31 de diciembre de 2008
Entremeses literarios (XXIX)
Juan Rodolfo Wilcock
Argentina (1919-1978)
Harux y Harix han decidido no levantarse más de la cama: se aman locamente, y no pueden alejarse el uno del otro más de sesenta, setenta centímetros. Así que lo mejor es quedarse en la cama, lejos de los llamados del mundo. Está todavía el teléfono, en la mesa de luz, que a veces suena interrumpiendo sus abrazos: son los parientes que llaman para saber si todo anda bien. Pero también estas llamadas telefónicas familiares se hacen cada vez más raras y lacónicas. Los amantes se levantan solamente para ir al baño, y no siempre; la cama está toda desarreglada, las sábanas gastadas, pero ellos no se dan cuenta, cada uno inmerso en la ola azul de los ojos del otro, sus miembros místicamente entrelazados. La primera semana se alimentaron de galletitas, de las que se habían provisto abundantemente. Como se terminaron las galletitas, ahora se comen entre ellos. Anestesiados por el deseo, se arrancan grandes pedazos de carne con los dientes, entre dos besos se devoran la nariz o el dedo meñique, se beben el uno al otro la sangre; después, saciados, hacen de nuevo el amor, como pueden, y se duermen para volver a comenzar cuando despiertan. Han perdido la cuenta de los días y de las horas. No son lindos de ver, eso es cierto, ensangrentados, descuartizados, pegajosos; pero su amor está más allá de las convenciones.
DE L'OSSERVATORE
Juan José Arreola
Mexico (1918-2001)
A principios de nuestra Era, las llaves de San Pedro se perdieron en los suburbios del Imperio Romano. Se suplica a la persona que las encuentre, tenga la bondad de devolverlas inmediatamente al Papa reinante, ya que desde hace más de quince siglos las puertas del Reino de los Cielos no han podido ser forzadas con ganzúas.
DE LAS HERMANAS
Eliseo Diego
Cuba (1920-1994)
Eran tres viejecitas dulcemente locas que vivían en una casita pintada de blanco, al extremo del pueblo. Tenían en la sala un largo tapiz, que no era un tapiz, sino sus fibras esenciales, como si dijésemos el esqueleto del tapiz. Y con sus pulcras tijeras plateadas cortaban de vez en cuando alguno de los hilos, o a lo mejor agregaban uno, rojo o blanco, según les pareciese. El señor Veranes, el médico del pueblo, las visitaba los viernes, tomaba una taza de café con ellas y les recetaba esta loción o la otra.
- ¿Qué hace mi vieja? -preguntaba el doctísimo señor Veranes, sonriendo, cuando cualquiera de las tres se levantaba de pronto acercándose, pasito a pasito, al tapiz con las tijeras.
- Ay -contestaba una de las otras-, qué ha de hacer, sino que le llegó la hora al pobre Obispo de Valencia. Porque las tres viejitas tenían la ilusión de que ellas eran las Tres Parcas, con lo que el doctor Veranes reía gustosamente de tanta inocencia.
Pero un viernes las viejecitas lo atendieron con solicitud extremada. El café era más oloroso que nunca, y para la cabeza le dieron un cojincito bordado. Parecían preocupadas, y no hablaban con la animación de costumbre. A las seis y media una de ellas hizo ademán de levantarse.
- No puedo -suspiró recostándose de nuevo. Y, señalando a la mayor, agregó:
- Tendrás que ser tú, Ana María.
Y la mayor, mirando tristemente al perplejo señor Veranes, fue suave a la tela, y con las pulcras tijeras cortó un hilo grueso, dorado, bonachón. La cabeza de Veranes cayó enseguida al pecho, como un peso muerto. Después dijeron que las viejecitas, en su locura, habían envenenado el café. Pero se mudaron a otro pueblo antes que empezasen las sospechas y no hubo modo de encontrarlas.
LA SIESTA DE LAZARO
Virgilio López Azuán
República Dominicana (1953)
Y yo le dije a mi amigo Lázaro: "Levántate y anda", pero él se quedó igual, inmóvil, como si no me escuchara. Había que verlo en esa cama de guata, con una pesadez mortal. Volví a darle la orden, y nada pasaba. Entonces decidí abrir las puertas y las ventanas de la casa para que entrara la luz y se despertara. Pero qué va. Fui a la cocina y traje conmigo unas cantinas y realicé el ruido más grande del mundo. No me conformé, salí a la calle, convidé a mucha gente para que me ayudaran a despertarlo. Rodearon la casa, gritaron, y nada. Entré de nuevo a la habitación, me acerqué a la cama y Lázaro seguía muerto.
EL DIENTE ROTO
Pedro Emilio Coll
Venezuela (1872-1947)
A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña. Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo. Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan. Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.
- El niño no está bien, Pablo -decía la madre al marido-, hay que llamar al médico.
Llegó el doctor y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.
-Señora -terminó por decir el sabio después de un largo examen-, la santidad de mi profesión me impone el deber de declarar a usted...
- ¿Qué, señor doctor de mi alma? -interrumpió la angustiada madre.
- Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible -continuó con voz misteriosa- es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.
En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar. Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del "niño prodigio", y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison... etcétera. Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin pensar. Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y "profundo", y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior, entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto, sin pensar. Pasaron los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua. Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.
EL PRESENTIMIENTO
Juan Pedro Aparicio
España (1941)
La familia rodeaba al moribundo. El moribundo habló con lentitud:
- Siempre creí que yo no viviría mucho.
Los niños clavaban en él sus conmovidos ojos. El moribundo continuó tras un suspiro:
- Siempre tuve el presentimiento de que me iba a morir muy pronto.
El reloj del comedor tocó la media y el moribundo tragó saliva.
- Luego, a medida que he ido viviendo, llegué a creer que mi presentimiento era falso.
El moribundo concluyó juntando las manos:
- Ahora, ya veis: con ochenta y seis años bien cumplidos comprendo que ese presentimiento ha sido la mayor verdad de mi vida.
LA CARTA
José Luis González
Puerto Rico (1926-1996)
San Juan, puerto Rico 8 de marso de 1947
Qerida bieja: Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá. La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste. El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo. Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla. Su ijo que la qiere y le pide la bendision. Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
EL DUELO O LA REFUTACION DEL HOROSCOPO
Alejandro Dolina
Argentina (1945)
Los dos hombres nacen el mismo día, a la misma hora. Sus vidas no se cruzan hasta que son enamorados por la misma mujer. Entonces se encuentran y pelean por ella. Uno de ellos obtiene la victoria y el amor. Al otro le corresponde el dolor, la humillación y quizá la muerte. Los astrólogos han previsto ese día el mismo horóscopo para los dos. Tal vez son erróneos los vaticinios. O tal vez se equivoca uno al pensar que el amor y la muerte son destinos distintos.
