Cuando en julio de 2004 la revista "Ñ" publicó una breve columna de opinión firmada por el filósofo francés Michel Onfray (1959) bajo el título de "Contra los monoteísmos" se desató la controversia. Cantidad de expresiones surgieron en contra de la nota en la que Onfray decía cosas como que "el judaísmo, el cristianismo y el islamismo corrompen por igual la vida de millones de individuos en el planeta; fomentan guerras, conflictos, odios dirigidos contra uno mismo, los otros y el mundo; predican amor al prójimo y dan sablazos a diestra y siniestra". Al año siguiente, Onfray publicó un libro que profundizó el debate al atacar impiadosamente a los monoteísmos y al pensamiento religioso en sí: "Traité d'athéologie" (Tratado de ateología). El libro se convirtió en un suceso de ventas y suscitó la publicación de una oleada de artículos y varios libros sobre el tema en los que se lo acusó de haber cometido errores históricos y de tener confusiones con respecto a las religiones monoteístas. También provocó reacciones subidas de tono por parte varios grupos religiosos y hasta se abrió un blog titulado "Contre Michel Onfray" (Contra Michel Onfray) en donde, en otras cosas, se dice que "Onfray pretende desquiciar todo. Inspirado en las corrientes de ideas marxistas y nietzscheanas, predica la descristianización. Sus propuestas son virulentas, cultiva el desprecio, propaga ideas calumniantes y blasfemas". El profesor de Filosofía español Eugenio Sánchez Bravo (1969), sin embargo, en su blog "Diario de lecturas" escribió: "El título es engañoso: ni es un tratado ni versa sobre ateología. En realidad, es un panfleto en defensa del ateísmo. Admitido esto, el libro es excelente: provocador, agresivo, sustancioso, accesible... Onfray hace un resumen de las devastadoras críticas que el monoteísmo judeo-cristiano recibió de Freud y Nietzsche. Además las complementa con anécdotas históricas o bíblicas, como el apoyo de la Iglesia católica al régimen Nazi o los frecuentes pasajes donde se relata la exterminación a manos de Yahvé de los pueblos árabes que ocupaban Palestina". La respuesta que da Onfray al fanatismo religioso en su obra es la defensa del ateísmo y la democracia, herencia ambos de la Ilustración y, por otro lado, concluye Sánchez Bravo, "Onfray prefiere antes el ateísmo beligerante de Holbach que el cándido deísmo de Voltaire o Rousseau". Por su parte, la doctora en filosofía Esther Díaz (1965) en el prólogo a la edición argentina del "Tratado de ateología" confirma que Onfray "sostiene que la influencia de la normativa cristiana circula por el entramado social. Incide en valoraciones y decisiones amordazando los sentidos, acallando los deseos, atacando la emancipación personal y promoviendo la intolerancia. Sorprendentemente el judaísmo y el islamismo sucumbieron, sin mucho esfuerzo, a la corriente moralizadora cristiana. De modo tal que los valores enarbolados por los tres monoteísmos constituyen una coacción sobre los sujetos. Y no sólo en el interior de las instituciones religiosas: esa imposición está presente también en los sistemas jurídicos, médicos, militares, pedagógicos, científicos, políticos y sociales". Poco después de la publicación en la Argentina del polémico libro, la revista "Ñ" publicó la siguiente entrevista realizada por Héctor Pavón.
Con cuál de estas dos variantes se identifica: ¿Dios está muerto, como lo dictaminó Nietzche, entre otros, o nunca existió?
En mi libro digo que existió como una ficción, como existe Madame Bovary, como el Zorro o Papá Noel, creado por la impotencia humana transfigurada en superpotencia y adorada como tal. Pero es ficción. Dios existe, pero como ficción. Esa es la posición de un ateo como yo. Ahora bien, una ficción no muere.
Usted es nietzcheano pero no acuerda con Nietzsche en este punto, entonces...
Dios no está muerto ni agonizante, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine, porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos. Un pavo real, un caballo, sí; un animal del bestiario mitológico, no. Ahora bien, Dios proviene del bestiario mitológico como miles de otras criaturas que aparecen en los diccionarios en innumerables entradas, entre "Démeter" y "Discordia". Así pues, Dios durará tanto como las razones que lo hacen existir; sus negadores también... ¡Parece un inmortal!
