8 de julio de 2010

Edgardo Cozarinsky: "La ficción ilumina la experiencia porque rescata el imaginario"

Edgardo Cozarinsky (1939) es escritor, cineasta y dramaturgo. Nacido en Buenos Aires, en 1974 se radicó en París y, desde 1988, alterna su residencia entre ambas capitales. Es autor de los libros de cuentos "Vudú urbano", "La novia de Odessa" y "Tres fronteras"; de las novelas "El rufián moldavo", "Maniobras nocturnas" y "Lejos de dónde"; y de los ensayos "El laberinto de la apariencia", "Borges y el cinematógrafo", "El pase del testigo" y "Museo del chisme". Ha dirigido, entre otros, los films "... (puntos suspensivos)", "Guerreros y cautivas", "Bulevares del crepúsculo", "Tango deseo" y "Ronda nocturna"; y es autor además de las obras teatrales "Squash" y "Raptos". Siendo muy joven sorprendió a la vanguardia intelectual de la Argentina que publicaba la revista "Sur" y, desde sus páginas precisamente, indagó con su particular mirada sobre los paradigmas culturales de nuestro país. Christian Kupchik lo entrevistó a raíz de la aparición de su novela "Lejos de dónde", una frase que alude al título de un libro del escritor italiano Claudio Magris (1939): "Lontano da dove. Joseph Roth e la tradizione ebraico-orientale" (Lejos de dónde: Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental). En ella, Cozarinsky narra la historia de una mujer vienesa que trabajó como empleada administrativa para el nazismo en un campo de concentración y, al intuir la debacle final, huye como judía en un derrotero incierto que la lleva a la Argentina. Aquí, tendrá un hijo fruto de una violación, desconociendo que será este mismo quien reconstruirá su camino en sentido inverso. La entrevista fue publicada en el nº 25 de la revista "Quid" de diciembre 2009/enero 2010.


La historia en la que se basa "Lejos de dónde" es fascinante. ¿Existe algún indicio de realidad en ella?

La historia tiene que ver con mi sensibilidad pero está muy lejos de mi anécdota personal. Por lo general todos mis cuentos y novelas surgen de algo que nunca sé muy bien qué es. A veces surgen de un recorte de diario, otras de algo que me contó un amigo, elementos que mezclo vagamente sin saber si provienen de una película, una novela o un libro de historia. Ese elemento extraño, que no sé de dónde viene, en algún momento coagula en una historia. O mejor dicho, se cristaliza en un punto de partida que derivará en una historia. A medida que escribo se va generando a sí misma, me va llevando, y a partir de ese viaje yo decido qué es lo que puedo aprovechar, lo que me interesa y lo que no.

¿Y por dónde comenzó en este caso?

En el caso de "Lejos de dónde" lo que escribí primero fue el último capítulo, el encuentro nocturno en la estación de tren de Dresde. De todos modos, su versión original está menos desarrollada de lo que se encuentra allí. Lo que me había impresionado luego de una visita a la ciudad de Dresde fue su reconstrucción luego de la destrucción atroz que había sufrido. Y no se trataba solamente de una destrucción arquitectónica, sino que la ciudad se había convertido en una suerte de gigantesco crematorio humano. Se me ocurrió poner en contacto la destrucción física de la ciudad con estas vidas. A partir de allí fui hilando hacia atrás, hasta llegar al principio.

Llama mucho la atención en la protagonista la distancia con la que vive sus propios sentimientos, hasta el punto de convertirla en una versión de mujer sin atributos, a la manera de Musil, o bien en una Mersault femenina, jugando con el personaje de "L'étranger" (El extranjero), de Camus.

Sí, se trata de una distancia que no es inteligente. En general no me interesa trabajar con personajes que entiendan demasiado bien lo que les pasa. Ella es una mujer sin educación, que le ha tocado participar de manera subalterna en acontecimientos monstruosos. En ningún momento ella se interroga sobre sus actos, para qué sirve esto que estoy haciendo, dónde intervengo, de qué tomo parte... El hijo en cambio busca inventarse una identidad asociándose a una militancia que en el fondo no siente, pero que cree le da un lugar en el mundo. Luego se rebela, comete una traición, y poco a poco va convirtiéndose en otro personaje. Pero ninguno de los dos, distintos como son y además contextualizados en épocas y situaciones diferentes, me parece que entiende demasiado bien qué es lo que les pasa.

De algún modo, él sigue el camino de la madre, comenzando por la ficción identitaria: una ex nazi que se hace pasar por judía y, por consiguiente, un hijo de aspecto provinciano que hereda un judaísmo ficticio...