LA LLAMADA
Jose Martínez Sánchez
Colombia (1955)
- ¿Me amas? -preguntó él.
- Te amo -dijo ella.
- ¿De pies a cabeza? -consultó él.
- Hasta el último pelo -aseguró ella.
- ¿De dónde me llamas? -demandó él.
- No te gustaría saberlo -advirtió ella.
- ¿No me tienes confianza? -interrogó él.
- Contigo nunca se sabe -anotó ella.
- ¿Quieres que vaya contigo? -inquirió él.
- Lo he estado pensando -agregó ella.
- ¿Podrías ser más explícita conmigo? -indagó él.
- No me queda alternativa -explicó ella.
- ¿De dónde me llamas? -insistió él.
- ¡Del más allá! -enfatizó ella.
EL LOCO
Gibrán Khalil Gibrán
Líbano (1883-1931)
En el jardín de un hospicio conocí a un joven de rostro pálido y hermoso, allí internado. Y sentándome junto a él sobre el banco, le pregunté:
- ¿Por qué estás aquí?
Me miró asombrado y respondió:
- Es una pregunta inadecuada; sin embargo, contestaré. Mi padre quiso hacer de mí una reproducción de sí mismo; también mi tío. Mi madre deseaba que fuera la imagen de su ilustre padre. Mi hermana mostraba a su esposo navegante como el ejemplo perfecto a seguir. Mi hermano pensaba que debía ser como él, un excelente atleta. Y mis profesores, como el doctor de filosofía, el de música y el de lógica, ellos también fueron terminantes, y cada uno quiso que fuera el reflejo de sus propios rostros en un espejo. Por eso vine a este lugar. Lo encontré más sano. Al menos puedo ser yo mismo.
Enseguida se volvió hacia mí y dijo:
- Pero dime, ¿te condujeron a este lugar la educación y el buen consejo?
- No, soy un visitante -respondí.
- Oh -añadió el- tú eres uno de los que vive en el hospicio del otro lado de la pared.
30 de diciembre de 2008
Leopoldo Marechal: "Los martinfierristas tratamos de restituirle al arte su frescura y su espontaneidad"
Sí, una etapa lugoniana todavía, y sólo preparatoria de los hechos que vendrían.
¿Qué factor desencadenante produjo ese cambio?
Uno muy significativo. Los pintores Emilio Pettoruti y Xul Solar, que acababan de llegar de Europa, expusieron sus cuadros en la galería Witcomb, con escándalo de la crítica local. En tren de burla, los plásticos de "retaguardia" realizaron en la galería Van Riel una exposición paródica que fue para nosotros un llamado al combate. Una noche, nos reunimos en casa de Evar Méndez los futuros combatientes: estaban Güiraldes, Girondo, Macedonio Fernández, Borges, el pintor uruguayo Figari, Xul Solar, Francisco Luis Bernárdez y otros que no recuerdo bien. En aquella reunión decidimos iniciar la segunda época de "Martín Fierro", la única que tuvo significación histórica.
¿Los identificaba una estética común?
De ningún modo. Lo que nos identificaba era una voluntad renovadora, un imperativo de poner al día nuestras letras y nuestras artes. Oliverio Girondo, autor del "Manifiesto" revolucionario, habló de una "nueva sensibilidad", expresión errónea que nos valdría luego a todos el calificativo de "neosensibles" aplicado a nosotros por nuestros enemigos, a los que calificamos de "pasatistas" y "pompiers" en represalia. No se trataba de imponer una nueva sensibilidad artística, sino de restituirle al arte su frescura, su espontaneidad y su derecho eterno al cambio y a la manifestación de otras "posibilidades creadoras". Más que literario, el de "Martín Fierro" fue un movimiento "vital".
¿Qué cafés frecuentaban en especial?
Por las tardes el Richmond de la calle Florida, y por las noches el sótano del Royal Keller en la esquina de Esmeralda y Corrientes donde Raúl Scalabrini Ortiz descubrió a su "hombre que está solo y espera". Conocí a Raúl en la librería de Gleizer, que le editó los cuentos de "La Manga", y lo hice incorporar a la falange de "Martín Fierro". Por otra parte, no todo se resolvía en literatura: realizábamos también exploraciones de los barrios, y razias punitivas, en una de las cuales Carlos de la Púa, que llamábamos el Vate Muñoz o el Malevo Muñoz, se dedicó una noche a arrancar en la calle Corrientes las chapas de los dentistas y las parteras. Debo advertirle que el Buenos Aires de entonces aún conservaba ritmos de la "gran aldea" y no tenía el semblante impersonal y abstracto que tiene ahora. No era incómodo en aquellos días cantar en público el himno de "Martín Fierro" que compuso Oliverio Girondo sobre la música de "La donna e' mobile" (La mujer es voluble), y que decía: "Un automóvil, dos automóviles/ tres automóviles, cuatro automóviles/ cinco automóviles, seis automóviles/ siete automóviles/y un autobús".
¿Otro recuerdo particular de la misma época?
Sí, el famoso debate sobre el meridiano intelectual de Hispanoamérica. Lo provocó un flato imperialista que Guillermo de Torre soltó en la "Gaceta Literaria" de Madrid, y en el cual proponía que Madrid fuera el meridiano intelectual de la América española. Nuestra reacción fue un segundo 25 de Mayo: hubo réplicas indignadas, como la mía contra Ortega y Gasset y su tribu, réplicas humorísticas que enriquecieron al Parnaso Satírico, y réplicas furiosas como la de Nicolás Olivari que se titulaba "¡Estrangulemos al Meridiano!". Pero también se daban eventos felices, como la inauguración de la sede de "Martín Fierro" en un segundo piso de Florida y Tucumán; aquella noche, y merced a copiosas libaciones, se produjeron algunas anomalías en la ciudad. Oliverio Girondo se puso a dirigir el tránsito en la esquina de Callao y Corrientes; Francisco Luis Bernárdez, en un editorial injurioso para los oyentes, disolvió la "Revista Oral" que Alberto Hidalgo dirigía en el Royal Keller todos los sábados y de la cual los martinfierristas éramos también redactores o locutores; Evar Méndez, otros y yo, llevando a Norah Lange en una silla confiscada a un café, descendimos al sótano del Tortoni, sede -a nuestro juicio- de todo el "pasatiempo" local, y disolvimos la reunión poético declamatoria que allí se celebraba. Supe más tarde que Raúl González Tuñón había despertado al día siguiente en una quinta de Adrogué que desconocía y entre almas buenas que lo asistieron en su naufragio. Cuando al revisar aquellos "operativos" tratamos de darles una razón lógica, recordamos cierta mezcla alcohólica, preparada por el marqués de Mordini, a la cual el noble italiano habría añadido cierta droga "non sancta". El marqués de Mordini era nuestro huésped y había llegado al país con el propósito de cazar elefantes en el Chaco. Volviendo al Tortoni, justo es decir, en su reivindicación, que homenajeamos en él a Luigi Pirandello, durante su primer viaje; y que para darle una noción de nuestra música popular, Güiraldes trajo a Carlos Gardel que cantó en el sótano de la Avenida como un ángel. Me parece ver aún a Carlitos, descendiendo la escalera del sótano al frente de sus dos guitarras.