Dostoievsky dijo que si Dios no existe, todo está permitido...
Es al revés: si Dios existe, todo está permitido. Como dijo Simon de Monfort al exterminar a los cátaros: "Mátenlos a todos; Dios reconocerá a los suyos". Hace dos mil años que se cree en Dios, y se luchó contra el mundo entero en su nombre. Todo fue posible: genocidios, etnocidios, homicidios. La mayoría de las veces son los creyentes los que los cometen, no los ateos, que yo sepa.
¿Cómo se interesó por el trabajo sobre el ateísmo? No parece un tema muy popular...
Fue después de escribir "Féeries anatomiques" (Cuentos de hadas anatómicos), un libro consagrado a la bioética en el que hablaba del hincapié que hace la religión cristiana en la construcción de esa Edad Media médica en la que nos encontramos: hacemos a un lado la revolución transgénica, sobre todo debido a lugares comunes cristianos que nublan el espíritu de la mayor parte de la gente. Yo instaba a una decristianización de los cerebros y las conciencias. El libro me valió amenazas de muerte por parte de algunos cristianos. Decidí, entonces, por espíritu de contradicción, escribir el "Tratado de ateología" para hundir el clavo. La palabra "ateo" adquiere el valor de insulto categórico. El ateo es el inmoral, amoral e inmundo, culpable de querer saber más o de estudiar los libros de todo aquel que ha adquirido el epíteto.
¿Qué recepción tuvo su libro en Francia? ¿Qué opinaron las personas religiosas?
Reaccionaron con gran violencia, con una inmensa mala fe, con tergiversación de la información y ataques personales. Hasta se escribieron tres libros específicamente en mi contra. Sin embargo, se vendieron más de doscientos mil ejemplares del mío, lo cual es mucho más importante que el odio (que esperaban) de los creyentes.
Usted se declara ateo. ¿No se confunde su postura personal con su objeto de estudio?
Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo. Porque de la angustia personal al manejo del cuerpo y alma del otro, hay un mundo en el que bullen, emboscados, los aprovechadores de esa miseria espiritual y mental. El hecho de desviar la pulsión de muerte que los martiriza hacia la totalidad del mundo no salva al atormentado, no modifica su miseria, sino que contamina el universo.
Pero, ¿la religión no cumple una función social, digamos, en el mundo de hoy?
Sigo siendo muy marxista en ese aspecto. La religión sigue siendo el opio del pueblo, el refugio de los explotados, los humildes, los débiles, los que no tienen poder, los preocupados, los angustiados, los excluidos sociales. Y esos son el mundo entero.
¿No cree que hoy se percibe un retorno a la religiosidad y una declinación de las prácticas religiosas tradicionales?
Todo depende del lugar del mundo de que se trate. En Europa hay un retorno; en los países de Asia y Oriente hay una expansión; en Estados Unidos, un refuerzo. El fin de las ideologías, de los grandes discursos políticos y éticos, dejó a los hombres desamparados, y éstos se refugian en un cielo que permite todos los delirios para hacer la vida más vivible. No satisfecho con la prohibición de comer el fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar... Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales, etcéctera.
¿Usted propone volver a un estado de "pureza", con un hombre sin religión?
Lo que propongo es terminar con la costumbre religiosa del pensamiento mágico para ingresar por fin a una era filosófica: trabajo en la democratización de la filosofía en la Universidad Popular que creé en Caen, Normandía, para invitar a la mayor cantidad posible de gente a derribar los mitos, las fábulas, los relatos infantiles, y a hacer funcionar la razón y la inteligencia.
Pero, ¿acaso la filosofía no proviene de los dioses?
El dios de los filósofos entra a menudo en conflicto con el de Abraham, de Jesús y Mahoma. En primer lugar porque el primero proviene de la inteligencia, la razón, la deducción, el razonamiento, y luego porque el segundo presupone más bien el dogma, la revelación y la obediencia, por la colisión entre los poderes espiritual y temporal. El Dios de Abraham designa más bien al de Constantino, después al de los papas o al de los príncipes guerreros muy poco cristianos. Poco que ver con las construcciones extravagantes erigidas en forma tosca con causas sin causa, los primeros motores inmóviles, ideas innatas y otras pruebas cosmológicas, ontológicas o físico-teológicas.
