17 de julio de 2010

Onetti, Vilariño y la "Balada del ausente"

"Onetti nos pone ante un abismo único, con escenarios y personajes que se duplican en el dolor, la soledad, el desgarramiento y las corrosiones de la culpa; un mundo en perpetuo asedio e insondable resistencia; sí, un mundo-abismo", dice el crítico literario argentino Jorge Lafforgue (1935) en su artículo "Prosa sin fisuras" publicado en el diario montevideano "El País" en su edición del 14 de agosto de 2009, al referirse a "Los adioses", uno de los textos del genial autor de "El astillero" que, reconoce Lafforgue, "con mayor intensidad me ha conmocionado". En la cuarta edición de esa novela breve se incluyó un estudio crítico de Wolfgang Luchting (1927) titulado "El lector como protagonista de la novela" (aparecido originalmente en la revista "Marcha" en junio de 1970) en el que el académico alemán sostiene que "Onetti es uno de los más grandes escritores de América Latina, casi tan importante para las letras de ese continente como lo fuera Jean Paul Sartre en la Francia de la época posbélica".
El escritor uruguayo escribió mucho y bien. Fue autor de once novelas, cuarentisiete relatos y ciento dieciséis ensayos, aunque sólo escribió tres poemas: "Y el pan nuestro", "Querida Litty" y "Balada del ausente", todos ellos dedicados a la poetisa, ensayista y crítica literaria uruguaya Idea Vilariño (1920-2009) con la que mantuvo una larga y tormentosa relación. A ella también dedicó, en 1954, la antes citada "Los adioses", una de sus obras favoritas. Idea Vilariño, hija de un poeta anarquista, ya había publicado varios libros para la época en que Onetti consiguió por fin publicar "Los adioses" en Buenos Aires tras un primer y fallido intento en su país natal. Junto a Mario Benedetti (1920-2009), Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) y Manuel Claps (1920-1999) había fundado en 1949 la revista literaria "Número" en cuyas páginas aparecieron sus poemas, ensayos y traducciones. Esta camada de escritores fue la expresión intelectual de la brillante "Generación del 45" que tanto marcó la vida cultural del Río de la Plata.
Ya anciana, la poetisa dijo que Onetti fue "el último hombre del que debí enamorarme". La relación, signada por la pasión, las despedidas y el distanciamiento, se mantuvo a lo largo de toda la vida. "Cuando se acepta este tipo de relaciones hay que saber que no será sencillo" dijo tranquilamente. El le reprochaba a ella que no lo amaba de verdad, que sólo lo usaba para escribir "esos poemas tremendos". Ella le reprochaba a él que no apareciera "ni una mujer entera" entre los personajes de sus novelas. Desde su encuentro en 1974 a raíz del cierre del semanario "Marcha" por la censura del régimen militar -cuando Onetti fue confinado durante tres meses en la cárcel- no habían vuelto a verse. Pero hubo una última vez: cuando tenía setenta años se reencontró con Onetti en Madrid después de más de una década sin verse: "el encuentro fue fácil y hermoso", comentó. Quince días antes de morir, Onetti le escribió una extensa carta en la que relataba un sueño amoroso con ella; treintisiete años antes, ella le había dedicado sus exquisitos "Poemas de amor".
"Cuando escribo nunca miento -dijo en una oportunidad-. Puedo mentir en la vida de todos los días, pero no cuando escribo". Y así escribió: "Concédeme esos cielos, esos mundos dormidos,/ el peso del silencio, ese arco, ese abandono,/ enciéndeme las manos, ahóndame la vida/ con la dádiva dulce que te pido./ Dame la luz sombría, apasionada y firme/ de esos cielos lejanos, la armonía de esos mundos sellados,/ dame el límite mudo, el detenido contorno/ de esas lunas de sombra, su contenido canto". Siempre se preguntó por qué aguantó tanto, por qué volvió tantas veces. "Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui".


Pero ella también, además de decirle "burro", "perro", "bestia", le había dicho que le gustaba el tango, que los escribía y los tocaba al piano, que los cantaba y los bailaba. Y en el poema "Balada del ausente", con ostensibles reminiscencias tangueras, Onetti le escribió:

Entonces no me des un motivo por favor
No le des conciencia a la nostalgia
La desesperación y el juego
Pensarte y no verte
Sufrir en ti y no alzar mi grito
Rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
En lo único que puede ser
Enteramente pensado
Llamar sin voz porque Dios dispuso
Que si El tiene compromisos
Si Dios mismo le impide contestar
Con dos dedos el saludo
Cotidiano, nocturno, inevitable
Es necesario aceptar la soledad
Confortarse hermanado
Con el olor a perro, en esos días húmedos del sur
En cualquier regreso
En cualquier hora cambiable del crepúsculo
Tu silencio
Y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda
Que no responde al sombrero enlutado
Golpeando las rodillas
Que teme a Dios y se preocupa
Por lo que opine, condene, rezongue, imponga.

No me des conciencia, grito, necesidad ni orden
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo
Hacia la claridad dolorosa del mundo
Desnudo, sólo, desarmado
Bamboleo mi cuerpo enmagrecido
Tropiezo y avanzo
Me acerco tal vez a una frontera
A un odio inútil, a su creciente miseria
Y tampoco es consuelo
Esa dulce ilusión de paz y de combate
Porque la lejanía
No es ya, se disuelve en la espera
Graciosa, incomprensible, de ayudarme
A vivir y esperar
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
Fundido con ella
El mozo que comprende, ayuda a esperar
Cree lo que ignora.

Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor
Ya ni siquiera creo
En romper espejos en la noche
Y lamerme la sangre de los dedos
Como si la hubiera traído desde allí
Como si la salobre mentira se espesara
Como si la sangre, pequeño dolor filoso
Me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
Y yo la, lo pierdo, doy mi vida
A cambio de vejeces y ambiciones ajenas
Cada día más antiguas
Suciamente deseosas y extrañas
Volver y no lo haré, dejar y no puedo
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
Y esperar sin prisa su vejez
Su ajenidad, su diminuto no ser
La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.

Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo
No inventará arrugas, no me inflará las mejillas
Ahí estaré esperando una cita imposible
Un encuentro que no se cumplirá.