Marechal, se ha referido usted a la "Revista Oral". ¿ Cómo era?
La creó Alberto Hidalgo, poeta de Arequipa, quien se encargaba de reservar todos los sábados las mesas del Royal Keller en que "se decían" sus números. Era una revista oral "a sangre", anterior por supuesto, al periodismo oral que lanzó después la radiofonía. Llegada la hora, Hidalgo se ponía de pie y anunciaba: "Revista oral, año primero, número cinco". Luego leíamos los editoriales, hacíamos las críticas o recitábamos los poemas. Recuerdo que una noche Scalabrini Ortiz, en tren de crítica, transcribió en un pizarrón un fragmento de prosa de Gerchunoff -al que se consideraba un estilista-, y fue tachando las palabras que, a su entender eran ociosas: sólo quedaron en el pizarrón tres preposiciones y una conjunción copulativa. Otra vez recibimos en el sótano la visita de algunos jóvenes poetas peruanos. Uno de ellos, en fervor vanguardista, se dirigió a Macedonio Fernández y le dijo: "¡Lucharemos! ¿Y qué nos importa que nos manden a la mierda?". "Claro -aprobó Macedonio-, ¡y habiendo tantos tranvías!".
¿Qué público tenía la "Revista Oral"?
Nuestras amistades, los parroquianos del sótano, almas nocturnas que estaban solas y esperaban y los "calaveras" que hacían tiempo hasta que se iniciase el turno de la noche del Tabarís. Conversaciones sobre poesía se pueden lograr en cualquier sitio y con toda clase de gentes.
¡Buen testimonio y consejo para las nuevas generaciones!
Siempre creí que Oliverio Girondo debía escribir los recuerdos de esa época y publicar su documentación gráfica; lo incité algunas veces a redactar las "Memorias de Oliverio", con su estilo natural, metafórico y tremendista. No lo hizo y creo que nuestra literatura perdió una obra clásica.
29 de diciembre de 2008
Naomi Klein: "Ante las crisis siempre aparecen las mismas recetas con una idea muy redituable: enriquecer a los políticos y a las empresas"
¿Qué quiere decir con shock? ¿Cómo definiría a la "doctrina del shock"?
Un shock es cualquier acontecimiento catastrófico que nos desorienta. Mi forma preferida de entender el shock es decir que es la brecha entre un acontecimiento y el relato que lo explica. Ese lapso, esa brecha que se abre entre acontecimiento y relato es el estado de confusión en el cual somos vulnerables. La "doctrina del shock" es la filosofía del poder que entiende que esa brecha es el mejor momento para imponer un programa radical pro-empresas.
Pero esa brecha, ¿no es buen momento para tratar de imponer cualquier programa?
En el libro demasiados shocks convergen para mostrar un mismo cuadro.
¿No es forzado equiparar Irak y Rusia, Sudáfrica y Polonia?
Esta no es una historia de esos países, es una historia del neoliberalismo. Esta ha sido una campaña ideológica y económica que sirve a las élites de todo el mundo, que tiene sus libros sagrados y su filosofía del poder. En el libro cito abundantemente a los arquitectos del neoliberalismo cuando dicen que necesitan crisis: "Cualquier crisis sirve". Cito al ministro de Economía de Polonia cuando dice que puede ser "una rápida transición económica, el fin de una guerra, cualquier cosa". El shock es un período en el que la gente pierde la orientación. La izquierda no entendió que hay una filosofía del poder en las crisis que ha permitido el ascenso de esta ideología. Las crisis son todas diferentes pero, en los últimos treinta años aparece este hilo conductor: fueron sistemáticamente aprovechadas por un grupo pequeño que comprendió y estudió la utilidad de las crisis. Todo esto era nuevo para mí cuando empecé la investigación. Es sorprendente tomar el huracán Katrina, el tsunami, Irak o el fin del comunismo y ver que en todos los casos aparecen las mismas recetas. Tienen una sola idea muy redituable: enriquece a los políticos y a las empresas.
El acontecimiento que inicia el shock puede ser predecible o impredecible, una catástrofe natural o de la política. ¿Esto no marca una gran diferencia en cuanto a las responsabilidades en cada "doctrina del shock"?
No es inevitable que reaccionemos ante los acontecimientos difíciles con un shock, un estado de desorientación. Pero el factor determinante de que nos sintamos desorientados, de que nos volvamos maleables y entremos en regresión es que tengamos o no un relato que explique lo que pasa. En estado de shock uno se vuelve vulnerable. Con un electroshock la persona pierde control de su cuerpo, tanto en psiquiatría como en una tortura. La pregunta es cómo mantenerse fuera del shock, porque no podemos evitar que ocurran pero sí podemos controlar el hecho de entrar o no en ese estado de regresión y desorientación o al menos cuánto tiempo permanecemos en él.
Dice que la tesis inicial surgió en Argentina, ¿cómo nació la idea de convertirla en libro?
Lo que me motivó fue presenciar los efectos increíblemente dañinos del prolongado estado de shock en el que entraron los norteamericanos después del 11-S. Fue la quintaesencia de la brecha entre acontecimiento y relato. "¿Por qué nos odian?" se preguntaban. Uno tendría que hablar de las fallas de los medios, de nuestro sistema educativo, de la cultura que creó una situación en la que los estadounidenses quedaron totalmente sorprendidos de tener enemigos que querían su aniquilación, de los cuales no tenían ni la menor idea hasta el día anterior. El shock no fue el atentado sino el hecho de que parecía llegado de otro planeta. Eso creó el contexto para que el gobierno de Bush se adueñara del poder para destruir las libertades civiles, invadir Afganistán e Irak, crear Guantánamo, etcétera. Yo quería entender la teoría del shock. Se combinaron la necesidad de ver los efectos nocivos que esto tuvo en el panorama político del lugar donde vivo y el hecho de haber venido a la Argentina después de un shock, después de la crisis. En enero de 2002, cuando vine por primera vez, todavía reinaba una gran confusión pero lo que me impactó -y esa es la raíz de la tesis de este libro- fue escuchar los relatos de la gente sobre por qué el país había reaccionado así el 19 y 20 de diciembre. Tantas personas contaban la misma historia: "De la Rúa habló por televisión, declaró el estado de sitio y esa situación nos recordó el pasado". En 2001 ustedes tenían el contexto clásico para la aplicación de la "doctrina del shock"; esa vez no funcionó pero, recordémoslo, se intentó hacerlo.