¿Los filósofos griegos eran ateos, Epicuro por ejemplo?
Desde sus inicios Epicuro se vio obligado a enfrentar acusaciones de ateísmo. Pero ni él ni los epicúreos negaban la existencia de los dioses. Compuestos de materia sutil, numerosos, instalados en los intermundos, impasibles, indiferentes al destino de los hombres y al devenir del mundo, verdaderas encarnaciones de la ataraxia, ideas de la razón filosófica, modelos capaces de engendrar sabiduría en la imitación, los dioses del filósofo y sus discípulos existían, aunque pareciera imposible, y además, en gran cantidad. Pero no como los de la ciudad griega, que exhortaban a plegarse a las exigencias comunitarias y sociales. Ese era su único error: su naturaleza antisocial.
Para los devotos, Dios es el centro del universo. ¿Cuál es el centro para los ateos?
¿Por qué buscar un centro? ¿Qué es el centro del cuerpo? El universo no tiene centro. Es un universo infinito. Hay que terminar con esa historia del centro.
¿Cualquiera puede hacer su interpretación del evangelio? ¿Hitler también lo interpretó a su modo como señala en su libro?
Sí. Todo tiene su opuesto en los textos religiosos, que escribieron centenares de personas en el transcurso de centenares de siglos. Están llenos de contradicciones. En ellos encontramos lo mejor (elogio de la paz, del perdón, de la benevolencia) y lo peor (la guerra, la venganza, la violencia). Según lo que se tome, puede constituir un conocimiento pacífico o un arma de guerra: la Iglesia Católica Apostólica Romana optó por la segunda vía.
Usted menciona en su libro al ateísmo cristiano... ¿No es una contradicción en sí?
Es la posición de algunos filósofos que, en Francia, dicen que no creen en Dios (por lo cual son ateos), pero que suscriben todos los valores cristianos (en lo que son, por lo tanto, cristianos y ateos). ¡Extraña quimera! Pero existe, y caracteriza a un negador de Dios que afirma al mismo tiempo la excelencia de los valores cristianos y la índole insuperable de la moral evangélica. Su trabajo presupone la disociación de la moral y la trascendencia: el bien no tiene necesidad de Dios, de cielo o de un anclaje inteligible, pues se basta a sí mismo y depende de una necesidad inmanente: proponer una regla de juego y un código de conducta entre los hombres.
George Bush y Osama Bin Laden son hombres religiosos. ¿Qué opina del enfrentamiento que mantienen?
Los dos me producen el mismo efecto: no voy a elegir ni el judeocristianismo de Bush ni el islamismo de Bin Laden. Es otro de los motivos por los que propongo el ateísmo como invitación a no elegir entre dos visiones del mundo que repruebo.
¿Ser ateo es peligroso para la sociedad?
¡No! Es mejor que ser creyente. Cuando se cree obedecer un mandato divino, se actúa sin tener en cuenta la razón.
¿Qué posición tomó en el debate sobre el uso del velo por parte de las mujeres musulmanas en Francia?
Estoy a favor de una escuela laica en la que se evite mostrar de forma ostensible y de manera militante a qué religión se pertenece. Por lo tanto, soy partidario de la prohibición de los símbolos religiosos (y no sólo del velo, sino también de la kippá y del crucifijo) en la escuela republicana francesa. En la calle cada uno puede hacer lo que quiera. Por otra parte, en los palacios de Justicia de Francia, están prohibidos los símbolos religiosos ostentosos y ostensibles. No se puede dictar una resolución legal bajo un crucifijo colgado de la pared, menos aún bajo un versículo de la Torá o un sura del Corán. Tanto el código civil como el penal pretenden afirmar el derecho y la ley con independencia de la religión y de la Iglesia. Ahora bien, no hay nada en la jurisdicción francesa que contradiga esencialmente las prescripciones de la Iglesia Católica. La ausencia de un crucifijo en la sala de audiencias no garantiza la autonomía de la Justicia con respecto a la religión dominante.
¿Debemos temer la posibilidad de una guerra entre los fundamentalismos religiosos?
Lo que ha ocurrido en los suburbios franceses nos lleva a pensar en ese tema. Creo que sí.