Abogado y licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Asunción, el escritor paraguayo Rubén Bareiro Saguier (1930) comenzó su carrera literaria escribiendo poemas. Fue en su juventud un activo dirigente universitario, lo que le valió la persecución y la prisión en muchas ocasiones durante la dictadura. En 1955 fundó -junto al dramaturgo y crítico teatral Julio César Troche (1927)- la revista literaria "Alcor", una revista de arte y cultura que alcanzó enorme prestigio en su país. También cultivó otros géneros, entre ellos el ensayo, la narrativa y la crítica literaria.
Entre 1972 y 1989 estuvo exiliado en París, donde trabajó como catedrático universitario de Literatura Hispanoamericana y Lengua Guaraní. Tras el fin de la dictadura stroesnerista regresó a su tierra natal aunque, en 1995 retornó a Francia tras ser nombrado embajador paraguayo en la capital francesa, un cargo que ocupó hasta 2003. Entre sus obras figuran "Biografía del ausente", "A la víbora de la mar" y "Estancias, errancias, querencias"
(poemarios); "Ojo por diente" y "El séptimo pétalo del viento" (cuentos); y "Literatura guaraní del Paraguay", "Augusto Roa Bastos, semana de autor", "Augusto Roa Bastos, caídas y resurrecciones de un pueblo", "El libro del exilio en la narrativa paraguaya contemporánea" y "Horacio Quiroga, la tercera orilla de la frontera" (ensayos).
Según afirma Claude Couffon (1926), catedrático de Literatura Española y Latinoamericana en La Sorbona, después de las diferentes independencias y durante todo el siglo XIX, muchos escritores latinoamericanos viajaron a París a modo de viaje iniciático para buscar la gloria y el reconocimiento literario, "pero, a pesar del fervor y del entusiasmo, muchos regresarán decepcionados. Como fue el caso del colombiano José Asunción Silva que llega a París en 1883, a los dieciocho años, y amargado regresa a su país dos años más tarde para suicidarse con revólver a los treinta y dos años, dejando la bella herencia romántica de los 'Nocturnos'. Al comienzo del siglo XX, el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) vuelve él también desencantado, después de una estadía parisina de algunos meses que no le procura nada más que miseria y frustraciones".
"Otros -continúa Couffon-, como el fundador del Modernismo, Rubén Darío (1867-1916), tuvieron más suerte. El pudo encontrar a Verlaine, Jean Moréas y los grandes simbolistas. Es también en París donde crea las revistas 'Mundial' y 'Elegancias' y prepara en 1905 la edición de 'Los raros' donde se revela un observador perspicaz de los escritores franceses insólitos, sus contemporáneos. En los años 1930, la suerte sonrió también a un joven guatemalteco desconocido, Miguel Angel Asturias (1899-1974) quien tuvo el merecido placer de ser revelado por Paul Valéry, después de que Francis de Miomandre hubo traducido al francés sus 'Leyendas de Guatemala'".
Couffon cita también los casos de José Martí (1853-1895), Enrique Gómez Carrillo (1873-1927), Ricardo Güiraldes (1886-1927), Alfonso Reyes (1889-1959), César Vallejo (1892-1938), Vicente Huidobro (1893-1948), Alejo Carpentier (1904-1980) y Arturo Uslar Pietri (1906-2001), entre muchos otros escritores latinoamericanos que sintieron una irresistible atracción por París impulsada, tal vez, por las perspectivas casi ilimitadas de adaptación y de renovación que ofrecían sucesivamente las distintas corrientes vanguardistas francesas como el simbolismo, el dadaísmo y el surrealismo.
En muchos casos, por vivir en París los latinoamericanos se hicieron periodistas o corresponsales de periódicos y revistas de sus países o del continente. En otros, aprovecharon su condición de enviados diplomáticos para residir algún tiempo y establecer con los artistas franceses lazos de amistad, algo que facilitó a menudo la traducción de sus obras. Tales fueron los casos de, por ejemplo, Pablo Neruda (1904-1973), Octavio Paz (1914-1998), Carlos Fuentes (1928), Jorge Edwards (1931) y el mencionado Rubén Bareiro Saguier.
Durante su primera estancia en París, Bareiro Saguier fue integrante del Comité de Redacción de la tan prestigiosa como voluminosa revista "Río de la Plata", una publicación semestral que desde 1985 es editada por el Centro de Estudios de Literaturas y Civilizaciones del Río de la Plata, y en la que también participaba otro insigne escritor paraguayo: Augusto Roa Bastos (1917-2005). A fines de la década del '80 la revista preparó un número especial dedicado casi íntegramente a la obra del notable escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), quien fuera uno de los mayores cuentistas del Río de la Plata.
Los primeros relatos, poemas y ensayos de Quiroga habían aparecido en la "Revista de Salto" que él mismo dirigiera hacia 1899. Con el comienzo del siglo XX, tal como contó Couffon, el propio Quiroga viajó a Francia (los recuerdos de esa experiencia los volcó en "Diario de viaje a París") y a su regreso publicó un libro de poesía, "Los arrecifes de coral", en plena efervescencia modernista. Se trasladó luego a la Agentina, donde habría de transcurrir el resto de su vida, salvo breves visitas a Montevideo. En 1904 publicó en Buenos Aires su libro de cuentos "El crimen del otro" y comenzó a colaborar en la revista "Caras y Caretas" y en el diario "La Nación". En 1908 publicó su primera novela, "Historia de un amor turbio", y muchos años más tarde, en 1929, la segunda: "Pasado amor".
Desde su excursión como fotógrafo a la provincia de Misiones acompañando a Leopoldo Lugones (1874-1938), Quiroga se sintió fascinado por aquel inhóspito espacio selvático. Vivió allí entre 1905 y 1916, y entre 1928 y 1936, y esa exuberante naturaleza le inspiró gran parte de su obra, sobre todo aquella en la que logró su mejor expresión: el cuento. De sus varios volúmenes cabe destacar "Cuentos de amor, de locura y de muerte", "Cuentos de la selva", "El salvaje", "Anaconda", "El desierto", "Los desterrados" y "El más allá". Entre otros libros, editados póstumamente, merecen citarse aquellos que recogen su teoría literaria, sus concepciones sobre el arte, el artista y el cuento. Entre esos textos se destacan "La crisis del cuento nacional", "La retórica del cuento", "Ante el Tribunal" y el "Decálogo del perfecto cuentista".
La figura del genial escritor uruguayo atrajo tanto a Claude Couffon como a Rubén Bareiro Saguier, quienes junto a otros amigos sudamericanos habían encarado diversas aventuras editoriales en Francia. Una de ellas fue, como se dijo anteriormente, el número especial de la revista "Río de la Plata". Allí haría su aparición en esta historia otro genial escritor uruguayo, tal vez el más grande de todos ellos: Juan Carlos Onetti.