¿A qué se refiere?
Ustedes tenían una crisis económica, hubo un intento del FMI y de Domingo Cavallo de aplicar un programa de austeridad total, de aprovechar esa crisis económica para llevar el neoliberalismo aún más lejos. En los Estados Unidos había un grupo de economistas de derecha, como Rudiger Dornbusch, que proponían que la economía de Argentina se trasladara "offshore". Es la idea más radical que jamás se haya oído. Ninguna de esas ideas prendió y la gente las rechazó porque había aprendido de aprovechamientos anteriores del shock. Cuando De la Rúa declaró el estado de sitio, la gente recordó 1976. Ustedes tuvieron una memoria histórica. En un momento en el que la gente podría haber sido vulnerable a otra terapia de shock económico, algo la mantuvo fuera. Sorprendente. Lo contrario de un shock, como una hiper-orientación. Todo el mundo estaba súper despierto.
Detectar las motivaciones de "todo el mundo", despiertos o dormidos, no es tan sencillo.
Mucha gente salió por propio interés, sin duda. Pero la experiencia cambia a la gente.
Aquellos días de diciembre son interesantes en contexto: por ejemplo, con los cacerolazos de los días previos, una práctica que nace en el Chile anti-Allende. Días atrás tuvimos nuevos cacerolazos y protestas en calles y rutas. ¿Cómo interpreta estos acontecimientos?
No los interpreto porque no los he investigado. Es fácil olvidar que había un programa ambicioso de aprovechar ese shock para adueñarse de la economía argentina, y eso no ocurrió.
Es consciente de que el proceso es muy complejo.
Sí. En este gobierno se han producido algunos cambios muy simbólicos, y creo que la postura de Kirchner ante el FMI fue importante para el debilitamiento del FMI. Ahora el Fondo está en una profunda crisis y la Argentina desempeñó un papel significativo en ella. Dicho esto, no creo que los Kirchner realmente rechacen muchos postulados del neoliberalismo: le pagaron al FMI y la cuestión crucial es la redistribución de la riqueza. El legado neoliberal es la desigualdad masiva y la aniquilación de la clase media, por eso, la reconstrucción pasa por abordar la desigualdad y eso no ocurre aquí de manera significativa. ¿Es este un gobierno anti-neoliberal? No sé. Pero diciembre de 2001 fue un tiempo de cambio y también de desilusión porque había muchas esperanzas en ese potencial y creo que hubo muchas oportunidades perdidas.
¿Por ejemplo?
Una de las desilusiones es la de las fábricas recuperadas. Eso podría haber sido un cambio de política, pero para que eso ocurra hace falta un gobierno al que le interese cambiar la dinámica (y gente que se lo exija), alejándose de la asistencia y la beneficencia para acercarse a la autosuficiencia, que es la amenaza fundamental porque el modelo clientelista es una maquinaria política. Las cooperativas autónomas no necesitan tanto a los partidos políticos. Esto no sólo ocurre en la Argentina. Ese nuevo paso para institucionalizar otro modelo económico no se dio y esa es otra desilusión. Pero creo que sí se está haciendo en otros países que tienen otra relación con los movimientos sociales, una relación más igualitaria. Mire a Evo Morales: tiene que dar respuesta a los movimientos sociales pero no existe esa maquinaria política tan difícil de desarticular. Es un desafío muy particular. Pero el peronismo -eso aprendí en la Argentina- es único.
Bueno, esa singularidad se pierde en el libro, muchos datos parecen inverosímiles; por su complejidad o quizá porque se basan en fuentes secundarias.
¿Cree eso? Sí, me apoyé en fuentes secundarias. No es lo ideal. Había hecho algunas investigaciones aquí pero profundicé más de lo que esperaba y por eso me basé en algunos libros publicados en inglés. Ahora estamos haciendo un documental y podremos hacer más investigación. Lo acabamos de empezar con el director Michael Winterbottom; pronto haremos la primera filmación. Winterbottom quiere ser muy fiel al libro. Los capítulos de Chile y Argentina lo impresionaron, así que vamos a filmar aquí y en Chile.
En la reseña que hizo Joseph Stiglitz de su libro dice que, en verdad, nunca hubo teoría alguna para esas políticas.
Creo que él dice que las teorías de estos economistas eran aún más endebles. Malos economistas. Stiglitz disiente más en la tortura y la metáfora del shock.
Recientemente escribió sobre un arma nueva, Tazer, una pistola que lanza una descarga, como una picana. El video en YouTube donde se ve cómo guardias disparan Tazer y asesinan a un polaco en un aeropuerto canadiense es aterrador.
Sí, ya hubo muchas muertes causadas por el Tazer. Son un producto de consumo. Es increíble: vienen en rosa, con estampado de leopardo o con música. Este es el Estados Unidos post 11 de septiembre. Los padres las están usando con sus hijos, los maridos con las mujeres. Es un arma de abuso en el hogar; y justamente porque tienen fama de seguras son mucho más peligrosas. La empresa repite: "Esto es seguro. No es fuerza mortal". Hay historias de padres que la han usado contra chicos de tres años porque lloraban. Es una epidemia de shock.
La metáfora de la tortura por electroshock sigue viva.
Hay un tercer shock que es necesario para hacer cumplir con la doctrina y no fui lo suficientemente firme al respecto en el libro. Si volviera a escribirlo dedicaría un capítulo a las cárceles estadounidenses, al hecho de que uno de cada cien estadounidenses adultos está preso, que Estados Unidos tiene el índice de encarcelamiento más alto del mundo y que esa población carcelaria está compuesta mayoritariamente por negros y latinos. Nueva Orleans tiene al 30% de su población tras las rejas. Algunas de estas cárceles usan armas de shock. Las poblaciones que estuvieron en la línea de frente de estas políticas económicas sufrieron un nivel increíble de disciplinamiento y brutalidad policial.
