochard, director del teatro de Chátelet", y sobre la tapa y en la primera página, la cifra "23" a lápiz azul indica probablemente el número de orden registrado por el teatro. Este manuscrito comprende ochenta y nueve hojas numeradas. En la última página, se lee: "Acabado el cinco de enero de 1899". A continuación la firma: "Henri Rousseau, calle de Vercingétorix número 3". El melodrama "La venganza..." debió ser escrito especialmente para el Chátelet, pues ningún otro teatro ha sido capaz de un despliegue tan vasto de decorados. El hecho de que se desarrolle en Rusia se debe a la actualidad que podía favorecer al eventual éxito de la obra, en ese año de la visita del Zar a París.
Sin atribuirle otro valor literario que el que apenas rebasa los esfuerzos de una categoría de hombres con miras a expresar su voluntad de hacerse entender, la publicación de este documento no pretende más que aclarar la personalidad poderosamente definida de Rousseau el Aduanero en sus relaciones con el universo que se había creado. Aunque su obra pictórica refleje la plena existencia del particular mundo de su sueño, nos ha parecido que esta publicación contribuirá a valorizar el carácter de autenticidad, necesario y no intencionado, de su pintura, siguiendo de más cerca las concepciones que fueron los cimientos de ella. Surgida de su modo de sentir y de ver, es la expresión inmediata de su propia naturaleza. El escándalo que había ocasionado es el de la sinceridad y la poesía, pero Rousseau era consciente del desafío que significaba y que no era sino la afirmación obstinada de su personalidad estando expuesto al blanco de las burlas de las que todos los innovadores eran víctimas. El sabor y el encanto que se desprenden de su obra no han cesado de conmovernos. Aumentan y se imponen, sin llegar a agotar la razón de nuestra admiración. Nos reafirman en la idea de que las sorpresas están reservadas a quienes, por encima del mal, encuentran, como Rousseau, su profunda justificación en una libertad acomodándose a la esperanza que aún les está reservada, aunque sólo sea en el plano del espíritu y a pesar de las provisionales o miserables condiciones del mundo actual, en la esperanza en una armonía vasta y fraternal de la que numerosos Aduaneros están siempre listos para defender la pureza en las fronteras de lo posible.