Sí, me interesó allí jugar con ese destino irónico. El hijo, sobre todo, acaba convertido en esa imagen folklórica de lo que es el judío errante. A mí me interesa trabajar con la ironía, no la cómica sino la profunda, percibir las contradicciones de la conducta.

Esa distancia geográfica respecto al origen y la que se representa en los propios sentimientos, ¿la ve asociada a una condición inherente a los exiliados?

No, no necesariamente. Creo que tiene que ver más con la sensibilidad con los traumas que puede sufrir cualquiera. A lo largo de la novela yo utilizo como un hilo conductor los avatares del fotógrafo ruso Yevgueni Khaldei. Es un tipo que ha sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, al asesinato de su propia madre siendo niño, durante el estalinismo primero fue un héroe y después un proscripto, y al final del comunismo termina como uno de los fotógrafos mejor pagos del mundo. Hace tres años vi fotos suyas en Nueva York, no originales sino copias, que se vendían entre diez y doce mil dólares. Hacia el final de su vida está en Moscú, inválido o sin querer moverse, y seguramente apreciando con una mirada irónica lo que fue su existencia.

Más allá de la trama, llama mucho la atención la precisión con la que trabaja el lenguaje...

Eso es algo que no puedo evitar. Quizás sea por mi edad o por mis gustos literarios, pero lo cierto es que nunca me sentí atraído por esos espíritus vanguardistas que trabajan con la dislocación. Siempre he leído y admirado autores clásicos como Henry James, Conrad; un maestro para mí en castellano ha sido José Bianco, pero nunca me interesaron ni el espontaneísmo ni otra cosa que se hizo mucho hace treinta años que fue todo el trabajo con la oralidad, el coloquialismo, etcétera. Lo cual no indica que no aprecie a ciertos autores afines a estos gestos vanguardistas, pero no es lo mío. Sería ridículo que me propusiera imitarlo, es como ponerme ropas de joven. ¿Alguien me puede imaginar haciendo de "flogger"?

Otro rasgo notable es el extremo rigor por la reconstrucción histórica, desde los detalles más nimios hasta la fidelidad a los itinerarios de la protagonsita y la visión de las ciudades en las que se detiene.

Bueno, sí, la reconstrucción es exacta. En efecto, el itinerario de su viaje por toda Europa central, de Auschwitz a Cesky Tesin, y luego a Ostrava, Brno, Viena, Trieste y Genova es bastante preciso, incluso los tiempos han sido calculados con bastante precisión. No me interesa tanto el documento por sí mismo, sino porque en el acto de documentarme se me disparan ideas de ficción. La ficción ilumina la experiencia porque rescata el imaginario, como en el cine, en tanto que el documental sólo te da la superficie de la realidad. La ficción, en cambio, te da esa otra dimensión, que es cómo vivimos esa realidad.

De hecho, ha filmado ficción y documental. ¿Qué diferencia encuentra cuando trabaja en narrativa a cuando lo hace en cine?

Bueno, debo decir que hace cuatro años que no filmo, fundamentalmente porque tenía varios libros que quería escribir. Hace unos diez años estuve muy enfermo, y a partir de entonces escribir se convirtió para mí en una especie de salvavidas, por decirlo de alguna manera. Más allá de algún trabajo alimenticio para la televisión francesa y dos largos, me concentré más en la literatura y llevo publicados siete u ocho títulos en los últimos diez años. Ahora estoy haciendo algo muy personal, que no es un film sino una suerte de obra audiovisual por ponerle un nombre, de forma totalmente artesanal, junto a una amiga con quien buscamos imágenes y sonidos, algo exploratorio y personalísimo.

Lo que no deja de ser curioso es que tanto en su cine como en su literatura hay elementos de los dos campos -los "Strahlungen" (Diarios) de Jünger en "La guerra de un solo hombre"- y también del cine en su literatura...

Puede ser. En general creo que una mirada externa suele ver mejor que el propio creador lo que hace. No necesariamente críticos, sino buenos lectores, atentos lectores, que me rebelan algo que yo no había visto. No quiero decir que soy instintivo, todo lo contrario, cuanto hago pasó una reflexión profunda. Pero al mismo tiempo admito que no me doy mucha cuenta de ciertos matices, o mejor, de las explicaciones. Le presto mucha atención a mis lectores. A veces señalan cosas que no tienen nada que ver con lo que uno ha hecho, pero también eso es interesante.

¿"Lejos de dónde" puede leerse como parte de una saga en la que figuran otros cuentos y novelas suyas como "El rufián moldavo"?

Sí, puede leerse así, aunque yo no lo sienta de ese modo. Hay ciertos elementos comunes, como el desplazamiento, los caminos inversos a los de los antepasados. La diáspora constituye el núcleo de identidad al que yo pertenezco, y desde esa perspectiva es lógico que se repita como tema en mis libros.