Esto contrasta con su pintura de la dictadura argentina, en la que dice: "Todos callaban lo que ocurría". Hoy cualquiera puede aplicar picana a otro y se supone que está bien.
Es más: es entretenido. Uno ve el shock en el cine, en TV... en los "reality shows" hay como una competencia: quién puede soportar un shock. Uno de los motivos por los cuales es tan difícil hablar de esto en los Estados Unidos es que los medios ejercen una amortiguación. La gente no confía en sus propias reacciones emocionales cuando no recibe confirmación de los medios. Y uno empieza a pensar que está loco, que es el único que piensa así. Porque a uno algo le parece chocante pero la televisión está hablando de otra cosa. Para que estas cosas lleguen a ser una controversia hace falta más que un artículo. Tiene que haber un contexto, que los medios electrónicos digan: "Usted tiene razón en opinar que esto está mal". Si uno no recibe esa confirmación, piensa que esa violencia es normal. Por eso el uso de blogs es alentador. En Canadá nos llegó la noticia de que alguien había muerto por el uso del Tazer en un aeropuerto como la nota de un día. Recién cuando se vio el video en YouTube esto se convirtió en una polémica y en investigación.
¿Cuál es el lector ideal de "La doctrina del shock"?
El objetivo era prepararnos para el próximo shock. Y es muy gratificante recibir e-mails de gente que usa el marco de "La doctrina del shock" para interpretar la actualidad. Esa es mi meta como analista desde que empecé a escribir columnas: dar herramientas para leer mejor los diarios. Esa es mi misión. Por eso, es hermoso recibir mensajes de correo electrónico de gente de todo el mundo que me dice: "Está ocurriendo aquí. Están tratando de hacerlo. Lo están haciendo en la junta escolar, con la crisis alimentaria para introducir alimentos genéticamente modificados" o "con la crisis económica quieren privatizar la seguridad social". Ahí me siento muy gratificada porque significa que la gente tiene otra herramienta para interpretar las noticias. Soy bastante realista en cuanto a qué puede y no puede lograr un libro. Los libros no crean movimientos.
¿Cómo fue recibido este libro en el ámbito académico?
Depende del académico. Creo que muchos docentes valoran a quien divulga y sintetiza. Algunos valoran que use como fuente el trabajo tan cuidadoso que hacen ellos. Me invitan a hablar en universidades porque para los alumnos es útil tener el panorama general. Pero el punto de vista de algunos académicos depende de su orientación: para los marxistas o trotskistas, el libro es demasiado keynesiano. Para los neoliberales, es demasiado marxista.
Al presentar "La toma" su marido explicó que habían eliminado opiniones de especialistas porque la película expresaba un "echen a los expertos".
Eso estaba más bien dirigido a los economistas que habían hecho tal desastre. Tengo un gran respeto por quienes dedican tanto esfuerzo a ser precisos. Sin ellos no podría hacer mi trabajo.
28 de diciembre de 2008
Elisabeth Roudinesco: "La característica del verdadero pensamiento filosófico es que es internacional"
A mi entender, es igual porque no era una época en la que sus libros fueran best-sellers, no se pensaba si tenían éxito o no. Escribir libros era parte de la mitología de la vida. Forman parte hoy del patrimonio cultural. Pero usted sabe que en Francia se vive una época extremadamente reaccionaria, conservadora. Hay una tendencia a detestar ese tiempo pasado. Pero, subterráneamente, todos esos filósofos existen. Vivimos en relación a ese pasado porque ellos ocupan su lugar. Periódicamente se deplora esa gran época, pero lo que trato de mostrar en este libro es que en aquellos tiempos esos filósofos no tenían la impresión de vivir una gran época.
¿Hoy se puede establecer la existencia de una filosofía francesa, alemana o italiana como ocurría en siglos anteriores?
Nos situamos en el comienzo de Europa, y la característica de esos filósofos es que eran internacionalistas. Son franceses pero hay que destacar que Sartre estaba marcado por la filosofía alemana, Canguilhem un poco menos, Althusser fue marxista; Deleuze fue un modelo algo diferente y diría que fue el más francés de todos. .
En su libro no hay ninguna mujer... ¿No había lugar para Simone de Beauvoir, por ejemplo?
¡No iba a poner a una mujer sólo por ponerla! Elegí a filósofos franceses de cierto período. Podría haber puesto a Simone de Beauvoir, la única que habría elegido. Pero ella no me marcó. Tomé filósofos con los que tuve una relación personal, ya sea con la lectura de sus obras o con ellos. Si no hubiera habido un Georges Canguilhem, yo nunca hubiera podido escribir "Historia del psicoanálisis". Los dos grandes modelos teóricos para mi propio camino fueron, sin ninguna duda, Canguilhem y Foucault. Fueron los que más me marcaron en la enseñanza. Fui alumna de Deleuze pero no soy deleuziana. El era un maravilloso profesor, pero los modelos para mí fueron Canguilhem y Foucault. Althusser es algo diferente. Su obra me influyó mucho pero la encontré muy literaria. Me marcó, sin duda, su lectura de Marx. Después, en el último período, Derrida me influyó mucho. Al principio yo no era para nada derridiana porque, para mí, la deconstrucción no era un punto clave. Pero lo que me interesó mucho es que Derrida, luego de Foucault y Canguilhem, comprendió, como ninguno lo había hecho, algo del mundo moderno. Cuando escribí mi libro sobre la familia, cuando vi la evolución de lo que él hacía, me dije que Derrida había comprendido muchas cosas del mundo moderno. A saber, la idea de que hay que criticar sin rechazar, la de ser fiel e infiel, la del saber y la herencia.
¿Y por qué un filósofo tan importante como Michel Foucault ha sido tan detestado entre los franceses?
Todos fueron detestados. Excepto Canguilhem, todos. Hay una herencia foucaultiana muy fuerte porque pensó temas nuevos, pero tanto en Estados Unidos como en Francia fue acusado de todo, de homosexualidad, de haber contagiado a otros el sida, de ser un ángel de la destrucción. El dinamizó de alguna forma a cierto número de pensadores académicos, pero lo detestaron los historiadores por filósofo y los filósofos por historiador. Los que tomé son pensadores que encienden la llama. Althusser fue odiado por marxista y, a causa del crimen de su mujer, se lo tildó de filósofo asesino. Tuvo un destino trágico, fue detestado. Deleuze también fue terriblemente atacado. Se lo acusó de defender las drogas, la libertad, de dinamizar la sociedad. Y Derrida fue ignorado en Francia -se hizo famoso en Estados Unidos antes que en Francia- y atacado muy violentamente en la cima de su celebridad. En Inglaterra hubo un debate cuando una universidad le otorgó un "honoris causa": se lo trató casi de oscurantista. En Estados Unidos, al mismo tiempo que era reconocido, también se lo atacaba.
Derrida ha abarcado un campo muy vasto: el estudio de lo femenino, la deconstrucción, la política. Abordó todos los grandes problemas del mundo, la revolución, la pena de muerte, la filosofía, el psicoanálisis, muchas cosas. Es una herencia muy importante. Y finalmente el momento del adiós. Porque es el último sobreviviente de esas dos generaciones. Tuve que enfrentar esta pérdida. Tuve que escribir despedidas para allegados o amigos suyos. Siempre me despedí del muerto después de su muerte. Me parece que no se puede decir la muerte antes de su llegada.
¿El siglo XX fue deleuziano, como dijo Foucault?
Deleuze fue detestado, igual que Derrida y Foucault. Acusado como Sócrates de querer corromper a la juventud con su enseñanza, se le reprochaba su amor desmesurado por las drogas y el alcohol. Incluso se lo comparó, por haber escrito "El Anti-Edipo", con una especie de degenerado que habría hecho la apología de lo "podrido sobre estiércol de decadencia". También fue considerado antisemita por haber protestado contra la prohibición de una película que había sido evaluada como tal por el Ministerio de Cultura y retirada de las carteleras. Deleuze, al ponerse en contra de esta censura, había cuestionado a todas las asociaciones que se arrogaban el derecho de juzgar el contenido de una obra de arte, por problemático que fuese, sin ser capaces siquiera de debatirlo. Me gusta mucho esa frase que usted cita. Vio que hay un lazo entre ellos. Es seguro que Foucault consideró que Deleuze era el más moderno de todos. Me gusta mucho pero, para mí, los más modernos fueron Foucault y Derrida.
25 de diciembre de 2008
Entremeses literarios (XXVIII)
Juan Sasturain
Argentina (1945)
Una tarde de otoño el peceto subió con pasos cortos y esforzados por Plaza Francia arriba desde Libertador y entró en la Biblioteca Nacional. Pidió en el primer piso el Diccionario de la Real Academia Española, después en el segundo una enciclopedia en veinte gordos tomos y se buscó como cualquier nombre propio o común con pretensiones de estar: culo, Sarmiento, azotillo, felicidad o castañuelas. Tal vez el tonto peceto buscó mal, dudaba en la grafía con "c" sola o "sc" como Discépolo -que aparecía: Armando, Enrique Santos- pero lo cierto es que él no estaba. No sólo no figuraba entre los cortes españoles más vistosos sino que simplemente el peceto no existía en general. Hay quienes conjeturan, acaso con criterio, que de entonces data la extraña conducta del peceto, una carne poco demostratativa, insegura de sí, tímida y sólo comparable en perfil bajo a la aguja y las entrañas, e incluso más callado que el mondongo. Otros no. Son aquellos que sostienen hipótesis de premisas más flagrantes, y lo ven atrapado en una lucha amarga y despareja: no es fácil, argumentan, competir con cortes parrilleros pictóricos de buena y aceitada prensa nacional aunque no sean -argentinos al fin- sino groseros, entreverados de grasa o puro hueso de descarte. El melancólico peceto navega así, en salsa anodina y plato de vieja, sin un destino jugoso ni otra aventura a la vista que un agridulce mechado violador. Anomia, marginación y monotonía lo han confinado al horno con papas, el corte regular y el aderezo burocrático. A la hora del elogio, cocineros hipócritas suelen felicitarlo por prolijo mientras comentan por lo bajo qué boludo.
CADA NOCHE
Eduardo Abel Gimenez
Argentina (1954)
Cada noche, en el Museo Entomológico, un ejemplar de Cithaerias Pyritosa ingresado en 1949 y clasificado en 1952 despierta misteriosamente de un profundo letargo, se desprende de sus ataduras y parte a realizar la tarea encomendada. Está afuera menos de quince minutos. Luego vuelve a acomodarse en su sitio de la vitrina, donde permanecerá inmóvil por otras veintitrés horas y tres cuartos. A la mañana siguiente, un nuevo titular sangriento llenará la primera página de los periódicos sensacionalistas.
VECINAL
Roberto Gutiérrez Alcalá
México (1961)
Se llama Aurora, es delgada y menuda, y tiene la piel muy pálida. De seguro no pasa de los treinta y cinco. Vive en el 206 con su esposo y sus dos hijos pequeños. Cuando llegamos a vivir aquí, en marzo del año pasado, fue ella quien nos dio la bienvenida, porque en ese entonces era la encargada de administrar los cuatro edificios. Por cierto, a pesar de su frágil apariencia, poco tiempo después supo encarar a varios vecinos que se habían retrasado en el pago del mantenimiento. Les puso un ultimátum: o pagan lo que deben o se les corta el gas. Como era de esperarse, no le hicieron caso. El día que se venció el plazo, Aurora le ordenó al conserje que subiera a la azotea de cada edificio, cerrara las llaves del gas de los vecinos morosos y las bloqueara con candados que ella misma se encargó de comprar en una ferretería. Obviamente, los afectados gritaron, amenazaron, pero ella no se dejó intimidar. Entonces, aquéllos no tuvieron otra salida que pagarle lo que debían. Norma me ha contado que a veces viene por las tardes y le pide permiso para hablar por teléfono. Mientras lo hace, sus niños se quedan parados junto a ella, muy quietecitos, sin decir ni hacer nada. Durante una de esas llamadas, Norma se enteró de que tiene problemas con el esposo. Luego, ella misma se lo confirmó. Parece que él conoció a otra mujer; además, no le da dinero suficiente para comida, ropa, colegiaturas... Por eso decidió vender suéteres y vajillas de plástico. Según Norma, le estaba yendo bastante bien. Pero de buenas a primeras comenzó a sentir unos fuertes dolores en el estómago y a vomitar todo lo que comía. Es un tumor, le dijeron. El conserje dice que se la llevaron el martes en la noche y que está grave. Ayer en la mañana me encontré a su esposo y sus hijos en las escaleras del edificio.
- Buenos días -dijo él.
- Buenos días -dije yo-, y me hice a un lado para dejarlos pasar.
EL PROGRAMA
Víctor Montoya
Bolivia (1958)
Cierto día me uní a un hombre que refería este episodio. En la mina se reunieron cuatro obreros bajo la luz mortecina y alguien preguntó:
- ¿Qué desean compañeros?
El primero contestó:
- Conquistar el aumento salarial.
El segundo:
- Matar al general.
El tercero:
- Organizar un frente único de trabajadores.
El cuarto, emanando una voz acumulada durante años, dijo:
- Tener un programa revolucionario y que los agentes del dictador rodearan mi casa y me despertaran a balazos y, sin tener tiempo siquiera para vestirme, huir con el programa entre ráfagas y gritos y, perseguido por jaurías hambrientas y caballos a galope, sin dormir ni comer, llegar con vida hasta esta misma galería.
Los mineros, al cabo de masticar la última hoja de coca, miráronse taciturnos, confundidos, hasta que el más viejo rompió el silencio:
- ¿Y qué ganarías con eso?
- El programa -fue la respuesta.
EL VUELO DEL PAJARO ELEFANTE
Angel Olgoso
España 1961
Avanzo a través del túnel que excavé durante meses en la toba blanda. Me arrastro por este nauseabundo arroyo con la desesperación de los que se saben imantados por fuerzas fatales, de los que han infligido dolor, de los que han sido martillos inclementes para numerosos clavos. Después de dos horas de angustia, mi cuerpo asoma fuera de la boca del túnel. El zumbido de los oídos desaparece. Logro esquivar los reflectores en el mortal damero del patio de la prisión. Me muevo como un veneno recién inoculado. Acometo sin respiro los vastos y resbaladizos muros de cantería. Tras ocultar las sábanas encordadas, atento a los paseos de los guardianes, me interno en las sombras reconocibles de la tercera galería. Puedo escuchar el roce de mis pisadas y el frotecillo asombrado del mecanismo de la suerte. Por fin estoy ante los barrotes. Inspiro profundamente, adelgazándome, y me deslizo entre ellos. Con infinito alivio regreso a las dulzuras de mi celda, a salvo de la aturdidora, extenuante y espantosa libertad.
RUBIA
Carlos Nine
Argentina (1944)
Diana era una falsa rubia que sufría en silencio. Su porte elegante no era suficiente para asegurarle el éxito social que tanto ambicionaba. Paseaba invariablemente por la rambla, al atardecer, con su ataché repleto de cosméticos y una coqueta sombrilla roja. Movía rítmicamente sus piernas en secuencias alternadas de 3-2-3 y también 1-3-1, pero era inútil, no pasaba un catzo. Desesperada, recurrió a Jacobo, el famoso estilista, en busca del diagnóstico correcto.
- Te faltan tetas, m'hija -le espetó el experto tras un rápido vistazo.
- Pero... ¿de qué habla, imbécil? -contestó ella evidentemente irritada por la falta de tacto del profesional-. Tengo lo que hay que tener y además, me teñí de rubio ceniza con reflejos de Plutonio -remató la falsa blonda.
- Plutonio las pelotas. O te ponés tetas o no te dan ni cinco de bola. El color del pelo es elemento visual, y ésta es una época táctil. En estos tiempos los impresionistas se morirían de hambre, ¿entendés babieca?
Diana pareció derrumbarse ante la cruda solidez del esteta, y bajando la barbilla, murmuró:
- Está bien, proceda...
Un mes después, Diana se paseaba por la playa, al atardecer, sin sombrilla ni ataché, pero con unas tetas de novela, y con su pelo natural. Sin embargo, estos adminículos la cohibían de tal manera que vacilaba al caminar, bajaba los ojos y se restregaba las manos con gesto suplicante. La farsa duró poco tiempo. Diana volvió al rubio Plutonio, arrumbó las tetas en el desván de los recuerdos, y continuó paseando por la rambla al atardecer, serena, tranquila, al saber que hiciera lo que hiciera, jamas tendría aceptación social.
PERDER LA CABEZA
Roberto Gutiérrez Alcalá
México (1961)
Ayer, lo confieso, perdí la cabeza. Alguien debió de haber dado la voz de alarma, pues a los diez minutos un grupo de personas se presentó en mi domicilio.
- Somos del Comité Pro Defensa de la Integridad Individual y Social -dijo un hombre de aspecto saludable-. ¿Nos permite pasar?
- Adelante -dije.
- ¿Se encuentra usted bien?
- Un poco confuso.
- Caballero, entremos en materia: ¿por qué perdió la cabeza?
- Bueno, verá: estoy enamorado y...
- Esa no es razón para perder la cabeza -atajó una mujercita elegantemente vestida y de ademanes nerviosos.
- Sí, lo sé -dije-. Aunque...
- Nada, nada. ¿Se imagina qué sería del mundo si todos perdiéramos la cabeza cada vez que el amor embargara nuestros corazones? ¡El caos!
- Es que...
- Caballero, en realidad no nos interesa saber por qué perdió la cabeza -dijo el hombre-. Estamos aquí para encontrarla y para reprenderlo severamente.
- Bien.
- ¿Tiene idea de dónde pudo haberla perdido?
- No.
- Haga memoria... -dijo un anciano de mirada acuosa y cristalina.
- Me levanté a las siete -dije-. Luego de vestirme, sonó el teléfono. Era Olga. No recuerdo qué me dijo, sólo sé que perdí la cabeza cuando dejó de hablar. Tal vez rodó debajo de la cama...
- Ya revisé ahí -dijo una joven que momentos antes había visitado mi cuarto-. No hay más que un par de pantuflas viejas y mucho polvo.
- ¡Oh! -exclamó la mujercita.
- Caballero -dijo el hombre que parecía llevar la batuta-, si lo desea, puede perder un dedo, una mano, incluso una pierna... Sin embargo, la sociedad no puede permitir que uno de sus miembros pierda la cabeza. La cabeza, óigame bien, debe permanecer siempre en su sitio.
- Sí -dije.
- Además -dijo el anciano-, hablando desde un punto de vista meramente estético, un individuo que pierde la cabeza adquiere una apariencia bastante fea. Si pudiera verse...
- Cada uno de nosotros peinará una zona -anunció el cabecilla-. Así nos resultará más fácil encontrarla. Mientras tanto, usted aguardará sentado en este sofá. Confío en que no intentará huir.
- ¡Por supuesto que no!
- Muy bien. Manos a la obra -dijo, y se desperdigaron por toda la casa.
Inmóvil en el sofá, rogué al cielo para que la busca terminara pronto. Creo que fui escuchado, pues al rato la joven reapareció con mi cabeza bañada en lágrimas y con el pelo revuelto. Apenas la reconocí. La joven dijo que la había encontrado en el cuarto de servicio, y me la dio. Yo me la coloqué de inmediato y, antes que pudiera poner en orden mis pensamientos, aquellas buenas personas me dijeron que, si me atrevía a perderla otra vez, el castigo, entonces, sería ejemplar. Luego se despidieron amablemente y emprendieron la retirada.
TELEQUINESIA
Raúl Brasca
Argentina (1948)
- Habrá que creer o reventar -le dijo el hombre que salía de la habitación cuando él entraba.
El terminó de entrar. La mujer esperó que se sentara, cerró los ojos y, con voz cavernosa, llamó a la mesa provenzal que estaba en el primer piso. Moviendo ágilmente las patas, como un perfecto cuadrúpedo amaestrado, la mesa bajó por la escalera.
- Esto es increíble -exclamó él.
Y, antes de que pudiera explicarse mejor, reventó.
LAS GANAS
Carlos Alvahuante
México (1978)
El metro no llega. José consulta el gran reloj digital que cuelga del techo del andén: 7:52. Es la tercera vez que lo hace y las tres veces el resultado ha sido el mismo. O se trata del minuto más largo de su vida o el reloj está descompuesto. Las demás personas, unas quince dispersas por el andén, parecen no darse cuenta. De nada. Sólo siguen esperando. El calor es asfixiante en la estación. José imagina lo que sería salir a refrescarse, sentarse en la banqueta, disfrutar de la noche, de un cigarro y del recuerdo de Norma. Se encamina hacia las escaleras, pero a los pocos pasos se arrepiente: podría ser que mientras él no estuviera llegara el metro. Las otras personas lo observan. José se pone nervioso, le gustaría decirles que no lo vean, que no tiene nada raro, que es una persona como cualquier otra esperando el metro, que de todos modos ya ni extraña tanto a Norma, que... No dice nada. Ocupa nuevamente su lugar, baja la mirada y espera. Mete las manos en los bolsillos del pantalón. Luego las saca y se truena los dedos. Luego las vuelve a meter y, de reojo, con mucho disimulo, checa el reloj del andén: 7:52. Sonríe. Si el reloj no está descompuesto, entonces él es quien lo está. Sólo para cerciorarse, le pide la hora a una mujer que se encuentra a su lado. Ella le da la hora, 7:52, y la espalda. José permanece inmóvil. Contempla a la mujer y a las demás personas, quienes actúan con naturalidad. O mejor dicho, no actúan; esperan. ¿Será que de verdad no se han dado cuenta? José insiste. Oiga, ¿está segura de que son las siete cincuenta y dos? La mujer ni siquiera se da la vuelta, únicamente levanta el brazo para que José pueda leer por sí mismo la hora. Gracias. Son las 7:52. El metro no llega. Después de una recitación silenciosa de las Coplas a la muerte de su padre y una acalorada discusión interna sobre la posibilidad de que haya vida más allá de la muerte, José levanta la mirada y la conduce muy despacio hacia el gran reloj digital. Por un instante, apenas una fracción de segundo, los números rojos desaparecen. Lo que sucede enseguida es casi simultáneo, a una velocidad espeluznante: el reloj marca las 7:53. José oye que el metro se aproxima, la mujer se vuelve y lanza un grito, un hombre que está a unos pasos de la mujer deja caer el periódico abierto y empalidece, las llantas se bloquean en un desesperado intento por frenarse y el metro cierra los ojos. El periódico desciende lentamente, en zigzag. Antes de que toque el suelo, José alcanza a agradecer que el metro al fin haya llegado: con semejante espera, ya se le andaban quitando las ganas.
CHISTE
Cecilia López
México (1964)
Nació como todos los chistes, por generación espontánea en medio de una conversación. Sin embargo, este chiste veía más allá y quiso ser cuento... Así, antes que nada tenía que cambiar su inicio para que no sonara a ahitienesquestaún. En el principio quedó el verbo. Ahora debía crecer, redondearse, ser más ancho y profundo. Se empezó a meter de todo, ideas, metáforas, adjetivos, sustantivos, cláusulas, vueltas de tuerca y comas y puntos y rayas. No obstante, cómo les sucede con frecuencia a los cuentos, éste no supo dónde parar y en sus entrañas procreó personajes a granel, quienes luego luego se trajeron sus historias, sus anécdotas y, cómo veían que aquél resistía, fueron a llamar a sus árboles genealógicos. Ya encarrerado, la prosa y el verso, la ética, la moral y la filosofía formaron su cuerpo, al que llamaba corpus, porque se creía mucho. Pero a pesar de todo no pudo deshacerse de su origen primigenio, por eso la Biblia tiene su chiste.
Viceversa (2). Osvaldo Soriano-Osvaldo Bayer
Osvaldo Bayer rememoró aquella anécdota en el libro "Osvaldo Soriano. Un retrato", que el escritor y cineasta Eduardo Montes Bradley (1960) publicó en 2000:
"Como toda buena amistad, a veces empieza con una gran pelea, con un gran altercado. Mi primer contacto con Osvaldo fue cuando leí una nota allá por el año '72. Creo que fue en 'Vea y Lea' donde apareció una nota sobre Severino Di Giovanni que me indignó. Entonces, llamé al periódico, pedí hablar con el director y el director puso pies en polvorosa -como se decía antes-, y me dijo: 'Te voy a dar con el redactor que escribió eso y aclarálo con él'. Apareció Osvaldo y le dije: '¿Usted es el redactor del artículo? Usted no sabe nada de nada, usted es un burro, usted es un ignorante. ¿Cómo va a escribir sobre alguien del cual no ha estudiado nada ni leído nada? Además está dando la versión policial'. 'Bueno, pero escúcheme', me dijo. 'No lo escucho nada -interrumpí-; además, usted es poco hombre'. La cosa fue subiendo de tono, yo fui subiendo de tono. Osvaldo trataba de explicarse en forma bastante educada. Pero, finalmente, lo mandé al diablo y colgué. Ese fue el inicio de una gran amistad que tuve con Osvaldo Soriano. La segunda vez que nos vimos fue en la Feria del libro de Frankfurt del año '75. El se me presentó y me dijo: 'Yo soy Osvaldo Soriano, al que usted le gritó tanto por un artículo sobre Di Giovanni'. Lo dijo con una gran humildad. Para entonces, yo Osvaldo Bayer, ya me había olvidado del incidente, y a partir de ese momento realmente compartimos muchos momentos lindos de la vida".
Hay un par de nimias diferencias entre ambas versiones: el encuentro fue en 1976 para uno, en 1975 para el otro; la revista era "Semana Gráfica" para uno, "Vea y Lea" para el otro. Son sólo detalles insignificantes que no menoscaban el valor de la anécdota. La amistad entre ambos duró hasta la prematura muerte de Soriano, quien había definido a Bayer como "un hueso duro de roer". "Sin él -dijo Soriano de Bayer- sería más fácil olvidar".